Hasta mediados del siglo XX, hubo escasa comunicación entre neurocientíficos y psicólogos. Típicamente, los primeros sólo se interesaban en los diversos subsistemas del sistema nervioso, en tanto que la mayoría de los psicólogos estudiaba físicamente la conducta manifiesta, el aprendizaje o los procesos conscientes. Ninguno de ellos se interesaba por los mecanismos mediante los cuales los sistemas neurales controlan la conducta, y mucho menos por las actividades no motrices y no sensoriales del sistema nervioso central de los vertebrados superiores (mamíferos y aves). En consecuencia, la conducta parecía algo en gran medida misterioso y la mente parecía no existir y al menos, estar más allá de las posibilidades del método científico. En particular, ningún científico eme se respetase abordaba el problema de h naturales de la autoconciencia sin mencionar su ubicación en el cerebro.
En la actualidad, la brecha se está cerrando lentamente. Los neurocientíficos se interesan cada vez, más por la conducta la memoria, la percepción, la ideación, la conciencia y la emoción, en tanto que algunos psicólogos y etólogos ignoran, felizmente, el paralizador mandato «No neurologizarás». Mejor aún, psicólogos y etólogos están comenzando a conjeturar qué es aquello que controlad comportamiento y produce los fenómenos mentales mientras que los psiquiatras biológicos tratan los desórdenes mentales cada vez con mayor éxito. Por ejemplo, se ha descubierto que las preguntas «¿Qué es?» y «¿Dónde está?» son respondidas por dos diferentes sistemas de neuronas. Y, por supuesto, el Prozac y sus parientes han revolucionado la práctica psiquiátrica, y están arruinando el negocio de la logoterapia.
Una consecuencia del éxito del enfoque del estudio de la mente y el comportamiento centrado en el cerebro es que la vieja concepción teológica e idealista que separa la mente de la materia se halla en declinación. Sobrevive sólo en la psicología cognitiva funcionalista (no biológica), en la filosofía de la mente que la acompaña y en vestigios verbales tales como «X es el correlato (o base o sustrato) neural de la función mental Y» y «X es el sistema neural que media (o promueve) la función mental Y». Lo que realmente quiere decirse con este subterfugio es, simplemente, «El sistema neural X realiza la función mental Y».
La fusión de la neurociencia con la psicología por fin está llevándose a cabo: la neurociencia cognitiva, tal como suele denominarse a la psicobiología aumenta su interés a cada momento. En realidad, se está preparando una síntesis aún más grandiosa y provechosa: el campo de investigación que podría denominarse psico-neuro-endócrino-inmuno-farmacología (véase, por ejemplo, Beaumont, Kenealy y Rogers, 1996; Changeaux, 1988, Gazzaniga, Ivry y Mangun, 1998: Gazzaniga 2000; Mountcastle, 1998; Kosslyn y Koenig, 1995; Rugg, 1997; Squire y Kosslyn, 1998; Wilson y Keil, 1999; y las revistas Cognitive Neuropsychology, Journal of Cognitive Neuroscience, Neuropsychologia, y Neuropsychology, así como Nature, Science y cualquiera de las revistas más antiguas sobre neurociencia o psicología experimental).
Los neurocientíficos saben que el sistema nervioso es sólo uno de los subsistemas del organismo animal —si bien el más complejo e interesante—; y los psicólogos se están percatando de que los animales reales no son cajas negras. La gran pared entre el cuerpo y la mente está siendo minada desde dentro (experiencia subjetiva) y desde hiera (el cerebro), Esta pared también está siendo escalada desde ambos lados: de la percepción a la formación de conceptos y de la neurona individual al cerebro íntegro, A medida que avanzan la perforación y el escalamiento, va quedando claro que la pared no está en la naturaleza sino en la teología y en la filosofía idealista que continuó la tradición Teológica. Éstas inventaron los mitos del alma inmaterial, inmortal e inescrutable, y de la discontinuidad radical entre el hombre y los otros primates.
Sin embargo, hasta el momento, la estrategia de fusión sólo ha sido bosquejada en términos vagos. Más aún, hay alguna confusión en lo que respecta a las creencias necesarias para ser considerado un cabal neurocientífico cognitivo. Por ejemplo, los científicos que investigan el sistema visual o los efectos del estrés sobre la autopercepción y el comportamiento, no se ven a sí mismos, por lo general, como neurocientíficos cognitivos. Tal imprecisión y confusión tienen su origen no sólo en el accidente histórico y en la división del terreno profesional, sino también en el descuido filosófico. Testigos del segundo factor son las expresiones «mente/cerebro» (¿por qué no «caminar/piernas»?); «el cerebro causa la mente» (¿los pulmones causan la respiración?); «intencionalidad» en lugar de «referencia»; y «cómputo», cuando todo lo que se quiere decir es propagación de señales (por ejemplo, a lo largo de un axón) y transducción (por ejemplo, a través de una sinapsis).
Es menester introducir alguna precisión conceptual, sí deseamos averiguar el mejor modo de integrar los diversos enfoques, métodos y descubrimientos de las muchas ciencias, de la biofísica a la sociología, interesadas en el problema de dar cuenta del comportamiento y los fenómenos metí tales. En primer lugar, debemos encarar el asunto de la variedad de enfoques disponibles para este problema y ponderar sus ventajas comparativas.
El animal humano puede ser estudiado desde diferentes puntos de vista: como una entidad física, como un sistema químico, como un organismo, como un animal pensante y como un componente de diversos sistemas sociales (familia, pandilla, empresa, escuela, etcétera). Cada uno de estos enfoques posee sus virtudes y sus defectos; y todos ellos ofrecen perspectivas fragmentarias del hombre.
Enfoque 1: físico. Sin duda, éste es el enfoque fundamental y ha mostrado ser fértil. Pero limitar el estudio del hombre a sus componentes y aspectos físicos, o sea, adoptar el fisicismo (o materialismo vulgar), es ignorar todo aquello que la física no puede explicar (recuérdese la sección 3.13). E intentar reducir los rasgos suprafísicos del hombre a la física es quijotesco, aunque sólo sea porque no es práctico. El solo intento de escribir y, más aún, resolver la ecuación de Schrödinger para un cerebro o, incluso, una neurona, produce intimidación. Pero aun si tales tareas fuesen factibles, una cantidad de aspectos esenciales de la vida, tales como el desarrollo y la evolución, permanecerían en la oscuridad, Y pasarlos por alto sería tanto como desechar la comprensión de las complejidades del sistema nervioso, así como de las peculiaridades mentales y sociales de los humanos.
