Apesar de que creía que el amor era algo tan importante, María no olvidó el consejo que había recibido la primera noche, y procuró vivirlo sólo en las páginas de su diario. Por lo demás, buscaba desesperadamente un modo de ser la mejor, de conseguir mucho dinero en poco tiempo, no pensar mucho, y encontrar una buena razón para aquello que hacía.

Ésa era la parte más difícil: ¿cuál era la verdadera razón? Hacía aquello porque lo necesitaba. No era exactamente así; todo el mundo necesita ganar dinero, y no todos escogen vivir completamente al margen de la sociedad. Lo hacía porque quería tener una experiencia nueva. ¿De verdad? La ciudad estaba llena de experiencias nuevas, como esquiar o pasear en barco por el lago, por ejemplo, pero ella jamás había sentido curiosidad al respecto. Lo hacía porque ya no tenía nada más que perder, su vida era una frustración diaria y constante.

No, ninguna de las respuestas era verdadera, mejor olvidar el asunto y simplemente seguir viviendo lo que estaba en su camino. Tenía muchas cosas en común con las demás prostitutas, y con el resto de las mujeres que había conocido en su vida: casarse y tener una vida segura era el más común de todos los sueños. Las que no pensaban en eso, tenían marido (casi un tercio de sus compañeras estaban casadas) o venían de una experiencia reciente de divorcio. Por eso, para entenderse a sí misma, intentó, con mucho cuidado, entender por qué sus compañeras habían escogido aquella profesión.

No oyó ninguna novedad, e hizo una lista con las respuestas:

a) Decían que tenían que ayudar a su marido en casa (¿Y los celos? ¿Y si aparecía un amigo del marido? Pero no tuvo el coraje de ir tan lejos);

b) Comprar una casa para su madre (misma disculpa que la suya, que parecía noble, pero era la más común);

c) Conseguir dinero para el pasaje de vuelta (a las colombianas, las tailandesas y las brasileñas les encantaba este motivo, aunque ya hubiesen ganado muchas veces el dinero, y después se hubiesen deshecho de él, por miedo a realizar su sueño);

d) Placer (no encajaba mucho con el ambiente, sonaba a falso);

e) No habían conseguido hacer nada más (tampoco era una buena razón, Suiza estaba llena de empleos como mujer de la limpieza, chofer, cocinera).

En fin, no descubrió ningún buen motivo, y dejó de intentar explicar el universo a su alrededor.

Vio que el propietario, Milan, tenía razón: nadie le había ofrecido nunca más mil francos suizos por pasar algunas horas con ella. Por otro lado, nadie protestaba cuando pedía trescientos cincuenta francos, como si ya lo supiesen, y simplemente preguntasen para humillar, o para no tener sorpresas desagradables.

Una de las chicas comentó:

—La prostitución es un negocio diferente de los demás: la que empieza gana más, la que tiene experiencia gana menos. Finge siempre que eres una novata.

Aún no sabía qué eran los «clientes especiales», tema que había sido mencionado sólo en la primera noche; nadie tocaba el tema. Poco a poco, fue aprendiendo algunos de los trucos más importantes de la profesión, como no preguntar nunca por la vida personal, sonreír y hablar lo mínimo posible, y no concertar citas fuera de la discoteca. El consejo más importante fue el de una filipina llamada Nyah:

—Debes gemir en el momento del orgasmo. Eso hace que el cliente te siga siendo fiel.

—Pero ¿por qué? Ellos pagan por satisfacerse.

—Te equivocas. Un hombre no demuestra que es un macho cuando tiene una erección. Es un macho si es capaz de dar placer a una mujer. Si es capaz de dar placer a una prostituta, entonces se creerá el mejor de todos.