¡Ciudades del Eufrates!
¡Calles de Palmira!
Bosques de columnas en llanuras desiertas,
¿qué sois?
Vuestras coronas,
por haber transgredido los límites
de los seres vivientes,
el humo y el fuego de los dioses
os las arrebataron.
Pero ahora estoy sentado debajo de las nubes (cada cual
encuentra el modo de su propio reposo), bajo
encinas bellamente ordenadas, sobre
un brezal de corzos, y extrañas
y muertas me resultan
las almas de los bienaventurados.