Entonces era eso? ¿Era así de fácil? Estaba en una ciudad extraña, no conocía a nadie, lo que ayer era un suplicio hoy le daba una inmensa sensación de libertad, no tenía que darle explicaciones a nadie.

Decidió que, por primera vez en muchos años, iba a dedicar el día entero a pensar en sí misma. Hasta entonces vivía siempre preocupada por los demás: su madre, los compañeros del colegio, su padre, los funcionarios de la agencia de modelos, el profesor de francés, el camarero, la bibliotecaria, por lo que las personas de la calle, que nunca había visto, pensaban. En verdad, nadie pensaba nada, y mucho menos en ella, una pobre extranjera, que si desapareciese mañana no se iba a enterar ni la policía.

Ya era suficiente. Salió temprano, desayunó en el lugar de siempre, caminó un poco por el lago, vio una manifestación de exiliados. Una mujer, con un pequeño cachorro, comentó que eran kurdos, y una vez más, en vez de fingir que sabía la respuesta para demostrar que era más culta e inteligente de lo que pensaban, María preguntó:

—¿De dónde vienen los kurdos?

La mujer, para su sorpresa, no supo responder. Todo el mundo es así: hablan como si lo supiesen todo, y si osas preguntar, no saben nada. Entró en un cibercafé, y descubrió que los kurdos venían del Kurdistán, un país que ya no existe, hoy dividido entre Turquía e Irak. Volvió al lugar en el que estaba, intentando encontrar a la mujer con el cachorro, pero ya se había ido, tal vez porque el animal no había aguantado allí media hora observando un desfile de seres humanos con fajas, pañuelos, música y gritos extraños.

«Eso soy yo, o mejor dicho, eso era yo: una persona que fingía saberlo todo, escondida en mi silencio, hasta que aquel árabe me irritó tanto que tuve el coraje de decir que sólo sabía la diferencia entre dos gaseosas. ¿Se quedó extrañado? ¿Cambió de idea con respecto a mí? ¡Nada! Debió de pensar que mi espontaneidad era fantástica. Siempre he salido perdiendo cuando he querido parecer más lista de lo que soy: ¡ya basta!»

Se acordó de la agencia de modelos. ¿Sabrían lo que quería el árabe, en cuyo caso María, una vez más, había pecado de ingenua, o realmente pensaban que él podía conseguirle un trabajo en su país?

Fuese lo que fuese, María se sentía menos sola en aquella mañana cenicienta de Genéve, con la temperatura casi a cero, mientras los kurdos manifestaban, los tranvías llegaban a tiempo a cada parada, las tiendas exhibían joyas en las vidrieras, los bancos abrían, los mendigos dormían, los suizos iban al trabajo. Estaba menos sola porque a su lado había otra mujer, tal vez invisible para los que pasaban. Jamás había notado su presencia, pero ella estaba allí.

Sonrió a la mujer invisible que estaba a su lado, que se parecía a la Virgen María, la madre de Jesús. La mujer le devolvió la sonrisa y le dijo que tuviese cuidado, ya que las cosas no eran tan simples como ella pensaba. María no le dio importancia al consejo, respondió que era una persona adulta, responsable de sus decisiones, y que no podía creer que había una conspiración cósmica contra ella… Había aprendido que existe gente dispuesta a pagar mil francos suizos por una noche, por media hora entre sus piernas, y todo lo que tenía que decidir, en los próximos días, era si tomaba los mil francos suizos que ahora tenía en casa, compraba un pasaje de avión y volvía a la ciudad en la que había nacido, o si se quedaba un poco más, lo suficiente para comprar una casa para sus padres, bonitos vestidos y pasajes a lugares que había soñado visitar algún día.

La mujer invisible que estaba a su lado volvió a insistir en que las cosas no eran así de simples, pero María, aunque contenta con la compañía inesperada, le pidió que no interrumpiese sus pensamientos, que tenía que tomar decisiones importantes.

