Capítulo 3

La chica más rápida de quinto

Jess no volvió a ver a Leslie Burke salvo desde lejos hasta el primer día de curso, el martes siguiente, cuando el señor Turner la trajo a la clase de quinto de la señora Myers en la Escuela Elemental de Lark Creek.

Iba vestida del mismo modo, con los desteñidos vaqueros cortados y la camiseta azul. La clase soltó un grito de sorpresa que sonó como el vapor que se escapa cuando se abre un radiador. Los otros estaban allí impecablemente vestidos con sus ropas de domingo. Hasta Jess tenía puestos sus únicos pantalones de pana y una camisa planchada.

Aquella reacción no pareció molestarla. Se quedó allí delante de todos, diciendo con los ojos: «Bueno, aquí estoy yo» en respuesta a las atónitas miradas, mientras la señora Myers correteaba por el aula buscando un sitio para un pupitre más. El aula era pequeña, estaba en un semisótano y sus cinco filas de seis pupitres cada una la llenaban por completo.

—Treinta y uno —mascullaba una y otra vez la señora Myers por encima de su doble papada—. Treinta y uno. Ninguno tiene más de veintinueve. —Por fin decidió colocar el pupitre contra la pared lateral, cerca de la puerta de delante—. Sólo por el momento, eh, Leslie. Es lo mejor que podemos hacer por ahora. Ya somos demasiados en esta aula. —Lanzó una significativa mirada al señor Turner, que salía en ese momento.

Leslie esperó en silencio hasta que el chico de séptimo que había sido enviado a traer el nuevo pupitre lo hubiera colocado con fuerza contra el radiador y debajo de la primera ventana. Después se dio la vuelta para seguir mirando a los chicos de la clase.

De repente, treinta pares de ojos se concentraron en las raspaduras de las tapas de los pupitres. Jess resiguió con el índice el corazón grabado con su par de siglas dentro, BR SK, intentando averiguar de quién había heredado el pupitre. Probablemente de Sally Koch. A las chicas les gustaban más esas tonterías de corazones que a los chicos. Además, BR debía de ser Billy Rudd, y se sabía que Billy miraba con ojos tiernos a Myrna Hauser la pasada primavera. También cabía la posibilidad de que esas siglas llevaran más tiempo allí, y en ese caso…

—Jesse Aarons, Bobby Greggs. Distribuid los libros de matemáticas, por favor. —Al pronunciar esas palabras, la señora Myers les obsequió con su famosa sonrisa del primer día de curso. Los de los últimos cursos decían que nadie había visto sonreír a la señora Myers salvo el primero y el último día de curso.

Jess se levantó y fue hacia adelante. Cuando pasó al lado del pupitre de Leslie ésta le sonrió y movió sus dedos en una especie de saludo. Le contestó con un movimiento de la cabeza. Sentía cierta lástima por ella. Debe de ser muy embarazoso estar sentada a la vista de todos con un vestido tan raro en el primer día de curso. Y para colmo no conocer a nadie.

Fue dejando caer un libro en cada pupitre, como le había mandado la señora Myers. Gary Fulcher le agarró del brazo al pasar.

—¿Vas a correr hoy?

Jess contestó afirmativamente con la cabeza. Gary le dirigió una presuntuosa sonrisa. «Cree que me puede, el muy estúpido». Al pensarlo, algo dio un brinco en su interior. Fulcher podía creer que iba a ser el mejor porque ahora Peters estaba en sexto, pero él, Jess, pensaba dar al viejo Fulcher una pequeñísssssima sorpresa al mediodía. Era como si se hubiera tragado un saltamontes. Se sentía impaciente.

La señora Myers entregaba los libros como si fuera la presidenta de Estados Unidos, prolongando el procedimiento de la distribución con firmas y ceremonias sin sentido. A Jess se le ocurrió que quería retrasar el comienzo de las clases normales todo el tiempo que le fuera posible. Cuando terminó de distribuir los libros, Jess sacó a hurtadillas una hoja de cuaderno y se puso a dibujar. Le atraía la idea de hacer un libro entero con dibujos. Debía elegir un protagonista y hacer un cuento con él. Garabateó la figura de varios animales e intentó pensar en un título. Un buen título sería la mejor manera de empezar. ¿El hipo hechizado? Sonaba bien. ¿Herby, el hipo hechizado? Todavía mejor. El caso del cocodrilo delincuente. No estaba mal.

