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Crisis y reconstrucción de la filosofía

Parece haber consenso en que la filosofía está enferma. Incluso, hay quienes sostienen que está muerta. La idea no es nueva: fue formulada por Comte y repetida por Nietzsche, más tarde por Wittgenstein, y en nuestros días por Rorty y otros. Más aún, hay toda una industria de la muerte de la filosofía. En particular, se multiplican los estudios sobre tres enemigos notorios de la filosofía; Nietzsche, Wittgenstein y Heidegger. Irónicamente, algunos profesores se ganan la vida enterrando, desenterrando y volviendo a enterrar a la filosofía: su actividad es más necrófila que filosófica.

La afirmación de que la filosofía ha muerto es falsa y su propagación es inmoral. La idea es falsa, porque todos los seres humanos filosofan a partir del momento en que cobran conciencia. Es decir, todos planteamos y debatimos problemas generales, algunos de ellos profundos, que trascienden las fronteras disciplinarias. Y la propagación profesional de la idea de que la filosofía ha muerto es inmoral, porque no se debe cultivar donde se considera que hay un cementerio.

La filosofía se halla lejos de estar muerta pero, en mi opinión, está estancada. De hecho, casi nadie propone nuevas ideas filosóficas correctas, ni menos aún nuevos sistemas filosóficos. Ya están lejanos los días dé las nuevas y excitantes grandes ideas filosóficas que se propagaban hacia otras disciplinas o, incluso, hacia el público. Hoy, casi todos los filósofos se dedican a enseñar, analizar, comentar o adornar las ideas de otros académicos. (Por ejemplo, un comentario sobre la discusión de Cicerón acerca del relato de Clitómaco sobre las concepciones de Carnéades probablemente sea considerado como la cumbre de la erudición). Otros se ocupan de juegos académicos frívolos, si bien ingeniosos. Pocos filósofos piensan en grande: la mayoría de ellos son escolásticos sin escuela. Pero si el panorama de la filosofía actual es efectivamente desolador, el filósofo auténtico intentará mejorarlo en lugar de limitarse a lamentar la decadencia.

En este capítulo empezaré por justificar mi afirmación de que la filosofía está en crisis. Luego intentaré encontrar las causas de la crisis. Finalmente, exploraré las opciones de quien se proponga reconstruir la filosofía.

10.1. La crisis

Para cerciorarse de que la filosofía está efectivamente en crisis, basta hacer un experimento sencillo: compárese lo que se aprende leyendo la producción filosófica reciente, con lo que se aprende leyendo el mismo número de artículos científicos recientes. Al cabo de una jornada de lectura dedicada a cada uno de los dos campos, probablemente se habrá aprendido mucha ciencia nueva y casi nada de nueva filosofía. Se verá no sólo que del taller filosófico provienen pocas ideas nuevas, sino que casi todas éstas son o bien falsas o carecen de interés.

Los ejemplos que siguen se inspiran en números recientes de prestigiosas revistas de filosofía. Pertenecen a las ramas principales de nuestra disciplina: lógica (L), semántica (S), gnoseología (G), ontología (O) y filosofía práctica (P). En cada caso presentaré un ejemplo de error burdo o juguete inútil, y uno de agujero o laguna.

L1 Predicado. Todo enunciado implica algún predicado (o atributo). Por ejemplo, en el enunciado anterior el predicado es la relación «implica». El concepto general de predicado suele tomarse como primitivo (sin definir) de la lógica de predicados o bien se lo define a la manera de Frege. Según éste, un predicado unitario (o monádico) como «está poblado», debe analizarse como una función que aplica un dominio de individuos al conjunto de valores de verdad. O sea, P: D {0, 1}, donde P representa al predicado, D a su dominio, y 0 y 1 simbolizan falsedad y verdad respectivamente. De acuerdo con lo anterior, el valor del predicado «es narigón» para el individuo Cyrano sería 1, o sea, verdad. Pero esto es absurdo: el valor en cuestión debe ser la proposición «Cyrano es narigón». O sea, el valor de P para c, donde c está en D debe ser Pc, lo cual es una proposición.

Sostengo, entonces, que el análisis correcto de un predicado es P: DQ, donde Q es el conjunto de todas las proposiciones que contienen el predicado P. (La generalización a predicados n-ádicos es P: A × B × … × NQ, donde × designa el producto cartesiano). Si se quiere incluir la verdad, habrá que introducir una función de valoración de verdad V, de Q al conjunto de valores de verdad, o sea, V: Q → {0,1}. La composición de las funciones V y P da lo que puede llamarse el correspondiente predicado de Frege F = V0P: D → {0,1}. Sin embargo, F es útil sólo para formar un diagrama conmutativo con P y V.

L2 Lógica modal. La lógica de posibilidad y necesidad, o lógica modal, sigue estando de moda. Fue creada hace siete décadas para resolver de un golpe dos problemas: el de definir la relación de deducción (a diferencia de la implicación) y el concepto ontológico de posibilidad. Pero, de hecho, no ha resuelto ninguno de ellos. En efecto, el concepto sintáctico de deducción (£) fue dilucidado por la lógica ordinaria y el concepto semántico () por la teoría de modelos. Los matemáticos, quienes actualmente están a cargo de la lógica, difícilmente hayan oído acerca del concepto de implicación estricta, del cual se esperaba que hiciera el trabajo de la deducción. En cuanto al concepto ontológico de posibilidad, la lógica modal lo abordó equivocadamente, ya que los operandos del operador modal (posiblemente) y sus compuestos, tales como ¬⋄¬ (necesariamente), son proposiciones, cuando deberían de ser hechos, ya que sólo éstos pueden ser realmente posibles. En cambio, las proposiciones pueden ser más o menos plausibles o verosímiles (relativamente a algún cuerpo de conocimiento), y más o menos verdaderas. Si alguna vez se piensa que es necesaria una teoría cualitativa de la posibilidad real, sus operadores modales tendrán que tratar de techos. En resolución, la lógica modal —la cual fue originalmente una empresa seria, aunque mal concebida— no ha cumplido ninguno de sus cometidos: no es sino un jeu d’esprit. Queda despachado un primer error.

