Anna Holt se despertó hacia las siete aquella mañana. Había soñado algo difuso de contenido erótico, no del todo desagradable, y cuando abrió los ojos vio que Jan Lewin estaba a su lado, mirándola. Tenía la cabeza apoyada en la mano derecha mientras que, con la izquierda, jugueteaba con su pezón izquierdo.
—Estás despierto —constató Holt.
—Muy despierto —respondió Jan Lewin, sonrió y asintió mirándose la entrepierna.
—Huy —dijo Holt, que metió la mano por debajo del edredón para comprobar—. Creo que tenemos una situación de urgencia.
—¿Y qué podemos hacer al respecto? —preguntó Jan Lewin pasándole la mano por la nuca.
—Resolverla —dijo Holt. Apartó el edredón y se sentó a horcajadas sobre él.
Siempre es mejor por las mañanas, pensó Holt media hora después. Ella se despabilaba. Siempre se despabilaba. En cambio Jan se quedaba muy tranquilo, casi como si quisiera dormirse otra vez. Típico, pensó, y en ese preciso momento, la llamaron por teléfono.
—¿Quién es el imbécil que llama a estas horas, un sábado por la mañana? —gruñó Lewin.
—Tengo una firme sospecha —dijo Holt cogiendo el auricular. La jefa de la provincial, pensó.
—Espero no haberte despertado, Anna —dijo la jefa de la provincial, que parecía tan despierta como Holt, aunque mucho más iracunda.
—No, estaba despierta —dijo Holt, sin entrar en detalles del porqué y dirigiéndole a Jan Lewin una expresión de felicidad.
—¿Has leído los periódicos? —preguntó la jefa de la provincial.
—No —dijo Holt—. ¿Cuál de ellos?
—Todos —respondió la jefa de la provincial—. Bäckström —explicó—. Parece que ha hablado con todos. Incluso con ese panfleto cristiano en el que, por lo demás, aprovecha para confesar el arraigo de su fe en Dios.
—Tendré una charla con él —dijo Holt. Bäckström será muchas cosas, pero tonto no es, pensó.
—Gracias —dijo la jefa de la provincial antes de colgar.
—Bueno, pues me acaban de encargar un asunto —dijo Holt—. Pero tú puedes seguir durmiendo, supongo.
—Bueno, puedo preparar el desayuno —dijo Jan Lewin incorporándose en la cama.
—Querrás saber…
—No —dijo Lewin meneando la cabeza—. Soy policía, ¿no te lo había dicho? Tengo una idea clarísima de cuál ha sido el motivo de esa llamada. —Bäckström, siempre Bäckström, pensó.
Anna Holt se sentó al ordenador, se metió en internet, leyó los diarios de la mañana y vio confirmados sus temores. Luego llamó al móvil de Bäckström. Como de costumbre, este no respondió. Así que habló con Annika Carlsson.
Si ella puede, yo también. Estaba pensando en la llamada de la jefa de la provincial, de modo que llamó a Toivonen.
—Toivonen —gruñó Toivonen.
—Holt —dijo Holt.
—Te escucho, jefa —dijo Toivonen—. Es que anoche me acosté un poco tarde —explicó.
—Bäckström —dijo Holt, y acto seguido le explicó el asunto en dos minutos.
—Pues propongo que esperemos al lunes —dijo Toivonen—. Dado que es fin de semana y estamos hablando de Bäckström —puntualizó.
—No, está en el trabajo —dijo Holt—. He estado hablando hace un momento con Annika Carlsson. Lleva en su despacho desde esta mañana, muy temprano.
—Ah, pues si está en el despacho es solo por joderme a mí —dijo Toivonen.