Capítulo 10

Cambio de perspectiva

Había una vez un discípulo de un filósofo griego al que el maestro le ordenó entregar dinero durante tres años a todo aquel que le insultara. Una vez superado ese período de prueba, el maestro le dijo: «Ahora puedes ir a Atenas y aprender sabiduría». Cuando el discípulo llegó a Atenas vio a un sabio sentado a las puertas de entrada de la ciudad que se dedicaba a insultar a todo el que entraba y salía. También insultó al discípulo, que se echó a reír. «¿Por qué te ríes cuando te insulto?», le preguntó el sabio. «Porque durante tres años he tenido que pagar por esto mismo y ahora tú me lo ofreces gratuitamente», contestó el discípulo. «Entra en la ciudad —le dijo el sabio—. Es toda tuya…».

En el siglo IV, los padres del desierto, un grupo de personas excéntricas que se retiraron al desierto, en los alrededores de Scete, para llevar una vida de sacrificio y oración, contaban esta historia para ilustrar el valor del sufrimiento y la resistencia. Sin embargo, no fue esta la que abrió la «ciudad de la sabiduría» al discípulo. Lo que le permitió afrontar de un modo tan efectivo una situación difícil fue su capacidad para cambiar de perspectiva, para ver su situación desde una atalaya diferente.

La capacidad para cambiar de perspectiva puede ser una de las herramientas más efectivas de que disponemos para afrontar los problemas de la vida cotidiana. El Dalai Lama explicó:

—La capacidad de ver los acontecimientos desde perspectivas diferentes puede ser muy útil. Al practicarla, podemos utilizar ciertas experiencias, tragedias próximas para desarrollar la serenidad de la mente. Tenemos que darnos cuenta de que cada fenómeno, cada acontecimiento, tiene aspectos diferentes. Todo tiene una naturaleza relativa. En mi caso, por ejemplo, he perdido mi país. Desde ese punto de vista, es muy trágico… Y todavía hay cosas peores. En nuestro país se ha producido mucha destrucción. Eso es algo muy negativo. Pero cuando abordo el mismo acontecimiento desde otro ángulo, me doy cuenta de que, como refugiado, hay otra perspectiva. Como refugiado no tengo necesidad de formalidades, ceremonia, protocolo. Si todo fuera como antes habría multitud de ocasiones en las que únicamente haríamos los movimientos, fingiríamos. Pero cuando se pasa por situaciones desesperadas, no hay tiempo para fingir. Así que, desde ese ángulo, esta trágica experiencia ha sido muy útil para mí. El hecho de ser un refugiado también crea numerosas oportunidades para encontrarme con mucha gente. Gente de otras confesiones diferentes, de distintos ámbitos de la vida, a las que muy probablemente no habría conocido si hubiera permanecido en mi país. Así que, en ese sentido, todo esto ha sido muy, muy útil.

»A menudo, cuando surgen los problemas, nuestra perspectiva se estrecha. Quizá tengamos concentrada toda nuestra atención en preocuparnos por el problema y abriguemos la sensación de que únicamente nosotros pasamos por tales dificultades. Eso puede conducir a una especie de ensimismamiento que hace que el problema parezca muy grave. Cuando sucede eso, creo que puede ayudar mucho el ver las cosas desde una perspectiva más amplia, dándonos cuenta, por ejemplo, de que hay muchas personas que han pasado por experiencias similares e incluso peores. Este cambio de perspectiva puede ser muy útil incluso en ciertas enfermedades o cuando se sufre. Claro que cuando aparece el dolor resulta muy difícil practicar la meditación para serenar la mente. Pero si se hacen comparaciones, si se ve la situación desde una perspectiva diferente, algo ocurre. Si sólo se observa el acontecimiento, en cambio, este parece cada vez más y más importante. Si se fija la atención intensamente en un problema, este termina por parecer incontrolable. Pero si se compara con otro de mayor envergadura, entonces parece más pequeño y menos abrumador.

Poco antes de una de las sesiones con el Dalai Lama, me encontré con el administrador de una clínica en la que trabajé durante algún tiempo y donde tuvimos una serie de encontronazos porque yo estaba convencido de que él desviaba nuestra atención de los pacientes a las consideraciones financieras. No le había visto desde hacía tiempo, y en cuanto estuve frente a él pasaron por mi mente todas las discusiones que habíamos mantenido y sentí crecer en mi interior la cólera y el odio. Cuando me permitieron entrar en la suite del Dalai Lama, ya me había calmado bastante, a pesar de que aún me sentía algo inquieto.

—La respuesta natural e inmediata cuando alguien nos hace daño —dije— es enojarse; incluso mucho después, cada vez que pensamos en ello, volvemos a enfadarnos. ¿Cómo se puede afrontar esta situación?

El Dalai Lama me miró con expresión reflexiva. Me pregunté si percibiría que planteaba el tema no sólo por razones puramente académicas.