S1 Concepción «semántica» de las teorías científicas. La palabra «modelo» no significa lo mismo en matemática que en las ciencias lácticas y en las tecnologías. En matemática, particularmente en la teoría de modelos, todo modelo lo es de una teoría abstracta (no interpretada), tal como la teoría de conjuntos o la teoría de grupos. Y el modelo de una teoría abstracta no es sino un ejemplo de ésta. Por ejemplo, el conjunto de todas las rotaciones de un plano en torno a un punto fijo es un modelo de la teoría de grupos, porque dos rotaciones se componen entre sí formando una tercera y toda rotación puede deshacerse si se la compone con su inversa. En cambio, en las ciencias fácticas y las tecnologías, un modelo teórico es una teoría de cosas concretas de una clase restringida, tal como la clase de los átomos de helio o la colección de los supermercados. Por consiguiente, los modelos teóricos tienen referentes reales, y son verdaderos o falsos en alguna medida. Sin embargo, la filosofía de la ciencia iniciada por Patrick Suppes y elaborada por Joseph Sneed, Wolfgang Stegmüller, Ulises Moulines y otros, se funda en la confusión de estos dos conceptos de modelo, la cual es tan burda como la confusión entre anillo algebraico y anillo matrimonial. En consecuencia, la concepción en cuestión pasa por alto la medula de la semántica, de las teorías científicas, que consiste en su referencia al mundo real, asunto sobre el cual volveremos luego.

S2 Referencia. Ninguna de las bien conocidas teorías semánticas, tanto en la filosofía como en la lingüística, contiene el concepto de referencia. Esto no es sorprendente, dada la falta de interés de gramáticos y filósofos del lenguaje por el mundo externo: el suyo es un mundo de palabras. Para peor, el concepto de referencia suele confundirse con el de extensión o cobertura. Sin embargo, la extensión de un predicado no es necesariamente lo mismo que su referencia. Por ejemplo, el predicado «es un fantasma» tiene una extensión vacía, aun cuando sus referentes pululan en la mitología popular. Para hallar la clase de referencia de un predicado debe empezarse por analizarlo cerno hicimos en L2.

Postulo que la clase de referencia de un predicado monádico P: AQ es su dominio A. O sea, R(P) = A. En cambio, la extensión del mismo predicado es E(P) = {x |Px}. La diferencia entre referencia y extensión se hace todavía más clara en el caso de un predicado n-ádico P: A × B × … × NQ. En tanto que su clase de referencia es un conjunto «achatado», su extensión es un conjunto con «puntas», o sea, un producto cartesiano. En efecto, en este caso R(P) = AB ∪ … ∪ N, en tanto que E(P) = {<a, b, c, …, n> |Pab…n}. Esto llena un escandaloso agujero en la semántica filosófica.

Más aún, mi propuesta permite averiguar qué teorías hay en las cercanías. Esto es particularmente útil en casos tan controversiales como las teorías relativista y cuántica, la teoría de la evolución y las teorías económicas. Por ejemplo, en lugar de afirmar dogmáticamente que la mecánica cuántica trata de experimentos o, incluso, de experimentadores, se analiza sus predicados clave, tal como el operador hamiltoniano. El resultado es que estos predicados tratan de cosas físicas tales como átomos, estén o no bajo observación. Así, la semántica filosófica cesa de ser un juego formal para convertirse en una herramienta útil para analizar teorías científicas y resolver algunas controversias filosófico-científicas. Incluso, en este sentido, es una lanza para matar al dragón constructivista-relativista, del cual trataremos a continuación.

G1 Constructivismo-relativismo. Ésta es la gnoseología inherente a la sociología, antropología y filosofía de la ciencia inspiradas por Thomas S. Kuhn y Paul K. Feyerabend y puestas de moda por David Bloor, Bruno Latour, Karen D. Knorr-Cetina, Thomas J. Pinch, Harry M. Collins, Steven Woolgar y otros colaboradores de la revista Social Studies of Science. Según ellos, los científicos no estudian la realidad, sino que la construyen; y no cooperan entre sí para comprenderla, sino que luchan por el poder. (De este modo, ponen de cabeza el análisis clásico de Robert K. Merton). Y, puesto que consideran que los hechos son construcciones convencionales, sostienen que hay tantas verdades como grupos sociales. O sea, la validez de toda pieza de conocimiento sería relativa al grupo, la sociedad o la circunstancia: no habría verdades universales o transculturales.

Esta caricatura de la ciencia no explica por qué los científicos realizan observaciones, mediciones, experimentos o análisis estadísticos; no explica el progreso de la ciencia, ni su universalidad, ni su éxito práctico en la tecnología. Sin embargo, a pesar de este completo fracaso, el constructivismo-relativismo está de moda, al menos en las facultades de humanidades de los países industrializados y sus imitadores. Una explicación sociológica de este hecho es excesiva. Sin embargo, conjeturo que tiene tres causas principales. Una es que atacar a la ciencia es más fácil que aprenderla; una segunda causa es que la doctrina concuerda con la actual resurrección de las filosofías de la Contrailustración, en particular el intuicionismo, el vitalismo, la fenomenología y el existencialismo; una tercera causa es que parece atacar los poderes que haya. El hecho de que algunos filósofos hayan saltado a este tren y la mayoría se haya quedado en silencio, indica que los partidos racionalista y realista son débiles.

G2 Reducción y fusión. Todo el mundo habla del reduccionismo, ya sea a favor, ya sea en contra, pero pocos parecen saber qué es exactamente. En efecto, la mayoría de los numerosos estudios sobre la reducción son inadecuados: aún no se a llevado a cabo un estudio detallado de casos particulares de reducción auténtica o putativa. (En particular, no existe un estudio satisfactorio acerca de los más antiguos y citados casos de reducción, a saber, aquéllos de la termodinámica clásica a la mecánica estadística y de la mecánica clásica a la mecánica cuántica). No es sorprendente, pues, que los estudios filosóficos hayan sido ineficaces para evaluar los proyectos de reducción más difundidos en la actualidad: el geneticismo («La biología es reducible a la genética y ésta a la química»), la neurociencia cognitiva («Los estados mentales son estados cerebrales») y el imperialismo económico («Todo lo social es económico y todo lo económico se reduce a relaciones de intercambio gobernadas por elecciones racionales»).

