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Al día siguiente de su llegada a Roma, Chuquet se dirigió a un pequeño monte de la orilla del Tíber llamado Vaticano. La Iglesia tenía allí una capilla y varios edificios que estaban siendo agrandados para aligerar el palacio de Letrán. Uno de ellos albergaba ahora la Biblioteca administrativa de los Estados de san Pedro, donde se guardaban todas las actas y nominaciones decididas por Roma. Sólo podían acceder a ella y consultar sus registros los eclesiásticos de Letrán y los laicos debidamente acreditados, pero Chuquet contaba con un pase que le había proporcionado la madre Nicole. Las Escolásticas, como las Hermanas de Marta, dependían directamente de la autoridad papal, lo que les otorgaba ciertos privilegios estrictamente reglamentados.

Los celosos bibliotecarios jurados dejaron pasar a aquel desconocido, a pesar de su anticuado atavío de caballero.

En las estanterías, que olían a madera nueva, el visitante eligió ocho gruesos volúmenes, que colocó en sendos atriles. Luego, sacó la pequeña lista con sus cuatro nombres —Malaparte, Beaune, Profuturus y Brayac— y consultó los índices alfabéticos.

El primero en aparecer fue Arthuis de Beaune. Era el nombre con más entradas. Arthuis era un monje sabio. Se le debían unos comentarios sobre Aldobrandin de Siena y descubrimientos naturales como el célebre «círculo de fuego del escorpión», que tanta fama le había dado cuarenta años atrás. El docto monje aún vivía. Dirigía a título honorífico una escuela dependiente del colegio capitular de Letrán. Chuquet apuntó cuidadosamente el nombre de la institución y siguió buscando.

Arthéme Malaparte aparecía citado en un capítulo relativo a la comisión excepcional sobre Aristóteles instituida por Gregorio IX en 1231, la misma a la que se refería Haquin en una carta a Alcher de Mozat del mismo año. El breve panegírico sobre Malaparte hizo sonreír a Chuquet. Alababa las cualidades científicas y teológicas de aquel laico, elevado de forma excepcional a la dignidad de obispo en 1235. En su carrera episcopal no figuraba un solo destino desde el día de su ordenación hasta el de su muerte, acaecida en 1266. Sin embargo, el panegirista había hecho constar, sin comentario ni sorpresa, que en 1264 el Papa le había otorgado una mitra de cardenal y el collar supremo de la orden de san Pedro. Una recompensa de excepción para alguien que, oficialmente, no había hecho nada excepcional. Malaparte no tenía otro mérito en su haber que la creación de un hospicio infantil cerca de Sant’ Angelo, en Roma, cuya dirección había pasado a manos de su hija Lucia a la muerte del prelado.

Chuquet tomó nota del nombre y el emplazamiento del hospicio.

Domenico Profuturus era un abad dominicano, próximo a la escuela de pensamiento de los cartujos. Figuraba en el índice de un registro de nominaciones monásticas. Su último destino lo situaba en Santa Lucía, cerca de Ostia.

En cuanto a Aures de Brayac, tal como había dicho la madre Nicole, dirigía la cancillería de Letrán desde 1274, bajo el nombre de Artémidore. Su alta posición política impedía por el momento que cualquier información a su respecto fuera hecha pública.

Tras escribir varias líneas de notas, el visitante dejó los volúmenes en sus estanterías y abandonó la biblioteca.