—Si examina la situación desde un ángulo diferente —contestó—, seguramente se dará cuenta de que la persona que provocó esa cólera tiene también cualidades positivas. Si observa cuidadosamente descubrirá también que aquello que le había molestado le proporcionó ciertas oportunidades que, de otro modo, no habría tenido. Así que podrá ver desde un ángulo diferente el acontecimiento. Eso ayuda.

—Pero ¿qué hacer si se buscan los aspectos positivos de una persona o acontecimiento y no se puede encontrar ninguno?

—En tal caso, la situación requeriría un esfuerzo. Dedique algún tiempo a buscar seriamente una perspectiva diferente. Necesitará utilizar toda su capacidad de razonamiento y examinar la situación del modo más objetivo posible. Por ejemplo, puede reflexionar sobre el hecho de que cuando está realmente enojado con alguien, tiende a percibir en el otro sólo cualidades negativas, del mismo modo que al sentirse fuertemente atraído por alguien, suele ver únicamente sus cualidades positivas. Si su amigo, al que considera una persona excelente, le causara deliberadamente daño, de repente usted se percataría de que no sólo tiene buenas cualidades. De modo similar, si su enemigo, al que detesta, le pidiera sinceramente perdón y se mostrara amable, es poco probable que siguiera considerándolo totalmente malo. Así pues, aunque esté enojado con alguien y crea que esa persona no posee cualidades positivas, recuerde que nadie es totalmente malo. Si busca lo suficiente, seguro que encontrará algunas cualidades positivas. En consecuencia, su visión de un individuo como absolutamente negativo se debe a su propia proyección mental, más que a la verdadera naturaleza de ese individuo.

»Asimismo, una situación inicialmente percibida como totalmente negativa puede tener algunos aspectos positivos. Pero creo que este descubrimiento no es suficiente. Es necesario recordar esos aspectos positivos en muchas ocasiones, para que gradualmente cambie el sentimiento negativo. En resumen, se debe pasar por un proceso de aprendizaje, de formación, para familiarizarse con los nuevos puntos de vista que permiten afrontar esas situaciones.

Después de reflexionar un momento, con su habitual pragmatismo, añadió:

—Sin embargo, si a pesar de sus esfuerzos no encontrara aspectos positivos, lo mejor que puede hacer es, sencillamente, tratar de olvidar el asunto por el momento.

Inspirado por las palabras del Dalai Lama, esa misma noche intenté descubrir algunos «aspectos positivos» del administrador que mencioné. No me resultó tan difícil. Sabía, por ejemplo, que era un padre cariñoso, que trataba de educar a sus hijos lo mejor que podía. Y tuve que admitir que mis encontronazos con él, al fin y a la postre, me habían beneficiado, puesto que me impulsaron a dejar aquella clínica, lo que me permitió realizar un trabajo más satisfactorio. Aunque estas reflexiones no tuvieron como resultado inmediato que el hombre me cayera simpático, no cabe duda de que contribuyeron mucho a disminuir mis sentimientos de aversión, al precio de un esfuerzo sorprendentemente pequeño. El Dalai Lama no tardaría en darme una lección todavía más profunda: cómo transformar por completo la actitud hacia los enemigos y empezar a apreciarlos.

UNA NUEVA PERSPECTIVA DEL ENEMIGO

El método fundamental utilizado por el Dalai Lama para transformar la actitud ante los enemigos supone llevar a cabo un análisis sistemático y racional de nuestra respuesta habitual cuando nos causan daño.

—Empecemos por examinar la actitud característica hacia nuestros enemigos —explicó—. En términos generales, es evidente que no les deseamos lo mejor. Pero aunque nuestro adversario se hunda a consecuencia de nuestras acciones, ¿a qué viene alegrarse por ello? ¿Puede haber algo más lamentable que esos sentimientos de animadversión? ¿Desea uno ser realmente tan mezquino?

»Vengarse no hace sino crear un círculo vicioso. La otra persona no lo va a aceptar y, entonces, la cadena de venganzas es interminable. En ciertas sociedades, esa dinámica puede transmitirse de una generación a otra. El resultado es que ambas partes sufren y la vida se envenena; puede comprobarse en los campos de refugiados, donde se cultiva el odio hacia el enemigo desde la infancia. Es muy triste. La cólera o el odio son como el anzuelo de un pescador. Es de vital importancia no morder ese anzuelo.

»Algunas personas consideran que el odio es bueno para el interés nacional, lo cual me parece muy negativo y de miras muy estrechas. Contrarrestar esta forma de pensar constituye la base del espíritu de la no violencia y la comprensión.

Tras haber rechazado nuestra actitud característica frente al enemigo, el Dalai Lama ofreció otra opción, una nueva perspectiva que podría revolucionar nuestra vida.

—En el budismo —explicó— se presta mucha atención a las actitudes que adoptamos ante nuestros enemigos. Ello se debe a que el odio puede ser nuestro mayor obstáculo para el desarrollo de la compasión y la felicidad. Si se aprende a ser paciente y tolerante con los enemigos, todo lo demás resulta mucho más fácil y la compasión fluye con naturalidad.

