Capítulo 17

Meredith vagó por las calles de París sin el menor sentido del tiempo, con las cartas del tarot en las manos, en su estuche de seda negra, sintiéndose como si en cualquier momento pudieran explotar y llevársela a ella por delante. No las quería, a pesar de lo cual empezó a darse cuenta de que no iba a ser capaz de librarse de ellas.

Sólo cuando oyó las campanas de la iglesia de Saint-Gervais dar la una, se dio cuenta de que faltaba poco para que perdiese su avión a Toulouse.

Meredith se rehízo. Llamó un taxi y dijo a gritos al taxista que le daría una buena propina si la llevaba rápido, con lo que aceleró internándose en el tráfico.

Llegaron a la calle Temple en diez minutos justos. Meredith se lanzó casi en marcha, dejando el taxímetro correr, y entró veloz en el vestíbulo del hotel, para subir las escaleras y entrar en su habitación. Echó al bolso las cosas que iba a necesitar, agarró sobre la marcha el ordenador portátil y el cargador, y bajó a la carrera. Dejó en manos del conserje lo que no se iba a llevar y le confirmó que estaría de regreso en París al final de la semana para pasar otras dos noches, y sobre la marcha entró en el taxi y salieron a toda velocidad hacia el aeropuerto de Orly.

Llegó con sólo quince minutos de margen.

En todo momento Meredith se estuvo moviendo con el piloto automático. Su eficacia y su organización se pusieron en marcha, aunque no mostró verdadero afán en lo que hacía, por estar con la cabeza en otra parte. Frases a medias recordadas, ideas que había captado, sutilezas que se le habían escapado irremisiblemente. Todo lo que Laura había dicho.

Cómo me hizo sentirme.

Sólo cuando pasó el control de seguridad, Meredith cayó en la cuenta de que, con las prisas angustiosas por salir de aquella pequeña estancia, se le había olvidado pagarle a Laura por la sesión. Sintió que la invadía una oleada de vergüenza. Deduciendo que había estado allí como mínimo una hora, tal vez cerca de dos, mentalmente tomó nota de enviarle el dinero pactado y una cantidad adicional en cuanto llegase a Rennes-les-Bains.

Sortilege. El arte que consiste en ver el futuro en las cartas.

Cuando despegó el avión, Meredith sacó el cuaderno de su bolso y se puso a anotar todo lo que acertó a recordar. Un viaje. El Mago y El Diablo, los dos con los ojos azules, ninguno merecedor de toda confianza. Ella misma como agente de la justicia. Todos los ochos.

Al volar el 737 por el cielo azul de Francia, sobrevolando el Macizo Central, persiguiendo al sol con rumbo sur, Meredith escuchó la Suite Bergamasque de Debussy con los auriculares puestos, y escribió hasta que tuvo dolor en el brazo, llenando una tras otra las páginas de su cuaderno con notas atildadas, con esquemas sucesivos. Las palabras de Laura resonaban una y otra vez en su cabeza, como si hubiesen formado una especie de bucle que se superpusiera a la música.

Las cosas discurrían entre el pasado y el presente.

Y en todo momento, como si fuera un invitado indeseado, la sombra de las cartas acechaba en su bolso, en el compartimento del equipaje, encima de su cabeza.

El Libro de las Estampas del Diablo.