Un estudio adecuado de la reducción muestra que los casos genuinos de reducción radical, como los de la estática a la dinámica, de la óptica al electromagnetismo y de la termodinámica a la mecánica estadística, son raros. Las reducciones más frecuentes, tales como la de la química a la física o de la genética a la biología molecular, son moderadas o débiles, en el sentido de que exigen el agregado de hipótesis auxiliares. También debe decirse que aun los estudios más conocidos sobre la redacción sólo han tomado en cuenta el lado lógico de la cuestión, descuidando los aspectos ontológico y gnoseológico. Como consecuencia, no se ha comprendido que es posible la redacción ontológica sin una concomitante reducción gnoseológica. Éste es el caso del proyecto de la identidad psiconeural. En efecto, la hipótesis involucra una reducción ontológica («Todo lo mental es neurofisiológico»), pero no ha eliminado algunos conceptos y métodos típicamente psicológicos, tales como la idea de ilusión visual y la medición de tiempos de reacción.

Además, la redacción es menos frecuente que la fusión o formación de interdisciplinas, tales como la biofísica, la bioquímica, la neurolingüística, la psicología social, la sociolingüística, la socioeconomía y la arqueología antropológica. Para lograr la fusión de dos disciplinas es necesario y suficiente que sus respectivas clases de referencia presenten una superposición no vacía; que compartan algunos conceptos específicos (o «técnicos»); y que haya «fórmulas adhesivas» en las que figuren conceptos de ambas disciplinas, tales como «El habla es la actividad específica de las áreas de Wernicke y Broca» en el caso de la neurolingüística y «Todas las transacciones del mercado están insertas en redes sociales». Suficiente con respecto al proyecto de tapar un tercer agujero en el terreno filosófico.

O1 Superveniencia. Se dice que las propiedades de cierto tipo sobrevienen a las propiedades de otro tipo, cuando la posesión de las primeras «depende» de la posesión de las segundas. Por ejemplo, las propiedades psicológicas sobrevienen a ciertas propiedades biológicas y éstas, a su vez, sobrevienen a ciertas propiedades físicoquímicas. Pero la forma de tal dependencia nunca ha sido especificada de modo preciso. De allí que el concepto de superveniencia continúe siendo tan vago como cuando lo introdujera G. E. Moore, hace cerca de un siglo, o Donal Davidson lo popularizara, hace tres décadas.

En efecto, el análisis estándar del concepto de superveniencia, debido a Jaegwon Kim, es fundamentalmente incorrecto, porque pasa por alto a las cosas que poseen las propiedades, es estático, e involucra propiedades negativas y disyuntivas. (El conjunto de los predicados con el mismo dominio constituye un álgebra de Boole, en tanto que el conjunto de las propiedades de cosas concretas de una especie dada sólo es un semigrupo). Más aún, la noción de superveniencia bordea el problema mucho más difícil e interesante de la emergencia, el cual está vinculado a las cuestiones sobre novedad, evolución, niveles y reducción. Por ejemplo, uno podría desear saber cómo surgió la vida a partir de materiales abióticos; cómo evolucionó el lenguaje a partir de gruñidos, llamados y gestos; y cómo emergió el estado a partir del consejo de ancianos en las primeras sociedades urbanas. Sin duda, estos problemas están más allá de la competencia del filósofo. Pero el filósofo puede elucidar el concepto de emergencia, a saber, de este modo: «Una propiedad de un sistema de cierta clase es emergente si no la posee ninguno de los componentes del sistema». Por ejemplo, la temperatura, el calor específico y la viscosidad son propiedades emergentes de los cuerpos líquidos, no de sus componentes moleculares. De modo parecido, las capacidades mentales son propiedades de numerosos sistemas de neuronas, no de células individuales. Estas capacidades han surgido en el curso de la evolución y también emergen en el curso del desarrollo individual. De manera nada sorprendente, mientras que la noción de superveniencia es desconocida para los científicos, la de emergencia aparece con frecuencia cada vez mayor en la literatura científica.

O2 Existencia. Todo el mundo, con excepción de los lógicos y los matemáticos, cree que la existencia es una propiedad y, más aún, la propiedad más importante de todas. El motivo de la excepción es que los objetos matemáticos no existen por sí mismos, sino sólo por postulación y demostración. Más aún, con frecuencia, el cuantificador «existencial» puede ser interpretado como «algunos» y puede definirse en términos del cuantificador universal, a saber de este modo: «algunos son F» es equivalente a «No todos no son F». En resumen, la existencia lógica y la existencia matemática no son concomitantes. De allí que constituya un error hablar de su compromiso ontológico a través del cuantificador «existencial». Si queremos exactificar el concepto de existencia real, tal como aparece fuera de la lógica y la matemática, debemos mirar hacia la ontología.

El concepto intuitivo de existencia puede exactificarse del siguiente modo. Sea U un universo cualquiera del discurso o clase de referencia, y χU la función característica de U. [χU(x) = 1 si xU y 0 si xU]. Estipularnos que «χU(x) = 1» es lo mismo que «EU(x)», que ha de interpretarse como «x existe en U». En otras palabras, el predicado de existencia (contextual) es la función EU: UP, donde P designa el conjunto de todas las proposiciones existenciales, tales que, si xU, entonces EU(x) = [χU(x) = 1]. Si U es un conjunto C de objetos conceptuales, tales como números, entonces EC designa el concepto de existencia ideal (o formal). En cambio, si U es una colección M de objetos materiales, tales como fotones, EM designa el concepto de existencia material o real. De esta manera se puede formalizar enunciados como el siguiente, el cual estaría mal formado si se confundiese «existe» con «algunos». «Algunos objetos existen realmente,» o x(Ox & EM(x)). (A su vez, el concepto filosófico de materialidad, el cual es más amplio que el concepto físico de materialidad, puede definirse así: «x es material =df x es mudable». En palabras: ser es devenir). Hemos llenado un vergonzoso cuarto hueco.

P1 Racionalidad instrumental. El utilitarismo y la enorme mayoría de los modelos de elección racional, utilizan un concepto dudoso de valor, a saber, el de valor subjetivo o utilidad. Este concepto es conceptualmente confuso, empíricamente vacío o ambos extremos a la vez. Ocurre lo primero si no se lo define matemáticamente, y lo segundo si no se lo contrasta con datos empíricos referentes a la manera en que la gente de carne y hueso asigna valores a los bienes y males de diferentes clases. Ahora bien, la mayoría de los autores sólo exige dos condiciones necesarias respecto de la utilidad de una función: que ésta se incremente con la cantidad de los bienes interesados y que su incremento decrezca (lo cual es, por supuesto, la ley del rendimiento decreciente). Puesto que hay una infinidad de funciones que cumplen ambas condiciones, el concepto de valor subjetivo no queda definido, del mismo modo que «bípedo y cruel» no define la humanidad. Obviamente, toda teoría que contenga tal concepto es imprecisa y, por esta razón, no es empíricamente contrastable con precisión. Por consiguiente, tal teoría no puede ser declarada verdadera.