—¿Qué pintas? —Gary Fulcher se inclinaba sobre su pupitre.

Jess tapó la hoja con los brazos.

—Nada.

—Oh, venga. Déjame ver.

Jess movió negativamente la cabeza.

Gary intentó levantar la mano de Jess de la hoja.

El caso del cocodrilo delincuente. Trae acá, Jess —susurró Gary con voz ronca—. No lo voy a estropear. —Tiraba del pulgar de Jess.

Jess cubrió la hoja con los brazos y hundió el talón de su playera en la punta del pie de Gary Fulcher.

¡Ayyy!

—¡Chicos! —El rostro de la señora Myers había perdido su encantadora sonrisa.

—Me ha pisado.

—Siéntate, Gary.

—Pero él…

—¡Siéntate! Jesse Aarons, si se te ocurre abrir la boca una vez más te pasarás el recreo aquí dentro copiando el diccionario.

La cara de Jess le ardía. Deslizó la hoja debajo de la tapa del pupitre e inclinó la cabeza. Un año entero de cosas por el estilo. Ocho años más así. No sabía si podría resistirlo.

Los niños tomaban el almuerzo sentados a sus pupitres. El condado llevaba veinte años prometiendo instalar un comedor en Lark Creek, pero daba la impresión de que nunca había dinero suficiente. Jess se anduvo con tanto cuidado para que no le quitaran el recreo que hasta masticó su bocadillo de salchichón con los labios apretados y los ojos fijos en el corazón con las iniciales. A su alrededor, los chicos cuchicheaban. No se debía hablar durante el almuerzo, pero era el primer día y hasta la Myers Boca de Monstruo echaba menos llamas el primer día.

—Ella come leche agria. —Dos asientos por delante de él estaba Mary Lou Peoples, que intentaba ser la segunda chica más presumida de la clase.

—Es yogur, estúpida. ¿No ves nunca la tele? —dijo Wanda Kay Moore, la más presumida, que se sentaba justamente delante de Jess.

—Qué porquería.

Cielos, ¿por qué no podían dejar en paz a la gente? ¿Y por qué demonios no podía comer Leslie Burke lo que le diera la gana?

Se olvidó de sus buenos propósitos de no hacer ruido al comer y comenzó a sorber la leche.

Wanda Moore se volvió, poniendo cara de melindrosa.

—Jesse Aarons. Haces un ruido repugnante.

La miró con cara de pocos amigos y volvió a hacer ruido.

—Eres repulsivo.

Rrrrrring. El timbre del recreo. Dando alaridos, los chicos se empujaban unos a otros tratando de colocarse en primera posición delante de la puerta.

—Todos los niños volverán a sentarse en sus pupitres.

—Oh, Dios.

—Que las niñas se pongan en fila para salir al recreo. Las niñas primero.

Los chicos se removían en sus asientos como mariposas para salir de sus capullos. ¿No les dejarían salir nunca?

—Está bien, ahora vosotros… —No le dieron tiempo para que cambiara de opinión. Ya estaban en la mitad del campo antes de que pudiera terminar la frase.

Los dos primeros comenzaron a marcar la tierra con sus zapatos para dibujar la meta. Las pasadas lluvias habían formado surcos que, con la sequía del final del verano, se habían endurecido, así que las playeras no hacían mella en la tierra y tuvieron que trazar la meta con un palo.

Los chicos de quinto, pavoneándose por su nueva posición, mandaban a los de cuarto a hacer esto o aquello, mientras los chicos más pequeños intentaban mezclarse sin que se les notara mucho.

—Oíd, tíos, ¿cuántos vais a correr? —preguntó Gary Fulcher.

—Yo, yo, yo —gritaron todos.

—Sois demasiados. Fuera los de primero, los de segundo y también los de tercero, excepto quizá los primos Butcher y Timmy Vaugn. Los demás sólo vais a molestar.

Hubo caras largas, pero los pequeños se alejaron obedientes.