Enfoque 2: químico. Primero la teoría química de la herencia, luego la biología molecular y, finalmente, la neuroquímica han mostrado que la bioquímica es un instrumento tan importante como la biofísica para entender el cerebro. A pesar de ello, los éxitos del enfoque químico no deben ser exagerados, si no por otra razón porque aún no poseemos una comprensión (mecánico cuántica) adecuada de la molécula de ADN. En resumen, el quimismo es inadecuado. En cualquier caso, aún es en gran medida programático.
Enfoque 3: biológico. Este es, por supuesto, el enfoque correcto a ser adoptado en las ciencias de la vida. Esta obviedad tolera la redundancia en vista del hecho de que los enfoques alternativos aún tienen fuerza. (Así pues, muchos psicólogos creen que pueden darse el lujo de ignorar a la biología, en particular a la neurociencia y a la biología evolutiva). Y no hace falta mencionar que el enfoque biológico puede y debe combinarse con otros enfoques, antes que ser adoptado de modo excluyente. Esta última posición, el biologismo, es fragmentaria porque tiende a pasar por alto la dimensión social de la vida humana. En particular, la sociobiología puede dar cuenta muy bien de algunos aspectos humanos, tales como los dispositivos de supervivencia adquiridos a través del cambio génico y la selección natural. Pero asimismo, no puede dar cuenta de rasgos humanos únicos, imprescindibles para la supervivencia, cerne el arte, el mito y la filosofía. A fortiori, la sociobiología no puede explicar rasgos humanos igualmente únicos que amenazan la supervivencia, como la competencia sin límites, los vínculos sociales sofocantes y las engañosas supersticiones, al Homo erectus, puede ser, al Homo sapiens, no; al Homo stultus, mucho menos.
Enfoque 4: psicológico. La tarea propia de la psicología es, por supuesto, la comprensión de patrones comportamentales, emocionales, cognitivos y volitivos. De seguro, todas estas funciones, sean innatas o aprendidas, son biológicas: son realizadas por órganos vivos. Por lo tanto, cualquier explicación profunda de lo mental ha de ser insoslayablemente psicobiológica. Sin embargo, las funciones de los sistemas nerviosos de los organismos complejos son diferentes de aquéllas de los sistemas más simples como el sistema cardiovascular o el sistema digestivo. Por ejemplo, el sistema nervioso puede pensar y planear, dos funciones que están más allá de las capacidades de todos los organismos salvo los más evolucionados. Aun así, estas facultades comportamentales y mentales no deben llevar al psicologismo, o sea, a la afirmación de que la psicología nada le debe a la biología, un dogma de los conductistas y los psicoanalistas.
Enfoque 5: sociológico. No hay comprensión posible de un animal gregario social sin etología y sin ciencias sociales. En especial, el trabajo, la conciencia y el lenguaje parecen ser productos (y, a su vez, modificadores) de la vida social; y lo mismo ocurre con el estrés, la conciencia moral y la capacidad de organización. Sin embargo, sería un error adoptar el sociologismo o intento de explicar al hombre en términos puramente sociológicos. Porque, si bien la sociabilidad posee raíces biológicas y psicológicas, las trasciende. En efecto, a diferencia de los invertebrados y los vertebrados inferiores, los vertebrados superiores tienen plasticidad social, o sea, la capacidad de reajustar sus patrones de comportamiento de cara a las dificultades internas o externas. La plasticidad social es posible gracias a la plasticidad cerebral, la cual, a su vez, es aguzada por la vida social.
Suficiente en cuanto a los principales enfoques legítimos, si bien limitados, del estudio del hombre: físico, químico, biológico, psicológico y sociológico. No se ha incluido el enfoque de ingeniería, porque los animales no son máquinas: están vivos, no han sido diseñados y son un producto de la evolución natural y social. De seguro, existen ciertas similitudes funcionales entre el hombre y la máquina, en especial con la computadora. Si no hubiese ninguna, no utilizaríamos máquinas como dispositivos de ahorro de trabajo. Sin embargo, ningún análogo es sustituto de la cosa real, en particular cuando es tan superficial que pasa por alto las peculiaridades del hombre, como la capacidad de inventar problemas, símbolos, conceptos, teorías, reglas y planes, y la aptitud para imaginar, establecer, reformar y desmantelar organizaciones.
En resumen, el maquinismo es inadecuado e incluso obstinado y, por ende, un derroche. Esto mismo vale, en particular, para los maravillosos insectos electromecánicos construidos por (os expertos en robótica del MIT y otros sitios. Lejos de revelar los secretos de la vida, estos artefactos utilizan una pequeña porción del conocimiento biológico. Y pueden revelar más sobre la mente del ingeniero que sobre los mecanismos físicos y químicos de los insectos. Lo mismo vale, a fortiori, para la metáfora computacional de la mente, aunque sólo sea porque las computadoras no son ni espontáneas ni capaces de referirse a cosas de su mundo exterior, salvo a sus compañeros de la red de computadoras, para no mencionar su falta de plasticidad (autorreorganización), y su imposibilidad de dudar y experimentar emociones, sentimientos y escrúpulos morales.
Para resumir, existen cinco enfoques legítimos y fructíferos en el estudio del hombre. Sin embargo, la adopción de cualquiera de ellos en desmedro de los restantes, si bien es tentadora dada la enormidad de la tarea, debe ser considerada sólo como un expediente provisorio. Es menester intentar integrarlos, puesto que los humanos son sistemas complejos que exhiben cada uno de los cinco aspectos.
La comprensión de una cosa comienza y termina con algún modelo conceptual de ella. El modelo es lo mejor, lo más exacto y abarcador. Pero aun los modelos bastos pueden ser utilizados para orientar —o extraviar— la investigación. Cada uno de los cinco enfoques examinados en la última sección ha dado origen a un conjunto de modelos de hombre. Los enfoques tecnológico y religioso también han dado como resultado ciertos modelos, finalmente, un séptimo modelo se halla en proceso de surgimiento, y reúne a todos y cada uno de los cinco enfoques científicos.