Esta crítica vale, en particular, para el llamado principio de racionalidad instrumental, el cual afirma que actuamos o, al menos, deberíamos actuar, de modo tal de maximizar el valor esperado del resultado de cualquiera de nuestras acciones. Para peor, el valor esperado es, por definición, igual al producto del valor subjetivo por la probabilidad subjetiva, un segundo concepto fantasmagórico, La fantasía se transforma en delirio cuando se calcula la utilidad esperada para toda una sociedad, en cuyo caso se suman las utilidades individuales, como si la satisfacción del deseo de un individuo no interfiriese con la de otros y como sí las utilidades fuesen aditivas como la longitud. En resolución, la racionalidad instrumental no es del todo racional, ni está avalada por la experiencia. Sólo puede sostenerse una norma mucho más modesta, tal como «Las personas racionales estiman costos y beneficios, y prefieren realizar acciones que sean, con mayor probabilidad, más beneficiosas para sí mismos u otros».

P2 Valor objetivo. Un objeto puede tener un valor subjetivo, un valor objetivo, o puede tener valor tanto subjetivo como objetivo, si bien no necesariamente en el mismo respecto. Aún no sabemos cómo exactificar adecuadamente el primero; y, en todo caso, ésta es tarea de la psicología. En cuanto al valor objetivo de un bien, se lo puede estimar de distintas maneras, según el tipo de bien: por su conveniencia, su precio, su eficiencia, su durabilidad, su popularidad, etcétera. Pero en teoría de los valores y en ética, sólo interesa disponer de un concepto general de valor objetivo, aunque sólo sea para utilizarlo en las discusiones acerca de los hechos morales, las verdades morales, y la posible relevancia de la ciencia y la tecnología para la valoración y las normas morales.

Para exactificar la noción de valor objetivo, podemos empezar con la noción intuitiva de que una cosa es útil o beneficiosa en la medida en que satisface algunas necesidades o deseos. Adoptando estas dos últimas nociones como primitivas, podemos estipular que la utilidad objetiva de un objeto a para un animal o grupo social b es igual a la colección de necesidades (N) o deseos (D) de b que a satisface. (Nótese que la relatividad a un sujeto no es lo mismo que subjetividad. Conocemos nuestros deseos, pero podemos tomar algunos de ellos por necesidades y no conocer todas nuestras necesidades reales). O sea, estipulamos que U(a,b) = {cND | Sacb], donde Sacb abrevia «el objeto a satisface el deseo o necesidad c del individuo b». Este concepto cualitativo de utilidad objetiva permite definir el correspondiente concepto comparativo. Diremos que un objeto a es preferible a un objeto b para un sujeto c (o sea, a >c b) si la utilidad de b para c está incluida en la de a. O sea, a >c b =df U(b,c) U(a,c). Obviamente, la relación >c hereda la antisimetrica y la transitividad de la relación de inclusión.

En resumen, hemos identificado cinco grandes errores y otras tantas grandes lagunas de la filosofía actual. Creo que estos diez ejemplos muestran la desorientación e inutilidad de una buena parte de la filosofía, de moda. Y conste que no he tomado el camino fácil de señalar la montaría de disparates existencialistas, fenomenológicos, hermenéuticos o desconstructivistas. He limitado mi examen a unos pocos dislates importantes y a algunos vergonzosos silencios de la filosofía sobria. De pasada, he indicado cómo corregir esos errores y llenar esos claros. Volveré a la tarea constructiva en la sección 10.3.

10.2. Causas de la crisis

Mi diagnóstico de la crisis de la filosofía actual es que sufre de los diez males que paso a enumerar.

  1. Profesionalización excesiva. En los viejos tiempos, la filosofía era una vocación: sólo atraía a los aficionados amantes de problemas generales e ideas audaces, aunque a menudo vagas o, incluso, excéntricas. A partir de Kant, la filosofía se convirtió en una profesión más. (La ciencia ha sufrido el mismo proceso a partir del final de la Segunda Guerra Mundial). La competencia técnica y la precaución del asistente suelen sustituir a la pasión. Las cátedras de filosofía se han vuelto tan numerosas, que muchas de ellas han sido ocupadas por personas sin vocación ni visión. Para peor, puesto que tanto el empleo como los ascensos dependen de las publicaciones, demasiados productos filosóficos son sólo medios para ganarse la vida, de allí que sean aburridos o irritantes. La profesión se ha llenado así de funcionarios que no contribuyen al avance de la filosofía ni transmiten a sus alumnos un entusiasmo que no tienen, y sin el cual no se puede acometer ninguna gran empresa.
  2. Confusión entre filosofar e historiar. Sin duda, para el filósofo el conocimiento del pasado de su disciplina es más importante que para el científico o el tecnólogo. Mientras que estos últimos difícilmente vayan a consultar artículos publicados veinte años antes, los filósofos consultarán libros escritos veinte siglos atrás. Esto se debe a que muchos problemas filosóficos que tienen raíces antiguas aún están abiertos. La historia de la filosofía es, pues, una guía que algunas veces inspira nuevas ideas, j otras ayuda a evitar caer en repeticiones o viejos errores. Por ello, es lamentable que tantos filósofos contemporáneos, bajo el influjo de la filosofía lingüística, de la hermenéutica, de la fenomenología o del existencialismo, se hayan desconectado del pasado. Este corte es tan pernicioso como tomar la historia de la filosofía, una valiosa herramienta, como fin. Al fin y al cabo, los historiadores de la filosofía estudian a filósofos originales, no a otros historiadores. Aún así, la mayoría de las disertaciones doctorales en filosofía tratan de la opinión de otros filósofos, en lugar de hacerlo de problemas filosóficos de interés actual. La distorsión historicista es tal que la mayoría de los diccionarios filosóficos más difundidos de la actualidad —con excepción de los clásicos como el Lalande— se parecen más a cementerios que a talleres; incluyen las biografías de filósofos olvidados largo tiempo atrás, y discuten conceptos y teorías que resultan inútiles para abordar problemas filosóficos planteados por el desarrollo actual de la matemática, la ciencia, la tecnología o la sociedad en general.
  3. Confusión de oscuridad con profundidad. El pensamiento profundo es difícil de entender, pero puede comprendérselo con la debida aplicación. En filosofía, la escritura oscura es, algunas veces, un disfraz para hacer pasar la perogrullada o el absurdo por profundidad. Así es cómo Heidegger hizo fama de pensador profundo: escribiendo oraciones tales como «El tiempo es la maduración de la temporalidad». De no haber sido un profesor alemán y el discípulo estrella de otro profesor famoso por su hermetismo —es decir, Husserl— Heidegger podría haber sido tomado por un loco o un charlatán.
  4. Obsesión por el lenguaje. Sin duda, los filósofos deben ser cuidadosos con las palabras. Pero comparten esta responsabilidad con los demás intelectuales, sean periodistas o matemáticos, abogados o demógrafos. Soló los poetas pueden darse el lujo de escribir acerca de afortunados vientos o ebrias naves. Además, una cosa es escribir correctamente y otra convertir al lenguaje en el tema central de la reflexión filosófica, sin prestar atención, sin embargo, a los expertos en la materia, a saber, los lingüistas, El filósofo no está preparado para averiguar cómo se usan ciertas palabras en una comunidad lingüística determinada: ésta es tarea para el lingüista de campo y el antropólogo. Tampoco deberían decretar que la gramática domina al contenido. Los auténticos filósofos trabajan en problemas ontológicos, gnoseológicos, semánticos o éticos.

