Los gigantes asesinos
A Leslie le encantaba inventar historias de gigantes que amenazaban la paz de Terabithia, pero los dos sabían muy bien que la única giganta real que había en sus vidas era Janice Avery. Por supuesto, Jess y Leslie no eran los únicos perseguidos.
Janice tenía dos amigas, Wilma Dean y Bobby Sue Henshaw, que pesaban casi tanto como ella, y las tres se pasaban los recreos robando las piedras que usaban para jugar a la rayuela, metiéndose por en medio de las que jugaban a la comba y riéndose de las protestas de las pequeñas de segundo. Hasta se ponían en la puerta del servicio de las chicas a primera hora de la mañana para obligar a las pequeñas a darles su dinero para la leche antes de dejarlas entrar.
Por desgracia, May Belle era muy poco espabilada. Su papá le había comprado un paquete de Twinkies[1] y se puso tan contenta que tan pronto como subió al autobús olvidó toda precaución y gritó a una amiga de la clase de primero:
—¿A que no adivinas lo que tengo hoy para comer, Belly Jean?
—¿Qué?
—¡Twinkies! —gritó con tal fuerza que hasta un sordo sentado en el asiento de atrás la hubiera oído.
Jess, mirando de soslayo, creyó ver que Janice Avery prestaba atención.
Cuando se sentaron, May Belle se esforzó por vencer el estruendo del motor para seguir hablando de sus malditos Twinkies.
—¡Papi me los trajo de Washington!
Jess volvió a echar un vistazo hacia atrás.
—Es mejor que te calles lo de tus estúpidos Twinkies —le susurró al oído.
—Lo que pasa es que tienes envidia porque papi no te trajo.
—Vale.
Jess se encogió de hombros y le dijo a Leslie:
—Se lo he advertido, ¿no? —Y Leslie asintió con la cabeza.
Así que no fue ninguna sorpresa que May Belle se le acercara lloriqueando.
—¡Me ha quitado mis Twinkies!
Jess suspiró.
—¿No te lo había dicho, May Belle?
—Tienes que matar a Janice Avery. ¡Matarla! ¡Matarla!
—Sssss —hizo Leslie, acariciando la cabeza de May Belle, pero ésta no buscaba consuelo sino venganza.
—Tienes que pegarle hasta machacarla.
Jess hubiera preferido enfrentarse a la señora Godzilla.
—Con una pelea no vamos a resolver nada, May Belle. Tus Twinkies ya están engordando el trasero de Janice Avery.
Leslie lanzó una risita, pero May Belle era testaruda.
—Eres un bocazas, Jess Aarons. Si no fueras un bocazas molerías a palos a los que robaran Twinkies a tu hermana pequeña. —Y se puso a llorar de nuevo.
Jess se puso tenso. No quiso mirar a Leslie a los ojos. Dios, tendría que pelear con aquella gorila.
—Escucha, May Belle —dijo Leslie—. Si Jess busca pelea con Janice Avery sabes muy bien lo va a ocurrir.
May Belle se limpió las narices con el dorso de la mano.
—Ella le dará una paliza.
—Nooo. A Jess lo echarán de la escuela por pelear con una chica. Ya sabes lo que hace el señor Turner con los chicos que pelean con las chicas.
—Ella me robó los Twinkies.
—Ya lo sé. Jess y yo buscaremos la manera de hacérselo pagar. ¿Estás de acuerdo, Jess?
Jess asintió enérgicamente. Cualquier cosa era preferible que prometer pelear con Janice Avery.
—¿Qué vais a hacer?
—Todavía no lo sé. Tenemos que pensarlo mucho, pero te juro, May Belle, que te vengaremos.
—¿Que te mueras si no lo haces?
Leslie juró solemnemente poniendo la mano sobre su corazón. May Belle se volvió hacia Jess, esperando que él lo hiciera también, y Jess lo hizo procurando no sentirse ridículo por hacer una cosa semejante ante una cría en el patio de recreo.
May Belle se sorbió ruidosamente los mocos.
—Mejor sería hacerla pedazos.
—Claro que sí —dijo Leslie—. Estoy segura de que sería mucho mejor, pero resulta que es el señor Turner quien manda y no hay nada que hacer. ¿No es cierto, Jess?
—Sí.
Aquella misma tarde, acurrucados en su castillo de Terabithia, celebraron consejo de guerra. El problema era cómo vengarse de Janice Avery sin terminar aplastados o expulsados de la escuela.
—Tal vez consigamos que la pillen haciendo algo. —Leslie estaba a vueltas con otra idea después de que los dos hubieran rechazado la de poner miel en su asiento y pegamento en su crema para las manos—. Sabes que fuma en el servicio. Si pudiéramos conseguir que el señor Turner pasara por allí cuando esté saliendo el humo…
Jess meneó la cabeza desanimado.
