Parece haber consenso en que la filosofía está actualmente enferma. Incluso, hay quienes hablan de la muerte de la filosofía. Creo que esto último es absurdo, puesto que ninguna persona pensante puede evitar por completo la filosofía. Piénsese en los conceptos de realidad, verdad y valor, o en los principios de que el mundo exterior es real, que hay verdades accesibles, y que algunos valores son objetivos y transculturales. O en las negaciones de estos principios filosóficos.
Lo que sí es verdad es que la filosofía académica se ha tornado bastante caduca. Está obsesionada con su propio pasado, se muestra suspicaz frente a nuevas ideas, sólo tiene ojos para sí misma, es ajena a los problemas del mundo y, por ende, es de poca o ninguna ayuda para resolver la mayoría de los problemas a los que se enfrenta la gente común. De allí la palabra crisis en el título de este libro. Suficiente en cuanto a las malas noticias.
La buena noticia es que la filosofía ha atravesado crisis anteriormente y, cada vez, las ha superado. Por ejemplo, entró en crisis a comienzos de la era cristiana, a comienzos del período moderno y durante la Contra ilustración. Las tres crisis quedaron superadas en su momento por medio de ideas nuevas y trabajo duro. En el siglo XIII, Tomás de Aquino superó la primera crisis, por un tiempo, sobre todo gracias a su vindicación de la razón y a su gnoseología realista. En el siglo XVI, el estrecho contacto con las ciencias renacidas y las ciencias recién nacidas dio lugar a una nueva cosmovisión secular y pre científica. Y en el siglo XIX, algunos lógicos impulsados por el explosivo desarrollo de la matemática, resucitaron la lógica y elaboraron algunas de las herramientas formales necesarias para realizar análisis filosóficos exactos.
Cada vez que la filosofía pareció encontraran callejón sin salida, se llevaron a cabo intentos de reconstruirla. Baste mencionar el cartesianismo, el espinozismo, el leibnizismo, el empirismo clásico, el kantismo, el hegelianismo, el materialismo dialéctico, el pragmatismo, la fenomenología, el positivismo lógico y la filosofía del lenguaje, Además, se hizo buen trabajo al margen de las escuelas y sobre muchos problemas restringidos. Entre ruinas pueden crecer flores hermosas. Pero bosques no.
Vale la pena hacer buena filosofía, porque ésta brinda una posición favorable para el estudio de cualquier cosa, sea un objeto concreto o una idea abstracta. En efecto, aunque la buena filosofía quizá no vea el mundo, ayuda a observarlo, del mismo modo que la mala filosofía obstaculiza la visión de ideas y cosas, al negar que alguna de éstas lexista, o al afirmar que se las puede comprender sin el auxilio de la razón o la experiencia.
Si la buena filosofía es va losa y, en estos momentos, también escasa, entonces debe ser reconstruida. ¿Qué materiales y qué herramientas deberíamos utilizar para reedificar la filosofía? Sugiero que los materiales —la sustancia— son los que proveen la ciencia y la tecnología, así como la historia de la filosofía; y las herramientas —la forma— las brindan la lógica y la matemática. Ésta es al menos la clase de filosofía que me gusta; una que sea capaz de plantear preguntas filosóficas interesantes, a la luz del mejor conocimiento fáctico disponible y con la ayuda de las herramientas formales elaboradas por la ciencia formal. Unos pocos ejemplos aclararán en qué estoy pensando.
Tómese, por ejemplo, el venerable problema ortológico de la naturaleza del espacio y el tiempo. Hay dos concepciones principales acerca de estos intangibles; la subjetivista y la objetivista. Dado que la ciencia y la tecnología tratan al espacio y al tiempo como aspectos reales del mundo, la concepción subjetivista puede ser descartada como una extravagancia filosófica. Existen, sin embargo, dos concepciones realistas del espacio y el tiempo. Una de ellas postula que espacio y tiempo existen por sí mismos (teoría absolutista) y la otra sostiene que ambos constituyen la estructura básica del ser y el devenir (teoría relacional). Esta cuestión no es ociosa. En efecto, considérese la denominada expansión del universo. Sólo podría haber un movimiento tal del universo como totalidad sí éste fuese finito y si el espacio y el tiempo fuesen el escenario inmutable en el cual se desarrolla el drama cósmico. Pero si, en cambio, espacio y tiempo sólo existen como relaciones entre cosas y sucesos, entonces el universo, aun suponiendo que fuese finito, no tendría adonde ir. En este caso, debemos atenernos a las pruebas astronómicas y hablar de la recesión mutua de las galaxias, antes que de la expansión del universo.