    Por supuesto, los filósofos pueden interesarse por la idea general de lenguaje, pero sólo’ como una de tantas ideas generales, a la par de las de materia, azar, vida, mente, conocimiento, moral o cultura. Sí limitan su atención al lenguaje, de seguro irritarán a los lingüistas y aburrirán a todos los demás. De esta manera no enriquecerán a la ciencia del lenguaje ni a la filosofía. Tampoco el «giro lingüístico» en estudios sociales —inspirado por Dilthey, Wittgenstein, Heidegger y los desconstructivistas— ha arrojado resultados nuevos. No podría haberlo hecho, porque los hechos sociales no son textos o discursos: carecen de propiedades sintácticas, semánticas y fonológicas. Más aún, el enfoque lingüístico ni siquiera ayuda a analizar documentos sociales como las estadísticas económicas y los códigos legales porque éstos se refieren a hechos extralingüístícos. En resumen, el glosocentrismo es erróneo y estéril. Pero es fácil, puesto que sólo demanda familiaridad con la lengua propia. Esto explica su popularidad.

  5. Idealismo. Aunque el idealismo es una de las filosofías académicas dominantes, está tan agotado como el marxismo: no ha producido una sola idea nueva en tiempos recientes. El idealismo objetivo, desde Platón hasta Leibniz, y desde Bolzano hasta Frege, sólo es viable en la filosofía de la matemática y, aun aquí, a condición de dejar de lado a los matemáticos y sus comunidades. Todas las demás disciplinas, sean científicas o tecnológicas, son tácitamente materialistas, ya que tratan con objetos concretos. (Recuérdese el capítulo 3.) Es cierto que la tesis hermenéutica de que los hechos sociales son «textos o parecidos a textos» ha hecho fortuna en las villas miseria que rodean a las ciencias sociales. Pero es estéril, puesto que no describe ni explica hecho social alguno y, a fortiori, está incapacitada para orientar la generación de políticas sociales. (Recuérdese el capítulo 5.)

    En cuanto al idealismo subjetivo, de Berkeley a Kant y de Mach a Goodman, sólo aparece en algunas teorías de la acción, y en los estudios sociales centrados en utilidades y probabilidades subjetivas. Este enfoque no es científico, porque no involucra pruebas empíricas. Tampoco es profundo porque, al ignorar cosas y procesos materiales tales como los recursos naturales y el trabajo, no ayuda a comprender lo que ocurre en torno nuestro. Para entender o modificar la realidad, ya sea natural, ya sea social o mixta, es menester comenzar por presuponer que la realidad es concreta y no una experiencia subjetiva. También es preciso adoptar una gnoseología realista, que contribuya a ex plorar tanto la realidad como las maneras de modificarla. El centrarse en la vida interior sólo puede llevar a algunas formas de arte.

  6. Atención exagerada a miniproblemas y juegos académicos de moda. Ejemplos; la metafísica de los mundos posibles, la paradoja grue, el problema de Newcomb y averiguar si acaso Platón aún tendría ese nombre en otro mundo posible. ¿Para qué matar el tiempo ocupándose de unos pocos miniproblemas artificiales, cuando el conocimiento y la acción plantean tantos problemas auténticos y urgentes? Por ejemplo, ¿por qué no dedican más atención a los problemas que afectan a millones de personas —como la pobreza y el desempleo— que a esos que sólo afectan a unos pocos, como el aborto y la eutanasia? ¿Sólo porque a los religiosos les molestan más estos últimos?
  7. Formalismo insubstancial y substancialidad informe. En páginas famosas, William James clasificó a los filósofos en duros y blandos. Infortunadamente, en nuestros días, los duros, aunque duchos en el manejo de herramientas formales, no suelen abordar grandes problemas. Trabajan, con frecuencia, bajo la ilusión de que la lógica basta para revelar los secretos del universo, algo que sólo la ciencia puede hacer. En cambio, algunos dé los blandos se atreven a encarar problemas difíciles, pero sin el auxilio de herramientas formales. El resultado de combinar métodos duros con problemas blandos es la trivialidad. El de combinar métodos blandos con problemas duros es el chasco. Y el tratar problemas blandos con métodos blandos, al modo de los filósofos del lenguaje (wittgensteinianos), sólo hace bostezar.

    Las herramientas formales no sólo sirven para aclarar conceptos, sino también para desacreditar muchas ideas nebulosas aceptadas. Examinemos dos casos: la máxima utilitarista y la condición de eficiencia de Pareto.[46] La primera, propuesta por Helvecio, copiada por Priestley y adoptada por Bentham, es «la mayor felicidad para el mayor número de personas». Para examinar esta idea, imaginemos toda la felicidad como un pastel a ser dividido entre n personas en porciones iguales de tamaño h, donde h es el tamaño de la porción en radianes. Puesto que el tamaño de todo el pastel es 2π, la restricción de presupuesto es nh = 2π. Obviamente, un incremento en n determina una disminución en h, y viceversa. Por consiguiente, no es posible maximizar n y h al mismo tiempo. En resumen, la máxima utilitaria que tan lindo suena es absurda.