El primer modelo, el religioso (o animista), es el de Platón, la teología cristiana y la filosofía idealista. De acuerdo con este modelo, el hombre es un ser espiritual que utiliza, su cuerpo como instrumento durante su residencia temporal en la Tierra. (En términos del ya fallecido Sir John Eccles, el yo es al cerebro lo que el pianista al piano). El animismo ha retardado eficazmente la fusión de la neurofisiología con la psicología. De seguro, fue demolido por Darwin y la neurociencia cognitiva: si el cerebro ha evolucionado, también lo ha hecho la mente. (Cuando el Papa Juan Pablo II admitió, en 1996, que había habido evolución biológica, dejó bien claro que el proceso no afectó al alma inmaterial otorgada por Dios, como si pudiese haber cambios anatómicos sustanciales sin cambios funcionales concomitantes). A pesar de todo, el animismo aún se demora entre los filósofos, psicólogos y neurocientíficos cuya filosofía no concuerda con la ciencia contemporánea.
El segundo modelo, el tecnológico (o maquinista) considera al hombre como un complejo procesador de información y al sistema nervioso como una computadora. Según este modelo, incluso un humilde gusano computa cada uno de sus movimientos, como si hubiese nacido con los algoritmos adecuados. Este modelo ha seducido a incontables neurocientíficos, psicólogos e ingenieros, quizá porque posee las virtudes de la simplicidad y la unidad. En efecto, modela el sistema nervioso (o, en su lugar, a la mente inmaterial) como un sistema de cajas negras conectadas por flechas que simbolizan flujos de información, donde «información» se deja sin definir. Esta descripción a: superficial crea la ilusión de comprensión, cuando en realidad nada se comprende, puesto que no se revela mecanismo biológico alguno. (Recuérdese que comprender una cosa es averiguar el mecanismo que la hace funcionar).
Sin duda, el sistema nervioso es, entre otras cosas, un sistema de información; también lo es el supersistema neuro-endócrino-inmune. Sin embargo, ambos son biosistemas, o sea, sistemas caracterizados por propiedades biológicas. T La informática no tiene lugar para tales propiedades específicas, ni siquiera para las propiedades específicas físicas o químicas. (En lo que concierne a la informática, puede construirse un sistema de información a partir de módulos de cualquier clase. Sólo el diseño y la construcción de computadoras exige el conocimiento de los materiales y sus leyes). Además, es un error considerar a los biosistemas como artefactos, dado que esto sugiere que aquellos también han sido diseñados con algún propósito. Por último, el maquinismo es incompatible con la biología evolutiva, debido a que las máquinas no son objeto de mutaciones genéticas ciegas, selección natural o interacción social. Y, sobre todo, nada hacen espontáneamente y carecen de creatividad.
El tercer modelo o modelo fisicista, presupone no sólo que la física es la ciencia fundamental, lo cual es correcto, sino también que, en principio, no es necesaria ninguna otra ciencia, lo cual es falso. Ni siquiera la química, su vecina más cercana, es reducible a la física sin más ni más. Primero, porque los sistemas químicos poseen propiedades específicas, tales como la carencia de inercia, de las cuales la física nada sabe. (Una reacción química no puede ocurrir eternamente: se detiene cuando todos los reactivos se han combinado). Y, segundo, la teoría física, si bien es necesaria para comprender La química, resulta insuficiente: es menester añadir supuestos subsidiarios relacionados, por ejemplo, con la composición química, la estructura e, incluso, la cinética química, que van más allá de la física. (En especial, la química cuántica adopta la ecuación básica de La cinética química clásica: sólo analiza la constante de equilibrio en términos de mecánica cuántica).
Al cuarto modelo, o modelo quimista,[15] que concibe el ser humano como un reactor químico, le va mucho mejor que al modelo fisicista, porque es más rico y, después de todo, porque las células están constituidas por subsistemas químicos. Pero, por supuesto, la vida es más que mera química. En particular, los animales equipados con un sistema neuroendocrino poseen sistemas de control neural y hormonal, además del sistema genético de control. Sin duda, todos esos sistemas de control son físicoquímicos; pero regulan biofunciones tales como el metabolismo, la reproducción, la autorreparación, la huida y la defensa.
El quinto modelo, o modelo biologista del hombre, afirma que «la biología es el destino». Es evidente en los médicos que pasan por alto las preocupaciones psicológicas y las circunstancias sociales de sus pacientes. También aparece en el darwinismo social, en la doctrina del gen egoísta, en la Soziobiologie alemana que prosperó entre las dos guerras mundiales, en la sociobiología humana y en la psicología evolutiva especulativa. El biologismo subyace también tras la creencia, común entre los economistas ortodoxos, de que el hombre es un capitalista natural, por lo cual debe realizarse la transición entre el socialismo de estado y el capitalismo de libre mercado de manera instantánea y para el beneficio de todos.
Aunque muy superior al modelo anterior, el biologismo está profundamente errado al exagerar el peso de la herencia y menospreciar la importancia de la cultura, así como al negar las aptitudes y defectos peculiares de los humanos. En especial, pasa por alto los rasgos mentales y sociales exclusivos de los seres humanos, tales como su extraordinaria versatilidad, creatividad y plasticidad social. La consecuencia práctica es clara, a saber, la renuencia a utilizar medios sociales, en particular la legislación, la educación y la movilización en pro de causas públicas para modificar los comportamientos e ideas.
Del mismo modo, el sexto modelo del nombre, el sociologista (o culturalista), exagera un aspecto de la vida humana en detrimento de los restantes. De acuerdo con este modelo, somos lo que la sociedad hace de nosotros. Esto tiene dos consecuencias indeseables. Una de ellas es concebir la sociedad como una totalidad indivisible (en lugar de un sistema de subsistemas) y, por ende, como si existiese por sí misma y por sobre los individuos. La otra consecuencia es negar que haya desórdenes del sistema nervioso y culpar de todos los desórdenes comportamentales o mentales a la sociedad como totalidad. (Éste es, por supuesto, el quid del movimiento antipsiquiátrico). Como el psicologismo, el sociologismo ignora la biología y es, por lo tanto, científicamente inadmisible.
Por último, el séptimo modelo o modelo sistémico, retrata al nombre tanto como biosistema compuesto por numerosos subsistí temas, cada uno de los cuales posee sus propias funciones específicas, como componente de sistemas suprabiológicos (sociales) tales como las familias y los negocios. Esta concepción incluye todo lo que resulta valioso de los restantes modelos. En efecto, el modelo sistémico de los humanos reconoce las propiedades físicas y químicas, así como las biológicas, psicológicas y sociales. En particular, el hombre como totalidad, así como cada uno de sus componentes, posee propiedades físicas como energía y masa; pero a partir de la célula todos los sistemas poseen propiedades suprafísicas, o sea, aspectos con respecto a cuyo estudio la física no es competente. Los humanos y otros primates pueden sentir y soñar, imaginar, planear e involucrarse en relaciones sociales, y así modificar las emociones, pensamientos y conductas de otros animales, todo lo cual está más allá de la física y la química, si bien se halla enraizado en las particulares propiedades físicas y químicas del tejido viviente.
