Capítulo 77

¡Maldita sea! ¡Al infierno! —exclamó Anatole, dando un pisotón en el terreno que pisaba.

Pascal se acercó caminando a la improvisada galería de tiro que había montado en un claro del bosque, rodeado por los matorrales y los enebros silvestres. Había colocado las botellas en fila, y vuelto junto a Anatole para cargarle la pistola. De los seis disparos que hizo, uno se le fue muy a la izquierda, otro alcanzó el tronco de un haya y dos la valla de madera, haciendo que cayeran tres botellas por efecto de la vibración. Sólo uno había dado en la diana y apenas rozando la base de la gruesa botella de vidrio.

—Pruebe otra vez, sénher—dijo Pascal en voz baja—. Mantenga la vista bien firme.

—Eso es lo que estoy haciendo —gruñó malhumorado Anatole.

—Ponga el ojo en la diana y luego mire al suelo. Imagine cómo viaja la bala por el cañón. —Pascal se apartó—. Firme, sénher. Apunte bien. No se precipite.

Anatole alzó el brazo. Esta vez imaginó que, en vez de una botella que en su día estuvo llena de cerveza, tenía la cara de Victor Constant delante de él.

—Bien —dijo Pascal en voz baja—. Ahora manténgase firme, bien firme. Fuego.

Anatole le dio de lleno. La botella saltó en mil y un añicos, como unos fuegos artificiales de feria. El sonido se propagó rebotando en los troncos de los árboles, con lo que las aves salieron volando alarmadas de sus nidos.

Una nubécula de humo asomó por la boca del cañón. Anatole sopló sobre ella, y se volvió con los ojos centelleantes de satisfacción para mirar a Pascal.

—Buen tiro —dijo el criado, su rostro ancho e impasible convertido por una vez en el espejo de sus pensamientos—. Y… ¿cuándo dice que es el enfrentamiento?

La sonrisa desapareció del rostro de Anatole.

—Mañana a la hora del crepúsculo.

Pascal atravesó la arboleda haciendo crujir de las ramas bajo los pies, y volvió a alinear las botellas restantes.

—A ver si acierta por segunda vez, sénher.

—Dios mediante, solo tendré que hacerlo una vez —masculló Anatole para el cuello de su camisa.

Sin embargo, permitió que Pascal volviera a cargar la pistola y siguió tirando hasta que hubo destrozado la última de las botellas y el olor de la pólvora impregnaba todo el claro del bosque.