En Heurteloup, también hacía días que Henno Gui y sus dos compañeros esperaban el final de las interminables nevadas que azotaban el país para reanudar su investigación. El sacerdote, decidido a mezclarse más que nunca con la población, aceptó por primera vez quitarse la vestidura talar y pidió a Mabel que le prestara la ropa de su difunto marido. Se atavió con el extraño justillo de pieles y cordeles propio de los aldeanos y pidió a Floris y Carnestolendas que lo imitaran.
La nieve había interrumpido todas las actividades de la aldea. Como el resto del reino, Heurteloup hibernaba…
Aymard, Gilbert y Deogracias también sufrieron las consecuencias del frío y la nieve que paralizaban Occidente. Iban camino de Gennano, en el Mont-Rat, en las tierras de Spoleto, en compañía de Drago de Czanad. Llevaban consigo un cofre lleno de oro, que serviría como «don de la Virgen», los útiles indispensables para su espectacular simulación y a una joven cómica llamada Maud, contratada por Profuturus para interpretar el papel de aparición mariana.
Cuando al fin llegaron a Gennano, la nieve, que caía con fuerza, frustró los preparativos del simulacro. La comitiva se resguardó en la montaña, resignada a esperar días más benignos.
En el obispado de Draguan, en la casa de los canónigos, los hermanos Méault y Abel suspendieron los pocos oficios que aún celebraban para la población en lugar del obispo y el vicario. Varias casas se derrumbaron bajo las nuevas capas de nieve.
La mujer del sacristán Premierfait seguía llorando a su marido, al que ya había desesperado de volver a ver.
Los dos monjes del obispado, que seguían encerrados a cal y canto en la casa de los canónigos, decidieron romper el sello del mensaje secreto que habían escrito al día siguiente a la partida de Henno Gui, tras destruir los archivos de monseñor Haquin, para añadir, a modo de posdata, que, en su insensata búsqueda de la aldea maldita, el sacerdote debía de haber perecido a manos de los salvajes, si es que antes no había sucumbido al frío.
En Draguan, aquellos dos hombres, como el resto de la población, esperaban con impaciencia el retorno de la primavera para reanudar sus quehaceres…