A las diez y cuarto Meredith había terminado de cenar. Volvió al vestíbulo de suelo ajedrezado. Aunque se encontraba extenuada, creyó que no tenía mucho sentido acostarse tan temprano. Supo que no podría dormir. Tenía demasiadas cosas en la cabeza.
Miró a la puerta de entrada y luego a la oscuridad que se extendía del otro lado.
¿Tal vez un paseo? Las sendas y avenidas de los jardines estaban bien iluminadas, aunque desiertas, en silencio. Se echó la chaqueta roja de Abercrombie & Fitch, ciñéndosela a su esbelta figura, y desechó la idea. Además, en los últimos dos días no había hecho otra cosa aparte de caminar sin descanso.
Y menos después de lo de antes.
Meredith apartó el pensamiento. Le llegó un murmullo que se colaba por un pasillo, por el cual se accedía al bar de la terraza. Nunca le habían entusiasmado los bares, pero como no quería subir directamente a su habitación y una vez allí tener la tentación de meterse en la cama, el bar se le antojó la mejor opción de las posibles.
Pasando por delante de unas vitrinas llenas de piezas de cerámica y de porcelana, empujó la puerta de cristal y entró. La sala parecía más una biblioteca que un bar. Las paredes estaban cubiertas de arriba abajo por libros protegidos en sucesivas vitrinas. En la esquina había una escalera de mano, de madera muy pulida, con la que era posible alcanzar los anaqueles más altos.
Los sillones de cuero se hallaban agrupados en torno a mesas bajas, redondas, como en un club de campo. El ambiente era cálido y relajado. Dos parejas, un grupo familiar y varios hombres, cada cual por su cuenta.
No vio que hubiera una mesa libre, así que Meredith ocupó un taburete en la barra. Dejó encima la llave y el folleto y tomó la carta de cócteles y vinos.
El camarero le sonrió.
—Cocktails d’un cote, vins de l’autre.
Meredith dio la vuelta a la carta y examinó en el reverso los vinos que se servían por copas, y luego dejó la carta en la barra.
—Quelque chose de la región? —preguntó—. Qu’est-ce que vous recommandez?
—Blanc, rouge, rosé?
—Blanc.
—Pruebe entonces el Domaine Begude Chardonnay —dijo otra voz.
Sorprendida tanto por el acento inglés como por el hecho de que alguien estuviera hablando con ella, Meredith se dio la vuelta y vio a un individuo sentado dos taburetes más allá. Sobre los dos asientos intermedios había dejado tendida una chaqueta elegante, de muy buen corte, y llevaba una camisa blanca impecable, abierta, así como unos pantalones negros y unos zapatos que parecían reñidos con el aire de derrota que presentaba. Le pendía sobre la frente un grueso flequillo de cabello negro.
—Un viñedo de las proximidades. Cépie, al norte de Limoux. Es muy bueno.
Se volvió y la miró de lleno como si necesitara verificar que le estaba escuchando, y acto seguido volvió a concentrarse en el fondo de su copa de vino tinto.
Qué ojos tan azules.
Meredith se dio cuenta con un sobresalto de que ya lo conocía de antes. Era el mismo individuo al que había visto en la plaza Deux Rennes, caminando detrás del féretro, en cabeza del cortejo fúnebre. De algún modo, saber ese detalle acerca de él la hizo sentirse cohibida. Como si lo hubiera espiado, como si lo hubiera visto en la intimidad sin habérselo propuesto.
Lo miró.
—De acuerdo. —Y se dirigió al camarero—. S’il vous plaît.
—Tres bien, madame. Votre chambre?
Meredith le mostró la llave y miró de nuevo al individuo de la barra.
—Gracias por la recomendación.
—No hay de qué —respondió él.
Meredith cambió de postura sintiéndose incómoda, sin saber si iban a tener o no una conversación. Fue él quien tomó la iniciativa sin que ella tuviera que decir nada, al darse de pronto la vuelta y tenderle la mano por encima del cuero negro y la madera bruñida de la barra.
—Por cierto, yo soy Hal —dijo.
Se estrecharon la mano.
—Meredith. Meredith Martin.
El barman colocó un posavasos de papel delante de ella y una copa que llenó con un vino amarillo intenso. Con total discreción, dejó la nota y un bolígrafo delante de ella.
Con la certeza de que Hal la estaba observando, Meredith dio un sorbo. Ligero, afrutado, con un leve deje a limón, limpio, le recordó los vinos blancos que servía su madre adoptiva en las ocasiones especiales, o cuando iba a casa a pasar un fin de semana.
—Es excelente. Una magnífica elección.
El barman miró hacia Hal.