    La eficiencia de Pareto, ampliamente utilizada en ética y en economía, es la condición de una sociedad en la cual «la ganancia de alguien sólo puede darse a expensas de la pérdida de otra persona». Sin embargo, toda distribución, sea o no equitativa, satisface esta condición. En efecto, considérese el caso más sencillo de una cantidad total c de bienes, a ser distribuidos entre dos personas. Si x e y son las cantidades asignadas respectivamente a la primera y segunda personas, esas cantidades están sujetas a la condición «x + y = c». Obviamente, todo incremento de x determina un decrecimiento de y, y viceversa. (O sea, ∆x = −∆y). Así pues, la condición de Pareto es satisfecha sin importar las cantidades de x e y. En resumen, la eficiencia de Pareto nada tiene que ver con la eficiencia económica ni con la justicia: es sólo una fórmula vacía.

  8. Fragmentarismo y aforismo. Hemos pagado caro el fracaso de los «grandes» sistemas filosóficos, tales como los de Aristóteles, Aquino, Leibniz, Wolff, Kant, Hegel o Lotze. El precio ha sido la desconfianza por todo proyecto de construir un sistema filosófico y la consiguiente preferencia por el ensayo breve o incluso el aforismo. La expresión esprit de système[47] se usa hoy en sentido despectivo. Pero esta desconfianza es tan irracional como sería desconfiar de la física o de la ingeniería porque a veces fallan. Lo malo no es sistematizar (organizar) las ideas, sino aferrarse dogmáticamente a éste o aquel producto de tal esfuerzo. Es malo porque todas las cosas y todas las ideas se presentan en sistemas.

    Debemos sistematizar las ideas porque la idea aislada es ininteligible, porque necesitamos coherencia lógica, porque el poder deductivo es deseable, y porque el mundo no es una pila de hechos inconexos sino un sistema de cosas y procesos relacionados entre sí. En un contexto, toda idea arrastra otras ideas. Por ejemplo, todo concepto de verdad involucra los conceptos de proposición y de significado. Segundo ejemplo: la física relativista nos ha enseñado que la idea dé tiempo debe tratarse combinada con las ideas de espacio, materia y suceso. Tercero: la idea de acción humana enlaza los conceptos de persona, in tención, valor, meta, norma, resultado, entorno social y circunstancia. En conclusión, en todos los campos de aprendizaje y en todos los estilos de vida necesitamos sistemas de ideas, porque el mundo es un sistema, nuestro conocimiento otro sistema y porque vivir implica interactuar con sistemas. ¿Por qué habría de ser la filosofía una excepción? ¿Sólo porque lo pequeño y efímero es más fácil que lo grande y perdurable?

  9. Enajenamiento de los motores intelectuales de la civilización moderna. Estos motores son la ciencia, la técnica y la ideología. El enajenamiento de ellos facilita la especulación fantasiosa y anacrónica. Ejemplos: las filosofías de la mente que ignoran la existencia misma de la neurociencia cognitiva; las filosofías del lenguaje que ignoran que la lengua es principalmente una herramienta de conocimiento y acción social; las teorías de la acción que ignoran los tipos más importantes de acción, es decir, el trabajo y la interacción social, así como las disciplinas que tratan de la acción tales como la politología y la administración de empresas; las filosofías de la historia que ignoran el enfoque sistémico, realista y materialista de la escuela de los Annales.
  10. Torre de marfil. La mayoría de los filósofos viven en la proverbial torre. No Se interesan por saber qué se discute en otros departamentos ni en la sociedad que los alimenta. Leen sólo a otros filósofos y escriben exclusivamente para colegas. Se comportan como si fueran profesores de teología o matemáticos puros. Por consiguiente, su trabajo no suele ser de interés para quienes trabajan en otros campos. Afortunadamente, hay excepciones, a saber, los filósofos de la técnica que procuran entenderla y los éticos que se ocupan de problemas sociales reales, tales como el exceso de población, la degradación del ambiente, la pobreza, la opresión y la guerra. Pero, por supuesto, por definición de «excepción», esta clase de filósofos es poco numerosa. La mayoría de los filósofos contemporáneos no tienen los pies en la tierra ni la mirada puesta en las estrellas.

Esto es suficiente como diagnóstico de los achaques de la filosofía actual. Cualquiera de ellos debería bastar para enviar a la vieja y querida dama al pabellón de emergencias. Los diez juntos hacen imperativo transportarla a la unidad de cuidados intensivos. El tratamiento adecuado del paciente es obvio: una transfusión de problemas nuevos y difíciles, cuya solución contribuya al avance del conocimiento; intensos ejercicios de rigor conceptual que tengan por resultado la eliminación de las toxinas seudocientíficas; bocados selectos de matemática, ciencia y tecnología; adiestramiento en la detección y desactivación de minas ideológicas; y reanudación de contactos con la mejor tradición filosófica. Si el paciente no se somete a este régimen o a alguno similar, morirá de inanición y aburrimiento. Si esto ocurriese, su lugar será ocupado por filósofos aficionados, lo que no sería trágico, ya que eventualmente los mejores de ellos se disciplinarían. Al fin y al cabo, ninguno de los padres de la filosofía moderna tuvo una cátedra ni un doctorado en filosofía.

10.3. Opciones y desiderata para la reconstrucción

Quien se proponga despertar a los filósofos que sueñan con mundos posibles (o, más bien, imposibles), que no hacen sino dialogar con muertos o participar en juegos académicos, puede hacer una de dos. Una es armar un escándalo y otra es ponerse a la tarea de reconstruir la filosofía, sabiendo que aunque interminable, esta tarea no es, necesariamente, como la de Sísifo. Espero y temo haber logrado lo primero en las páginas precedentes. Ahora me dispongo a enumerar algunas de las opciones a disposición de quien quiera se proponga reconstruir la filosofía. Las ordenaré alfabéticamente. Sin embargo, los rasgos enumerados están relacionados entre sí. Por ejemplo, una filosofía cerrada, que nada deba al resto del saber, nace anacrónica; y una filosofía anacrónica es tan inútil como tediosa.

