Capítulo 57

Anatole e Isolde se encontraban ante el altar. Una hora antes quedaron debidamente firmados todos los papeles. Las condiciones impuestas por el testamento de Jules Lascombe, después de todos los retrasos del verano, finalmente se cumplían a plena satisfacción.

Lascombe había dejado la finca en herencia a su viuda, y se la había dejado de por vida. En un inesperadísimo golpe de fortuna, dejó escrita su voluntad de que, en el supuesto de que volviera a casarse, la finca y todas sus propiedades pasaran a manos de su hermanastra, Marguerite Vernier, de soltera, Lascombe.

Cuando el abogado leyó los términos del codicilo con voz seca y rasposa, Anatole tardó unos momentos en darse cuenta de que era él a quien hacía referencia el documento. Tuvo que realizar un verdadero esfuerzo para no echarse a reír a carcajadas. El Domaine de la Cade, de una forma o de otra, les pertenecía a ellos dos.

Pasada media hora se encontraban en la pequeña capilla de los jesuitas, y el sacerdote ya pronunciaba las palabras finales de la breve ceremonia por la cual se habían unido en calidad de marido y mujer. Anatole extendió la mano y tomó las de Isolde entre las suyas.

—Madame Vernier, por fin —susurró—. Corazón mío.

Los testigos, elegidos en la calle, al azar, sonrieron al presenciar tan abiertas señales de afecto, aunque les pareciera una pena que la boda hubiera sido tan modesta.

Anatole e Isolde salieron a la calle con el repicar de las campanas. Oyeron también los truenos. Deseosos de pasar la primera hora de su vida conyugal a solas, y tranquilos de que Léonie y Marieta estuvieran cómodamente instaladas en el hotel, esperando su regreso, recorrieron casi a la carrera la calle encharcada hasta hallar el primer establecimiento apropiado.

Anatole encargó una botella de Cristal, el champán más caro de la carta. Se intercambiaron regalos. Anatole le dio a Isolde un camafeo de plata con un retrato en miniatura de ella por un lado y de él por el otro. Ella le obsequió un espléndido reloj de oro con sus iniciales grabadas en la funda, para compensar la pérdida del que le fue robado durante la agresión sufrida en el callejón Panoramas.

Durante una hora bebieron y charlaron, felices los dos de estar en compañía y gozar del afecto del otro, a la vez que los primeros goterones de lluvia iban golpeando con fuerza los ventanales del café.