Capítulo 85

¿Quién? ¿Léonie? —Meredith se quedó de una pieza, sus pensamientos bloqueados en el acto.

—¿Quién has dicho? No, la doctora O’Donnell. Ya ha llegado. Estoy en recepción. ¿Puedes bajar a reunirte con nosotros?

Meredith echó un vistazo al ventanal y comprendió que su expedición al lago iba a tener que esperar un poco más.

—Claro —suspiró—. Tardo cinco minutos.

Se despojó de toda la ropa que le iba a sobrar, se cambió el jersey de Hal por uno suyo, rojo, de escote redondo, se cepilló el pelo y salió de su habitación. Al llegar al rellano de la escalera tomó un instante para mirar desde arriba el suelo ajedrezado del vestíbulo. Vio a Hal charlar con una mujer alta, de cabello oscuro, que le pareció reconocer. Le costó unos instantes situarla, y entonces se acordó de ella. Delante de la pizzería, en la plaza Deux Rennes, la noche en que llegó. Estaba apoyada contra la pared, fumando.

—Vaya, ¿qué te parece? —se dijo.

El rostro de Hal se iluminó al verla llegar.

—Hola —saludó ella, y le plantó un veloz beso en la mejilla, para tender luego la mano a la doctora O’Donnell—. Soy Meredith. Siento haberle hecho esperar.

La mujer entornó los ojos: le costó algún trabajo situarla.

—Creo que cruzamos un par de frases la noche del funeral —dijo Meredith con la esperanza de ayudarla—. Delante de la pizzería, en la plaza. Quizá se acuerde.

—No me diga —repuso, y al poco se relajó su mirada—. Ah, es cierto. Tiene razón.

—Diré que nos lleven un café al bar —dijo Hal, y les indicó el camino—. Allí podremos hablar con toda tranquilidad.

Meredith y la doctora O’Donnell lo siguieron. Meredith formuló a la otra mujer alguna pregunta de cortesía para romper el hielo. Cuánto tiempo había vivido en Rennes-les-Bains, qué relación tenía con la zona, cómo se ganaba la vida. Lo de siempre.

Shelagh O’Donnell respondió con relativa soltura, aunque se palpaba una clara tensión detrás de cada una de las cosas que decía. Era muy delgada. Tenía los ojos en constante movimiento, y se frotaba repetidamente las yemas del índice y el corazón con la yema del pulgar. Meredith calculó que debía de tener treinta y pocos, si bien tenía las arrugas de una persona de mayor edad. Caso de ser cierto que bebía, Meredith entendió que la policía hubiera preferido no tomar en serio las observaciones que pudiera haber hecho a horas relativamente altas de la madrugada.

Se sentaron a la misma mesa del rincón que ocuparon Meredith, Hal y su tío la noche anterior. El ambiente era muy distinto por la mañana. Era incluso difícil evocar el recuerdo del vino y de los cócteles de la noche anterior con el olor de la cera para suelos y las flores recién puestas en la barra y una pila de cajas que esperaban que alguien las abriese y colocase.

Merci—dijo Hal cuando la camarera les colocó una bandeja con el café delante de los tres.

Hubo una pausa mientras él servía. La doctora O’Donnell tomó el café solo. Mientras removía el azúcar, Meredith se fijó en que tenía las mismas cicatrices rojas en torno a las muñecas que ya le había visto la primera vez, y se preguntó cuál podía ser la causa.

—Antes que nada —dijo Hal—, quisiera darle las gracias por haber accedido a verme. —A Meredith le alivió que lo dijera con tranquilidad, con sosiego, en un tono perfectamente neutro.

—Conocí a su padre. Era un hombre bueno y era un amigo, pero debo decirle que lo cierto es que no hay nada que pueda contarle, se lo aseguro.

—Lo entiendo —repuso Hal—, pero si tiene la bondad de acompañarme mientras repaso todo lo ocurrido, se lo agradeceré mucho. Soy consciente de que el accidente se produjo hace más de un mes, pero hay ciertos detalles de la investigación con los que no estoy conforme. Tenía la esperanza de que usted pudiera contarme algo más sobre la noche en que sucedió. Tengo entendido que, según la policía, usted oyó algo…

Shelagh miró de pronto a Meredith y luego a Hal, y de nuevo apartó los ojos.

—¿Siguen insistiendo en que Seymour se salió de la carretera porque iba bebido?

—Eso es lo que me resulta difícil aceptar. No puedo imaginar que mi padre hiciera una cosa así.

Shelagh se quitó un hilo de los pantalones. Meredith se dio cuenta de que estaba muy nerviosa.

—¿Cómo conoció usted al padre de Hal? —preguntó, con la esperanza de que así pudiera coger confianza.

Hal pareció sorprendido ante la interrupción, pero Meredith hizo un leve gesto con la cabeza, de modo que él no dijo nada.

La doctora O’Donnell sonrió. Se le transformó la cara, y por un instante Meredith comprendió que podría ser una mujer muy atractiva si la vida no la hubiera tratado con tanta dureza.

