Un sonoro bofetón me hizo volver en mí de repente. Siguió otro que me echó la cabeza hacia atrás. Abrí los ojos. Jadeé. Una imagen borrosa ocupaba todo mi campo de visión. Un dolor amargo latía en mi cabeza como una aguja que alguien me estuviera clavando en la base del cráneo. Ácido y metal en mi boca. Conocía aquel sabor. El pánico y un dolor agónico se apoderaron de mí. Era el libro. Y poder de sangre.
—¡No!
Intenté levantar las manos, pero algo se agarró a mi voluntad y me inmovilizó.
La imagen borrosa se aclaró dando paso al rostro de Yuso. Miré hacia abajo: tenía las muñecas atadas con las perlas blancas y el libro negro entre las palmas de las manos. La sangre manchaba la ristra brillante. Intenté levantar los brazos otra vez, pero una fuerza externa los sujetaba con firmeza, como una garra. La podía sentir en la mente, aprisionando mis extremidades. Aspiré profundamente, en un intento desesperado por alcanzar el mundo de la energía, pero un muro de ácido abrasador bloqueaba todos mis senderos.
—¡Yuso! —dije, pero mi voz pareció un graznido. Tenía la boca tan seca que apenas podía pronunciar palabras.
A través de mis aturdidos sentidos percibí un telón de fondo de color rojo, y olor de incienso y carne asada.
Yuso desvió la mirada hacia otro lugar.
—Está despierta, Majestad —dijo, enderezando la espalda.
—Perfecto.
La frialdad de aquella voz penetró en mi mente como un reptil, y sentí que mi cuerpo se arqueaba sobre la silla de madera.
Sethon.
Estaba al otro lado de la tienda, dándome la espalda. La luz de la lámpara jugaba sobre el espaldar de su coraza dorada, y el efecto enfatizaba su envergadura de guerrero. Comprendí entonces la situación, y sentí un peso aplastante en el corazón y un bramido de sangre en los oídos. Respiraba frenéticamente. Sethon. Yuso me había llevado ante Sethon. Había entregado todo mi poder al enemigo.
Me hallaba en una tienda de campaña, pero el mobiliario era tan lujoso como el de una habitación de palacio. La luz procedente de unas grandes lámparas doradas iluminaba las alfombras, las elegantes sillas, un diván y una gran mesa de madera oscura, sobre la cual reposaban mis espadas. Cuatro ayudantes permanecían firmes, uno ante cada una de las paredes de tela, con la vista clavada en mí, llenos de curiosidad. Por debajo de las lonas de la tienda se veía una rendija de oscuridad. Era noche cerrada. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente?
El Gran Señor se volvió hacia mí. El parentesco con Kygo era visible en los trazos de su rostro, pero no había atisbo de calidez en sus ojos, ni de compasión en sus labios y su expresión era tan retorcida como la cicatriz que le cruzaba la nariz y la mejilla.
—¿Sabes dónde estás, niña?
Asentí con la cabeza. Al menos, podía moverla. Enderecé el cuello, luchando contra la garra invisible del libro negro. ¿Podía convocar su poder, como había hecho con Dillon? Me concentré en la energía que me mantenía clavada a la silla. Ven, dije para mis adentros. Ven a mí. Mi desesperación vibró a través de la fuerza que me sujetaba, pero el libro no respondió. Mi poder no bastaba para romper el abrazo de sangre de Sethon.
Cruzó la corta distancia que nos separaba. Cada uno de sus pasos resonaba en mi pecho. Inclinó la espalda y metió su grueso índice bajo las perlas ensangrentadas. Me estremecí.
—¿Puedes sentir cómo controlo tu cuerpo y tu voluntad?
—Sí —susurré.
Ladeó la cabeza.
—¿Qué te parece si hacemos una prueba? Vamos a comprobar si el poder de sangre funciona de verdad.
Puso su calloso pulgar sobre mi dedo meñique y tiró de él, lentamente, hacia atrás. El dolor iba en aumento. Mis intentos de apartar la mano topaban contra el muro de su coerción. Ahogué un grito.