Nuestro siguiente caso es la cuestión del enfoque más fructífero para el problema de la naturaleza de la mente. Actualmente, los enfoques más de moda entre los filósofos son dos; el del lenguaje y el de las computadoras. Los supuestos subyacentes respectivos son que el lenguaje es el espejo de la mente y que la mente funciona como una computadora, es decir, sólo con símbolos y según reglas de cómputo (algoritmos). Estos supuestos han alentado la fusión de tres campos bajo el nombre de ciencia cognitiva: una psicología cognitiva que ignora al cerebro, su desarrollo y su evolución, la informática y la lingüística. La neurociencia y la biología evolutiva han sido excluidas de esta compañía, tomando como base el tradicional supuesto tácito de que la mente es inmaterial y que el cerebro es, a lo sumo, un instrumento del yo; eso que «promuévelo *media» las funciones mentales. Sostengo que este enfoque para el problema de la mente, descerebrado y pre evolucionista, es erróneo; está demasiada cerca del pensamiento mágico, la teología y la filosofía idealista como para merecer el apelativo de científico. Lo que a su vez explica su esterilidad, particularmente en comparación con los espectaculares descubrimientos recientes de la neurociencia cognitiva, la neurolingüística y la neurología. Una de las hipótesis fundamentales de estas disciplinas es que los procesos mentales son procesos cerebrales, por lo cual han evolucionado con el cerebro y la sociedad. Otra de esas hipótesis es que el lenguaje no es una capacidad separada sino inicial mente un subproducto y luego un compañero de la cognición, de modo que se desarrolla en un cerebro incluido socialmente y no en la mítica mente inmaterial.
Tómese, finalmente, el problema de la naturaleza, de los valores y las normas morales. ¿Son subjetivos todos los juicios di valor y, por consiguiente, se hallan más allá de la verdad y el error? ¿Están todas las normas morales limitadas a ciertos grupos sociales T épocas? La respuesta afirmativa es, por cierto, la del sentido común, así como la de los filósofos, antropólogos y sociólogos relativistas. Estos estudiosos señalan los bien conocidos hechos de que no hay dos sociedades que compartan exactamente el mismo código moral, y que las percepciones acerca de lo que es valioso y justo cambian con el tiempo. La respuesta obvia es que, si eso fuese verdad, ¿cómo se explica que la gran mayoría de la gente de todos los tiempos haya valorado la vida, la amistad, la lealtad, la justicia, la reciprocidad, la buena voluntad, el conocimiento, la libertad, la paz, etcétera? ¿Y por qué ha habido algunas personas que han arriesgado su posición social, su libertad o incluso su vida para defender, promover o expandir tales valores? Por ejemplo, ¿qué fue, si no la creencia en ciertos valores y normas universales, lo que motivó, o al menos justificó, a los revolucionarios estadounidenses y franceses? ¿Acaso no consideraban esos valores como objetivos y universalizables? En otras palabras, ¿quién tiene razón: el relativista o el universalista? ¿A quién deberíamos seguir en esta cuestión: a los románticos Nietzsche, Mussolini y los posmodernos, o a Descartes, Spinoza, la Ilustración, Kant y Einstein? ¿Y cómo deberíamos buscar la respuesta correcta Hasta pregunta: por medio de gritos, codazos y negociaciones, o a través del debate racional, con ayuda de los descubrimientos científicos acerca de la importancia de ciertos valores y normas para la supervivencia, la coexistencia, el bienestar y el progreso? ¿Y por qué deberíamos preferir alguno de estos enfoques alternativos? ¿Existe alguna buena razón conceptual o práctica a favor de alguno de ellos? Éstas son preguntas típicamente filosóficas. Y de seguro cualquier respuesta a ellas será, ya sea valiosa, ya sea perjudicial desde el punto de vista social, además de ser intelectualmente satisfactoria o insatisfactoria.
Esto basta como muestra al azar de preguntas filosóficas que merecen ser discutidas de manera clara, con ayuda de algunas herramientas formales y a la luz del conocimiento científico disponible, antes que descuidadamente y de acuerdo con la superstición. Se hallarán más preguntas en este libro, Su lectura debería ser como subir por una suave rampa. En efecto, comienzo con un tema popular, el impacto de la revolución informática, y avanzo lentamente hacia un diagnóstico de las enfermedades de la filosofía actual y cómo tratarlas, A lo largo del camino se presentan y discuten los temas centrales del libro: el materialismo filosófico, el escepticismo, el cientificismo, el sistemismo, la ética humanística y sus rivales. Aunque estos temas puedan sonar sesudos, están implicados en muchas discusiones científicas, tecnológicas, políticas e incluso en discusiones de todos los días. Tanto es así, que la mayoría de los ejemplos del texto han sido tomados de estos campos. Este trabajo pretende mostrar que la filosofía no es un lujo, sino una necesidad del mundo moderno.
La mayor parte de los términos filosóficos que aparecen en este libro están elucidados en mi Dictionary of Philosophy (Bunge, 1999a). Y quienes se interesen por otros aspectos de mi filosofía, pueden consultar la compilación de Martin Mahner, Scientific Realism: Selected Essays of Mario Bunge (Mahner, 2001).
Estoy agradecido a mis hijos, Carlos y Silvia, así como a mi colaborador Martin Mahner, por sus críticas. También agradezco a Paul Kurtz, paladín del humanismo secular y malletts impostoribus,[1] por haberme invitado a contribuir con este volumen a las Prometheus Lectures Series. Por último, pero de ningún modo menos importante, estoy en deuda con Mary A. Read, por su soberbia revisión del original.
MARIO BUNGE
Department of Philosophy
McGill University