—Encoré un verre, monsieur?
Asintió.
—Gracias, Georges. —Se volvió un poco más, de modo que quedó casi frente a ella—. Bueno, Meredith Martin. Entonces eres norteamericana.
En el momento en que lo dijo, clavó los codos en la barra y se pasó los dedos por el cabello rebelde. Meredith se preguntó si no estaría un tanto achispado.
—Perdona, eso que acabo de decir es una ridiculez.
—No pasa nada. —Sonrió ella—. Y además es cierto, lo soy.
—¿Acabas de llegar?
—Hace un par de horas. —Dio otro sorbo de vino y notó el golpe del alcohol en el estómago—. ¿Y tú?
—Mi padre… —Calló. Tenía una acusada expresión de desesperanza—. Mi tío es el dueño del hotel —dijo en cambio. Meredith supuso que el funeral que había presenciado era el del padre de Hal, y lo sintió por él. Esperó hasta notar que él volvía a mirarla—. Perdona —dijo él—. La verdad es que no llevo un gran día que digamos. —Vació la copa y alargó la mano para tomar la que el barman acababa de servirle—. ¿Estás por aquí en viaje de negocios o de placer?
Meredith tuvo la sensación de hallarse atrapada en una obra de teatro de tintes surrealistas. Sabía muy bien por qué estaba él tan trastornado, pero no podía confesarlo. Y Hal por su parte se empeñaba en hablar de menudencias con una desconocida, a menudo diciendo incongruencias. Las pausas entre cada uno de sus comentarios eran demasiado largas; el rumbo de su pensamiento, inconexo.
—Las dos cosas —replicó—. Soy escritora.
—¿Periodista? —dijo él al punto.
—No. Estoy trabajando en un libro. Una biografía de Claude Debussy, el compositor.
Meredith observó que la chispa se apagaba en los ojos de Hal, su mirada se velaba de nuevo. No era la reacción que deseaba provocar.
—El sitio es muy hermoso —dijo ella rápidamente, recorriendo el bar con la mirada—. ¿Tu tío lleva mucho tiempo aquí?
Hal suspiró. Meredith notó que, bajo la camisa blanca, de algodón, tenía los hombros en tensión.
—Mi padre y él compraron la propiedad conjuntamente en el año 2003. Se gastaron una fortuna en la remodelación. —A Meredith no se le ocurrió nada más que decir. Tampoco él se lo estaba poniendo fácil—. Mi padre sólo vino a vivir aquí el pasado mes de mayo. Antes, aparecía ocasionalmente, pero entonces quiso implicarse en la administración, en el día a día del… del… —calló. Meredith notó que se le hacía difícil tragar saliva—. Murió en un accidente de automóvil hace cuatro semanas. —Tragó con dificultad—. Hoy se ha celebrado su funeral.
Aliviada por no tener ya que fingir ignorancia, Meredith extendió la mano y tocó la de Hal sin darse cuenta de que lo había hecho.
—Lo lamento.
Meredith notó que parte de la tensión abandonaba sus hombros. Permanecieron sentados un rato sin más, en silencio, una mano sobre la otra, y suavemente, al cabo, ella retiró los dedos so pretexto de dar un nuevo trago a su copa de vino.
—¿Cuatro semanas? Pues ha pasado mucho tiempo hasta que…
Él la miró de frente.
—No fue sencillo. Hubo que hacerle la autopsia, ese trámite llevó un tiempo. Nos hicieron entrega del cuerpo tan sólo la semana pasada.
Meredith asintió, preguntándose qué podía haber ocurrido. Hal guardó silencio.
—¿Vives aquí? —inquirió, tratando de que la conversación se pusiera de nuevo en marcha.
Hal negó con un gesto.
—No, vivo en Londres. Soy asesor de inversiones, aunque he renunciado al puesto que tenía. —Vaciló—. La verdad es que estaba harto, antes incluso de que sucediera esto. Trabajaba catorce horas al día, siete días a la semana. Ganaba una pasta, desde luego, pero no tenía tiempo para gastármela.
—¿Tienes más familia aquí? Es decir, ¿tienes parientes en esta parte de Francia?
—No, no tengo ningún familiar por estos pagos. Soy inglés de los pies a la cabeza.
Meredith calló un instante.
—Y ahora, ¿qué planes tienes? —Él se encogió de hombros—. ¿Te quedarás en Londres?
—No lo sé —repuso—. La verdad es que no lo creo.
Meredith dio otro sorbo de vino.
—Debussy —soltó Hal de repente, como si sólo en ese momento hubiera comprendido lo que ella había dicho antes—. Me avergüenza reconocerlo, pero no sé absolutamente nada de él.