—Te lo voy a romper —dijo.
—No, por favor. ¡No puedo moverme!
—¿Estás segura?
Sonrió al constatar mis jadeos aterrorizados y apretó aún más.
—¡No puedo! ¡No puedo!
Me soltó el dedo y el hueso crujió. Un dolor agónico ascendió por la médula de mi brazo. Chillé y me agité. Sentía en mi mente, rabiosa, la necesidad de arrimar la mano al pecho protector.
Sethon inspiró profundamente, como si quisiera absorber mi dolor.
—Muy excitante —dijo—. Ahora ya veo por qué te divertías tanto forzando a Ido. —Dejó caer mis brazos y el libro negro sobre mi regazo. El duro golpe hizo que la cabeza me diera vueltas durante un largo rato de oscuridad—. Va a resultar muy interesante explorar tus capacidades, dama Eona. —Me agarró la mandíbula con el pulgar y el índice y me echó la cabeza hacia atrás.
—Majestad. —Yuso se había quedado de pie, a un lado, frotándose los dedos de las manos—. Os he entregado a la dama Eona y el libro. He cumplido vuestros deseos.
Sethon le dirigió un ademán de desdén con el brazo.
—Luego, Yuso.
¿Cómo me había pasado por alto la traición del capitán de la guardia? Repasé mentalmente las últimas semanas, buscando los signos que no había sabido ver.
—Fuiste tú quien dio la voz de alarma en el palacio, ¿verdad? —dije—. Y quien llamó al ejército en Sokaya. ¿También mataste a Jun y disparaste a Ido?
Yuso miró hacia otro lado.
—¡Cerdo! —dije, con toda mi rabia.
—Majestad —dijo él entre dientes—. Os lo ruego. Me prometisteis devolverme a mi hijo en cuanto os hubiera entregado a la chica y os hubiera traído el libro.
Sethon se arrimó a mí, como si estuviera a punto de compartir una confidencia conmigo. El olor de su cuerpo, acre y metálico, se me clavó en la garganta, como un eco del libro.
—A diferencia de ti, dama Eona, el hijo de Yuso no tiene mucha fortaleza —dijo—. Cuando le rompí los dedos, se desmayó. Estoy seguro de que si la insolencia de su padre me obliga a darle unos azotes, morirá.
Una vena se hinchó en la frente de Yuso.
—Espera ahí, capitán. Aún tengo trabajo para ti —dijo Sethon, acompañando sus palabras con un ademán de la cabeza en dirección a un lado de la tienda.
Se quedó mirando a Yuso mientras éste se tragaba su furia y se retiraba, tras una reverencia.
—El amor es una debilidad muy fácil de explotar. —Sethon volvió a mirarme con su expresión fría y escrutadora—. Yuso dice que tanto mi sobrino como el Señor Ido vendrán corriendo a rescatarte. —Me frotó los labios con el pulgar—. Me pregunto qué hay en ti capaz de arrastrar a dos hombres tan poderosos a su propia destrucción. ¿Es sólo el dragón, o hay algo más?
—No vendrán —dije con algo parecido a un graznido.
Me dio unos ligeros golpecitos en la mejilla.
—Ambos sabemos que estarán aquí antes de que despunte el día. Eres el cebo perfecto.
Apreté los dientes; él tenía razón.
Se inclinó sobre una mesita junto a mi silla. No había alfombras lujosas a mis pies, sólo el suelo desnudo. Cogió un cuchillo de hoja estrecha y alargada. Con el rabillo del ojo entreví dagas, garfios y un mazo. Ya había visto antes aquel tipo de instrumentos: en la celda de Ido. El recuerdo de aquello me provocó la viva necesidad de ponerme a correr. De luchar. Pero no podía moverme.
—Mi sobrino vendrá a buscarte —dijo Sethon—, y cuando lo haga me traerá la Perla Imperial, que lleva tan asegurada al pulso fuerte y joven de su garganta. —Levantó el cuchillo y examinó su borde afilado—. Habría preferido que Yuso lo matara y me trajese la perla, pero la tradición dice que debe transferirse de un portador vivo a otro en menos de doce respiraciones. —Se encogió de hombros—. Uno nunca sabe si esas historias son verdaderas o falsas.