»Así pues, para alguien que practica la espiritualidad, los enemigos juegan un papel crucial. Tal como veo las cosas, la compasión es la esencia de la vida espiritual y para alcanzar una práctica cabal del amor y la compasión, es indispensable la práctica de la paciencia y la tolerancia. No hay fortaleza similar a la paciencia, no hay peor aflicción que el odio. En consecuencia, no debemos ahorrar esfuerzos en la erradicación del odio al enemigo, y aprovechar el enfrentamiento como una oportunidad para intensificar la práctica de la paciencia y la tolerancia.

»De hecho, el enemigo es el elemento necesario para practicar la paciencia. Sin su oposición no pueden surgir la paciencia o la tolerancia. Normalmente, nuestros amigos no nos ponen a prueba ni nos ofrecen la oportunidad de cultivar la paciencia; eso es algo que sólo hacen nuestros enemigos. Así que, desde este punto de vista, podemos considerar a nuestro enemigo un gran maestro y reverenciarlo, incluso, por habernos proporcionado esa preciosa oportunidad.

»En el mundo son relativamente pocas las personas con las que interactuamos, y todavía menos las que nos causan problemas. Por tanto, encontrarse ante la oportunidad de practicar la paciencia y la tolerancia debería suscitar nuestra gratitud, porque se da raras veces. Del mismo modo que si hubiéramos tropezado con un tesoro en nuestra propia casa, deberíamos sentirnos felices y agradecidos al enemigo por proporcionarnos esa preciosa oportunidad. Porque para alcanzar éxito en la práctica de la paciencia y la tolerancia, que son factores esenciales para contrarrestar las emociones negativas, además de nuestros esfuerzos hemos de tener la oportunidad aportada por un enemigo.

»Muchos argumentarán: “¿Por qué debo venerar a mi enemigo, reconocer sus aportaciones, si él no tuvo intención de ofrecerme esa oportunidad para practicar la paciencia, ni tampoco de ayudarme? Y no sólo no tuvo intención alguna de ayudarme, sino que tuvo el propósito deliberado y malicioso de causarme daño. Es apropiado detestarlo, porque no merece mi respeto”. En realidad, es precisamente esta animosidad del enemigo, su intención de causarnos daño, lo específico: si sólo se tratara del daño, deberíamos odiar a todos los médicos y considerarlos enemigos, porque a veces adoptan métodos que pueden ser dolorosos. Sin embargo, no juzgamos esos actos como dañinos ni propios de un enemigo, porque la intención del médico ha sido la de ayudarnos. En consecuencia, es precisamente la intención de causarnos daño lo que singulariza al enemigo y nos ofrece una preciosa oportunidad de practicar la paciencia.

Al principio me resultó un tanto difícil aceptar la sugerencia del Dalai Lama de venerar al enemigo por las oportunidades de crecimiento que nos depara. Pero la situación es análoga a la persona que trata de tonificar y fortalecer el propio cuerpo mediante el levantamiento de pesas. Claro que, al principio, la actividad de levantar las pesas resulta incómoda. Uno se esfuerza y suda. Y, sin embargo, es el acto mismo de esforzarse por superar la resistencia lo que en último termino nos fortalece. Se aprecia el buen equipo de pesas no por el placer inmediato que nos aporta, sino por el beneficio último que se deriva de él.

Quizá hasta las expresiones del Dalai Lama sobre la «rareza» y «valor precioso» del enemigo sean algo más que simples racionalizaciones de algo imaginario. Mientras escucho a mis pacientes describir sus dificultades con los demás, eso queda bastante claro; en el fondo, la mayoría de la gente no tiene legiones de enemigos y antagonistas a los que enfrentarse, al menos personalmente. Habitualmente, eso queda limitado a unas pocas personas. Quizá un jefe o un colaborador, una ex esposa, un hermano. Desde ese punto de vista, el enemigo es realmente «raro», de modo que nuestro «suministro de enemigos» es limitado. Y es la lucha, el proceso de resolver el conflicto con el enemigo a través del aprendizaje, el examen, el descubrimiento de formas alternativas de afrontar los conflictos, lo que en último término da como resultado el verdadero crecimiento como una terapia acertada.

Imaginemos cómo serían las cosas si pasáramos por la vida sin encontrarnos jamás con un enemigo u otros obstáculos, si desde la cuna hasta la tumba todo el mundo nos halagara y mimara, nos abrazara y alimentara (con comida suave y blanda, fácil de digerir), si nos divirtiera con carantoñas y ocasionales arrullos. Si nos llevaran desde la infancia en un cestillo (más tarde, quizá, en una silla de manos), si no tuviéramos que enfrentamos nunca a ningún desafío, si nunca nos viéramos sometidos a prueba; en resumen, si todos continuaran tratándonos como a bebés. Quizá eso parezca conveniente al principio. Sería incluso apropiado durante los primeros meses de vida. Pero si la situación persistiera tendría como resultado convertirnos en una masa gelatinosa, en una verdadera monstruosidad, con el desarrollo mental y emocional de una ternera. Es la lucha misma la que nos hace ser lo que somos; y son nuestros enemigos los que nos ponen a prueba, los que nos oponen la resistencia necesaria para el crecimiento.

