—¿Nos quedamos entonces con la baraja de Bousquet? —preguntó Laura—. Es evidente que has sentido que tienes alguna conexión con ella.
Meredith bajó la mirada. Los dorsos de las cartas le recordaban la casa de Mary en Chapel Hill sin que acertase a saber ni cómo ni por qué. Los colores del verano y del otoño parecían mezclados unos con otros. Qué distinto de los tranquilos suburbios de Milwaukee en los que se había criado de niña.
Asintió.
—De acuerdo.
Laura retiró de la mesa las otras tres barajas y el folleto.
—Como ya sugerí antes, voy a hacer una lectura más bien general de lo que nos digan las cartas —le indicó—. Las echaré de acuerdo con mi propia versión de la Cruz Celta, una lectura en la que se emplea toda la baraja, pero se leen sólo diez caras, con arcanos menores y arcanos mayores. Nos dará una excelente panorámica del punto en que te encuentras, de lo que te ha ocurrido en el pasado inmediato y de lo que puede depararte el futuro.
Así que volvemos al territorio de las locuras.
Sólo que ahora Meredith descubrió que sí deseaba saber lo que fuera.
—Cuando se imprimió el Tarot de Bousquet, a finales del siglo XIX, las lecturas del tarot seguían siendo algo misterioso, dominado por las cábalas y la élite. —Laura sonrió—. Hoy las cosas han cambiado. Los modernos echadores de cartas aspiramos a dar un poder a quienes nos consultan, pretendemos darles las herramientas, o la valentía, si quieres, para que se transformen y transformen sus vidas. Una lectura tendrá más valor si el que hace la consulta afronta sus motivos ocultos o sus patrones inconscientes de conducta.
Meredith asintió, y así hizo saber a Laura que estaba dispuesta a todo.
—Lo malo de esta opción es que existe una variedad casi infinita de interpretaciones posibles. Habrá quien te diga, por ejemplo, que si aparece una mayoría de arcanos mayores en una lectura es indicio de que las fuerzas que operan están fuera de tu control, mientras que si son mayoría los arcanos menores se puede pensar que el destino está en tus manos. Todo lo que te puedo aconsejar antes de que empecemos es que yo por lo menos me tomo la lectura como guía de aquello que podría pasar, pero que no tiene por qué pasar necesariamente.
—Entendido.
Laura puso las cartas de la baraja boca abajo en la mesa, entre ellas dos.
—Barájalas bien, Meredith. No tengas prisa. Y mientras lo haces, piensa en qué es lo que más deseos tienes de descubrir, qué es lo que hoy te ha traído aquí. Hay personas que descubren que en esto les sirve de ayuda cerrar los ojos.
Entraba una brisa ligera por la ventana abierta, todo un alivio después de la humedad de antes. Meredith notó que la brisa le acariciaba la cara. Extendió las manos, tomó las cartas y comenzó a barajar. Poco a poco, el presente fue alejándose de su conciencia y se extravió en el movimiento repetitivo de sus manos.
Fragmentos de recuerdos, imágenes y rostros, fueron flotando en su ánimo en tonos sepia y gris, y luego se disolvieron. La belleza y la vulnerabilidad de su madre. Louisa sentada ante el piano. El hombre joven, de aspecto tan serio, vestido con uniforme militar en tonos sepia.
Toda la familia a la que nunca había conocido.
Por un instante, Meredith tuvo la sensación de flotar ingrávida. La mesa, las dos sillas, los colores, ella misma, todo lo vio desde otra perspectiva.
—Muy bien. Cuando estés lista, abre los ojos. —La voz de Laura llegó desde muy lejos en ese momento, como si la oyera y no la oyera, como el sonido de la música después de que termina de resonar la nota.
Meredith pestañeó en el momento en que la habitación pareció agolparse para recibirla de nuevo, borrosa al principio, algo más luminosa que antes.
—Ahora, pon la baraja sobre la mesa y corta en tres montones utilizando la mano izquierda.
Meredith obedeció.
—Ahora pon las cartas juntas de nuevo, pero con el montón de en medio encima, luego el primero y finalmente el último. —Notó que Laura esperaba a que hubiera terminado—. Muy bien, la primera carta que saques ahora es lo que llamamos el significador. En esta lectura, es la carta que te representará a ti, a quien hace la consulta, la persona que eres en estos momentos. El sexo de la figura que salga no tiene importancia, porque cada carta lleva consigo cualidades y características arquetípicas tanto masculinas como femeninas.
Meredith sacó una carta del centro de la baraja y la colocó boca arriba.
—«La Fille d’Épées» —dijo Laura—. La Hija de las Espadas. Las espadas corresponden al aire, recuerda, al intelecto. En el Tarot de Bousquet, La Hija de las Espadas es una figura poderosa, una pensadora, alguien que tiene fuerza. Al mismo tiempo, es alguien que tal vez no tenga una plena conexión con los demás. Esto se puede deber a su juventud; la carta a menudo indica a una persona joven, pero también puede deberse a las decisiones tomadas. A veces puede indicar que uno está al comienzo de un viaje.