Tiró del cuello de mi túnica hacia abajo, exponiendo la piel encima de mis pechos. Me puse a lanzar puñetazos y patadas mentalmente, pero mi cuerpo permaneció inmóvil bajo sus manos.
—Ido está convencido de que eres la llave para acceder al Collar de Perlas —dijo Sethon—. Sufrió mucho antes de confesar sus secretos, pero al final fue… muy comunicativo con respecto a ti y el libro negro. —Hizo una pausa y se entretuvo recorriendo mi clavícula con el índice—. Una correa hecha con la hua de tu propio dragón. Fue lo último que confesó antes de que lo perdiera en el mundo de las sombras.
—¿Qué?
Sethon me miró, sorprendido.
—¿No te lo contó Ido? —Su cuerpo se agitó en una carcajada silenciosa—. El siempre con sus jueguecitos. —Volvió a darme unos golpecitos en la mejilla—. El libro negro está hecho con la esencia de los doce dragones. Lo crearon los primeros Ojos de Dragón. Estás atrapada por los de tu propia especie.
—¡No!
Por mucho que lo negara, aquella revelación era una aplastante realidad. Desde el primer momento en que había tocado el libro negro, había sentido su poder dirigido a la Dragona Espejo y a mí. Pero, ¿por qué habrían hecho algo así los primeros Ojos de Dragón?
Me pregunté qué otras cosas no me había contado Ido.
Entonces Sethon me presionó la base del cuello con el cuchillo y no hubo para mí otra cosa en el mundo que aquella hoja larga y estrecha y la mano que la sujetaba.
—Tengo entendido, gracias a Yuso, que puedes curarte a ti misma una y otra vez. —Curvó la mano y apoyó los dedos en el borde romo de la hoja. El filo empezó a hundirse en mi piel. Pronto empezó a manar la sangre, y al cabo de un instante los nervios transmitieron el dolor—. Vamos a ver hasta dónde alcanza la correa.
Ya me habían herido antes. Ya había sentido una espada hendiendo fugazmente mi carne durante un combate, pero éste era un nuevo tipo de herida. Lenta y a conciencia, como un buril trabajando en un grabado, me arrastraba tras su estela en un crescendo agónico. Grité y eché la cabeza hacia atrás. Mi cuerpo estaba bloqueado por la mano y el cuchillo. Era incapaz de huir o de luchar, o incluso de alejar el pecho de la hoja que me cortaba con tanta maldad.
Sethon retiró el cuchillo, con una sonrisa, y oprimió con la mano libre los bordes irregulares de la herida abierta. Un nuevo tipo de dolor.
—Cura la herida con tu dragón.
Me acarició la mejilla una vez más con un dedo húmedo. Ahora, el olor a metal en su piel era el de mi propia sangre.
Toda mi furia y mi dolor, y todo mi terror, confluyeron en un único pensamiento: mátalo.
Aspiré profundamente y me lancé al mundo de la energía. La tienda se arremolinó a mi alrededor hasta formar un torrente de colores. Ante mí, el cuerpo de energía de Sethon era un conjunto de corrientes oscuras, avivadas por la excitación.
La dragona roja se retorcía sobre mí; su poder dorado estaba encerrado en el pulso escarlata de su enorme cuerpo. Cerca de allí, la bestia azul aullaba furiosa. ¿Podía sentir Ido lo que estaba ocurriendo?
—Dioses sagrados —susurró Sethon—. ¡Cuánta belleza!
El podía verlos a través del poder del libro.
El cuerpo de energía de Sethon se inclinó hacia mí. Sentí su cálido aliento en mi oído. Las palabras que pronunciaba eran fuertes y amargas: órdenes muy antiguas que se cerraban alrededor de mi hua como una mano estranguladora. Intenté clavarle las uñas, pero mi esfuerzo desesperado fue en vano.
—Cura tus heridas —ordenó Sethon.