Volvió a analizar, esta vez con más cuidado, la posibilidad de volver a Brasil. Sus amigas del colegio, que nunca habían salido del pueblo, comentarían que había sido despedida muy pronto de su empleo, que jamás había tenido talento para ser una estrella internacional. Su madre se pondría triste porque nunca había recibido el dinero prometido, aunque María, en sus cartas, afirmase que lo robaban los de correos. Su padre la miraría el resto de su vida con aquella expresión de «yo ya lo sabía», ella volvería a trabajar en la tienda de tejidos, se casaría con el dueño, después de haber viajado en avión, de comer queso suizo en Suiza, de aprender francés y de pisar la nieve.

Por otro lado, estaban las copas a mil francos. Tal vez no durase mucho tiempo, la belleza cambia rápido como el viento, pero podía trabajar duro, y en poco tiempo tener dinero para recuperarlo todo y volver al mundo, esta vez dictando ella las reglas. Su único problema concreto era que no sabía qué hacer, cómo empezar. Recordó que en su época en la discoteca familiar una chica había mencionado un lugar llamado rue de Berne, de hecho había sido uno de sus primeros comentarios, incluso antes de enseñarle dónde debía dejar las maletas.

Se dirigió hasta uno de los grandes paneles que había en varios sitios de Géneve, aquella ciudad tan amable con los turistas, que no toleraba verlos perdidos. Para evitarlo, estos paneles tenían anuncios por un lado y mapas por el otro.

Había un hombre allí, y María le preguntó si sabía dónde estaba la rue de Berne. Él la miró intrigado, le preguntó si era eso exactamente lo que buscaba, o si quería saber dónde se encontraba la carretera que iba hasta Berna, la capital de Suiza. «No —respondió María—, quiero esa calle que queda aquí mismo.» El hombre la miró de arriba abajo y se apartó sin decir una palabra, seguro de que tal vez lo estaban filmando para uno de esos programas de la tele, en los que la gran alegría del público es hacer que todos parezcan ridículos. María estuvo allí quince minutos, después de todo, la ciudad era pequeña y acabó encontrando el sitio.

Su amiga invisible, que había permanecido callada mientras ella se concentraba en el mapa, ahora intentaba argumentar; no era una cuestión de moral, sino de entrar en un camino sin retorno.

María respondió que, si era capaz de tener dinero para irse de Suiza, era capaz de salir de cualquier situación. Además, ninguna de aquellas personas con las que se cruzaba en su paseo había escogido lo que deseaba hacer. Ésa era la realidad de la vida.

«Estamos en un valle de lágrimas —le dijo a la amiga invisible—. Podemos tener muchos sueños, pero la vida es dura, implacable, triste. ¿Qué intentas decirme, que me condenarán? Nadie lo sabrá, sólo es un período de mi vida.»

Con una sonrisa dulce pero triste, la amiga invisible desapareció.

Fue hasta el parque de atracciones, compró una entrada para la montaña rusa, gritó como todos los demás, pero entendiendo que no había peligro, que era simplemente un juego. Comió en un restaurante japonés, aunque sin saber muy bien qué comía, sólo que era muy caro, y ahora estaba dispuesta a darse todos los lujos. Estaba contenta, no tenía que esperar una llamada de teléfono, ni contar los centavos que gastaba.

Al final del día, llamó a la agencia, dijo que la cita había ido muy bien y que estaba agradecida. Si eran serios, preguntarían sobre las fotos. Si eran de otra clase, le conseguirían más citas.

Atravesó el puente, volvió al pequeño cuarto y decidió que no compraría una televisión de ninguna manera, incluso teniendo dinero y muchos planes por delante: necesitaba pensar, usar todo su tiempo para pensar.

Del diario de María aquella noche (con una nota al margen que decía: «No estoy muy convencida»).

He descubierto por qué un hombre paga por una mujer: quiere ser feliz.

No va a pagar mil francos sólo por tener un orgasmo; quiere ser feliz. Yo también quiero, todo el mundo quiere, y nadie lo consigue. ¿Qué puedo perder si decido convertirme por algún tiempo en una… la palabra es difícil de pensar y de escribir… pero, en fin… qué puedo perder si decido ser una prostituta durante algún tiempo? El honor. La dignidad. El respeto por mí misma. Pensándolo bien, nunca he tenido ninguna de las tres cosas. No pedí nacer, no he conseguido a nadie que me amase, siempre he tomado las decisiones equivocadas, ahora dejo que la vida elija por mí.