—No tardaría ni cinco minutos en saber quién había dado el chivatazo.
Hubo un momento de silencio mientras cada cual pensaba qué sería capaz de hacer Janice Avery si alguien iba de acusica al director.
—Tenemos que meterla en un buen lío sin que se entere de quién lo ha hecho.
—Sí. —Leslie masticaba lentamente un orejón seco—. ¿Sabes qué es lo que más asusta a las chicas como Avery?
—¿Qué?
—Que las pongan en ridículo.
Jess recordó la cara que Janice había puesto el día que hizo que se rieran de ella en el autobús. Leslie tenía razón. Tenía que haber una parte débil en su piel de hipopótamo.
—Sí —asintió empezando a sonreír—. ¿Cómo vamos a meternos con ella?
—¿Qué te parece —comenzó Leslie lentamente— algo sobre chicos? ¿A quién le pone los ojos tiernos?
—A Willard Hughes, supongo. Todas las chicas de séptimo le ponen los ojos tiernos cuando pasa a su lado.
—Sí. —A Leslie le brillaban los ojos. Se le ocurrió de repente un plan—. Mira, le escribiremos una nota y hacemos como que la ha escrito Willard.
Jess sacó un lápiz de la lata y un trozo de papel de debajo de una piedra. Se lo entregó a Leslie.
—No, escríbelo tú. Mi letra es demasiado buena para que se parezca a la de Willard Hughes.
Jess se dispuso a escribir y esperó.
—Bien —dijo ella—. Humm… Querida Janice. No. Queridísima Janice.
Jess vaciló, dudoso.
—Créeme, Jess. Se lo va a tragar a gusto. Muy bien. «Queridísima Janice». No te preocupes por los puntos y las comas ni nada de eso. Tiene que ser como si fuera del propio Willard Hughes. Bien. «Queridísima Janice. Quizá no me creas, pero te quiero».
—¿Tú crees que ella se va…? —preguntó mientras escribía.
—Te lo digo, se lo tragará a pies juntillas. Las chicas como Janice Avery siempre creen lo que quieren en un caso así. Vale. Ahora: «Si me dices que no me quieres, se me romperá el corazón. Así que no me lo digas, por favor. Si me quieres tanto como yo a ti, querida mía…».
—Espera, no puedo escribir tan rápido.
Leslie esperó y cuando él la miró continuó con voz aflautada:
—«Espérame detrás de la escuela esta tarde después de las clases. No te preocupes si pierdes el autobús. Quiero acompañarte hasta casa y hablar de nosotros». Pon «nosotros» con mayúsculas. «Querida mía. Amor y besos. Willard Hughes».
—¿Besos?
—Sí. Besos. Mete una hilera de x también.
Esperó un momento mirando por encima del hombro de Jess mientras terminaba.
—Oh, sí. Pon una posdata.
Lo hizo.
—Hummm. «No se lo cuentes a nadie. Que nuestro amor sea un secreto para nosotros dos por ahora».
—¿Por qué hay que poner eso?
—Porque así es seguro que se lo contará a alguien, tonto. —Leslie volvió a leer la nota, dando su beneplácito—. Muy bien. Has puesto las suficientes faltas de ortografía. —La repasó una vez más—. Oye, estas cosas me salen bastante bien.
—Seguro. Habrás tenido algún amor secreto en Arlington.
—Jess Aarons, te voy a matar.
—Cuidado, si matas al rey de Terabithia te meterás en un tremendo lío.
—Seré regicida —dijo Leslie con orgullo.
—¿Regi-qué?
—¿No te he contado nunca la historia de Hamlet?
Jess se dio la vuelta hasta ponerse boca arriba.
—Hasta hoy no —dijo contento.
Cielos, cómo le gustaban las historias de Leslie. Algún día, cuando fuera lo bastante bueno, le pediría a Leslie que hiciera un libro con ellas y que le dejara hacer las ilustraciones.
—Bueno —comenzó ella—. Había una vez un príncipe de Dinamarca que se llamaba Hamlet…
Mentalmente comenzó a dibujar el sombrío castillo con el torturado príncipe paseando por los parapetos. ¿Cómo podría hacer que un fantasma saliera de la niebla? Por supuesto que no con ceras pero sí con pinturas que le permitieran poner una capa encima de otra para que una pálida figura fuera surgiendo poco a poco del papel. Comenzó a temblar. Sabía que podía hacerlo si Leslie le dejaba sus pinturas.
La parte más complicada del plan de venganza contra Janice Avery consistía en cómo colocar la nota.
A la mañana siguiente entraron furtivamente en la escuela antes de que sonara el primer timbre. Leslie iba unos metros delante para que, en caso de ser descubiertos, no se dieran cuenta de que estaban juntos. El señor Turner se ponía como una fiera con los chicos y las chicas que cogía rondando juntos por los pasillos. Llegó a la puerta de la clase de séptimo y fisgó dentro. Luego le hizo una seña a Jess para que se acercara. Se le pusieron los pelos de punta. Vaya.