Meredith miró la imagen de la carta. Una mujer menuda y esbelta, con un vestido rojo hasta la rodilla, el cabello liso, negro, hasta los hombros. Parecía una bailarina. Sostenía la espada con ambas manos, no exactamente amenazante, ni como si fuera ella una amenaza, sino más bien como si protegiera algo. A su espalda, un risco de montaña sobresalía en un cielo azul con nubes blancas.
—Es una carta activa —explicó Laura—, una carta positiva. Una de las pocas cartas inequívocamente positivas de todas las de espadas.
Meredith asintió. Lo vio perfectamente.
—Saca otra —propuso Laura—, y la pones junto a «La Fille d’Épées», un poco más abajo, a tu izquierda. Esa segunda carta denota tu situación tal como es ahora, el entorno en que trabajas o en que vives en el momento presente, las influencias que operan sobre ti.
Meredith la colocó en su sitio.
—El Diez de Copas —dijo Laura—. Las copas corresponden al agua, a las emociones. También es una carta positiva. El diez es el número de la compleción. Marca el final de un ciclo y el comienzo de otro. Nos hace pensar que te encuentras ahora en un umbral, que estás lista para seguir adelante y para introducir cambios en la posición actual, que ya es una posición de cumplimiento, de plenitud. Es una indicación de los tiempos por venir.
—¿A qué clase de umbral te refieres?
—Podría ser el trabajo, podría ser tu vida personal, o ambas cosas. Todo se irá despejando más a medida que avancemos en la lectura. Vuelve a sacar.
Meredith tomó una tercera carta de la baraja.
—Colócala abajo y a la derecha del significador —le indicó Laura—. Esta indica los posibles obstáculos que te encontrarás en el camino. Cosas, circunstancias, incluso personas que podrían impedirte que sigas adelante, o que hagas cambios, o que logres tu objetivo.
Meredith volvió la carta y la colocó sobre la mesa.
—«Le Pagad» —dijo Laura—. Carta I, El Mago. «Pagad» es un vocablo arcaico que se emplea en el Tarot de Bousquet, pero no en muchos otros.
Meredith miró a fondo la imagen.
—¿Representa a una persona?
—Por lo común, sí.
—¿Alguien en quien se puede confiar?
—Eso depende. El propio nombre da a entender que El Mago puede estar de tu parte, pero también puede estar en contra de ti, da igual que sea hombre o mujer. Muchas veces es alguien que actúa como poderoso catalizador para una transformación, aunque con esta carta siempre hay que tener en cuenta la posibilidad de un truco, de un engaño, o de completar un juicio sólo con la intuición. El Mago tiene control sobre todos los elementos, el agua, el aire, el fuego y la tierra, y sobre los cuatro símbolos del tarot, bastos, espadas, copas y pentágonos. Su apariencia misma indica a una persona que tal vez podría emplear su habilidad con el lenguaje, o con el conocimiento, y hacerlo en tu beneficio. Asimismo, podría emplear los mismos dones para ponerte obstáculos.
Meredith observó el rostro de la carta. Ojos azules y penetrantes.
—¿Hay alguien en tu vida que a tu entender pueda desempeñar ese papel?
Negó con un gesto.
—No, no que se me ocurra ahora.
—Podría ser alguien procedente del pasado, alguien que, aunque no esté presente en tu vida de hoy en día, aún sigue teniendo alguna clase de influencia sobre ti y sobre la manera en que te ves. Alguien que, a pesar de su ausencia, tiene una influencia negativa. O bien alguien a quien aún has de conocer. O, del mismo modo, alguien a quien conoces, pero cuyo papel en tu vida aún no ha empezado a ser capital.
Meredith volvió a mirar la carta, atraída por la imagen y las contradicciones que se contenían en ella, deseosa de que significara algo. No se le ocurrió nada. No le vino nadie a la cabeza.
Sacó una nueva carta. Esta vez su reacción fue bien distinta. Notó una súbita emoción, una emoción cálida. La imagen era la de una muchacha joven que estaba de pie junto a un león. Sobre su cabeza, el símbolo del infinito como si fuera una corona. Llevaba un vestido formal, anticuado, con mangas abullonadas, de un extraño azul verdoso. El cabello cobrizo le caía formando amplios rizos hasta la espalda, hasta una fina cintura. Exactamente igual, comprendió Meredith de pronto, a la imagen que siempre había supuesto que tuvo que servir de inspiración para la pieza de Debussy titulada La demoiselle élue, la doncella elegida, a medias de Rossetti, a medias de Moreau.
Al recordar lo que había dicho Laura, Meredith no tuvo ninguna duda de que esa ilustración podría haber estado basada en una persona en concreto. Leyó el nombre que figuraba en la carta: «La Forcé», La Fuerza. Número VIII. Tenía unos ojos verdísimos, de gran viveza.
Y cuanto más la miraba, más segura estuvo de que había visto esa imagen, u otra muy similar, en una fotografía, en un cuadro o en un libro. Una locura. Obviamente, no era posible. Pero a pesar de todo la idea arraigó en ella.
Meredith miró a Laura.
—Háblame de ésta —le dijo.