—¿Qué tal ha ido? —preguntó Annika Carlsson—. Casi he llegado a preocuparme.
—Tranquila —dijo Bäckström.
—¿Qué quería? Cuando vino a mi despacho estaba fuera de sí. Ya te digo, llegué a preocuparme.
—Mi antiguo zorro particular —dijo Bäckström—. Necesitaba guía y consejo de su viejo maestro y mentor.
—Menos mal —dijo Annika Carlsson sonriendo a medias—. ¿Qué hacemos con lo nuestro?
—Como siempre —dijo Bäckström—. Averiguarlo todo sobre el sospechoso, comprobación de llamadas, el programa completo, sin ruido, sin ser vistos, sin dejar rastro. Por cierto, llama a Nadja, que venga y nos ayude. Yo firmaré las horas extra. De los jovencitos creo que podemos prescindir. Y a Alm no vamos a meterlo en esto.
—Parece que no hay ningún móvil —dijo Annika Carlsson—. O al menos yo no lo encuentro.
—Por supuesto que lo hay —dijo Bäckström—. El móvil al que llamaron tanto Danielsson como Akofeli. El que, al parecer, solo recibe llamadas. Con un poco de suerte, sigue ahí. Además, tenemos un teléfono fijo.
—Sí, con ese ya he empezado —confirmó Annika Carlsson.
—Estupendo —dijo Bäckström con una sonrisita—. Yo creo que el lunes habrá llegado el momento de sacar las esposas.