¿ES PRÁCTICA ESTA ACTITUD?

Ciertamente, me pareció que valía la pena enfocar nuestros problemas racionalmente y aprender a considerarlos, al igual que a nuestros enemigos, desde perspectivas distintas, aunque me preguntaba hasta qué punto podría suponer eso una transformación fundamental de actitudes. Recordé entonces haber leído en una entrevista que una de las prácticas espirituales diarias del Dalai Lama era recitar una oración, Ocho versículos sobre la educación de la mente, escrita en el siglo XI por el santo tibetano Langri Thangpa. He aquí un fragmento:

Cuando me acerque a alguien, en el fondo de mi corazón me consideraré el más bajo de todos y al otro el más alto… Cuando vea a seres de naturaleza malvada, oprimidos por el pecado de la violencia y por la aflicción, los consideraré tan raros como un precioso tesoro… Cuando otros, por envidia, me traten mal, abusen de mí, me difamen o me causen daños similares, aceptaré la derrota y a ellos ofreceré la victoria… Aquel que tras haberle otorgado yo toda mi confianza me cause un grave daño, será mi supremo maestro. En suma, que pueda yo dispensar beneficio y felicidad, directa e indirectamente a todos los seres, que pueda asumir en secreto el daño y el sufrimiento de todos los seres…

Después de leer esto, le pregunté al Dalai Lama:

—Sé que ha reflexionado mucho sobre esta oración, pero ¿cree que es realmente aplicable en estos tiempos que corren? Fue escrita por un monje que vivió en un monasterio, un lugar donde lo peor que podía suceder era que alguien chismorreara o dijera mentiras sobre uno o quizá le propinara un golpe o una bofetada. En un caso así podría ser fácil “ofrecerles la victoria”, pero en la sociedad actual el “daño” que se recibe de los demás puede ser la violación, la tortura o el asesinato.

Desde ese punto de vista, la actitud que muestra la oración no parece realmente adecuada. Me sentí muy pagado de mí después de esta observación, que me parecía muy aguda.

El Dalai Lama guardó silencio, con el ceño fruncido, sumido en profundos pensamientos.

—Es posible que haya algo de cierto en lo que dice —admitió luego.

A continuación habló de casos en los que quizá fuera necesario modificar esa actitud, precaverse contra las agresiones.

Más tarde, esa misma noche, pensé en nuestra conversación. Dos puntos destacaron vivamente. Primero, la extraordinaria facilidad con que el Dalai Lama adoptaba una nueva perspectiva acerca de sus propias creencias y prácticas, como por ejemplo su disposición a volver a evaluar una oración que sin duda formaba parte de él después de acompañarle durante tantos años en sus prácticas espirituales. El segundo punto era ingrato. Me sentí abrumado por la arrogancia. Le había sugerido que la oración podría no ser apropiada porque no se adaptaba a las duras realidades del mundo actual. Hasta más tarde no me di cuenta de que me había dirigido a un hombre que había perdido su país como resultado de una de las más brutales invasiones de la historia. Un hombre que había vivido en el exilio durante casi cuatro décadas mientras toda una nación depositaba en él sus esperanzas y sueños de libertad. Un hombre dotado de un profundo sentido de la responsabilidad, que había escuchado con compasión a una continua corriente de refugiados que contaban sus experiencias sobre asesinatos, violaciones, torturas, sobre los sufrimientos del pueblo tibetano a manos de los chinos. Más de una vez había observado la expresión de infinita preocupación y tristeza en su rostro mientras escuchaba todas aquellas narraciones, contadas a menudo por gentes que había cruzado el Himalaya a pie (en un viaje de dos años) simplemente para poder verlo.

Aquellas historias no hablaban sólo de violencia física, sino también del intento de destruir el espíritu del pueblo tibetano. En cierta ocasión, un refugiado tibetano me habló de la «escuela» china a la que se le obligó a asistir como adolescente en el Tíbet. Las mañanas se dedicaban al adoctrinamiento y el estudio del Libro rojo del presidente Mao, y las tardes a informar sobre los diversos deberes que había que realizar en casa. Por lo general, los «deberes» estaban diseñados para erradicar el espíritu del budismo, profundamente enraizado en el pueblo tibetano. Por ejemplo, conocedor de la prohibición budista de matar y de la convicción de que toda criatura viva es un precioso «ser sensible», un maestro de escuela encargó a sus estudiantes la tarea de matar algo y llevarlo a la escuela al día siguiente. Para calificar a los estudiantes se asignaron puntos a los animales muertos; una mosca, por ejemplo, valía un punto, un gusano dos, un ratón cinco, un gato diez… (Recientemente, al contarle esta historia a un amigo, sacudió pesaroso la cabeza, con una expresión de asco, y musitó: «Me pregunto cuántos puntos recibiría el alumno por asesinar a su condenado maestro»).