Fue como si la mano dejase de oprimirme durante un breve espacio de tiempo, permitiendo un aliento del poder dorado de mi dragona y un flujo de impulso curativo. Abrí la boca para llamarla: vuelve la curación contra él, toma su voluntad, ¡mátalo!, pero la mano volvió a sujetarme para ahogar mi voz e impedirme el paso hacia su glorioso poder. Las líneas de energía del rostro de Sethon se solidificaron, convirtiéndose de nuevo en huesos y carne, y los torrentes de color a mi alrededor se diluyeron hasta regresar a la quietud de la tienda.
Jadeé, liberada súbitamente del dolor. La herida excavada en mi pecho había desaparecido, y la sangre se había coagulado sobre mi piel tersa. El dedo roto, hinchado, se había enderezado y había recuperado su aspecto normal.
Sethon había echado la cabeza atrás, como si se hallara en estado de éxtasis.
—De modo que así es el mundo de la energía —murmuró—. Todo ese poder. No es extraño que Ido lo quisiera para sí. —Estalló en una estridente carcajada—. Y cuando venga a por ti, también tendré el poder de su dragón. Un ejército y dos Ojos de Dragón. Seré invencible.
—¡No! —chillé.
Me pasó la mano por el pecho y me embadurnó la piel con mi propia sangre.
—No tienes elección, dama Eona. Tu voluntad es mía. —Blandió en alto el cuchillo—. Y no pasará mucho tiempo antes de que lo sea también tu espíritu.
Me hizo levantar otra vez la barbilla. Su forma era una imagen borrosa detrás de mi sangre y mis lágrimas. No se detendría nunca. Me cortaba la piel una y otra vez.
Debían de haber pasado varias horas, pues la luz del día se colaba por debajo de las lonas de la tienda.
Vi con el rabillo del ojo que cogía el mazo. Quería mi espíritu, y pronto lo tendría; yo sentía cómo la esperanza me iba abandonando y cómo decaían mi fuerza y mi entereza.
Tenía que encontrar un sendero fuera de su alcance. Antes de que fuera demasiado tarde.
Ido se había refugiado en su dragón. Pero, ¿cómo? Con el dolor, me había dicho. Lentamente fui rebuscando en mi memoria, entre la mente confusa: estábamos entrenando; el aire olía a jazmín; él presionaba con sus pulgares las palmas de mis manos; era la primera vez que nos tocábamos; entonces me decía que el dolor era energía y que podía usarla para encontrar a mi dragona. No para una verdadera unión, sino como último refugio, peligroso tanto para la bestia como para el Ojo de Dragón.
Pero Ido no se hallaba sometido por las ataduras de la sangre real y el libro negro cuando lo había hecho.
Sethon se agachó, me quitó una sandalia e hizo que mi pie se apoyara en el suelo; un soporte resistente para el golpe de mazo. Sentí la tierra desnuda y la humedad de la sangre bajo la planta de mi pie descalzo. Y algo más: un diminuto temblor a través de la puerta de energía.
Intenté tranquilizarme y concentrarme, hacer caso omiso del dolor que rugía en mi cuerpo. Aquello era energía de la tierra; el poder más antiguo de todos. Y mi sangre, la sangre de mis antepasadas, goteaba de mi cuerpo para caer en el suelo del este, el hogar de mi dragona. El centro de su poder. Tomé aliento temblorosamente para ocultar la tenue esperanza y me dispuse a aguantar. Estaba aterrorizada.
El tremendo golpe estalló por todo mi cuerpo, y cada parte de mí hizo acopio de agónico dolor. Chillé, al tiempo que me abría a la energía de la tierra y al poder primigenio de mi sangre: una antigua llamada a un antiguo dragón.
Giraba. Ingrávida. No había dolor. No sentía nada. Sólo oscuridad… en mis ojos, en mi nariz, en mi boca. Una cápsula de bendito alivio.
¿Estaba muerta?
Eona.
Una voz que ya había escuchado antes.
Eona. Ven. Llevo tanto tiempo esperando… Todos llevamos tanto tiempo esperando.
