En la audiencia de la mañana de la inquisición del día quince de enero de mil quinientos y noventa y nueve, ante el Sr. Inquisidor don Lope de Mendoza y por su mandato fue traída a su cárcel una mujer, en hábito de hombre, de la cual fue recibida juramento en forma de derecho, so cargo del cual prometió decir verdad y de guardar secreto, la cual dijo llamarse Elena Céspedes y declaró:
Filiación: Padre, desconocido pero presume según testimonio de su madre Francisca de Medina, la cual es ya difunta y que fue esclava de Benito de Medina, vecino de la ciudad de Granada; que su padre fue soldado de los Tercios, nacido en los reinos de norte de Europa, que fueron herencia y propiedad, de nuestro difunto emperador Don Carlos. Preguntada, dijo que es cristiana, bautizada y confirmada y que oye misa todos los domingos y fiestas de guardar y confiesa y comulga cuando lo manda la Santa Madre Iglesia y que esta cuaresma pasada confesó en Villa Rubia de Ocaña con Alonso Gómez, teniente cura de dicha villa. Signose y santiguose y dijo el pater noster, Ave María, Credo y Salve Regina en romance, bien dicho. Preguntada, dijo saber leer y escribir y que no ha estudiado aunque tiene libros de cirugía y medicina en romance y en latín y que los compró a un licenciado todos juntos. Que después de esclava y servir en Granada se asentó en casa del racionero San Miguel que después fue tesorero de la Capilla Real de Granada, y después que por éste le fue concedida la libertad, aprendió el oficio de hacer calzas en oficio de calcetero y de allí se puso a su oficio de Tejedora en casa de don Alonso Martínez Trompeta de donde comenzó a hacer oficio de sastre y sastrería y de allí se trasladó a Sevilla donde hizo digno oficio de sastre y sastrería y hallaba bien en que ganar de comer. Y allí riñó con un rufián que se llamaba Heredia y otros rufianes, sus compañeros, y decidió disfrazarse de hombre. Asentó como soldado en la compañía de don Luis Ponce de Peón, en la guerra contra los moriscos levantiscos y volvió a ejercer el oficio de sastre en Jerez de la Frontera con hábito de hombre y allí conoció al Duque de Arcos y estuvo con él. Y también estuvo con un regidor que se llamaba Fulano Vara hasta que riñó con él, por lo que tuvo que huir a Osuna donde volvió a ejercer su oficio. Allí conoció a un médico cirujano valenciano que la llevó a vivir con él y fue allí donde comenzó éste a darle lecciones de curar y como ésta aprendió bien, dentro de pocos días curaba tan bien como el dicho cirujano, y como ésta vio que aquel oficio era de provecho, dejó del todo el oficio de sastre y comenzó a usar de la cirugía, y en el hospital de la corte estuvo curando y asistiendo hasta que la acusaron por no ser examinada. Entonces fue a Madrid donde sacó dos títulos para poder sangrar y purgar y para cirugía. Y después de ejercer en Cuenca y ser huésped de don Francisco del Caño, y ésta reñir con éste, se fue con una compañía que pasó por allí, curando a los soldados que iban heridos, de la compañía, de don Antonio Pazos y allí estuvo varios meses hasta volver a Sevilla. Allí conoció a Isabel Ortiz, soltera y sin hijos y que se enamoró de ella y que fue a pedir licencia para casarse y para hacer amonestaciones. Y que el vicario de Sevilla al verle sin barba y lampiña, le preguntó que si era capón a lo que respondió que no y que la mirasen y que vieran como no lo era. Y la examinaron varios médicos y convinieron que no era capón por lo que le dieron licencia para que se amonestasen. Y que esta licencia, la publicó el cura. Y que al ver las publicaciones salió una tal Francisca Asensio, viuda de esta ciudad y con dos hijos, que la reclamó como marido diciendo que éste le había dado palabra de casamiento. Y como quiera que una vez careados ella se apartó. Y luego le pusieron otro impedimento diciendo que era pública voz y fama que era macho y hembra. Y entonces se le reconoció por dos médicos y ella pidió pues que como fuera reconocida en Sevilla y allí siendo procurador de la vicaría Morales y Pantoja el Secretario, fue su letrado el doctor don Alonso Ortiz de Zárate y Llerena.