—Bien. Quedan veintiséis, veintisiete… Estaos quietos… Veintiocho. Son veintiocho, ¿no es cierto, Gregg? —preguntó Gary Fulcher a su sombra, Gregg Williams.

—Exacto, veintiocho.

—Vale. Ahora, primero las pruebas eliminatorias, como siempre. Divídelos en grupos de cuatro. Después correrá el primer grupo, luego el segundo.

—Ya sabemos, ya sabemos.

Todos estaban impacientes con Gary, que se esforzaba como loco por ser el Wayne Pettis de quinto.

Estaba deseando correr, pero no le molestó en absoluto poder comprobar si los otros habían progresado desde la primavera pasada. Fulcher, por supuesto, estaba en el primer grupo, ya que lo había organizado todo. Jess sonrió a espaldas de Fulcher y metió las manos en los bolsillos de sus pantalones de pana, deslizando el índice por un agujero.

Gary ganó con facilidad la primera carrera y todavía le quedó tiempo suficiente para mangonear la organización de la segunda. Algunos de los pequeños se alejaron para ir a jugar al Rey de la Montaña en la cuesta que había entre el campo de abajo y el de arriba. De reojo vio que alguien bajaba desde el campo de arriba. Le dio la espalda y fingió concentrarse en las estridentes órdenes de Fulcher.

—Hola. —Leslie Burke estaba a su lado.

Se alejó un poco.

—Hummm.

—¿No vas a correr?

—Más tarde. —Quizá si no la miraba volvería al campo de arriba, que era donde debía estar.

Gary dijo a Earle Watson que diera la señal para empezar. Jess les miró. No había nadie muy rápido en aquel grupo. Clavó la vista en los faldones de las camisas y las espaldas inclinadas.

En la meta comenzó una discusión entre Jimmy Mitchell y Clyde Deal. Todos fueron corriendo para ver. Jess sabía que Leslie Burke estaba a su lado, pero procuraba no mirar en su dirección.

—Clyde —Gary Fulcher declaró—: Fue Clyde.

—Fue un empate, Fulcher —protestó un chico de cuarto—. Yo estaba allí.

Jimmy Mitchell no quería ceder.

—He ganado, Fulcher. No lo podías ver desde dónde estabas.

—Fue Deal. —Gary ignoró las protestas—. Estamos perdiendo el tiempo. Tercer grupo. En fila. Ahora mismo.

Jimmy cerró los puños.

—No es justo, Fulcher.

Gary le dio la espalda y fue hacia la línea de partida.

—Déjales que corran los dos en las finales. ¿Qué más da? —dijo Jess en voz alta.

Gary se detuvo y se volvió para mirarle cara a cara. Fulcher lanzó una mirada feroz a Jess y luego a Leslie Burke.

—También —dijo con su empalagosa voz, llena de sarcasmo—, también querrás dejar correr a alguna chica.

La cara de Jess ardía.

—Claro —dijo audazmente—. ¿Por qué no? —Se volvió con lenta deliberación hacia Leslie—. ¿Quieres correr? —preguntó.

—Claro. —Ella sonrió—. ¿Por qué no?

—¿No tienes miedo de dejar correr a una chica, Fulcher?

Por un momento creyó que Fulcher iba a pegarle y se puso tenso. No podía dejar que Fulcher pensara que tenía miedo por un puñetazo en la boca. Pero en vez de eso, Gary comenzó a trotar y a dar órdenes al tercer grupo para que se alinearan.

—Puedes correr en el cuarto grupo, Leslie. —Lo dijo con voz lo bastante alta como para que Fulcher lo oyera y después puso su atención en los corredores. «Ves», se dijo a sí mismo, «puedes enfrentarte con un rastrero como Fulcher. Con toda facilidad».

Bobby Miller venció en su grupo sin problemas. Era el mejor de cuarto curso, casi tan rápido como Fulcher. «Pero no tan bueno como yo», pensó Jess. Empezaba a animarse. Ningún compañero de su grupo iba a poder con él. De todos modos, sería mejor correr bien para dar a Fulcher un buen susto.

Leslie se puso a su derecha. Él se retiró un poco hacia la izquierda pero ella no pareció darse cuenta.

