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—Bollos frescos, intenciones pacíficas, noticias interesantes —anunció Annika Carlsson blandiendo una bolsa de la panadería.

—Entra —gruñó Bäckström, que no llevaba en el cuerpo muchas horas de sueño, dado que estuvo dos por lo menos dándole vueltas a la cabeza, antes de perder el conocimiento en la cama—. Por cierto, ¿qué hora es?

—Son las diez —dijo Annika Carlsson—. Daba por hecho que habrías estado de parranda con alguna de tus muchas admiradoras, por eso no he querido despertarte más temprano de la cuenta.

—Muy amable por tu parte —dijo Bäckström con una sonrisa. Fuera de clasificación, pensó Bäckström. Pero bastante legal, en realidad.

—Así que mientras tú te metes en la ducha, la buena de Annika te preparará el desayuno —dijo Annika Carlsson.

—Tortitas, tocino a la plancha —sugirió Bäckström.

—Ni hablar del caso —resopló Annika.

—¿Qué te parece a ti? —preguntó Annika media hora después, cuando le hubo contado lo que le había dicho Lawman.

—¿Que qué me parece el qué? —dijo Bäckström, que tenía la cabeza en otra parte.

—Que puede que Kalle Danielsson intentara obligarlo a tener relaciones con él. Encaja bastante bien en el perfil de ese tipo de agresor. Un hombre mayor, alcohólico, casi todos los amigos son hombres, sexualmente activo, puesto que tenía Viagra y condones en casa. Un joven como Akofeli, negro, mucho más menudo que él. Seguro que resultaba atractivo para un tipo como Danielsson, después de llenarse el buche y una vez relajado de sus tensiones…

—Ni lo sueñes —dijo Bäckström meneando la cabeza—. Danielsson no era de esos.

—¿Cómo que no era de esos? —preguntó Annika.

—De los que follan por el culo —dijo Bäckström.

—¿Cómo de los que follan por el culo? —dijo Annika Carlsson—. Eso es algo que hacéis hasta los tíos como tú, a poco que tengáis ocasión.

—Culo de tío —explicó Bäckström. Así que fuera de clasificación, ¿eh?, pensó.

—Ya —dijo Annika Carlsson, y se limitó a encogerse de hombros.

—Olvídate de todo eso y escúchame —dijo Bäckström—. Anoche, cuando llegué a casa, caí de repente en qué era lo que no terminaba de encajarme a propósito de Akofeli. Ya sabes, eso a lo que llevo dando vueltas todo este tiempo.

—Vale, vale —dijo Annika Carlsson un cuarto de hora después—. Subió las escaleras a pie en lugar de coger el ascensor. ¿Y cuál es el problema? Puede que quisiera hacer un poco más de ejercicio. Yo también subo y bajo mucho las escaleras. Que sepas que es muy eficaz.

—Vamos a hacer lo siguiente —dijo Bäckström.

—Te escucho —dijo Annika Carlsson que, por si acaso, ya había sacado un pequeño bloc negro.

—Quiero saberlo todo sobre el reparto de periódicos de Akofeli —dijo Bäckström—. Cuál era la ruta, por qué casa empezaba, cuántos diarios repartía en total, cuántos repartía en Hasselstigen 1 y en qué orden lo hacía, ¿entendido?

—De acuerdo —dijo Annika Carlsson—. ¿Y dónde te localizo cuando lo haya averiguado?

—En el trabajo —dijo Bäckström—. Me visto y estoy andando.