En conclusión, hay (al menos) siete modelos de hombre o, mejor dicho, clases de modelos antropológicos. Dos de ellas, las de los modelos religiosos y de ingeniería, son no científicas y las otras cuatro son científicas pero limitadas, porque cada una de ellas da cuenta de sólo un aspecto de la totalidad. Sólo el modelo sistémico reúne todo lo que es valioso de cada uno de los cuatro modelos científicos fragmentarios o parciales, al retratar al hombre como un ser bio-psico-social con componentes físicos y químicos.
El principal postulado de la cosmovisión sistémica es que todo es o un sistema o un componente de un sistema, o sea, una cosa compuesta de cosas interrelacionadas. (Recuérdese las secciones 2.11 y 3.12.) En particular, un ser humano es un componente de diversos sistemas sociales (familia, club, escuela, empresa, etcétera) y está, a su vez, compuesto por diversos subsistemas —en especial el sistema nervioso— que están, a su vez, compuestos por subsistemas más pequeños. Esta organización «jerárquica» continúa hacia arriba basta llegar al sistema mundial y hacia abajo hasta el nivel celular, e incluso más allá hasta el nivel de los subsistemas celulares (por ejemplo, los ribosomas) y sus componentes moleculares (véase la figura 4.1). Siendo esto así, para comprender la conducta, de cada módulos, debemos comprender sus componentes, su entorno y estructura, así como el supersistema del cual es componente. Uno puede desesperar frente a la complejidad de la tarea, pero es posible obtener consuelo del hecho de que el trabajo está siendo realizado por toda la comunidad científica.
Figura 4.1. Los seres humanos y sus subsistemas y supersistemas.
Definimos un nivel de organización como una colección compuesta por todas las cosas materiales caracterizadas por propiedades peculiares (en especial leyes). Los ejemplos incluyen los niveles físico, químico, biológico y social. Obviamente, cada uno de estos niveles puede ser dividido en diversos subniveles. Por ejemplo, el nivel biológico puede ser dividido en los subniveles de la célula, el órgano, el sistema, el supersistema, el organismo y la biopoblación. (Recuérdese el capítulo 3.)
La relación entre niveles en la jerarquía de niveles (o, mejor dicho, estructura de niveles) es la que sigue. Cualquier cosa perteneciente a un nivel determinado, está compuesta por cosas que pertenecen a niveles inferiores. Por ejemplo, un órgano está compuesto por células, las cuales a su vez están compuestas por orgánulos y otras cosas, y así sucesivamente, descendiendo basta las partículas elementales y los campos. De modo semejante, una ciudad está compuesta por vecindarios, cada uno de los cuales está compuesto por hogares, cada uno de los cuales está, a su vez, compuesto por seres humanos y animales domésticos. La familia de niveles se ordena así por la relación de precedencia definida de ese modo. (Más precisamente: el nivel n precede al nivel n + 1 =df todas las cosas del nivel n + 1 están compuestas por cosas del nivel n o de uno inferior, si los hay). Decimos que las propiedades de las cosas del enésimo nivel que no están presentes en los niveles inferiores son propiedades emergentes específicas del enésimo nivel.
Hasta aquí, nuestro bosquejo de la estructura de niveles ha sido estático, Pero sabemos A partir de los estudios en varios campos, en particular de los estudios sobre autoorganización, desarrollo y evolución, que la estructura de niveles se halla muy lejos de estar determinada de una vez y para siempre. De hecho, sabemos que todo sistema se ha autoensamblado (o autoorganizado) a partir de cosas del nivel precedente. O sea, todo sistema de un nivel dado está precedido en el tiempo por sus componentes, los cuales son, por ende, correctamente denominados precursores. Por ejemplo, los precursores de una molécula son los átomos que se combinaron para formarla.
Los sistemas de cualquier nivel dado poseen algunas propiedades en común con sus propios componentes y otras de las cuales estos últimos carecen: éstas son sus propiedades emergentes. Por ejemplo, un átomo posee un espectro de energía que sus componentes individuales no poseen; de igual modo, una molécula posee un espectro de energía que no es la mera superposición de los espectros de sus átomos componentes; y un sistema neurona posee una conectividad que está ausente de sus componentes. En resumen, en cada nivel aparecen (o emergen) algunas propiedades (en especial leyes), en tanto que otras se pierden (o sumergen). En pocas palabras, a lo largo del proceso de desarrollo y el proceso evolutivo, hay tanto emergencia como sumersión de propiedades.
La moraleja metodológica de las consideraciones etnológicas precedentes son bastante obvias:
Estas prescripciones ayudan a evaluar estrategias y proyectos de investigación, Podemos distinguir cuatro estrategias principales a metodologías: el holismo, el análisis la síntesis y el enfoque multinivel.
El holismo preconiza el estudio de cada cosa como una totalidad y sólo en su propio nivel. Ejemplos: el estudio del cerebro como totalidad a través de medios electroencefalográficos y el modelo holográfico de la memoria. El análisis (o estudio top-down) es una reducción del sistema a sus componentes. Ejemplo: la identificación de las neuronas que conforman el sistema más simple capaz de tener una experiencia mental, tal como percibir un sonido como llamado o una forma como letra. La síntesis (o estudio bottom-up) es la construcción de una totalidad a partir de sus componentes. Ejemplo: caracterizar el sistema neuronal que une las percepciones de forma, color, textura y movimiento de una cosa en movimiento en el campo visual. Por último, el enfoque multinivel es el estudio de cada sistema en su propio nivel, y como componente de un supersistema y como compuesto por cosas de niveles inferiores.
Cada una de las primeras tres estrategias posee sus ventajas y desventajas. El holismo hace hincapié, correctamente, en que la totalidad posee propiedades emergentes; pero, debido a que rehúsa explicarlas en términos de composición y estructuras luida con el irracionalismo. El método analítico pone el énfasis en la importancia de la composición de un sistema, pero pasa por alto sus propiedades emergentes, El método sintético no posee los defectos de los dos anteriores, pero no siempre es practicable: por ejemplo, hasta el momento los biólogos no han sintetizado una célula viva. Sostengo que el enfoque multinivel es el mejor de todos, puesto que recomienda estudiar cada sistema en su propio nivel, así como en los niveles adyacentes. Este enfoque ha sido llamado con justicia «la estrategia vertebral de la neurociencia cognitiva» (Gazzaniga, Ivry y Mangun, 1998: 11).
