Capítulo 31

¿Se puede saber qué demonios te pasa? —inquinó Julián Lawrence.

—¿Cómo que qué me pasa? —gritó Hal—. ¿Qué es lo que quieres decir con esa pregunta? Acabo de enterrar a mi padre. Aparte de eso, ¿te crees que me pasa alguna cosa más?

Cerró con toda su fuerza la portezuela del Peugeot y echó a caminar hacia la escalera, quitándose a la vez la corbata y guardándosela en el bolsillo de la chaqueta.

—Baja la voz —le chistó su tío—. Espero que no montemos otra escena, por favor. Por esta noche ya es más que suficiente.

Cerró el coche y siguió a su sobrino a través del aparcamiento y por la entrada principal del hotel.

—¿A qué diablos estás jugando, y más delante de todo el pueblo, eh?

Desde lejos, parecían padre e hijo embarcados en una especie de cena formal, juntos los dos. Vestidos con elegancia, traje negro y zapatos abrillantados. Sólo la expresión de sus rostros y los puños apretados de Hal indicaban el odio que se tenían el uno al otro.

—Eso es todo lo que te importa, ¿no? —le gritó Hal—. Todo lo que realmente te preocupa es tu reputación. Lo que piensen los demás. —Se dio unos golpes con el dedo índice en la cabeza—. ¿Todavía no te ha entrado en la cabeza, en esa cabeza que tienes llena de serrín, que era tu hermano, que era mi padre? Mucho dudo que tengas conciencia de ello.

Lawrence alargó el brazo y puso la mano sobre el hombro de su sobrino.

—Mira, Hal —le dijo en un tono más suave—. Entiendo que estés trastornado. Todos lo entendemos, es lo más natural. Pero ponerse a lanzar acusaciones sin pies ni cabeza no te ayudará a nada. Si acaso, esa actitud sólo empeora las cosas. Hay quien empieza a pensar que tal vez tengan algún fundamento tus alegaciones. —Hal trató de desembarazarse de la mano que lo sujetaba, pero su tío apretó con más fuerza—. Todo el pueblo, la comisaría, el ayuntamiento, todo el mundo te ha mostrado sus condolencias por la pérdida que has sufrido. Y tu padre, creo que eso lo tienes claro, era una persona muy apreciada, pero si insistes…

Hal dio un paso hacia él.

—¿Me estás amenazando? —Sacudió el hombro para soltarse de la mano de su tío—. ¿Es una amenaza?

A Julián Lawrence se le bajaron los párpados sobre los ojos. Desapareció la compasión, la ternura, la afectuosidad del familiar. En su lugar, aparecieron la irritación y algo más. El desprecio.

No seas ridículo, por favor —le dijo con frialdad—. Por Dios, ármate de valor y pórtate como un hombre. Tienes veintiocho años, ya no eres un niño mimado en un colegio privado. —Entró en el hotel—. Tómate una copa y que duermas bien —le dijo por encima del hombro—. Ya hablaremos mañana por la mañana. Hal pasó de largo.

—No hay más que hablar, y tú lo sabes —replicó—. Sabes muy bien lo que pienso. Por mucho que digas, por mucho que hagas, no voy a cambiar de opinión.

Se volvió en redondo y se dirigió al bar. Su tío aguardó unos momentos y lo miró hasta que la puerta de cristal golpeó cerrándose entre los dos.

Entonces se dirigió al mostrador de recepción.

—Buenas noches, Eloise. ¿Todo en orden? Está todo muy tranquilo esta noche. —Le sonrió con simpatía—. Qué complicados son siempre los funerales, ¿verdad?

Él puso los ojos en blanco.

—No te puedes hacer ni idea —dijo él. Dejó caer las manos sobre la mesa, entre los dos—. ¿Algún mensaje?

—Sí, sólo uno —respondió ella, y le entregó un sobre blanco—. Pero en la iglesia todo fue como estaba previsto, ¿verdad?

Él asintió sin sonreír.

—Todo lo bien que cabía esperar en estas circunstancias.

Miró el sobre escrito a mano. Una lenta sonrisa se extendió en su rostro. Era la información que llevaba tiempo esperando acerca de una cámara de enterramiento de la época de los visigodos que se había descubierto en Quillan y que Julián tenía la esperanza de que encerrase alguna información de cierta relevancia de cara a sus propias excavaciones en el Domaine de la Cade. El yacimiento de Quillan estaba sellado, no se había publicado ningún inventario.

—¿A qué hora ha llegado esto, Eloise?

—A las ocho en punto, monsieur Lawrence. Lo han traído en mano.

Tamborileó con los dedos sobre el mostrador.

—Excelente. Gracias, Eloise. Que pases una buena noche. Estaré en mi despacho si alguien me necesita.

—De acuerdo —sonrió ella, aunque él ya se había dado la vuelta.