Al oír la señal, Jess salió disparado como una bala. Se sentía bien, hasta le gustaba el roce de la tosca tierra contra las desgastadas suelas de sus playeras. Respiraba bien. Casi podía oler la sorpresa de Gary Fulcher ante su mejora. Los espectadores metían más ruido esta vez que durante las otras carreras. Quizá era que prestaban más atención. Quiso mirar hacia atrás y ver dónde estaban los otros, pero resistió a la tentación. Podía resultar presuntuoso que mirara atrás.

Clavó su vista en la meta. Cada vez se aproximaba más. «Oh, Miss Bessie, si pudieras verme ahora».

Intuyó algo antes de poder verlo. Alguien se le estaba acercando. Automáticamente respiró con más fuerza. Entonces una forma entró oblicuamente en su campo de visión. De repente dio un tirón hacia adelante. Reunió todas sus energías. Se atragantaba y tenía los ojos llenos de sudor. A pesar de todo seguía viendo la figura. Los desteñidos vaqueros cortados pasaron la meta tres pies por delante de él.

Leslie se volvió para mirarle con una gran sonrisa en su rostro tostado por el sol. Resbaló y sin decir una palabra fue medio caminando, medio trotando, hasta la línea de salida. Era el día en que iba a convertirse en campeón —el mejor corredor de cuarto y quinto— y ni siquiera había salido vencedor de su grupo. No hubo aclamaciones en el extremo del campo. Los otros chicos parecían tan pasmados como él. Le tomarían el pelo más tarde pero al menos por el momento nadie hablaba.

—Muy bien. —Fulcher volvió a tomar el mando. Trataba de demostrar que era quien mandaba—. Vale, tíos. Podéis alinearos para las finales. —Se fue andando hacia Leslie—. Bueno. Ya te has divertido. Puedes volver a tu campo a jugar a la rayuela.

—Pero si gané la carrera —protestó ella.

Gary bajó la cabeza como un toro.

—A las chicas no se les permite jugar en el campo de abajo. Sería mejor que volvieras a tu campo antes de que te vea alguna maestra.

—Quiero correr —dijo Leslie tranquilamente.

—Ya lo has hecho.

—¿Qué pasa, Fulcher?

La ira de Jess le salía por los poros. No parecía poder pararla.

—¿Tienes miedo de correr con ella?

Fulcher levantó su puño, pero Jess se alejó andando. Sabía que a Fulcher no le quedaba más remedio que dejarla correr. Y la dejó, de muy mala gana.

Le ganó. Llegó la primera y se volvió para mirar con sus ojos resplandecientes a un montón de rostros reticentes, empapados de sudor. Sonó el timbre. Jess comenzó a cruzar el campo de abajo, con las manos todavía metidas en las profundidades de sus bolsillos. Leslie le alcanzó. Se sacó las manos de los bolsillos y comenzó a subir trotando la cuesta. Bastantes problemas le había traído. Ella aceleró el paso y no le permitió que se escabullera.

—Gracias —le dijo.

«¿Sí? ¿Por qué?», pensó.

—Eres el único tipo de toda esta maldita escuela que vale la pena.

No estaba seguro pero le pareció que a ella le temblaba la voz, pero no iba a empezar a sentir lástima otra vez.

—Mejor que lo creas así —dijo él.

Aquella tarde en el autobús hizo algo de lo que no se hubiera creído capaz antes. Se sentó junto a May Belle. Era la única manera de impedir que Leslie se sentara con él. Cielos, aquella chica no tenía ni la más mínima idea de lo que se podía y no se podía hacer. Se puso a mirar fijamente por la ventanilla pero sabía que había llegado y estaba sentada al otro lado del pasillo.

Le oyó decir «Jess» una vez, pero había suficiente ruido en el autobús como para simular que no había oído nada. Cuando llegaron a la parada tomó a May Belle de la mano y la bajó a rastras, sabiendo que Leslie estaba detrás de ellos. Pero ella no intentó volver a hablarle ni tampoco les siguió. Se marchó corriendo a la vieja casa de los Perkins. La siguió con la vista. Corría como si para ella fuera algo natural. Recordó el vuelo de los patos salvajes en otoño. Igual de fluido y uniforme. Le vino a la cabeza la palabra «hermosa» pero la rechazó y apresuró el paso hacia casa.