Cuando entró en el Copacabana aquella noche, él estaba allí, esperando. Era el único cliente. Milan, que acompañaba la vida de aquella brasileña con cierta curiosidad, vio que la joven había perdido la batalla.
—¿Aceptas una copa?
—Tengo que trabajar. No puedo perder mi empleo.
—Soy un cliente. Y te estoy haciendo una proposición profesional.
Aquel hombre, que en el café durante la tarde parecía tan seguro de sí mismo, que manejaba bien el pincel, que conocía a grandes personajes, que tenía un agente en Barcelona, y que debía de ganar mucho dinero, ahora mostraba su fragilidad, había entrado en el ambiente equivocado, ya no estaba en un romántico café en el Camino de Santiago. El encanto de la tarde desapareció.
—¿Entonces aceptas la copa?
—En otro momento. Hoy ya tengo clientes que me esperan. Milan alcanzó a oír el final de la frase; estaba equivocado, la chica no se había dejado llevar por la trampa de las promesas de amor. Aun así, al final de una noche sin mucho movimiento, se preguntó por qué había preferido la compañía de un viejo, de un contable mediocre y de un agente de seguros…
Bien, ése era su problema. Siempre y cuando pagase su precio, no le correspondía a él decidir con quién debía o no irse a la cama.
Del diario de María, después de la noche con el viejo, el contable y el agente de seguros:
¿Qué es lo que quiere ese pintor de mí? ¿Acaso no sabe que somos de países, culturas, sexos diferentes? ¿Piensa que sé más sobre el placer que él, y quiere aprender algo?
¿Por qué no me dijo nada más que «soy un cliente»? Era tan fácil decir: «Te he echado de menos», o «Me encantó la tarde que pasamos juntos». Yo respondería del mismo modo («Soy una profesional»), pero él tiene la obligación de entender mis inseguridades, porque soy mujer, soy frágil, y en ese lugar soy otra persona. Él es un hombre, y un artista: tiene la obligación de saber que el gran objetivo del ser humano es comprender el amor total. El amor no está en el otro, está dentro de nosotros mismos; nosotros lo despertamos. Pero para que despierte necesitarnos del otro. El universo sólo tiene sentido cuando tenemos con quién compartir nuestras emociones.
¿Está cansado del sexo? Yo también, y sin embargo, ni él, ni yo sabemos lo que es. Estamos dejando morir una de las cosas más importantes de la vida, necesitaba ser salvada por él, necesitaba salvarlo, pero él no me dejó otra elección.