El enfoque multinivel es una estrategia ecléctica o de «toma lo que puedas», debido a que permite utilizar cualquier enfoque, técnica, modelo y dato que puedan parecer promisorios en un momento dado. De allí que sea integrador —si bien no holístico—, un mérito innegable en una época en que la excesiva especialización lleva a la fragmentación artificial. En particular, se trata de la única estrategia capaz de a reunir todos los estudios de neurociencia y psicología y, de este modo, de la única capaz de cerrar la brecha entre la neurona y la mente.
La estrategia multinivel ha mostrado su valía en una variedad de dominios. Así pues, el físico del estado sólido construye modelos matemáticos de estructuras cristalinas (la rejilla iónica junto con la nube electrónica) para explicar propiedades macrofísicas tales como la conductividad eléctrica y térmica. El químico cuántico, aun cuando su intención sea adoptar un enfoque purista o ab initio (sintético o bottom-up), hace uso de todo el conocimiento que pueda obtener tanto de la química clásica como de la física atómica. Y los neurobiólogos que estudian un sistema particular, tal como el área de Wernicke, lo enfocan en, al menos, tres niveles: como sistema de neuronas, como macrosistema con propiedades específicas y como órgano de formación y comprensión de expresiones lingüísticas, así como puente entre la cognición y las respuestas motoras.
La explicación más antigua, difundida y simplista de la conducta es, por supuesto, la animista o mentalista: da por sentada la mente y le atribuye la capacidad de controlar el comportamiento. Se halla encapsulada en la difundida frase «la mente sobre la materia». La esterilidad de esta explicación jai imposibilidad de ser puesta a prueba llevaron a los psicólogos conductistas a negar lo mental, en tanto que la actitud correcta debería haber sido considerar lo mental como algo que ha de estar explicado, antes que algo autoevidente. La psicología conductista intentó dejar de lado la mente y describir la conducta, en especial el aprendizaje, exclusivamente en términos de estímulos externos. Pero, debido a que ignoraba el sistema nervioso, el conductismo brindó una explicación superficial del comportamiento, tan superficial como la descripción ofrecida por la cinemática prenewtoniana, la cual carecía de los conceptos de masa, fuerza y tensión.
En cambio, la psicobiología, si bien admite la validez de los descubrimientos del conductismo, va mucho más allá de éste al adentrarse en los mecanismos neuronales (o neuro-endócrino-inmunes) que «intervienen» en (en realidad producen) la conducta observable. Así pues, procede de modo centrífugo, desde el sistema nervioso central hacia el sistema músculo esquelético que ejecuta el comportamiento visible. Por ejemplo, la psicobiología intenta explicar el movimiento voluntario en términos de la actividad específica de ciertos ensambles de neuronas ubicados en los lóbulos frontales que activan ensambles de neuronas en la banda motora y así sucesivamente, hasta los nervios periféricos que activan los músculos. Y en lugar de considerar al cerebro sólo como un procesador de información limitado a transducir (o codificar) estímulos externos, la neurociencia ha aprendido que el cerebro es espontáneamente activo (no dependiente de los estímulos): la actividad neuronal es modulada por los estímulos ambientales en lugar de ser determinada exclusivamente por ellos. Esto explica por qué la respuesta de una neurona a un estímulo determinado depende en grado tan elevado del nivel de excitación y atención del animal con respecto a ese estimulo particular en el momento de su aparición. También explica por qué, a menudo, luchamos contra presiones externas y por qué, en algunas ocasiones, se nos ocurren ideas originales.
La psicobiología no está restringida al estudio de la conducta: también estudia los fenómenos mentales cuando ocurren, de la emoción, la percepción y la imaginación a la deducción y la auto consciencia. La estrategia es la misma en rodos los cases, a saber, acometer los datos de la observación y de la auto observación come problemas; elaborar conjeturas neurofisiológicas acerca de los mecanismos de la conducta y la experiencia subjetiva; y controlar tales conjeturas por medio de más observaciones, mediciones o experimentos. La meta última es, por supuesto, organizar tales conjeturas en modelos claros (o teorías especiales) de los procesos comportamentales y mentales de diferentes clases, por ejemplo, tino para la memoria de trabajo y otro para la memoria de largo plazo, un tercero para la memoria semántica y un cuarto para la memoria episódica. Así pues, uno desearía conocer el modus operandi del menor ensamble de neuronas —o psicones, como los denomino— capaz de sentir temor o ansiedad, ver una fotografía, recordar un suceso, pensar acerca de una proposición o tomar una decisión.
La psicología tradicional (o mentalista) era «pura» o no contaminada por la neurociencia, puesto que trataba con el alma o mente, supuestamente inmaterial. La psicobiología, por el contrario, se basa en (presupone) la neurofisiología y, por cierto, también en muchas otras ramas de la biología, tales como la endocrinología, la inmunología y la biología evolutiva. Además, necesita las ciencias sociales para ayudar a explicar las funciones superiores tales como la empatía, el sentido de justicia y los escrúpulos morales. Así pues, la, psicobiología reúne, en efecto, todos los estudios relevantes para la comprensión de la conducta y los fenómenos mentales. En otras palabras, contribuye poderosamente a la síntesis que buscamos, esa síntesis que sea capaz de cerrar las brechas entre la célula y el animal íntegro, entre los procesos del nivel subcelular y los procesos biológicos y sociales, y entre el órgano (por ejemplo, la amígdala) y la función (por ejemplo, el temor).
¿Constituye esta síntesis una reducción, en particular una reducción de la psicología a la neurociencia? Sí en un sentido y no en otro. Permítaseme disolver esta aparente paradoja, la cual ha atormentado a la filosofía de la mente. Es menester distinguir dos aspectos de la reducción: el ontológico y el lógico. La psicobiología (en particular la neurociencia cognitiva) es ontológicamente reduccionista al identificar lo mental con lo neurofisiológico. Más precisamente, presupone la llamada teoría de la identidad: «Todo suceso mental es un suceso cerebral». En efecto, ésta, es la lógica, misma y el programa de la psicobiología: identificar; analizar, manipular y alterar los mecanismos neuronales que experimentar temor o placer, perciben o recuerdan, imaginan o infieren, eligen o planean, etcétera.