¿Esperando? ¿Quién había estado esperando?
Ven.
La voz me llevó fuera de la oscuridad hacia los remolinos rojos, verdes y azules del plano celestial. Más abajo, mi cuerpo estaba combado en la silla, con hua plateada aún corriendo por sus senderos de energía enmarañados con la fuerza oscura del libro. No estaba muerta.
El cuerpo de energía oscura de Sethon se inclinó sobre mi forma inmóvil y me levantó la cabeza tirándome de los cabellos.
—Está en el mundo de las sombras —dijo, y aporreó la mesa con el mazo.
Pero yo estaba en mi dragona. A salvo de él. Me sentí triunfante y avivada con un frío propósito: era mi ocasión para matarlo y destrozar a su ejército.
Eona. La voz me arrancaba el sentimiento de odio.
Tienes que enmendar las cosas.
La voz estaba dentro de mí, junto a mí, encima de mí. Conocía su tono y su rabia.
Kinra.
En la Dragona Espejo. ¿Había estado allí desde la huida de la bestia?
… tanto tiempo esperando. Ya casi no existo, Eona. Eres la última de mi linaje. Tienes que enmendar las cosas. Mira mis memorias. Mira la verdad.
De repente, el mundo de la energía se hizo trizas, y me vi asaltada por la luz y el calor, en un recuerdo de carne y hueso.
Estoy en un patio, a la luz del sol en un día caluroso. Los naranjos enanos que rodean el suelo de mármol desprenden su olor ácido. Es el patio de la casa del Dragón Rata y yo estoy allí tomando de la mano a un hombre que se halla frente a mí, con su cuerpo en tensión. Durante un instante, no reconozco su cara, pero luego sus rasgos angulosos se convierten en los de…
… mi amado Somo.
«¿Estás segura, Kinra?», pregunta él mientras mira por encima de mi hombro aunque estamos solos.
Yo levanto el rollo de pergamino.
«Esta es la prueba. No hay alianza alguna entre los dragones y nosotros. Nunca la hubo. Los primeros Ojos de Dragón robaron su huevo, el que les permitía renovarse: la Perla Imperial; y nosotros los seguimos sometiendo con él. Un puro chantaje para conservar su poder, cosido a la garganta de nuestros emperadores.»
«¡No!» Niega con la cabeza; no puede creerlo. «Si es como dices, ¿por qué siento el gozo de mi dragón cuando nos unimos?»
Le acaricio la mejilla.
«Somo, no creo que ese gozo sea por nosotros.» Las lágrimas me pican en los ojos. «Creo que es porque en nuestra unión se halla la esperanza de que uno de nosotros comprenda, por fin, lo que les hemos hecho, y enmiende las cosas.»
El mundo de la energía volvió a estallar en un remolino resplandeciente debajo de mí. Aunque mi cuerpo físico estaba hundido en la silla, sentí que mi espíritu había quedado paralizado por el asombro. Los dragones eran esclavos. No había alianza de los hombres y las, bestias. Les habíamos robado su huevo y Kinra había intentado devolvérselo. Yo, igual que Somo, había malinterpretado el gozo de los dragones, cegada por el poder bajo mi mando. Ahora lo entendía: los diez dragones huérfanos no lloraban por los Ojos de Dragón muertos, sino porque habían perdido la esperanza.
El cuerpo de energía de Sethon estaba en cuclillas ante mi forma inerte. El flujo oscuro de su hua se apresuraba, encolerizado, a través de sus senderos.
—Está llorando —dijo—. Eso no es posible en el mundo de las sombras. —Me levantó la cabeza agarrándome por la barbilla—. ¿Dónde estás, pues, dama Eona? —Se quedó mirándome un momento y luego cerró la mano alrededor de la ristra de perlas que me maniataba—. ¡Regresa a tu cuerpo!
A su orden, se abrió una grieta de punzante dolor en la cápsula que me protegía.
¡No! Tienes que verlo. Tienes que saber la verdad.