—Aquella noche, en la plaza, me preguntó usted por el significado de bien-aimé.

—Es cierto.

—Bueno, pues es que eso era Seymour. Una persona que caía bien a todo el mundo. Todos le apreciaban y le respetaban, aun cuando a veces no se le llegara a conocer bien del todo. Siempre era cortés, amable con los camareros, en las tiendas… Trataba a todo el mundo con respeto, al contrario que… —Calló. Meredith y Hal cruzaron una mirada; los dos habían pensado lo mismo, es decir, que Shelagh había comparado, casi sin querer, a Seymour con Julián Lawrence—. No venía aquí muy a menudo, de acuerdo —siguió diciendo enseguida—, pero yo sí lo llegué a conocer cuando…

Hizo una pausa y se puso a juguetear con un botón de su chaqueta.

—¿Sí? —dijo Meredith para darle ánimos—. Lo llegó a conocer ¿cuándo?

Shelagh suspiró.

—Yo pasé por… por una época difícil en mi vida. Fue hace un par de años. Estaba trabajando en un yacimiento arqueológico que no está lejos de aquí, en los montes de Sabarthés, y me vi arrastrada a… Tomé algunas decisiones equivocadas. Perjudiciales. —Calló un instante—. Abreviando una historia que sería larga de contar, desde entonces las cosas se me han puesto difíciles. No gozo de muy buena salud, así que sólo puedo trabajar unas cuantas horas a la semana, haciendo un poco de trabajo de valoración en los ateliers de Couiza. —Volvió a callar—. Vine a vivir a Rennes-les-Bains hace un año y medio. Tengo una amiga, Alice, que vive en una aldea que no está lejos, en Los Seres, con su marido y su hija, así que era el sitio lógico para venir a vivir.

Meredith reconoció el nombre.

—Los Seres es la población de la que era originario el escritor Audric Baillard, ¿verdad?

Hal enarcó las cejas.

—Es que estaba antes en mi habitación leyendo un libro suyo. Una de las gangas que compró tu padre en el vide-grenier.

Hal sonrió, obviamente complacido de que se hubiera acordado.

—Así es —dijo Shelagh—. Mi amiga Alice llegó a conocerlo bien. —Se le ensombreció la mirada—. Yo también lo conocí.

Meredith se dio cuenta, por la cara que había puesto Hal, de que la conversación le había devuelto algo a la memoria, pero no dijo nada, de modo que no insistió.

—En fin. Lo que pasa es que yo tuve problemas con el alcohol. Bebía en exceso. —Shelagh se volvió en ese momento hacia Hal—. Conocí a su padre en un bar. En Couiza. Yo estaba cansada, es probable que hubiera bebido más de la cuenta. Nos pusimos a charlar. Fue muy amable, estaba algo preocupado por mí. Insistió en traerme en su coche a Rennes-les-Bains. No hubo ninguna doble intención. A la mañana siguiente pasó por mi casa y me llevó a Couiza para que yo recogiera mi coche. —Hizo una pausa—. Nunca volvió a decir nada sobre aquel incidente, pero después se acercaba a visitarme siempre que venía de Inglaterra.

Hal asintió.

—Así que usted no piensa que se hubiera sentado al volante si no estaba en condiciones de conducir.

Shelagh se encogió de hombros.

—No puedo decirlo con total seguridad, pero así es. No me lo imagino.

Meredith siguió pensando que los dos pecaban de excesiva ingenuidad. Eran, y siempre serían, muchísimas las personas que decían una cosa y hacían otra, pero la evidente admiración que tenía Shelagh por el padre de Hal y su respeto la impresionaron a pesar de todo.

—La policía le explicó a Hal que usted creía haber oído el accidente, pero que no se dio cuenta de lo que en realidad había ocurrido hasta la mañana siguiente —le dijo con toda su amabilidad—. ¿Es así?

Shelagh se llevó la taza de café a los labios con una mano temblorosa, dio un par de sorbos y volvió a dejarla en el plato tintineando.

—Con toda sinceridad, no sé qué fue lo que oí. Si es que tiene alguna relación con lo ocurrido.

—Siga, por favor.

—No tengo ninguna duda de que oí algo, y no fue el frenazo habitual, ni tampoco el ruido de los neumáticos cuando alguien toma la curva a una velocidad excesiva, sino una especie de rumor sonoro, creo yo. —Calló—. Estaba escuchando un disco de John Martyn, Solid Air. Es bastante suave, pero aun y todo no habría oído el ruido de fuera si no se hubiera producido entre el final de un tema y el principio del siguiente.

—¿A qué hora fue eso?

—Más o menos a la una. Me levanté a mirar por la ventana, pero no vi nada en absoluto. Estaba todo completamente a oscuras y en silencio. Supuse que el coche había pasado de largo. Por la mañana, cuando vi a la policía y la ambulancia abajo, en el río, fue cuando lo comprendí.

Hal puso cara de no saber por dónde iba Shelagh con todo lo que estaba contando. Meredith, en cambio, sí empezaba a entender.