Sin embargo, esta reducción ontológica no posee una concomitante lógica, al menos per el momento. Es decir, la tesis de que lo mental es neurofisiológico no está acompañada por una deducción de la psicología a partir de la neurociencia y esto por las siguientes razones. Primero, hay pocas teorías propiamente dichas (sistemas hipotético-deductivos) en arabos campos y, como consecuencia, hay pocos puentes interteóricos. Segundo, aun en niveles inferiores, la derivación de una teoría científica a partir de otra exige usualmente el añadido de premisas que no se hallan contenidas en la teoría reductora. (Por ejemplo, la química cuántica requiere de algo de química clásica, como la cinemática química, y hace uso de los modelos semiclásicos, tales como los modelos moleculares de esferas unidas por barras). Tercero, lejos de ser capaz de dejar a un lado a la psicología clásica, la neurociencia cognitiva la necesita para suministrar problemas y proveer de orientación. Así pues, el estudio de los sistemas de percepción es asunto no sólo de la neurofisiología, sino también de la psicología de la percepción, la cual toma en cuenta las características del entorno, a veces, incluso, del entorno social. (Recuérdese que el error de percepción puede estar ocasionado por factores sociales, tales como presiones sociales a las cuales hay que conformarse). Cuarto, en la neurobiología hay más que neurofisiología, a saber, biología del desarrollo y biología evolutiva. Este punto merece alguna elaboración.
Todo organismo adulto actual es el resultado de dos procesos diferentes: un proceso ontogenético o de desarrollo y un proceso evolutivo de varios millones de años. De ambos modos, la naturaleza logra los ensambles, coordinaciones y substituciones que encontramos difíciles de conceptualizar. En efecto, los procesos que llevan de la molécula a la célula, al huevo fertilizado y al primate adulto, son procesos de autoensamblaje (o autoorganización) y, por ende, integradores. Y algunos de los procesos que llevan de nuestros remotos ancestros hasta nosotros han sido procesos en los cuales antiguos componentes han asumido nuevas funciones, en tanto que, en otros casos, nuevos órganos han complementado a los antiguos. (Para una magistral revisión de la ciencia cognitiva evolutiva, véase Allman, 1999.)
Todo esto es bien sabido, y a pesar de ello puede ser temporalmente olvidado por el anatomista, el fisiólogo o el psicofísico interesados, como están, en estudiar procesos de corta duración con la ayuda de equipo de laboratorio que exige una enorme dedicación de tiempo. La división del trabajo científico ha alcanzado un extremo tan poco saludable, que muchos trabajadores dé la neurociencia y la psicología tienden a adherirse sólo con palabras, no con hechos, a los estudios de desarrollo y evolución.
La negación del desarrollo y la evolución ha tenido consecuencias tan indeseables como (a) pasar por alto la maduración biológica del cerebro, un proceso que se prolonga durante las primeras dos décadas de la vida humana; (b) exagerar los saltos a expensas de la gradualidad (como en el caso de la psicología mentalista, en particular de la variedad de información-proceso y su rechazo a aprender de la psicología animal); o, contrariamente, (c) exagerar la continuidad evolutiva a expensas de la emergencia de la novedad cualitativa (como en el caso de los psicólogos animales que afirman que las facultades mentales humanas sólo difieren en grado de aquéllas no humanas).
Para resumir, la conducta y los fenómenos mentales pueden ser explicados siempre en principio, y cada vez más en la práctica, con el auxilio de la biología (principalmente la neurociencia, la endocrinología, la inmunología y la biología evolutiva) y las ciencias sociales. La nueva ciencia de la mente y el comportamiento constituye una síntesis o fusión de disciplinas en lugar de la reducción gnoseológica de la psicología a la biología preconizada por los materialistas eliminatorios: ha enriquecido la psicología en lugar de empobrecerla. Sin embargo, esta fusión fue expedita por la reducción ontológica de lo comportamental y lo mental a lo neurofisiológico. Y a su vez, esta reducción fue motivada por el materialismo filosófico, así como por una plétora de sensacionales descubrimientos científicos y médicos.
En la década de 1960, la psicología cognitiva sufrió una revolución verbal: adoptó el vocabulario si bien no los conceptos, de la teoría de la información, una rama de la ingeniería de telecomunicaciones. La cognición era concebida como flujo y procesamiento de información. Puesto que el acento estaba en la función sin importar el órgano, el nuevo enfoque fue correctamente denominado funcionalista.
Poco después, una multitud de psicólogos unieron fuerzas con los lingüistas y los informáticos. Lanzaran el movimiento ciencia cognitiva, que desplazó al conductismo casi de un día para otro. Las diferencias entre las personas, por un lado y las computadoras y los robots, por otro, fueron menospreciadas, En consecuencia, temas tales como la creatividad, la conciencia, la atención, la emoción y el desarrollo fueron relegados. Sólo las operaciones algorítmicas, o sea, las de rutina, fueron consideradas de interés. Coincidentemente, allí es donde estaba el dinero para investigación: después de todo, ni la industria de las computadoras ni las fuerzas armadas podrían ser persuadidas de financiar investigaciones en áreas tales como, por ejemplo, el efecto de las hormonas en el canto de los pájaros, el proceso de enamoramiento o los mecanismos de socialización durante la niñez.
Que era necesaria una síntesis se ha vuelto obvio, porque el estudio de la mente y el comportamiento es tan complicado que ya no podía estar todo incluido en una sola ciencia. Pero sostengo que la ciencia cognitiva fue la síntesis equivocada, porque pasó por alto el cerebro. Una mente sin cerebro es como un sistema planetario sin estrella, una economía sin trabajo, la respiración sin pulmones o sonrisas sin músculos faciales. Debido a que ignora el cerebro, la ciencia cognitiva no puede dar cuenta de los mecanismos neurales de los procesos mentales, ni ayudar a tratar los desórdenes neurológicos y psiquiátricos. Y, debido a que la ciencia cognitiva reemplaza: la neurobiología con ingeniería, concibe equivocadamente la tarea de la ciencia de la mente y la conducta como la de copiarlas en lugar de comprenderlas.