La voz de Kinra me rescató de la agonía y me sumergió una vez más en otro lugar y en otro tiempo. Una gran habitación, los postigos de las ventanas cerrados, lámparas de bronce queman aceite perfumado con rosas. Una chiquilla de rodillas en el suelo, jugando con un caballo de madera…
… mi pequeña y dulce Pia. Somo está en la puerta dando orden a mi criada de que se vaya. Pongo el libro negro encima de la mesa y reprimo un escalofrío. Leer sus peligrosas palabras me ha tomado mucho tiempo y me ha exigido una gran determinación.
«Este libro y la Perla Imperial son el modo en que mantenemos sometidos a los dragones», digo mientras Somo se acerca a mí desde el otro lado de la habitación.
«Siento la gan hua en él.» —Somo se frota la base del cráneo—. «Me hace enfermar.» Tiende la mano hacia el libro y la retira al ver que las perlas blancas se agitan. «¿Dices que lo tejieron con la hua de todos los dragones? ¿Como una soga alrededor de sus espíritus?»
«Sí. Y para que los dragones se renueven, su antigua hua debe unirse a la Perla Imperial, la nueva hua. Según el manuscrito que he encontrado, deben renacer cada quinientos años. Si no lo hacen, su poder mengua, y con él mengua también el equilibrio que confieren a la tierra. No hace mucho, un Ojo de Dragón podía ocuparse él solo de su propia provincia. Ya sabes que eso no ocurre hoy en día. Ahora, para dominar cualquier catástrofe de viento y agua se necesita, al menos, el poder de dos dragones. A veces, hacen falta incluso tres.»
«Sólo usamos tres en los casos más graves», replica él.
«¿Lo ves? Tú también le quitas importancia, igual que el resto del Consejo.»
Me mira fijamente durante un rato. Luego asiente, de mala gana.
«¿Cómo se conseguiría la renovación?»
Bajo la voz.
«Somo, creo que los dragones renacen a través del Collar de Perlas» Él da un paso atrás.
«¿El arma?» Suelta una carcajada nerviosa. «¿Pretendes matarnos a todos para liberar todo el poder de los dragones?»
«No, no está destinado a ser un arma. Se supone que es el modo en que los dragones se renuevan.» Indico con el dedo el símbolo grabado en la cubierta de piel del libro. «Mira, hay doce círculos interconectados. Simbolizan la perla que cada uno de los dragones lleva debajo de la barbilla. No son sólo perlas de sabiduría, Somo, sino nuevas versiones de los propios dragones, que esperan el momento de nacer.» Acaricio con los dedos el gran círculo que crean los más pequeños. «Y esta es la treceava perla, la Perla Imperial, el catalizador que los renovará. Lo que les robamos.»
Somo me mira con insistencia.
«Si renacen, ¿qué le ocurrirá a nuestra unión con ellos?»
Todo mi cuerpo se pone en tensión, pues sé cuánto dolor estoy a punto de causar; yo misma lo siento en lo más profundo de mi ser.
«Partirá junto con los viejos dragones.»
«¿Partirá? ¿Quieres decir para siempre?»
«Sí. Perderemos a nuestros dragones para siempre.»
«¡Kinra, nos quedaremos sin nuestro poder!»
«¡Es un poder creado sobre la esclavitud de los dragones, Somo! Estamos generando un inmenso desequilibrio en la hua de la tierra al no permitirles que se renueven.» Señalo con el dedo a nuestra hija, que cabalga sobre el caballo de juguete por el entarimado. ¡Tan inocente! «¿Quieres que los hijos de sus hijos carguen con la desgracia que les acarreará nuestra codicia? Maldecirán nuestros nombres mientras la tierra se agosta a su alrededor. Y nosotros no descansaremos en el jardín de los dioses si no enmendamos este terrible error.»
La habitación en penumbra, perfumada con el olor a rosas, volvió a aparecer ante mí entre la marea del plano celestial. Los recuerdos de Kinra quemaban en mi interior. Perdería a mi dragona. Ido estaba en lo cierto: no había término medio. Todo el poder o ningún poder.
Mucho más abajo, la energía en la tienda se agitó: alguien había entrado apresuradamente y se había hincado de rodillas en el suelo. Todos sus senderos de energía estaban llenos de hua moviéndose con frenesí.