Auténtica/impostora. Comete una impostura filosófica quien escribe textos herméticos como Sein und Zeit[48] de Heidegger. Comete el mismo pecado quien, expresándose con claridad, trata seudoproblemas o divaga sin aportar nada nuevo, como es el caso de las Philosophical Investigations[49] de Wittgenstein. La filosofía auténtica aporta conocimiento nuevo, así sea modesto. Puede hacerlo de muchas maneras: replanteando problemas viejos de manera más adecuada, señalando nuevos problemas filosóficos, inventando ideas, analizando conceptos o teorías, exhibiendo conexiones antes ocultas, etcétera.

Clara/oscura. La oscuridad es indicador de incompetencia, confusión o impostura. Si queremos competencia y autenticidad, cumplamos la exigencia de Descartes: procuremos forjar ideas claras y distintas, no oscuras ni confusas. Hay dos recetas para lograr claridad: analizar con ayuda de las herramientas formales necesarias; y sistematizar, es decir, hallar o proponer relaciones con otras ideas. En resumen, procuremos hacer filosofía exacta y sistemática.

Crítica/dogmática. Filosofar con originalidad no es repetir, sino problematizar e intentar resolver problemas, nuevos o viejos, por cuenta propia. Tampoco es limitarse a criticar ideas: la crítica es un medio para eliminar el error, no para inventar nuevas conjeturas. Además, hay dos clases de crítica: destructiva y constructiva. La primera es inevitable cuando lo que se critica no tiene nada salvable o reciclable, como ocurre con las seudociencias y seudofilosofías. Empero, cuando lo que se critica es erróneo en algunos aspectos, pero no completamente, corresponde la crítica constructiva, es decir, la crítica que se propone reparar en lugar de demoler. Éste es el tipo de crítica que caracteriza al escepticismo moderado o metódico, a diferencia del radical o sistemático. (Véase el capítulo 7.) Lamentablemente, aunque es lo usual en matemática y ciencia, la crítica constructiva no es frecuente entre los filósofos.

Profunda/superficial. La buena filosofía es radical, es decir, busca la raíz de las cosas, y los presupuestos (supuestos tácitos) detrás de los supuestos explícitos. Por ejemplo, el filósofo radical no se molesta en criticar éste o aquel detalle de una teoría probabilista del significado o de la verdad. En lugar de ello, ataca la idea misma de que sea posible asignar probabilidades a proposiciones; no tacha de «indeterministas» a las teorías probabilistas, sino que les hace lugar en una concepción ampliada del determinismo como legalidad; no pierde el tiempo con modelos particulares de la teoría de la elección racional, sino que ataca el presupuesto de que es posible asignar una probabilidad a todo suceso. El filósofo radical rechaza el fenomenismo —tanto kantiano como positivista— porque los fenómenos (apariencias) son meras manifestaciones, a algún sujeto, de procesos inaccesibles a los sentidos. Critica al absolutismo axiológico por despreciar los valores subjetivos y locales, tanto como al relativismo axiológico por desconocer valores objetivos y universales tales como la vida, la solidaridad, la paz, la razón y la verdad. Y rechaza al deontologismo por ignorar los derechos y al utilitarismo por menospreciar el papel de los deberes. El filósofo radical no se deja distraer por detalles, sino que es generalista: busca pautas generales en todos los dominios o al menos no desalienta su búsqueda.

Iluminista/oscurantista. Los filósofos iluministas hacen honor a la Ilustración, aun cuando critican sus limitaciones, en tanto que una filosofía oscurantista sigue las huellas de la Contrailustración Romántica. Las filosofías iluministas son naturalistas, humanísticas, racionalistas, empiristas (o ambos extremos), procientíficas y progresistas.

Interesante/tediosa. Nada es más disuasivo del trabajo intelectual que el tedio. Filosofar debería ser una experiencia tan estimulante y placentera como enamorarse. Filosofar es emocionante cuando se abordan problemas nuevos o cuando se enfocan problemas viejos de manera nueva. Y estudiar filosofía es una tarea placentera cuando se aprende algo nuevo en el proceso: algo que aclara una idea, resuelve un problema pendiente, estimula la imaginación o despierta una nueva inquietud intelectual. Filosofar sin jamás haber tenido las experiencias del ¡ajá! o del ¡eureka! es realizar una tarea rutinaria más.

Materialista/idealista. Una filosofía idealista es, claro, una filosofía que supone la existencia autónoma de las ideas. El idealismo es incompatible con las ciencias fácticas (o empíricas) y las tecnologías, todas las cuales estudian, diseñan o transforman cosas concretas, las cuales son mudables en lugar de inalterables. Por consiguiente, una filosofía acorde con la ciencia y la tecnología deberá ser materialista, aunque no vulgar (fisicista) sino emergentista, puesto que numerosas cosas concretas, tales como organismos, sistemas sociales y artefactos poseen propiedades suprafísicas (emergentes). El materialismo no niega la existencia de ideas (dentro de cerebros) ni la importancia de algunas de ellas. Sólo implica concebir las ideas como procesos cerebrales o como «encarnadas» en artefactos. Por supuesto que cuando se analiza las propiedades lógicas o semánticas de una idea, se finge que ésta posee una existencia independiente de las contingencias biológicas y sociales. Esta ficción es conveniente e, incluso, indispensable en matemática y otros campos. Pero es inaceptable en cualquier oncología que se quiera compatible con la ciencia y la tecnología.

Noble/perversa. Cualquier doctrina que degrade la condición humana y desaliente los intentos de elevar la dignidad humana merece ser llamada perversa. Ejemplos: el racismo y los dogmas del pe cado original, de la predestinación y las mentiras nobles; el dogma freudiano de que la infancia es el destino: que uno jamás puede recuperarse de los traumas infantiles; las tesis de que la pobreza es el castigo por los pecados cometidos en una vida anterior o el precio de una dotación genética inferior; que los humanos son sólo autómatas sofisticados; que los individuos son como hojas barridas por el huracán de la historia; que no hay posibilidad de progreso social: que «siempre habrá pobres»; que se vive fundamentalmente para morir (el Sein zum Tode de Heidegger); que las masas son rebaños que merecen ser gobernados por, superhombres inescrutables e inexplicables; que la verdad es o debería ser asequible sólo a una élite social; que la razón es inútil o perniciosa, y que se necesita dos morales: una para los gobernantes y otra para los gobernados. En cambio, una filosofía noble ayuda a elevar la condición humana. Lo hace promoviendo la investigación, el debate racional, la evaluación fundamentada, la acción generosa, la buena voluntad, la libertad, la igualdad y la solidaridad.