A través de prácticas espirituales como el recitado de Ocho versículos sobre la educación de la mente, el Dalai Lama ha podido reconciliarse con esta situación y, a pesar de todo, continuar una campaña activa por la liberación y por los derechos humanos en el Tíbet desde hace cuarenta años. Al mismo tiempo, ha mantenido una actitud de humildad y compasión con respecto a los chinos, lo que ha inspirado a millones de personas en todo el mundo. Y allí estaba yo, diciéndole que esa oración quizá no fuera relevante para las «realidades» del mundo actual. Todavía me sonrojo cuando recuerdo aquella conversación.

DESCUBRIMIENTO DE NUEVAS PERSPECTIVAS

Al tratar de poner en práctica el cambio de perspectiva con respecto al «enemigo» preconizado por el Dalai Lama, me encontré una tarde con otra técnica. Mientras preparaba este libro, asistí a unos seminarios del Dalai Lama en la costa este. Para regresar a casa tomé un vuelo sin escalas a Phoenix. Había reservado un asiento junto al pasillo, como siempre. A pesar de que acababa de recibir enseñanzas espirituales, me sentía bastante malhumorado cuando subí al atestado avión. Descubrí entonces que me habían asignado erróneamente un asiento en el centro, embutido entre un hombre de generosas proporciones, cuyo grueso antebrazo invadía mi asiento, y una mujer de mediana edad que me resultó inmediatamente antipática porque, a mi juicio, había usurpado el asiento junto al pasillo que me correspondía. Había algo en aquella mujer que me molestaba: quizá su voz chillona, o su actitud un tanto imperiosa. Después del despegue, la mujer empezó a hablar sin parar con un hombre sentado al otro lado del pasillo, que resultó ser su marido, y yo le ofrecí «gentilmente» cambiar de asiento. Pero no quisieron aceptarlo; por lo visto, los dos querían asientos de pasillo. Eso me molestó más aún. La perspectiva de pasar cinco horas sentado junto a aquella mujer me parecía insoportable. Al darme cuenta de la intensidad de mi reacción ante una mujer a la que ni siquiera conocía, decidí que tenía que tratarse de una «transferencia» (seguramente me recordaba, subconscientemente, a alguien de mi infancia), un viejo sentimiento de odio no resuelto hacia mi madre u otra mujer. Me estrujé el cerebro, pero aquella mujer no me recordaba a nadie de mi pasado.

Se me ocurrió pensar entonces que era una excelente oportunidad para practicar el desarrollo de la paciencia. Así pues, imaginé a mi vecina como una querida benefactora, situada a mi lado para enseñarme paciencia y tolerancia. Al cabo de unos veinte minutos de esfuerzos imaginativos, abandoné el intento. ¡La mujer seguía fastidiándome! Me resigné a continuar irritado durante todo el resto del vuelo. Mohíno, miré una de sus manos, con la que se aferraba furtivamente al brazo de su butaca. Detestaba todo lo que tuviera que ver con esa mujer. Miraba con expresión ausente la uña de su pulgar cuando de repente me pregunté: ¿odio acaso esa uña? No, en realidad no. Era una uña corriente, sin ninguna característica peculiar. A continuación, fijé la mirada en uno de sus ojos y me pregunté: ¿odio realmente ese ojo? Sí, lo odio (y sin ninguna buena razón, que es la forma más pura del odio). Miré más atentamente. ¿Odio esa pupila? No. ¿Odio esa córnea, ese iris, esa esclerótica? No, de modo que ¿odio realmente ese ojo? Tuve que admitir que no lo odiaba. Tuve la impresión de que estaba haciendo progresos. Pasé a uno de los nudillos, a un dedo, a la mandíbula, a un codo. Con sorpresa, me di cuenta de que había partes de esa mujer que no odiaba. Al centrar la atención en los detalles, en lo concreto, en lugar de la imagen global, permitía que se produjera un cambio interno sutil, un ablandamiento. Este cambio de perspectiva producía un desgarro en mi prejuicio, lo bastante amplio como para percibir la humanidad básica de la mujer. Mientras me percataba de todo esto, ella se volvió hacia mí e inició una conversación. No recuerdo de qué hablamos, algo superficial, pero mi cólera había desaparecido cuando terminó el vuelo. Aquella mujer, por supuesto, no se había transformado en la mejor de mis amigas, pero tampoco era ya la maldita usurpadora de mi asiento junto al pasillo; simplemente, un humano como yo, que llevaba su vida lo mejor que podía.

