Capítulo 65

De acuerdo, dispara —dijo Meredith—. Cuéntame qué ha pasado.

Hal apoyó los codos sobre la mesa.

—Resumiendo mucho, resulta que no creen que haya ningún fundamento para reabrir el expediente del caso. Se dan por satisfechos con sus conclusiones.

—Es decir… —insistió ella con dulzura para animarle a continuar.

—Muerte accidental. Afirman que mi padre estaba borracho —dijo él con rencor—. Que perdió el control del coche, que cayó por el puente al río Salz. El nivel de alcohol en sangre era el triple del permitido, según el informe toxicológico.

Estaban sentados junto a una de las ventanas. El restaurante apenas tenía actividad por ser aún relativamente temprano, de manera que pudieron hablar tranquilos, sin temor a que nadie les oyera. Al otro lado de la mesa, a la luz de la vela que parpadeaba sobre el mantel, Meredith extendió las manos y cubrió con las dos una de las de él.

—Parece ser que hubo un testigo. Una mujer de nacionalidad inglesa, una tal doctora Shelagh O’Donnell, que vive en el pueblo.

—Eso es un buen indicio, ¿no? ¿Presenció ella el accidente?

Hal negó con un gesto.

—Ahí está el problema. Según el expediente, oyó un frenazo, oyó el ruido de los neumáticos.

—¿Y dio cuenta de ello a la policía?

—No en un primer momento. Según afirma el commissaire, son muchos los conductores que toman demasiado deprisa esa curva al entrar en Rennes-les-Bains. Sólo a la mañana siguiente, cuando vio la ambulancia y a la policía en plena operación para rescatar el coche del río, sólo en ese momento acertó a sumar dos y dos. —Hizo una pausa—. He pensado que tal vez deba hablar con ella, ver si se acuerda de algo.

—¿No se lo habrá dicho ya a la policía?

—Tuve la impresión de que no la consideraban eso que se llama «un testigo de fiar».

—¿En qué sentido?

—No llegaron a decirlo textualmente, pero dieron a entender que es una mujer que bebe en exceso. O que esa noche se había emborrachado. Además, no había huellas de la frenada en la carretera, por lo cual es poco probable que hubiera oído nada. Siempre según la versión de la policía, claro está. —Calló unos instantes—. No han querido darme su dirección, pero me las ingenié para copiar su número, que figuraba en el expediente. Lo cierto… —titubeó—. Lo cierto es que la he invitado a que venga mañana.

—¿Te parece realmente una buena idea? —preguntó Meredith—. Si la policía piensa que estás interfiriendo en la investigación, ¿no crees que estarán menos dispuestos a echar una mano?

—Ya están muy cabreados conmigo —confesó él con ferocidad—, pero si quieres que te diga la verdad, te aseguro que me siento como si me estuviera dando de cabezazos contra una pared. Ya me da igual. Llevo varias semanas tratando de que la policía me tome en serio, aquí sentado, armado de paciencia, y todo eso no me ha servido de nada.

Calló. Tenía las mejillas coloradas.

—Disculpa. Sé que esto no tiene que hacerte ninguna gracia.

—No pasa nada —dijo ella, pensando en lo similares que eran Hal y su tío en no pocos sentidos, entre otros la velocidad con que perdían los estribos, y a continuación se sintió culpable, a sabiendas de lo mucho que le molestaría a Hal la comparación que mentalmente acababa de hacer.

—Me hago cargo de que no existe ninguna razón para que te tomes al pie de la letra lo que te digo, ni tampoco para que me creas, pero es que yo no creo en la versión oficial del suceso. No quiero decir que mi padre fuera perfecto, ni mucho menos; con toda sinceridad, no teníamos gran cosa en común. Él era un hombre distante, reservado, nada amigo de armar escándalos, pero te aseguro que es literalmente imposible que condujera el coche si estaba bebido. Ni siquiera en Francia. Es imposible.

—En eso es fácil cometer un error de juicio, Hal —le dijo ella con dulzura—. A todos nos ha pasado —añadió, aunque a ella no le hubiera pasado nunca—. Sólo tomó una copa de más. Se arriesgó sin saberlo siquiera.

—Te estoy diciendo que eso es algo que a mi padre no le pudo pasar —insistió—. Le gustaba beber, pero era realmente un fanático en cuanto a no conducir jamás cuando lo había hecho. Ni siquiera si había tomado una sola copa. —Bajó los hombros en señal de abatimiento—. A mi madre la mató un conductor borracho —siguió explicando en voz más baja— cuando iba a recogerme a mí al colegio en el pueblo donde vivíamos, a las tres y media de la tarde. Un imbécil al volante de un BMW, que volvía de una taberna completamente ciego de champán y a una velocidad excesiva.