Meredith sonrió, aliviada al comprobar que al menos él iba a hacer un pequeño esfuerzo.
—No hay motivo para que sepas nada —dijo ella.
—¿Tuvo algo que ver con esta parte de Francia?
Meredith rió.
—Más bien poco —dijo—. En agosto de 1900 Debussy escribió una carta a un amigo, diciéndole que iba a enviar a Lilly, su esposa, a un balneario de montaña, para que convaleciera después de una operación quirúrgica. Si se lee entre líneas, se da uno cuenta de que fue un aborto. Hasta la fecha, nadie ha probado que fuera una cosa u otra. Y si Lilly vino en efecto a este paraje, no permaneció mucho tiempo, porque en octubre había regresado a París.
Hal hizo una mueca.
—Es posible, desde luego. Ahora resulta difícil de imaginar, pero tengo entendido que Rennes-les-Bains era un lugar muy popular en aquel entonces. Venía mucha gente a pasar las vacaciones.
—Desde luego que lo era —dijo Meredith—. Sobre todo entre los parisinos. Y se debía, al menos en parte, a que era un balneario que no se dedicaba al tratamiento de una sola clase de enfermedad. Había balnearios especializados en el tratamiento del reumatismo y otros, como Lamalou, recomendables para quienes tenían sífilis.
Hal enarcó las cejas, pero no pareció dispuesto a entablar esa clase de conversación.
—Pues me parece que es un esfuerzo enorme —dijo al cabo— venir hasta aquí sólo en busca de algo tan improbable como averiguar si Lilly Debussy pasó unas semanas en esta parte del mundo. ¿Es tan importante en el esquema general del libro?
—Si quieres que te sea sincera, no, la verdad es que no —respondió, sorprendida de haberse puesto tan a la defensiva. Fue como si, de pronto, el auténtico motivo por el que había ido a Rennes-les-Bains resultara dolorosamente transparente—. Pero sería una investigación realmente original, sería algo que nadie ha podido explicar. Y ésos son los detalles que pueden inclinar la balanza, las cosas que sirven para que un libro sobresalga por encima de todos los demás. —Hizo una pausa—. Y además es un periodo muy interesante en la vida de Debussy. Lilly Texier sólo tenía veinticuatro años cuando él la conoció. Trabajaba de modelo. Se casaron al año siguiente, en 1899. Debussy dedicó muchas de sus obras a amigos, amantes y colegas, y es innegable que el nombre de Lilly no figura en muchas partituras, ya sean canciones o piezas para piano.
Meredith se dio cuenta de que estaba hablando por hablar, pero se encontraba embebida en su propia historia, que con tanta pasión vivía, y no pudo callarse. Se acercó un poco más hacia él.
—Desde mi punto de vista, Lilly estuvo con Debussy en los años cruciales, los años previos al estreno de la única ópera que compuso, Pelléas et Mélisande, en 1902. Fue la época en que su suerte, su reputación, su estatus cambiaron para siempre, y cambiaron a mejor. Lilly estuvo a su lado cuando por fin se consagró. Supongo que eso tiene que explicar algo. —Calló para recobrar el aliento y vio que por vez primera desde que habían empezado a charlar Hal estaba sonriendo—. Perdona —dijo, y cambió de expresión—, me he dejado llevar por el entusiasmo, no era mi intención darte la lata. Es una mala costumbre, me empeño en suponer que todo el mundo tiene el mismo interés que yo en esta historia.
—Creo que es sensacional que vivas algo con tanta pasión —dijo él en voz baja.
Sorprendida por el cambio de tono, Meredith lo miró de pronto y vio sus ojos azules clavados en ella con total firmeza. Con azoramiento, notó que se estaba sonrojando.
—La verdad es que el proceso de investigación me gusta más que la escritura en sí —puntualizó a toda prisa—. La exploración mental, la obsesión por las partituras antiguas, los artículos de prensa y las cartas que una desempolva aquí y allá, tratando de devolverlo todo a la vida, o de dar vida a una simple instantánea del pasado… Todo es cuestión de reconstrucción, de contexto, de saber situarse bajo la piel de un tiempo y de un lugar distintos, aunque con la ventaja de quien lo ve todo desde más adelante.
—Un trabajo detectivesco.
Meredith le lanzó una mirada interrogante, sospechando que en realidad estaba pensando en otra cosa, pero él siguió a lo suyo.
—¿Cuándo esperas terminar?