Alonso resopló al leer su nombre inserto en el acta inquisitorial, se incorporó para relajar la espalda tras la incómoda postura y contempló durante unos segundos al secretario, que lo observaba hierático. Se inclinó nuevamente y tomó aire, pues las declaraciones que se disponía ahora a seguir leyendo eran el resultado de haber aplicado sobre el reo la primera amonestación, esto es, algún tipo de martirio o suplicio conducente, según la Santa Orden a que la mente del interrogado se iluminara por la intervención divina:
Amonestado por primera vez reconoce: Que la natura de mujer se la cerró a base de lavatorios con vino, balaustras y alcohol y otros muchos remedios y sahumerios y ya que no puede arrugar del todo a los menos se apretó, y con los muchos remedios que ésta hizo se le arrugó, de suerte que quedó tan estrecha que no le podían meter cosa ninguna. Y por orden del Alcalde, la vieron hasta diez personas, que tentaron y tocaron sus partes y ninguno de ellos pudo meter el dedo ni conocer que ésta tuviera sexo de mujer, y a pesar de que tentaban con gran fuerza, ésta sólo respondía que era una almorrana que había tenido allí o postema y le habían dado allí un botón de fuego que le había quedado aquella dureza y con ese engaño, los diez hombres, médicos algunos, otros no, dijeron que no tener ésta sexo de mujer y sí miembro de hombre. Y entonces y con esta información, reconociendo ante el vicario ser varón, dio licencia éste para que se casase y con ella se casó y veló in facie eclesie con su amada Isabel en la parroquia de San Julián y los veló el teniente cura. Y vivió con ella durante más de un año, al cabo del cual riñó fuertemente por haber conocido a otros hombres durante el matrimonio y ésta envió carta al Santo Oficio que prendió a ésta y se inicia el proceso. Amonestado por segunda vez reconoce: Que en verdad y realidad es y fue hermafrodita, que tiene dos naturas, una de hombre y otra de mujer y lo que en esto pasa que es, que cuando ésta parió, con la fuerza que puso en el parto se le rompió un pellejo que tenía sobre el caño de la orina y le salió una cabeza como medio dedo pulgar, que parecía en su hechura cabeza de miembro de hombre, el cual cuando tenía deseo y alteración, le salía y cuando no se enmustecía y recogía. Y que como quiera que deseaba tener relación con mujeres y que no podía por no ser de largo suficiente, fue a un cirujano que con una navajada más arriba del pellejo le salió un miembro de hombre, del largo como de catorce pulgadas. También le cortó el cirujano el frenillo y con esto quedó un pene muy ancho y dilatado por el final, por lo que quedó en aptitud de poder yacer con mujer. Por lo que empezó a hacerlo con muchas ya que le gustaba e incluso yació y muchas veces, valiéndose de su hábito de mujer con Ana Albanchez, esposa del corregidor de esta ciudad de Sevilla. También lo hizo con una hermana del cura de Arcos, que se llamaba Catalina Núñez y con otra mujer casada de dicho lugar que se llamaba Francisca de Haro y otras muchas por las tierras donde ella anduvo y por donde ejercía el oficio de cirujano. Y que todas quedaban satisfechas de su sexo de hombre y que ninguna ponía pegas ni mentaba su condición de mujer sino que la reclamaban muchas veces cuando sus maridos se ausentaban y la buscaban en su oficio para yacer con él.
Asimismo amonestado y preguntado reconoce: Que ha tenido relaciones con algunos hombres, con soldados y con labriegos a los que curaba por su oficio de médico o clientes que venían a su comercio de sastre y que se desnudaban para probarse sus calzas y que cuando los veía desnudos se alteraba y yacían muchas veces.
Amonestado y preguntado reconoce: Que cuando yacía con hombres usaba tanto su sexo masculino como el femenino.
Amonestado y preguntado por qué siendo mujer, principalmente y habiendo parido se casó con otra mujer como ella y si piensa que puede ser lícito casarse dos mujeres dijo: Que como se vio que con miembro de hombre podía tener acceso a muchas mujeres y también seguir teniendo acceso a los hombres, quiso salir del pecado, y casarse y no tener más que con mujer y por eso se casó y que no pensó en que con ello herraba en su fe ni contra la ley, antes pensó que estaba en servicio de Dios.
Preguntado si le viene su mes como a las demás mujeres responde que: no.
Preguntado y amonestado nuevamente dijo: que cuando era moza, le venía pocas veces y muy poco, y así le baja algunas veces, no ordenadamente cada vez, y muy poca sangre, como para dejar mojado un trozo de paño y que como médico cree puede haber influido que viaja mucho a caballo y que se le llagó aquella parle y que se le hicieron allí unas grietas y fluía líquido como de sangre.
Preguntado si el miembro de hombre, que dice le salió, servía para más que tener delectación con mujeres dijo: que orinaba con él como los demás hombres porque estaba en el propio caño de la orina.