Todas estas concepciones erróneas tienen una única fuente filosófica: la creencia de que los procesos mentales son inmateriales, de tal modo que pueden ser «encarnados» en máquinas, o quizá incluso en fantasmas, del mismo modo que en cerebros vivos, tal como filósofos tan bien conocidos como Hilary Putnam, Jerry Fodor y Daniel Dennet han afirmado una y otra vez. Aunque arcaica, esta creencia suena moderna cuando está expresada, en términos de información, computación y algoritmo, en particular debido a que ninguna de estas palabras se utiliza en psicología o, siquiera, en neurobiología, en sus sentidos estrictos originales de la informática. No sorprende, pues, que la teoría informática de la mente haya prevalecido en la ciencia cognitiva y en la filosofía de la mente desde aproximadamente 1960 (véase, por ejemplo, Pinker, 1997).
La unión de los tres campos de investigación antes mencionados no ha sido particularmente fértil. Lo que explica el florecimiento de la psicología cognitiva a partir de 1960, aproximadamente, es que el conductismo había recorrido gran parte de su camino. Se rehusaba a investigar las preguntas más interesantes, y de este modo se volvió estéril y aburrido. La defunción del conductismo dejó a los psicólogos libres para reformular algunas preguntas antiguas pero aún no respondidas acerca de la mente, entre otras cómo experimentamos imágenes o tomamos decisiones. Mientras que algunos de ellos buscaron las respuestas en el cerebro, otros las buscaron en la computadora.
Aunque pueda haber beneficiado a la inteligencia artificial, este segundo enfoque no ha hecho avanzar a la psicología ni parece haber afectado a la lingüística. El principal efecto de la asociación entre la psicología cognitiva y la ingeniería cognitiva ha sido la reescritura de la psicología cognitiva en «compútense». A su vez, esta traducción ha sido realizada por medio del uso semánticamente incorrecto del término «información», el cual está bien definido en la ingeniería de telecomunicaciones, pero no en la psicología ni en la neurociencia (véase Bunge y Ardila, 1987). De seguro, los psicólogos cognitivos funcionalistas (no biológicos) continuaron haciendo valiosas contribuciones, pero siguieron describiéndolas en términos de codificación y procesamiento de información. Incluso se ha hablado de algoritmos para la emoción y de diseñar máquinas creadoras, lo cual suena como mezclar pociones de amor e inventar reglas para comportarse espontáneamente o para inventar ideas o artefactos radicalmente nuevos.
La mayoría de los descubrimientos importantes acerca de la mente realizados en las últimas tres decidas, provinieron de la parcial superposición entre la psicología, la neurobiología, la endocrinología, la inmunología, la neurología y la psiquiatría. De hecho, se originaron principalmente en laboratorios neurocientíficos pabellones de hospitales: la mayoría cae dentro de la denominación de neurociencia cognitiva. La siguiente muestra aleatoria de palabras clave será suficiente: agnosia, agresividad, enfermedad de Alzheimer, anomia, ansiedad, afasia, apatía, visión ciega, depresión, encefalina, evolución, temor, desorden obsesivo-compulsivo, miembro fantasma, plasticidad, desorden del habla, cerebro dividido, estrés, y disociaciones olor-olfato y qué-dónde.
La neurociencia cognitiva, nacida a mediados del siglo XIX y renacida a fines de la década de 1970, no sólo ha descubierto nuevos e intrigantes hechos: también ha comenzado a explicarlos en términos de mecanismos fisiológicos. He aquí un par de casos bien conocidos, pero aun parcialmente no resueltos. Ejemplo 1: la forma, el color y el movimiento de los objetos visibles son percibidos a través de tres diferentes sistemas visuales. De allí que si alguno de estos sistemas resulta anatómicamente desconectado de los restantes como resultado de una lesión cerebral, el sujeto será incapaz de «unir» las tres propiedades. Por ejemplo, el sujeto verá una mancha roja en movimiento, pero no reconocerá su forma. La búsqueda del sistema neuronal que realiza la unión y de los modos en que funciona, se halla en marcha. Ejemplo 2: los cambios de humor están causados por cambios en la concentración de ciertos neurotransmisores. En particular, la depresión es resultado de una deficiencia de serotonina, aunque puede ser desencadenada por estímulos externos. Ésta es la causa de que el prodigioso Prozac funcione: porque incrementa el número de moléculas de serotonina en las sinapsis entre neuronas, por medio del bloqueo del proceso de re captación de serotonina (por ende, de su eliminación), que controla normalmente ese número. Ambos descubrimientos están más allá de las posibilidades de comprensión de la ciencia cognitiva, porque ésta ignora al cerebro, como consecuencia de lo cual no se halla en posición de ayudar a los pacientes mentales. Debido a su éxito en descubrir hechos, desvelar mecanismos y sugerir terapias, la psicobiología (en especial la neurociencia cognitiva) ha comenzado a desplazar a la ciencia cognitiva. A diferencia de esta última, la psicobiología centra su atención en el cerebro, de este modo pone fin a las anomalías metodológicas de la psicología descerebrada y de la neurociencia sin mente. En efecto, la psicobiología es, idealmente, una fusión de neurofisiología, psicología, endocrinología, inmunología y- dos ramas de la medicina, a saber la neurología y la psiquiatría. Véase la figura 4.2.
Esta nueva síntesis provino del reconocimiento de que las mencionadas disciplinas comparten un objetivo: el de lograr una comprensión científica de la conducta, la ideación, la emoción y los desórdenes mentales, y esta comprensión requiere descubrir los mecanismos nerviosos de tales procesos. (Recuérdese que comprender X equivale a averiguar qué es lo que hace funcionar a X a decir, cuáles son los procesos específicos de X que mantienen o modifican a X: ver Bunge, 1999b).
La meta de la nueva síntesis ha sido descripta como el mapeo de la mente sobre el cerebro. Más precisamente, los psicobiólogos se han atribuido dos tareas mutuamente complementarias. Una de ellas es: dada una función mental M, hállese el/los sistema(s) neural(es) que realizan M (o cuya actividad específica es M), La otra tarea es: dado un sistema neural, averígüese qué función, si hubiese alguna, realiza, contribuye a realizar o inhibe N. (Cada uno de estos problemas es el inverso del otro). Nótese que escribo «N realiza M», no que «N promueve (o interviene en) M», ni que «N es el sustrato (o la base o el correlato) de M», En lugar de ello, escribo «N hace M», de igual modo que «los pulmones respiran» y «las piernas caminan».