—Un momento —dijo—. A ver si lo he comprendido bien. Acaba de decir que miró al exterior y que no vio las luces de ningún coche encendidas, ¿es cierto?

Shelagh asintió.

—¿Y esto se lo contó a la policía?

Hal miraba a una y a otra.

—No estoy seguro de entender por qué es tan importante ese detalle…

—Tal vez no lo sea —precisó de inmediato Meredith—. De momento sólo resulta extraño. Chocante. Para empezar: si tu padre estuviera por encima de la tasa de alcohol permitida, y no estoy diciendo que lo estuviera, ¿habría querido conducir de noche sin encender los faros?

Hal frunció el ceño.

—Pero si el coche saltó por el puente y cayó al agua, lo lógico es que los faros hubieran reventado.

—Claro, pero según dijiste antes el coche no sufrió daños demasiado graves. —Siguió con su exposición—. Además, de acuerdo con lo que te explicó la policía, Shelagh había oído un frenazo. ¿No? —El asintió—. Pero Shelagh acaba de decirnos que eso es exactamente lo que no oyó.

—Sigo sin…

—A ver, dos cosas. Primero, ¿por qué es inexacto el informe policial? Segundo, y reconozco que esto es pura especulación, si tu padre realmente perdió el control del coche en la curva y se precipitó al río, no cabe duda de que tendría que haber habido mucho más ruido, lo cual habría llamado la atención. No puedo creer que todas las luces se hubieran apagado en el acto.

A Hal comenzó a cambiarle la cara.

—¿Estás diciendo que es posible que el coche fuera empujado al río desde la carretera, y que no se precipitó cuando iba en marcha?

—Es una explicación posible —dijo Meredith.

Se miraron el uno al otro unos instantes con los papeles cambiados. Hal era el escéptico, Meredith la convencida.

—Hay una cosa más —añadió Shelagh. Los dos se volvieron a ella, pues por un instante casi habían olvidado que estaba allí—. Cuando me fui a dormir, tal vez al cabo de un cuarto de hora, oí otro coche en la carretera. Debido a lo anterior, me asomé a mirar.

—¿Y bien? —dijo Hal.

—Era un Peugeot azul que iba en dirección sur, hacia Sougraigne. Sólo me percaté a la mañana siguiente de que eso había ocurrido ya después del accidente, más o menos a la una y media. Si venía del pueblo, el conductor del segundo coche no pudo dejar de ver al otro estrellado en el río. ¿Por qué no lo notificó entonces a la policía?

Meredith y Hal volvieron a mirarse, pensando los dos en el coche aparcado en esos momentos en el parking del personal del hotel.

—¿Cómo puede estar segura de que eran un Peugeot azul? —preguntó Hal, procurando mantener la calma—. Estaba oscuro.

Shelagh se sonrojó.

—Es exactamente la misma marca y el mismo modelo que mi coche. Es el que tiene todo el mundo —añadió a la defensiva—. Además, hay una farola delante de la ventana de mi dormitorio.

—¿Y qué dijo la policía cuando se lo comunicó?

—No les pareció que fuera importante, digo yo.

Miró de reojo a la puerta.

—Lo lamento, pero tengo que marcharme.

Se puso en pie. Meredith y Hal hicieron lo propio.

—Mire —dijo él, y se metió las manos en los bolsillos—, sé que seguramente es terrible lo que le voy a pedir, pero ¿hay alguna forma de que pueda convencerla para que venga conmigo a la comisaría de policía de Couiza? Para contarles lo que nos ha dicho a nosotros, nada más.

Shelagh negó despacio con la cabeza.

—No sé —dijo—. Yo ya he prestado declaración.

—Lo sé. Pero si vamos juntos… —insistió él—. Yo he visto el expediente del accidente, y la mayor parte de las cosas que nos ha contado no se recogen en ese informe. —Se pasó los dedos por el flequillo—. Permítame que la lleve allá, por favor. —La miró fijamente con sus ojos azules—. Necesito llegar al fondo de este asunto. Por mi padre, se lo pido por mi padre.

A juzgar por la expresión de angustia que delataba su cara, Meredith comprendió que a Shelagh le estaba resultando dificilísimo. Estaba claro que no deseaba tener ningún trato con la policía. Pero al cabo venció el afecto que había tenido por el padre de Hal. Asintió repentinamente.

Hal suspiró con gran alivio.

—Gracias. Muchísimas gracias. La recogeré a las doce, ¿de acuerdo? Así tendrá tiempo de pensar despacio en todo esto. ¿Le parece bien?

Shelagh asintió.

—Tengo un par de recados urgentes que hacer esta mañana, por eso vine antes de lo previsto, pero estaré en casa poco después de las once.

—Perfecto. ¿Y su casa está en…?

Shelagh le indicó la dirección. Se dieron la mano un tanto cohibidos, debido a las circunstancias, y volvieron al vestíbulo. Meredith se dirigió a su habitación, dejando que Hal acompañase a la doctora O’Donnell hasta su coche.

Ninguno de los dos oyó el ruido de otra puerta, la que separaba el bar de las oficinas de la parte trasera, que se cerró en ese momento.