UNA MENTE FLEXIBLE

La capacidad para cambiar de perspectiva, para ver los problemas «desde ángulos diferentes», guarda relación con la flexibilidad de la mente. El beneficio fundamental de esta flexibilidad es que nos permite abarcar toda la existencia, sentirnos plenamente vivos, experimentar toda la dimensión de nuestra humanidad. Una tarde, después de una larga jornada de charlas en Tucson, cuando el Dalai Lama regresaba andando a su hotel, un banco de nubes de color magenta se extendió sobre el cielo, absorbiendo la luz de últimas horas de la tarde y realzando el relieve de las montañas Catalina, convirtiendo el paisaje en una sinfonía de matices purpúreos. El aire era cálido, cargado con la fragancia de las plantas del desierto, de la salvia, y lleno de humedad; una inquieta brisa prometía tormenta. El Dalai Lama se detuvo. Durante unos momentos contempló en silencio el horizonte y, finalmente, hizo un comentario sobre la belleza del paisaje. Siguió caminando pero, tras unos pasos, se detuvo de nuevo. Se inclinó para examinar un diminuto ramillete de espliego. Lo tocó con suavidad, observó su delicada forma y se preguntó en voz alta cuál sería el nombre de aquella planta. Me sentí impresionado por la agilidad de su mente. Pareció pasar del paisaje a la pequeña planta con una percepción simultánea de la totalidad y de los detalles, con una asombrosa capacidad para abarcar todas las facetas del espectro de la vida.

Todos podemos desarrollar esa misma flexibilidad mental. Surge, al menos en parte, de nuestros esfuerzos por extender nuestra perspectiva y probar nuevos puntos de vista. El resultado es la conciencia simultánea del macrocosmos y el microcosmos, que nos ayuda a separar lo que es importante de aquello que no lo es.

En mi caso, necesité la suave presión del Dalai Lama, durante el transcurso de nuestras conversaciones, para salir de mi limitada perspectiva. Tanto por naturaleza como por formación, siempre he tenido tendencia a abordar los problemas desde el punto de vista de la dinámica individual, con sus procesos psicológicos. Las perspectivas sociológicas o políticas nunca han tenido mucho interés para mí. Durante una conversación con el Dalai Lama, hablamos sobre la ampliación y multiplicación de las perspectivas. Como había tomado varias tazas de café, mi conversación era muy animada y hablé de la capacidad para cambiar de perspectiva como un proceso interno, como una búsqueda individual, basada exclusivamente en la decisión consciente del individuo de adoptar un punto de vista diferente.

El Dalai Lama finalmente me interrumpió y me recordó:

—Adoptar una perspectiva más amplia supone trabajar solidariamente con otras personas. Cuando se producen catástrofes gigantescas, medio ambientales o económicas, por ejemplo, se necesita un esfuerzo coordinado de mucha gente, con un sentido de la responsabilidad y del compromiso globales, no meramente individuales.

Me sentí molesto por el hecho de que él introdujera el mundo cuando yo trataba de concentrarme en el individuo.

—Pero esta misma semana —insistí—, en nuestras conversaciones y en sus charlas ante el público, ha hablado mucho sobre la importancia del cambio personal desde dentro, de la transformación interna. Ha hablado, por ejemplo, de la importancia de desarrollar compasión, de superar la cólera y el odio, de cultivar la paciencia y la tolerancia…

—Sí. Naturalmente, el cambio debe proceder de dentro del individuo. Pero cuando se buscan soluciones a los problemas globales, se necesita abordar esos problemas desde los puntos de vista del individuo y del conjunto de la sociedad. Ser flexible, tener una perspectiva más amplia, exige capacidad para abordar los problemas desde varios niveles: el individual, el de la comunidad y el global.

»En la charla que di en la universidad la otra tarde hablé sobre la necesidad de reducir la cólera y el odio mediante el cultivo de la paciencia y la tolerancia. Reducir el odio al mínimo es como un desarme interno. Pero, como también señalé, el desarme interno tiene que producirse al mismo tiempo que el desarme externo. Y esto es muy importante. Afortunadamente, después del derrumbe del imperio soviético y al menos por el momento, no hay amenazas de holocaustos nucleares. Por ello creo que es un buen momento y que no deberíamos desaprovechar esta oportunidad. Es ahora cuando deberíamos fortalecer la paz. La verdadera paz, no sólo la simple ausencia de guerra. Porque una simple ausencia de guerra no es una verdadera paz mundial. La paz tiene que basarse en la confianza mutua. Y puesto que las armas constituyen el mayor obstáculo para el desarrollo de la confianza mutua, creo que ha llegado el momento de pensar cómo podríamos librarnos de ellas. Es muy importante. Claro que no se puede conseguir de la noche a la mañana. Lo más realista sería avanzar paso a paso. Pero, en todo caso, deberíamos tener muy claro cuál es nuestro objetivo final: que todo el mundo quede desmilitarizado. Por tanto, debemos trabajar para desarrollar paz interior y al mismo tiempo trabajar por el desarme externo y la paz tanto como podamos. Esa es nuestra responsabilidad.

LA IMPORTANCIA DEL PENSAMIENTO FLEXIBLE

Hay una relación estrecha entre una mente flexible y la capacidad para cambiar de perspectiva. La mente flexible nos ayuda a abordar nuestros problemas desde varias perspectivas; por tanto, tratar de examinar los problemas con objetividad multiplicando las perspectivas puede considerarse una manera de formar la mente en la flexibilidad. En el mundo actual, el intento de desarrollar un pensamiento flexible no es un simple ejercicio para intelectuales ociosos, sino una cuestión de supervivencia. Desde un punto de vista evolutivo, son las especies más flexibles las que se han adaptado mejor a los cambios ambientales, las que han sobrevivido y prosperado. Hoy en día, la vida se caracteriza por el cambio repentino, inesperado y, en ocasiones, violento. Una mente flexible puede ayudar a reconciliarnos con los cambios externos, y también a amortiguar nuestros conflictos internos, inconsistencias y ambivalencias. Si no cultivamos una mente adaptable, nuestra mirada se enturbia y nuestra relación con el mundo se guía por el temor. Al adoptar un enfoque flexible y dúctil ante la vida, podemos mantener nuestra compostura incluso en las situaciones más turbulentas. Es gracias a nuestros esfuerzos por alcanzar una mente flexible como podemos reforzar la capacidad de resistencia del espíritu humano.