En ese momento Meredith entendió a la perfección por qué no podía Hal de ninguna manera dar por buenos los resultados de la investigación. Pero por más que uno deseara que las cosas fueran de otro modo, no iban a ser así necesariamente.

Ella había pasado por algo muy parecido. Si los deseos fueran promesas, su madre biológica hubiera recuperado la salud. Nunca habrían tenido lugar todas aquellas escenas, todas aquellas peleas.

Hal levantó la vista y la miró fijamente.

—Mi padre nunca se habría sentado al volante estando borracho.

Meredith prefirió sonreír sin comprometerse a nada.

—Pero si las pruebas toxicológicas dan positivo en el caso del alcohol… —dejó la pregunta flotando en el aire—. ¿Qué dijeron los de la policía cuando les planteaste esa cuestión?

Hal se encogió de hombros.

—Es evidente que, a su entender, yo estoy demasiado jodido con toda esta situación. Tienen muy claro que no consigo entender nada, y menos aún pensar con criterio.

—Vale, probemos desde otro punto de vista. ¿Es posible que haya un error en las pruebas?

—La policía dice que no.

—¿No han intentado encontrar alguna cosa más?

—¿Por ejemplo?

—No sé. Drogas…

Hal negó con un gesto.

«Evidentemente, no les pareció que fuera necesario», pensó Meredith.

—¿Y no podría simplemente haber ido a demasiada velocidad? ¿No es posible que perdiera el control del vehículo en la curva?

—Volvemos a la ausencia de huellas de frenado en la carretera. En cualquier caso, eso no explica el alcohol en sangre.

Meredith lo traspasó con una mirada.

—Entonces, ¿qué, Hal? ¿Qué es lo que pretendes decir?

—Que una de dos: o las pruebas están falseadas o alguien le echó algo en su copa. —El rostro de ella la delató—. Ya veo que no me crees —dijo él.

—No estoy diciendo eso —repuso ella al punto—. Pero piénsalo bien, Hal. Aún suponiendo que fuera posible, ¿quién iba a hacer una cosa así? ¿Por qué?

Hal le sostuvo la mirada hasta que Meredith comprendió adonde quería ir a parar.

—¿Tu tío?

Asintió.

—A la fuerza.

—No lo puedes decir en serio —objetó ella—. Es decir, ya me voy haciendo a la idea de que no os lleváis precisamente bien, pero aún y todo…, acusarlo de…

—Ya lo sé. Sé que suena ridículo, pero te pido que lo pienses, Meredith. ¿Quién, si no?

Meredith negaba moviendo la cabeza…

—¿Has hecho esa misma acusación ante la policía?

—No lo he dicho exactamente así, pero sí he solicitado que se muestre el expediente a la gendarmerie nationale.

—¿Y eso qué quiere decir?

—La gendarmerie nationale se dedica a investigar los crímenes. Por el momento, se considera que ese accidente de automóvil ha sido tan sólo un accidente de tráfico. Es decir, que no hay delito. Ahora bien: si consigo encontrar alguna prueba que lo enlace con Julián, entonces podría intentar que lo reconsiderasen. —La miró a fondo—. Si tú pudieras hablar con la doctora O’Donnell, estoy seguro de que sería mucho más probable que ella se explayase más.

Meredith se recostó en su silla. Todo aquello empezaba a ser una locura sin pies ni cabeza. Se dio cuenta de que Hal había terminado por elaborar toda una teoría para creer en su hipótesis al cien por cien. Se sentía cercana a él, pero tenía la casi total certeza de que estaba en un error. Necesitaba culpar a alguien, necesitaba hacer algo, lo que fuera, con su ira, con su sentimiento de pérdida. Y ella sabía por experiencia propia que, por ingrata que pudiera ser la verdad, desconocerla era infinitamente peor. Era algo que imposibilitaba el hecho de dejar el pasado atrás, un paso tan necesario para seguir adelante.

—¿Meredith?

Se dio cuenta de Hal la estaba mirando.

—Disculpa —dijo ella—. Sólo estaba pensando.

—¿Serías capaz de estar presente cuando la doctora O’Donnell venga mañana?

Ella vaciló.

—Te lo agradecería muchísimo.

—Bueno, supongo que sí —aceptó al fin—. Sí, claro.

Hal suspiró aliviado.

—Gracias.

Llegó el camarero y el estado anímico de ambos cambió de inmediato, bajó en intensidad, empezó a parecerse más a una cita normal y corriente. Los dos pidieron solomillo y Hal escogió un tinto de la región. Por un instante, permanecieron mirándose mutuamente, pero sin atreverse a hacerlo de lleno, sonriendo con un punto de timidez, sin saber muy bien qué decir.

Fue Hal quien rompió el silencio.