—¿Cómo puedo encontrar su pupitre?
—Creí que sabías dónde se sentaba.
Dijo que no con la cabeza.
—Tendrás que mirar uno por uno hasta que lo encuentres. Rápido. Me quedaré vigilando.
Leslie cerró la puerta sin ruido y le dejó registrándolos apresuradamente, intentando no desordenarlos, pero le temblaban tanto las malditas manos que le era casi imposible sacar alguna cosa para buscar los nombres.
De repente oyó la voz de Leslie:
—Oh, señora Pierce. Estaba aquí esperándola.
Dios mío. La profesora de séptimo estaba allí y venía hacia el aula. Se quedó helado. No entendió lo que la señora Pierce contestó a Leslie.
—Sí, señora. Hay un nido muy interesante en el extremo sur del edificio, y como usted —Leslie habló aún más alto— sabe tanto de ciencias esperaba que tuviera un minuto para examinarlo conmigo y decirme qué pájaro lo ha construido.
La contestación fue un murmullo.
—¡Oh, gracias, señora Pierce! —Leslie estaba casi chillando—. Será cosa de un minuto, ¡y para mí significa tanto!
Tan pronto oyó cómo se alejaban los pasos registró volando los pupitres que le quedaban hasta que, oh alegría, encontró un cuaderno de redacción con el nombre de Janice Avery. Colocó la nota encima de los papeles y salió disparado del aula para meterse en el servicio de los chicos y allí se escondió en uno de los retretes hasta que sonó el timbre avisando que comenzaban las clases.
A la hora del recreo, Janice Avery juntó su cabeza con las de Wilma y Bobby Sue, celebrando una conferencia secreta. Después, en lugar de hacer rabiar a las pequeñas, las tres se fueron del brazo a ver jugar rugby a los chicos mayores. Cuando el trío pasó por su lado, Jess vio el rostro de Janice ruborizado y lleno de orgullo. Jess miró de reojo a Leslie y los ojos de Leslie le miraron a él.
Por la tarde, cuando el autobús estaba a punto de salir, uno de los de séptimo, Billy Morris, gritó a la señora Prentice que Janice Avery no había subido todavía.
—No importa, señora Prentice —gritó a su vez Wilma Dean—. Esta tarde no viene.
Luego susurró claramente:
—Supongo que sabéis que Janice hoy tiene un compromiso importantísimo con quien todos sabemos.
—¿Con quién? —preguntó Billy.
—Con Willard Hughes. Está tan loco por ella que ya no aguanta más. Hasta la va a acompañar andando hasta su casa.
—¿Quién ha dicho eso? El 304 acaba de salir con Willard Hughes sentado en el último asiento. Si tiene un compromiso tan importante no parece haberse enterado.
—¡Mientes, Billy Morris!
Billy soltó una palabrota y todos los chicos sentados en el asiento trasero se lanzaron a discutir acaloradamente si Janice Avery y Willard Hughes estaban o no enamorados y si se veían o no secretamente.
Cuando Billy bajó del autobús le gritó a Wilma:
—¡Es mejor que avises a Janice de que Willard se pondrá hecho una furia cuando se entere de lo que anda contando por la escuela!
El rostro de Wilma asomó, lívido, por la ventanilla.
—¡Eres tonto! Habla con Willard, ya verás. ¡Pregúntale por la carta! ¡Ya verás!
—Pobrecita, Janice Avery —comentó Jess cuando más tarde estuvieron sentados en el castillo.
—¿Pobrecita Janice Avery? ¡Merece todo lo que le hemos hecho y mucho más aún!
—Supongo que sí —suspiró él—. Pero, de todos modos…
Leslie parecía contrariada.
—No sentirás haberlo hecho, ¿verdad?
—No. Supongo que no había otro remedio, pero…
—Pero ¿qué?
Jess sonrió.
—Quizá siento hacia Janice lo mismo que tú sientes hacia las ballenas asesinas.
Leslie le dio un golpe en el hombro.
—Vamos a salir en busca de algunos gigantes o muertos vivientes para luchar contra ellos. Estoy harta ya de Janice Avery.
Al día siguiente, Janice Avery subió al autobús dando grandes zancadas, desafiando a todos con los ojos a que abrieran la boca. Leslie dio un pequeño codazo a May Belle.
—Sssss. Sí.
May Belle se volvió completamente y miró fijamente a los asientos de atrás; después se dio la vuelta y tocó a Jess.
—¿La habéis puesto así de enfadada?
Jess asintió con la cabeza haciendo lo posible para moverla muy poco.
—Nosotros escribimos la carta —le susurró Leslie—. Pero no se lo digas a nadie pues si se entera nos matará.
—Lo sé —dijo May Belle con los ojos relucientes—. Lo sé.