A medida que iba conociendo al Dalai Lama, más me asombraba ante su flexibilidad, su capacidad para adoptar numerosos puntos de vista. Cabría esperar que en su condición de jefe religioso se erigiera en defensor de la fe, así que le pregunté:

—¿Se ha considerado alguna vez demasiado rígido, demasiado estrecho de miras?

—Hum… —murmuró reflexivo durante un momento, antes de contestar con decisión—: No, no lo creo. De hecho, sucede precisamente lo contrario. En ocasiones soy tan flexible que se me acusa incluso de no seguir una línea coherente. —Se echó a reír sonoramente—. Alguien se me acerca y me presenta determinada idea; examino las razones que aduce y exclamo: «¡Eso es magnífico!». Después se me acerca otra persona con un punto de vista opuesto y también encuentro acertadas sus razones. Me han criticado por eso; me recuerdan: «Nos hemos comprometido a seguir este camino, así que, por el momento, sigámoslo».

Si tuviéramos que juzgarlo sólo por esta declaración, podríamos creer que el Dalai Lama es indeciso, sin principios que lo guíen. En realidad, nada más alejado de la verdad. El Dalai Lama tiene unas convicciones básicas que guían todas sus acciones: la bondad fundamental de todos los seres humanos, el valor de la compasión, la benevolencia y la generosidad, atributos comunes a todas las criaturas vivas.

—Al hablar de la importancia de ser flexible, dúctil y adaptable no pretendo sugerir que seamos como camaleones, y que absorbamos cualquier nuevo sistema de creencias con el que nos encontremos, que cambiemos de identidad, que adoptemos pasivamente cualquier idea. Las fases superiores del crecimiento y el desarrollo dependen del conjunto de valores que nos guían. Un sistema de valores capaz de proporcionar continuidad y coherencia a nuestras vidas, mediante el que podamos medir nuestras experiencias. Un sistema de valores que nos ayude a decidir qué objetivos merecen realmente perseguirse y cuáles son irrelevantes.

La cuestión es: ¿cómo podemos mantener de un modo coherente y firme este conjunto de valores fundamentales y ser flexibles al mismo tiempo? El Dalai Lama parece haberlo conseguido al reducir su sistema de creencias a unas cuantas verdades fundamentales: 1) soy un ser humano; 2) deseo ser feliz y no quiero sufrir; 3) otros seres humanos como yo también desean ser felices y no quieren sufrir. Al destacar el terreno que comparte con los demás, en lugar de fijarse en las diferencias, genera un sentimiento de unión que conduce a la convicción profunda del valor de la compasión y el altruismo. Utilizando este enfoque, puede ser muy gratificante el simple hecho de dedicar un poco de tiempo a reflexionar sobre nuestro propio sistema de valores y reducirlo a sus principios fundamentales, lo que nos proporcionará mayor libertad y flexibilidad para afrontar los problemas.

ENCONTRAR EL EQUILIBRIO

El enfoque flexible de la vida no es sólo un instrumento para abordar conflictos, sino también para alcanzar el estado indispensable para una vida feliz: el equilibrio.

Una mañana, cómodamente instalado en su silla, el Dalai Lama aclaró el valor de llevar una vida equilibrada.

—Asumir equilibradamente la vida, evitando los extremos, es de capital importancia en todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, con una planta hay que ser muy habilidoso y delicado cuando se encuentra en sus primeras fases de crecimiento. Demasiada o poca humedad o luz solar la destruirá. Lo que se necesita por tanto es un medio muy equilibrado, para que pueda disfrutar de un crecimiento saludable. Por lo que se refiere a la salud física de una persona, el exceso o la escasez de algunos elementos pueden tener efectos destructivos.

»Esto se aplica también al desarrollo mental y emocional. Si observamos que somos arrogantes, por ejemplo, que nos hinchamos dándonos importancia, basándonos en supuestos o reales logros o cualidades, el antídoto consiste en pensar un poco más en nuestros problemas y padecimientos, en contemplar los aspectos insatisfactorios de la existencia. Eso nos ayuda a rebajar nuestra soberbia y a ponernos más en contacto con la realidad. Por el contrario, si uno se da cuenta de que reflexiona sobre la naturaleza insatisfactoria de la existencia hasta el punto de sentirse abrumado e impotente, es aconsejable reflexionar sobre el progreso que se ha hecho hasta el momento y sobre las cualidades positivas que se posean, lo que nos ayudará a abandonar ese estado mental de desánimo. Es preciso buscar el equilibrio.