Abierta/cerrada. Una filosofía puede ser abierta o cerrada al mundo y al resto del saber. Si es cerrada, comete el pecado de la ignorancia voluntaria. Una filosofía también puede ser cerrada o abierta en otro sentido: según que se la conciba como philosophia perennis o como programa de investigación siempre inconcluso, siempre dispuesta a corregir errores, abordar nuevos problemas, incorporar nuevas ideas o cambiar el centro de su atención. Si se recuerda que el cementerio de las ideas está lleno de filosofías perennes, se preferirá una filosofía abierta en ambos sentidos, o sea, tanto acogedora como en marcha.

Realista/fantasiosa. Una filosofía realista es una filosofía que aborda problemas «reales», antes que problemas artificiales; que adopta el realismo gnoseológico inherente a las ciencias fácticas y las tecnologías; y que somete sus tesis al «control de la realidad». Es fantasiosa si juega con problemas ingeniosos pero insustanciales, ignora los descubrimientos relevantes de otros departamentos y urde fantasías acerca del mundo, el conocimiento o la acción que son imposibles de corroborar o completamente falsas.

Sistémica/fragmentaria. Una filosofía puede ser sistémica en dos sentidos: por constituir un todo coherente o por concebir cuanto trata como un sistema o como componente de tal. Una filosofía también puede ser fragmentaria en modos parecidos: por consistir en una colección de tesis o argumentos desconectados entre sí, o por no ver el bosque al mirar sólo los árboles. Por supuesto, no es obligatorio optar por uno u otro estilo. Ha habido filósofos fragmentarios brillantes y desastrosos sistémicos. Lo importante es hacer buena filosofía. Pero, para parafrasear a Baltasar Gracián, la buena filosofía, si sistémica, es dos veces buena. Como hemos mencionado anteriormente, los motivos de esta preferencia son la coherencia interna, el poder deductivo y la correspondencia con la naturaleza sistémica tanto del mundo como del conocimiento humano.

Actual/anacrónica. Los filósofos que no buscan renovar su problemática o su información se quedan rezagados. Al hacerlo, se convierten en un obstáculo para el progreso, debido a que desvían la atención de los problemas actuales y los hallazgos recientes. Advertencia: estar al día con el resto de la cultura no es lo mismo que imitar la moda filosófica de Cambridge —Massachusetts—, Oxford o París. Estar al día significa informarse de lo que enseña la física contemporánea cuando se especula sobre el ser o el devenir, el espacio o el tiempo, la causación o el azar; acerca de la química, la bioquímica y la biología celular cuando se piensa sobre la emergencia o la autoorganización; de neurociencia cognitiva cuando se hace filosofía de la mente; sobre la neurolingüística, la sociolingüística y la lingüística histórica cuando se trabaja en filosofía del lenguaje; acerca de la sociología económica cuando se analiza las aplicaciones de la teoría de juegos, etcétera. En resumen, una filosofía al día no es mimética sino original en alguna medida, y está en contacto con otros campos de investigación en lugar de estar aislada.

Útil/inútil. Una filosofía es útil si ayuda a quienes no son filósofos a descubrir o plantear nuevos problemas; a diseñar estrategias viables para investigarlos; a elucidar nociones generales analizándolas o relacionándolas entre sí; a debatir racionalmente los méritos y deméritos de enfoques o teorías rivales; a detectar imposturas, en particular seudofilosofías y seudociencias; o a analizar y evaluar normas morales. En cambio, una filosofía inútil no detecta problemas nuevos ni sugiere soluciones para viejos problemas. Permítaseme apurarme a añadir que no propongo que siempre tengamos que buscar aplicaciones inmediatas. El utilitarismo, ya sea en las humanidades, ya sea en las ciencias básicas o en el arte, corta las alas de la imaginación y sólo produce artículos efímeros. En todos estos campos, deberíamos buscar utilidad a largo plazo. Ella es el producto de la satisfacción de las condiciones enumeradas anteriormente: autenticidad, claridad, criticidad, profundidad, iluminismo, interés, materialismo, nobleza, apertura, realismo, sistemismo y actualidad.

Lo anterior cubre otras dos dicotomías: blandos/duros y unidores/divisores. Parece que la mayoría de los filósofos «blandos» son unidores antes que divisores, pero esto es porque confunden las ideas, en lugar de tender puentes entre ellas. Los buenos filósofos dividen lo complejo y unen lo que tiene unidad: son tanto analizadores como sintetizadores. La razón de ello es, simplemente, que tratan con sistemas y no con elementos aislados. Y dividen o unen, según el caso lo demande, porque desean comprender. Todo buen filósofo provee esclarecimiento.

Pude haber muchas más opciones para reconstruir la filosofía o para permitir que siga desmoronándose. Sin embargo, creo que las citadas anteriormente bastan para formular proyectos, ya sea de mantenimiento o reconstrucción, ya sea de demolición.

Conclusión

La filosofía está bastante estancada. Todas las escuelas filosóficas —en particular el aristotelismo, el tomismo, el kantismo, el hegelianismo, el materialismo dialéctico, el positivismo, el pragmatismo, el intuicionismo, la fenomenología y la filosofía del lenguaje— están en ruinas. En tiempos recientes, no se han propuesto nuevas filosofías amplias y ninguna de las ideas existentes ha sido de mucha ayuda para comprender los enormes cambios que han marcado al siglo XX. Si queremos que la filosofía vuelva a ser saber de saberes, partera de ciencias y faro de acción, se impone reconstruirla. Se impone repensarla no sólo correctamente, sino en grande. Y jamás debemos transigir con el llamado pensamiento débil y la consiguiente imposibilitada producción literaria de la posmodernidad, que ha traicionado veinticinco siglos de esfuerzos por salir de la caverna.

Habría que enfrentar esta gran tarea al modo en que obraron los arquitectos de las catedrales medievales, o sea, empleando algunos fragmentos de las ruinas, así como inventando nuevas ideas. Ésta es una empresa para varias generaciones de filósofos curiosos, intrépidos y laboriosos dispuestos a conversar con las personas de otros departamentos, e incluso con gente de la calle. A la entrada de la obra pongamos un cartel que diga «Edificio en reconstrucción permanente». Esto disuadirá a los profesionales sin vocación, a la vez que atraerá a los obreros amantes del filosofar con originalidad.