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Henno Gui ayudó a volver en sí al hombre que yacía a sus pies. El grupo que esperaba al otro lado de la colina se había concentrado alrededor del patriarca y el sacerdote. Eran quince personas extrañamente ataviadas, cuyos rostros reflejaban un mismo cansancio.

Era una compañía de cómicos de la legua.

Su súbita aparición, acompañada de abigarrados ropajes y animales de feria, dejó asombrado al sacerdote, que no había visto un alma nueva desde su llegada a la aldea. Los rostros llenos de vida de los cómicos contrastaban fuertemente con la desolación del paisaje y el ambiente hosco de la región.

—Soy el padre Henno Gui —se presentó el sacerdote a aquellos desconocidos que lo miraban de hito en hito—. ¿Os habéis extraviado?

—No, padre —respondió uno de ellos—. De hecho, puede que hayamos llegado al final de nuestro viaje.

El actor le explicó que la troupe llevaba recorriendo la vasta región que se extiende de Albi a Sartegnes desde el otoño. Habían pasado todo el invierno en los caminos cubiertos de nieve, parando en cada pueblecito y visitando cada zona pantanosa. Con ello, obedecían la última voluntad de su director, que deseaba volver a un rincón perdido de la región en el que había representado una misteriosa comedia en su juventud. El recuerdo de aquella actuación permanecía fresco en su memoria, pero no así el lugar exacto en que se encontraba el teatro, lo que había arrastrado a su compañía a una larga búsqueda por aquellas tierras.

—¿Y es aquí? —preguntó Henno Gui súbitamente intrigado—. ¿Es éste el lugar que buscaba vuestro director? —El grupo dio a entender que el anciano parecía creerlo así—. Pero ¿por qué deseaba volver? —quiso saber el sacerdote.

Se encontró con una quincena de rostros apurados que indicaban con la mirada al anciano y daban a entender que nunca había querido revelarles el fondo del asunto… Minutos después, el patriarca, algo repuesto, hizo ademán de levantarse. Lo consiguió con ayuda, penosamente. Con ojos todavía llorosos, pero muy abiertos, observaba los alrededores del claro desde lo alto de la colina.

—Ya hemos llegado… Es aquí —murmuró—. Aquí es donde actuamos… Yo estaba aquí mismo, donde estoy en este momento, en lo alto de esta loma… Tenía delante dos candeleros y los dos olivos… Y los caballos, y los árboles de alrededor…

—¿Estás seguro, padre? —preguntó la más joven de la troupe.

—Completamente —respondió el anciano.

Henno Gui trataba en vano de desentrañar el significado de aquella historia. ¿Por qué demonios iba a detenerse una compañía de actores en un sitio como Heurteloup?

—Pero ¿qué hacíais aquí? —le preguntó al anciano—. ¿Qué representasteis?

—¿Yo? —murmuró el comediante—. El papel más bonito. —Como viejo hombre de teatro que no ha olvidado los trucos del oficio, el hombre hizo una pausa—. Fui yo quien interpretó a Jesús.