—Cuando vi las notas en la agenda de Kalle, pensé que querías hablarme de Bea —dijo Halvan, y vertió un chorrito generoso en su café—. Y resulta que te pones a hablar de un montón de musulmanes que no tienen nada que ver con el asunto. ¿A qué día estamos? ¿A once de septiembre o qué?
—Bea —dijo Bäckström—. Eso tienes que explicármelo.
—Mi ex cuñada. Britt-Marie Andersson. Una chica de Solna de toda la vida, las domingas más grandes de la zona y el mejor polvo al norte de la ciudad cuando corrían aquellos tiempos, cuando los hombres eran hombres y antes de que los maricones nos ganaran la batalla. ¿Y qué conseguimos a cambio, por cierto? Un mogollón de lesbianas.
—Sigo sin comprender.
—Bea, Britt-Marie Andersson. La llamábamos Bea. Tenía el Salong BeA, con a mayúscula. Salón de belleza BeA, en Sumpan. Le ondulaba el pelo a un montón de tías, y si llegabas después de la hora de cierre o llamabas y pedías hora, te daba un repaso detrás de la cortina de la peluquería. Así fue como la conoció mi hermano, por cierto. Y Rolle fue el que le dio el contacto. Aunque él no tenía que apoquinar nunca, solo faltaba. Campeón nacional, el futuro Ingemar Johansson, como decían los periódicos. Tendrías que haberle visto el manubrio a Rolle, Bäckström. Con que se hubiera bajado los calzoncillos en una competición y se hubiera puesto a girar la cintura, habría enviado a Ingo al gallinero.
—Pero tu hermano fue y se casó con ella.
—Sí, claro, lo traía loco. En cuanto Rolle perdió fuelle y se ablandaba cuando se acostaba con Bea, ella se largó y se casó con mi hermano. Helan, como lo llamaban entonces. Y es que ella creía que mi querido hermano, Per Adolf, tenía un montón de pasta. Que era mejor apostar por él que por Rolle Stålhammar, que no tardaría en arrastrarse por el centro de Solna babeando y diciendo que antes todo era mejor.
—¿Qué pasó después? —preguntó Bäckström—. Vi que tu hermano murió hace diez años.
—Sí, claro, y menudo alivio. Los demás chicos y yo ya lo habíamos mandado a la mierda. Una noche, en una fiesta que daba Mario, lo llamó negro de mierda. Entonces le cambiamos el nombre y empezamos a llamarlo el Hitler de Råsunda, y le dijimos que se fuera a la mierda. Per Adolf, ya sabes. Y además el tío tenía bigote. Mi hermano se casó con Bea y se mudó a una casa preciosa, junto al lago Råstasjön. Hipotecado hasta las cejas, pero eso Bea no lo sabía cuando se lo follaba unos años después, convencida de que iba a heredarlo. Pero dado que mi hermano no tenía un céntimo, Bea acabó en Hasselstigen 1. Y subió en la escala cambiando a mi hermano por Kalle Kamrer. O sea, Kalle Danielsson.
—O sea que él sí tenía algo de dinero, ¿no?
—Supongo que empezaba a irle bien por aquel entonces —dijo Halvan, asintió y se sirvió otro trago.
—¿Y cómo le fue a Kalle Danielsson entonces? Quiero decir con Bea —preguntó Bäckström.
—Se le fue la cabeza con ella tanto como a mi hermano —dijo Halvan—. Y empezó a pasar de la pobre Ritwa y del chico. Lo único que tenía en la cabeza era cepillarse a Bea. Seguro que le soltó algún que otro millón a lo largo de los años, solo para que ella entrara por el aro. Ya has leído la agenda, ¿no?
—Sigo sin entenderlo.
—HT, AFS, FI —dijo Halvan—. Bäckström, me está pareciendo que eres tonto de remate —añadió.
—No, es solo que tengo mala suerte cuando me pongo a pensar —dijo Bäckström—. Tú no querrás ayudarme, ¿verdad?
—HT, de Hubo Tocata —dijo Halvan, y se puso a hacer como que tocaba la guitarra sobre la bragueta—. AFS, AFranceSado —continuó sacando el morro—. Y luego FI. De Follada Integral, como cuando follas como la gente normal —terminó Halvan—. Kalle llevaba un diario sexual de sus citas con Bea. ¿Tan difícil es entenderlo? Quinientas por una simple manola, dos mil por una mamada. Cinco mil por el polvo de toda la vida. Si hasta cuenta que se libró de pagar diez mil papeles la vez que le permitió que lo hiciera sin la gomita. Kalle no debía de andar muy bien de la cabeza al final. Mira que pagar diez mil papeles por el número más corriente.
»Olvídate de los árabes, Bäckström —dijo Halvan apurando el café de un trago—. Esto va de que Kalle Danielsson follaba con mi ex cuñada, Britt-Marie Andersson. Por cierto que volvió al apellido de soltera cuando descubrió que mi hermano no tenía una corona. Se apellidó Söderman durante diez años, y nadie se alegró más que yo cuando volvió a usar el Andersson.
—Pero a ver, espera un momento —dijo Bäckström, que acababa de caer en la cuenta—. ¿Por qué afrancesado y no mamada, o incluso francés? ¿Eso cómo lo explicas?
—Típico de Kalle —dijo Halvan con una sonrisita—. Siempre tenía que andarse con esas. Un poco irónico, ya sabes. Y Britt-Marie siempre quiso parecer más elegante de lo que es, por así decirlo. Ella no hacía mamadas normales, ni un francés, hacía afraaancesados, AFS, casi con un toque de nobleza y, si quieres saber mi opinión, típico de Kalle.
—Me dejas con la boca abierta —dijo Bäckström, y se empujó la mandíbula hacia arriba con las dos manos.