—Tengo que entregar el manuscrito en abril del año que viene. De momento ya tengo material más que de sobra. Todos los artículos de tipo académico que se han publicado en los Cahiers Debussy, además de las Oeuvres completes de Claude Debussy, y tengo anotadas todas las biografías que se han publicado. Además, resulta que Debussy fue un prolífico autor epistolar, que escribía por si fuera poco para un periódico, el Gil Blas, y que publicó también unas cuantas reseñas en La Revue Blanche. Puedes nombrar cualquier texto suyo, te aseguro que los he leído todos.
Se volvió a sentir culpable al caer en la cuenta de que había vuelto a cometer el mismo error, de que había seguido charlando sin cesar, cuando él estaba pasando por un momento tan delicado. Lo miró de reojo pensando en pedirle disculpas por ser tan insensible, pero algo se lo impidió. La expresión aniñada de su rostro le recordó de improviso a alguien. Se estrujó el cerebro, pero no alcanzó a acertar de quién podía tratarse.
Notó que se apoderaba de ella una ola de cansancio. Miró a Hal, que seguía perdido en sus propios pensamientos, en su estado depresivo. Se notó falta de energía para dar más cuerda a la conversación. Era hora de retirarse.
Bajó del taburete y recogió sus cosas.
Hal pareció despertar dando un respingo.
—Oye, no te irás a marchar ya…
Meredith le sonrió como si pidiera disculpas.
—Ha sido un día muy largo.
—Pues claro que ha sido un día muy largo. —Bajó él también de su taburete—. Mira —le dijo—, ya sé que esto seguramente te parecerá un desastre, no sé, pero a lo mejor, en fin…, si mañana estuvieras por aquí, tal vez podríamos salir o vernos para tomar una copa, ¿te parece?
Meredith pestañeó primero con placer, después con indecisión.
Por una parte, Hal le había gustado. Era apuesto, tenía encanto y, además, necesitaba compañía. Por otra, era preciso que se concentrase al máximo en tratar de averiguar todo lo posible sobre su familia biológica, y eso era algo que necesitaba hacer en privado. No quería que alguien le pisara los talones durante todas sus pesquisas. Y además oyó la voz de Mary en su interior, la oyó avisándola de que no sabía nada de ese chico.
—Claro que… si estás ocupada… —empezó a decir él.
Fue el tono soterrado de decepción que notó en su voz lo que la llevó a decidirse. Además, aparte del tiempo que había pasado con Laura cuando le echó las cartas, durante la lectura del tarot, y tampoco es que esos minutos, por largos que fueran, supusieran gran cosa, no había mantenido con nadie una conversación de más de un par de frases en varias semanas.
—Claro —se oyó decir—. Sí, ¿por qué no?
Hal sonrió, esta vez como es debido, y se le transformó la cara.
—Estupendo.
—Pero te advierto que pensaba marcharme bastante temprano. A hacer investigaciones.
—Podría acompañarte —le propuso él—. A lo mejor te puedo servir de ayuda, al menos en alguna cosa. No es que me conozca la región como la palma de mi mano, pero he venido unas cuantas veces durante los últimos cinco años.
—Es posible que te resulte aburrido.
Hal se encogió de hombros.
—No me importa el aburrimiento, seguro que no es para tanto. ¿Tienes una lista de los lugares que quieres visitar?
—Había pensado más bien en hacerlo sobre la marcha. —Calló un instante—. En realidad, tenía la esperanza de encontrar algo en los viejos edificios del balneario de Rennes-les-Bains, pero he visto que están cerrados todo el invierno. Había pensado en ir al ayuntamiento por ver si allí alguien me pudiera echar una mano.
A Hal se le nubló el semblante.
—Son unos inútiles —dijo malhumorado—. Hablar con ellos es como darse de cabezazos contra la pared.
—Lo siento —se disculpó ella velozmente—. No era mi intención recordarte…
Hal dio una sacudida brusca con la cabeza.
—No, perdóname tú, es culpa mía. —Suspiró y volvió a sonreírle—. Tengo una sugerencia que hacerte. Teniendo en cuenta el periodo histórico en que te mueves debido a tu interés por Lilly Debussy, es posible que encuentres alguna cosa de utilidad en el museo de Rennes-le-Cháteau. Yo sólo he estado una vez, pero recuerdo que ofrece al visitante… ¿cómo decir? Pues una crónica bastante buena de cómo pudo haber sido la vida en esta zona durante aquellos años.
Meredith sintió que la excitación la embargaba de pronto.
—Suena de maravilla.
—¿Nos vemos en la recepción a las diez? —propuso él.
Meredith titubeó, pero decidió que estaba siendo excesivamente cautelosa.
—De acuerdo —dijo—. A las diez, perfecto.
Se puso en pie, se inclinó hacia él y le dio un veloz beso en la mejilla.
—Buenas noches.
Meredith asintió.
—Hasta mañana.