Sethon se volvió hacia él.
—¿Qué ocurre?
—La resistencia se ha congregado en lo alto del risco, Majestad.
La energía de Sethon se disparó dentro de su cuerpo.
—Excelente. Preparaos para la batalla.
Dio la vuelta a la silla, con parsimonia. Cogió una daga y se hizo un corte en la palma de su propia mano. La sangre manó y, con ella, el pulso de hua. Cerró el puño alrededor de las perlas.
—Regresa a tu cuerpo. Enseguida.
La orden de sangre me alcanzó. Me llamaba hacia mi cuerpo físico.
¡Todavía no!
Kinra hablaba con desesperación. Su voz disolvió el torrente de colores a mi alrededor y los convirtió en…
… la misma habitación. Sola. Seis meses de preparativos casi completados.
Esta noche, el emperador Dao quiere yacer conmigo, y yo le robaré la perla. Él cree haber seducido, por fin, a la Reina Ojo de Dragón, la única mujer en todo el imperio que tiene potestad para rechazarlo. Cree haberme alejado de Somo. Dejo en un cuenco de porcelana el pincel con el que he estado escribiendo y me seco con el dorso de la mano los ojos empapados de lágrimas inútiles. Logre o no mi propósito, todo cambiará esta noche.
Pia, al menos, está a salvo, alejada de nosotros, en manos de una buena familia. Me inclino para secar con mi aliento la tinta húmeda con la que acabo de escribir la última frase de mi diario. Caligrafía de mujer y código; debería de estar a salvo. El diario es mi carta de despedida para Pia, el único modo en que podrá, tal vez, saber por qué perdió a su madre y a su padre, y su herencia de Ojo de Dragón. Y si fracasamos, le mostrará el modo de poner las cosas en su lugar.
Cierro el diario y contemplo las perlas negras alrededor de la suave piel de la cubierta roja; es una idea que he tomado prestada de los primeros Ojos de Dragón. Sabían muy bien cómo guardar sus secretos.
Si todo transcurre como está planeado, le quitaré la perla a Dao en la hora del Buey y me encontraré con Somo a la salida del palacio, dónde él me estará esperando con el libro negro. Cuando me reúna con mi amado, los doce alientos de la Perla Imperial habrán pasado y los dragones estarán formando el Collar de Perlas. Será demasiado tarde para cualquiera que intente impedir su liberación.
El libro negro está abierto encima de la mesa, preparado para la última tarea. Toco las empuñaduras de jade y adularía y siento la rabia entretejida en su acero. No le he contado a Somo esta parte del plan, y llevo clavada la pequeña traición como una piedra en mi corazón. Él no me habría permitido poner mi espíritu en tan grave riesgo. Cojo una de las espadas y me hago un corte en la palma de la mano. Quema y duele. La sangre mana de la herida, siguiendo el recorrido del arma. Aspiro una profunda bocanada de aire y aprieto las hojas del libro abierto con la palma de la mano. Mi hua fluye con la sangre. El libro negro me agarra y entreteje mi energía con el calor de la fuerza oscura que ya domina a los dragones. Ahora estamos atados al mismo destino. Si tengo éxito en mi misión, mi hua quedará liberada junto con las bestias. Si fracaso, quedaré encerrada con ellas a la espera de una nueva oportunidad. A la espera de que Pia u otra mujer de nuestra estirpe enderece lo que un día se torció…
—¡Regresa!
La voz de Sethon me arrancó del interior de la dragona y me hizo volver de repente a mi cuerpo torturado, con un alarido de dolor que surgió de todos los rincones de mi ser. Él me rodeaba el cuello con una mano serpenteante, y hundía las yemas de los dedos en mi garganta.
—Si vuelves a intentarlo, no seré tan generoso con tu poder de curación —dijo, mientras mis gritos quedaban ahogados.
Sentía el pulso de mi corazón en los oídos, su ritmo frenético que contenía las palabras de Kinra.
Tienes que enmendar las cosas.