Preguntado si le advirtió a su mujer, Isabel Ortiz, que se casaba con mujer dijo: Que nunca lo supo ni lo sospechó, puesto que antes de casarse con ella, retozó muchas veces y que no podía entender que con mujer se casara sino con hombre, pues le hacía cosas de tal.
Preguntado si cuando yacía como hombre si tenía además de la delectación, polución dijo: que sí, que la venía a ésta su polución y cumplía con ella y que era polución en demasía.
Preguntado hasta que fecha tuvo relaciones con su mujer, dijo: Que poco más de un año, que Isabel cayó enferma y también comenzaron a salirle yagas en su sexo y que por haber de comulgar y sanar de sus padecimientos no quería que tuviera acceso carnal a ella. Y que él pasó mucho padecimiento de no poder yacer con su esposa y que la ayudó a curarse aplicándole polvos y ungüento de minio y azarcón con y ungüento de plomo y aceite rosado entre otras cosas. Y que cuando ésta curó, decía sentir mucho dolor cuando él la penetraba y entonces volvió en su comercio a tener acceso con algunos hombres y mujeres y ha sido cuando ha sido prendido por el Santo Oficio y que desde entonces no tiene delectación y que es retenido en la cárcel de esta institución.
Preguntado por si sabe o presume por qué causa ha sido traída presa a este Santo Oficio, dijo: Que por lo que tiene aquí dicho y confesado por haberse casado con mujer, siendo mujer, pero que aunque era mujer, también era hombre por tener natura de tal y ser potente para casarse.
Fuele dicho que por reverencia de Dios, diga enteramente la verdad, porque esto es lo que le importa para el descargo de su conciencia y para que se use con ella de la misericordia que en este Santo Tribunal se acostumbra con los que confiesan llanamente sus culpas, especialmente, acerca de lo que ha sido preguntado, del ánimo e intención con que se casó siendo mujer, y ¿es por tener entendido y creído que podría lícitamente casarse una mujer con otra o que no hay sacramento de matrimonio, pues en oprobio e irrisión de él se casó, siendo mujer con otra, velándose in facie eclesie, por sentir mal y hacer burla de dicho sacramento?
Dijo: Que ésta se casó por entender que era hombre y no mujer; que bien sabe que dos mujeres no pueden casarse y así no lo hizo por irrisión ni burla del sacramento, sino que antes lo hizo por estar en servicio de Dios. Después de esto fue amonestada una y dos veces según acostumbra el Santo Oficio a que dijese verdad y contestando la reo que ya la tiene dicha.
Concedida la palabra al abogado defensor manifiesta éste que nada tiene que preguntar.
Y con tanto por ser tarde, dada la hora cesó la audiencia, y amonestada para que piense en el descargo de su conciencia fue mandada volver a la cárcel.
Alonso se quedó perplejo, frotándose la frente en señal de incredulidad, al leer las tergiversaciones y manipulaciones que del proceso de licencia matrimonial había vertido la Inquisición en las actas. Como Letrado Director que había sido de aquel asunto conocía perfectamente que no fueron diez, sino dos, los peritos médicos que realizaron el reconocimiento médico. Aquello no era ninguna buena señal, pues si el Santo Tribunal se estaba tomando tantas molestias al mentir tan descaradamente en sus propias actas oficiales, se podía prever cuáles iban a ser el rigor y la dureza con que se iba a aplicar la justicia divina sobre Heleno. Iba a haber un escarmiento ejemplar. «Dios mío», pensó, «a qué clase de suplicios y tormentos habrán sometido a esa pobre criatura».
Además, las actas hablaban de conjuras con el maligno para cerrar el sexo de mujer, lo cual le pareció a Alonso una invención aberrante, aunque no menor que la presunta formación, «partiendo de la nada», de un pene de ni más ni menos que de catorce pulgadas, apto y firme como para poder mantener una relación sexual. Según las actas de la Inquisición, el órgano viril le había surgido al hermafrodita tras dar a luz. ¡Habían llegado a inventar incluso el nacimiento de un niño! Alonso sintió, tal y como había previsto el inquisidor don Lope de Mendoza, asco y repugnancia, pero no por las presuntas andanzas del acusado, sino por las maquinaciones insidiosas que el Santo Oficio había orquestado para llevar a la hoguera a una pobre criatura del Señor. Cerró el libro de actas y miró al secretario, que lo seguía observando con los brazos cruzados, la cabeza ladeada y gesto de expectación.
—Necesito ver a la procesada —dijo secamente.
Al secretario se le transfiguró el rostro. De mala gana le ordenó que le siguiera mientras lanzó bruscamente su anatema:
—Usted lo ha querido. Acompáñeme.