—Bueno —dijo—. Ya basta de mis… ¿Piensas decirme cuál es la verdadera razón de que estés aquí?

Meredith se quedó atónita.

—¿Cómo has dicho?

—Salta a la vista que no se trata del libro, eso es evidente. O, al menos, no se trata sólo del libro.

—¿Por qué lo dices? —respondió en un tono más cortante de lo que hubiera querido.

Él se sonrojó.

—Bueno, verás, de entrada, todo lo que hoy parecía interesarte no creo que tuviera mucho que ver con Lilly Debussy. Pareces más atraída por la historia de este lugar, de Rennes-les-Bains, y de sus habitantes —sonrió—. Además, me he dado cuenta de que la fotografía que estaba encima del piano ha desaparecido. Alguien se la ha llevado. Seguramente prestada, digo yo.

—¿Crees que he sido yo?

—Esta mañana la estabas mirando con tanta… —dijo, y sonrió como si le pidiera disculpas—. Y, por otra parte, con mi tío… No sé, seguramente he cometido un error, pero me ha dado la impresión de que lo estabas estudiando a fondo. Desde luego, no me pareció que os cayerais nada bien el uno al otro.

Calló sin saber cómo continuar.

—¿Tú crees que he venido aquí para estudiar a tu tío? No lo dirás en serio, ¿verdad?

—Bueno, no lo sé. Es posible. —Se encogió de hombros—. La verdad es que no lo sé. —Dio un sorbo de vino—. No era mi intención ofenderte…

Meredith levantó una mano.

—Veamos. A ver si consigo entender todo esto. Como no crees que el accidente que sufrió tu padre fuera en realidad un accidente, y como piensas que los resultados de las pruebas deben de estar amañados, o que alguien le echó algo en una copa, y el coche fue empujado fuera de la carretera…

—Sí, aunque también…

—En resumidas cuentas, sospechas que tu tío estuvo implicado en la muerte de tu padre. ¿Es así?

—Hombre, dicho de este modo suena a…

Meredith siguió hablando, y subió aún más el tono de voz.

—Y debido a todo esto, por alguna insospechada razón, en cuanto aparezco yo llegas automáticamente a la conclusión de que tengo algo que ver. ¿Tú qué crees? ¿Que voy por la vida husmeando todo lo que se mueve, como la petarda de Nancy Drew?

Se arrellanó en la silla y lo miró fijamente.

Él tuvo la decencia de sonrojarse.

—No he querido ofenderte —se disculpó—. Pero… Bueno, es que se debe a algo que mi padre dijo en abril, después de aquella conversación que te comenté antes. Me dio la impresión de que no estaba nada contento con la forma en que Julián se estaba ocupando de la gestión del hotel.

—Si ése fuera el caso, lo natural es que tu padre te lo dijera, ¿no crees? Si había algún problema, podría haberte afectado a ti también.

Hal negó con un gesto.

—Mi padre no era así. Detestaba los chascarrillos, los rumores. Nunca mencionó nada, ni siquiera una simple alusión, de lo que no estuviera completamente seguro. Era de los que piensan que todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario.

Meredith pareció pensárselo.

—De acuerdo, eso lo entiendo. Pero tú, pese a todo, te quedaste con la sensación de que algo no iba bien entre ellos dos.

—Es posible que fuese algo trivial, pero tengo la impresión de que era un asunto serio. Algo relacionado con el Domaine de la Cade y su historia, no sólo con el dinero. —Se encogió de hombros—. Perdona, Meredith, me parece que no estoy siendo muy explícito.

—¿No te ha dejado nada? ¿Un archivo, unos apuntes?

—Créeme si te digo que he buscado por todas partes y que no hay nada.

—Y cuando te paras a ensamblar todos esos datos, resulta que te dio por pensar que él podría haber contratado a alguien como yo para que tratase de averiguar en qué andaba metido tu tío. Más que nada, por ver si surge alguna cosa imprevista. —Se calló y lo miró desde el otro lado de la mesa—. ¿Por qué no me lo preguntaste a la cara? —le espetó, y se cruzó de brazos, aún cuando se dio perfecta cuenta de por qué no lo había hecho.

—Bueno, pues porque sólo empecé a recelar de que tal vez tú estuvieras aquí por… por mi padre, sí, sólo cuando esta tarde me puse a pensar en él.

Meredith apretó aún más los brazos cruzados.

—Entonces, ésa no es la razón de que te pusieras a hablar conmigo ayer noche en el bar.

—¡No, claro que no! —dijo, y pareció realmente apesadumbrado.

—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —inquirió ella.

Hal se puso colorado.

—Caramba, Meredith, ya sabes por qué. Es tan evidente que salta a la vista.

Entonces le tocó a Meredith el turno de ponerse colorada.