»Este enfoque no sólo es útil para la salud física y emocional de la persona, sino también para el desarrollo espiritual. La tradición budista ofrece muchas prácticas para él, pero es muy importante ser muy habilidoso en su ejecución y no excederse. También aquí se necesita un enfoque equilibrado y sagaz, combinar el estudio y el aprendizaje con la contemplación y la meditación. Esto es importante para que no se produzca ningún desequilibrio entre el aprendizaje académico o intelectual y su puesta en práctica. Si no, se correría el riesgo de que una excesiva intelectualización perjudicara las prácticas contemplativas. Pero si pusiéramos un énfasis excesivo en la contemplación, sin que esta vaya acompañada por el estudio, limitaríamos la comprensión. Así pues, tiene que haber un equilibrio…

Tras una pausa, añadió:

—En otras palabras, la práctica del dharma, la verdadera práctica espiritual, es en cierto sentido como un estabilizador de voltaje. La función del estabilizador consiste en impedir los altibajos de la potencia eléctrica, que transforma en un flujo estable y constante.

—Aconsejo evitar los extremos —comenté—, pero ¿acaso no son los extremos los que aportan entusiasmo y gusto por la vida? Evitarlos, elegir siempre el «camino medio», ¿no conduce a una existencia blanda e incolora?

Negó con la cabeza antes de contestar.

—Creo que necesita usted comprender el origen del comportamiento extremado. Tomemos, por ejemplo, la obtención de bienes materiales: cobijo, muebles, vestido… Por un lado cabría ver la pobreza como una situación extrema, y tenemos todo el derecho de esforzarnos en superada y asegurar nuestro bienestar material. Por el otro, demasiados lujos, la búsqueda de una riqueza excesiva. Nuestro objetivo último al buscar más riqueza es la satisfacción, la felicidad. Pero buscar más es no tener suficiente, o sea, tener un sentimiento de descontento, el cual no surge de la presunta utilidad de los objetos que buscamos, sino más bien de nuestro estado mental.

»Creo por tanto que nuestra tendencia a dejarnos llevar hacia los extremos se ve alimentada a menudo por un sentimiento subyacente de descontento. Sin duda también hay otros móviles para la desmesura, pero es importante reconocer que si bien los extremos pueden parecer atractivos o “apasionantes”, en el fondo son nocivos. Hay muchos ejemplos sobre los peligros del comportamiento extremado. Imaginemos, por ejemplo, una actividad pesquera intensiva a escala planetaria, sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo, sin sentido de la responsabilidad, con lo que provocamos un agotamiento de los mares… Lo mismo puede suceder con el comportamiento sexual. Existe un impulso biológico para la reproducción y se obtiene satisfacción de la actividad sexual, pero si el comportamiento sexual se hace extremado, sin verdadera responsabilidad, provoca numerosos problemas y abusos…, como el maltrato o el incesto.

—Ha dicho que, además del descontento, puede haber otros motivos para la desmesura…

—Sí, ciertamente.

—¿Puede darme un ejemplo?

—La estrechez de miras.

—La estrechez de miras…, ¿en qué sentido?

—El ejemplo de la pesca excesiva es un caso de estrechez de miras, puesto que sólo se tiene en cuenta lo inmediato. La educación y el conocimiento amplían la perspectiva.

El Dalai Lama tomó su rosario de una mesita y deslizó sus cuentas entre las manos mientras reflexionaba en silencio. De repente, miró el rosario y dijo:

—Creo que la visión limitada conduce al pensamiento extremista, y eso crea problemas. El Tíbet, por ejemplo, fue una nación budista durante muchos siglos. Naturalmente, eso produjo un sentimiento de que el budismo era la mejor religión, una tendencia a considerar que sería bueno que toda la humanidad se hiciera budista. La idea de que todo el mundo debiera ser budista es un caso de extremismo. Y esa actitud causa problemas. Pero ahora que no estamos en el Tíbet, hemos tenido la oportunidad de entrar en contacto con otras tradiciones religiosas de las que hemos aprendido. Eso nos ha acercado más a la realidad, nos hemos percatado de que en la humanidad hay muchas creencias y actitudes diferentes. Que todo el mundo fuera budista sería muy poco práctico. A través de un contacto más estrecho con otras confesiones se da uno cuenta de las cosas positivas que poseen. Ahora, al encontrarnos con otra religión, surge un sentimiento positivo, un sentimiento de comodidad. Nos parece bien que haya personas que se adhieran a confesiones diferentes. Es como en un restaurante: todos podemos sentamos y pedir platos diferentes, según nuestras preferencias. Podemos comer platos diferentes sin que nadie discuta por ello.

»Así pues, creo que al ampliar deliberadamente nuestra perspectiva podemos superar los extremismos y sus consecuencias negativas.

Tras esto, el Dalai Lama deslizó el rosario alrededor de la muñeca, me dio una afable palmadita en la mano y se levantó, dando por terminada la entrevista.