Ninguna ciencia por sí sola podría lograr esta ambiciosa meta, debido a que se trata de un problema multinivel: recuérdese la sección 4.3, Tampoco puede dejarse de lado a la filosofía, porque también ella está interesada en la naturaleza de la mente y puede ofrecer valiosas sugerencias para facilitar la integración de las disciplinas que el problema requiere, así como para evitar los escollos como el conductismo, el funcionalismo y el maquinismo (en particular, el «computadorismo»), De hecho, los psicobiólogos están trabajando en la realización de una síntesis que puede representarle como un hexágono conformado alrededor del materialismo. Este polígono está reemplazando el triángulo de la ciencia cognitiva, centrado en el idealismo. Ver figura 4.2.
Figura 4.2. (a) Ciencia cognitiva: la síntesis sin cerebro inspirada por el idealismo. (b) Psicobiología: la síntesis centrada en el cerebro estimulada por el materialismo emergentista.
¿Y qué hay con respecto a campos de investigación tan relacionados como la lingüística y la sociología? La lingüística, probablemente, continuará aprendiendo del conglomerado emergente, Pero no puede abrigar la expectativa de ocupar una posición central en él, aunque sólo sea porque el habla es sólo una de las funciones mentales, Además, parte de la lingüística ya ha sido incluida en la nueva síntesis, En efecto la neurolingüística es la parte más antigua de la neurociencia cognitiva y la psicolingüística es una parte de la psicología. En cuanto a la inteligencia Artificial y otras tecnologías «secas», lo mejor sería que miraran lo que está ocurriendo en la nueva ciencia de la mente, porque para imitar con éxito a X se debe conocer, primero, algo acerca de X.
¿Y qué hay con respecto a la sociología, la cual fuera algunas décadas atrás, junto con la psicología, uno de los socios principales de la ahora fenecida ciencia comportamental? Aunque la sociología es central en las ciencias sociales, en las ciencias de la mente posee sólo una función auxiliar. La razón de ello es que, aun cuando todas las personas están incluidas en redes sociales, los procesos mentales tienen lugar dentro de cráneos, no en la sociedad. La sociedad no posee cerebro y, por ende, tampoco mente. Da forma a la experiencia y la conducta subjetivas, pero no las genera. Más aún, poner el acento en el entorno social puede llevar a las exageraciones del conductismo clásico, del conductismo social de Vygotsky y de la «psicología ecológica» de Gibson. Todas ellas ignoraron al cerebro, como consecuencia de lo cual caen dentro de la llamada psicología del organismo vacío.
Desde mediados de la década de 1950, cuando se descubrieron las primeras drogas psicotrópicas eficaces, la farmacología se ha asociado también con la nueva ciencia de la mente y la conducta. Sin embargo, no ha sido incluida en el conglomerado porque es una disciplina auxiliar. De hecho, es bioquímica aplicada al servicio de toda la medicina, en particular de la psiquiatría.
Finalmente, pero no menos importante, la filosofía se halla en el centro mismo del hexágono, algunas veces distorsionando e incluso bloqueando todo el panorama, como en los casos del dualismo psiconeural y el materialismo vulgar; otras veces, favoreciendo la integración de los campos de investigación, como en el caso del materialismo emergentista y, en todo momento, interactuando con las otras disciplinas, aunque con tiempos de retraso innecesarios, debido mayormente a la sobreespecialización.
Evidentemente, quien desee realizar contribuciones origínales al conocimiento debe especializarse. Pero no es necesario —no debe ser así— que la especialización excluya la elaboración o utilización de un esquema comprensivo (filosófico) de las cosas, que permita ubicar el problema de que se trate, elegir el enfoque adecuado para hacerle frente y hacer uso de cualquier porción relevante de conocimiento que se halle en los campos adyacentes, hasta el punto de integrar campos de investigación previamente separados.
Esta integración de campos de investigación previamente disjuntos, particularmente de la neurobiología y la psicología, ha mostrado su valía al llenar la brecha entre la neurona y la mente, así como al tratar algunos graves desórdenes mentales. (¿De qué otro modo, podemos explicar que la ansiedad, La hiperactividad, la depresión, los desórdenes obsesivo-compulsivos, La esquizofrenia y otros desórdenes intratables para la logoterapia puedan ser aliviados por medio de píldoras?). Esta integración ha estado ocurriendo exitosamente durante un siglo y medio, de hecho, desde los importantes descubrimientos neurolingüísticos de Paul Broca (1861) y Carl Wernicke (1876).
La integración de las diversas ciencias de la mente y la conducta se está llevando a cabo a pesar de la resistencia opuesta por el viejo, dogma teológico e idealista del dualismo psiconeural, así como por el reduccionismo radical. Y la síntesis en cuestión es testigo del vigor intelectual, la fertilidad y la utilidad práctica tanto del materialismo como del sistemismo, así como de la verdad de la tesis de que; la ciencia y la filosofía se superponen parcialmente en lugar de ser ámbitos disjuntos.
Por último, la misma síntesis de psicología y neurociencia refuta la afirmación de que, puesto que la ciencia nada sabe de almas, las cuales son asunto de la religión, no hay ningún conflicto fundamental entre los dos «magisterios no superpuestos» (Gould, 1999). De hecho, la ciencia sí conoce algo acerca del alma, a saber, que no tiene más existencia que la que posee el flogisto o el éter, o la fuerza) vital o la envidia del pene, la memoria colectiva o el destino manifiesto de cierta nación. La ciencia conoce también que el concepto de alma es un invento que comenzó como una explicación ingenua de dos sucesos de todos los días tales como los sueños y los fenómenos inexplicados y acabó transformándose en el núcleo de toda una familia de ideologías que han mostrado ser utilizadas para el control social.
Más aún, es fácil ver que la ciencia y la religión son mutuamente excluyentes y no ámbitos compatibles. En efecto, la ciencia da por sentado que el mundo es material y legal, en lugar de espiritual y milagroso. Este supuesto subyace a la empresa misma de explorar y controlar el mundo, al menos en parte, con la ayuda de procedimientos tecnológicos mundanos antes que a través de la práctica religiosa (Ver, por ejemplo, Mahner y Bunge, 1996a, 1996b). Del mismo modo, todo éxito de las empresas científica y tecnológica debilita el sustento de la religión y el de su brazo secular, es decir, el idealismo filosófico. Aun así, este debilitamiento es solo conceptual o de jure, y no práctico o de facto. En efecto, todos sabemos que, contra lo esperado por los miembros de la Ilustración, desde Hume, Voltaire, Jefferson y sus seguidores, el fervor y la militancia religiosos han ido en aumento desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Quizá la sociología y la politología de la religión puedan explicar esta contradicción. Sin embargo, los estudios sociales son el tema del próximo capítulo.