80

El día siguiente de la conferencia de prensa, Bäckström se preparó para una nueva reunión con la unidad de investigación. Alm ya estaba allí cuando llegó, saltando de impaciencia por hacerse con el mando, así que Bäckström se demoró en formalidades de diversa índole antes de, por fin, pedirle a Nadja que les hablara de su gran hallazgo, la contabilidad y el testamento de Danielsson.

Nadja tampoco se dio ninguna prisa.

—En otras palabras, según tú, Danielsson tenía veinticinco millones —dijo Bäckström. Un borrachín normal y corriente, ¿qué va a ser de Suecia?, pensó.

—Más o menos —dijo Nadja asintiendo—. Y dado que hemos eliminado el impuesto de sucesiones, eso será más o menos lo que Seppo y su madre podrán repartirse.

—¿Y el fisco? —objetó Bäckström—. Se llevarán hasta la última migaja, ¿no?

—Me cuesta creerlo —dijo Nadja—. No será fácil encontrar los puntos débiles de esa contabilidad.

—Lo cual, por otra parte, apoya mi teoría —interrumpió Alm, que ya no aguantaba más—. En todo esto hay más que simple odio al padre. El chico también tenía un móvil económico bastante sólido para liquidar a Danielsson. Creo que ya es hora de que mantengamos una seria conversación con la fiscal, de modo que podamos traer al chico y comunicarle nuestras sospechas. Hacer un registro en su casa. Procurar que los técnicos le echen un vistazo al bate de béisbol que le requisamos ayer.

Por alguna razón, Alm miró con encono tanto a Bäckström como a Nadja, mientras aliviaba la presión interior.

—Bueno, no nos precipitemos —dijo Bäckström con una cálida sonrisa—. ¿Cómo van tus pesquisas telefónicas, Felicia?

Divinamente, según Felicia Pettersson. El día anterior le enviaron las listas del teléfono al que Akofeli llamaba prácticamente a diario los meses anteriores a su muerte. El mismo número al que llamó cinco veces el día antes de desaparecer.

—Ese número de móvil de prepago no tiene más de seis meses —dijo Felicia—. Y parece que solo se utiliza para recibir llamadas.

—De Akofeli —dijo Bäckström.

—Principalmente de Akofeli. He encontrado otro móvil de prepago, pero ese llama al mismo móvil al que llamaba Akofeli como máximo una vez a la semana. Y el número es de hace varios años.

—¿Y de ese qué sabemos? —preguntó Bäckström.

—Todo —respondió Felicia Pettersson sonriendo encantada—. O al menos, eso creo yo.

—Todo —repitió Bäckström. ¿Qué coño está diciendo?, pensó.

—Recibí las listas de llamadas ayer, así que acabo de empezar con ellas, pero estoy bastante segura de quién lo tenía.

—¿Y quién es? —dijo Bäckström.

—Karl Danielsson —dijo Felicia Pettersson.

—¿Qué coño estás diciendo? —dijo Bäckström.

—Esa sí que es buena —dijo Stigson.

—¿Y cómo lo has sabido? —dijo Annika Carlsson.

—Interesante —dijo Nadja.

¿Qué está pasando aquí?, pensó Alm, el único que no dijo nada.

—Bueno, no fue muy difícil de deducir —dijo Felicia—. Y como ya he dicho antes, fuiste tú, jefe, el que me puso sobre la pista.

—Te escucho —dijo Bäckström.

—Este teléfono se ha usado continuamente hasta el día en que asesinan a Karl Danielsson —prosiguió Felicia—. Luego, se queda mudo. Las tres últimas llamadas se hacen, además, hacia las siete de la tarde, tan solo unas horas antes del asesinato de Danielsson. Primero, una breve conversación a un móvil a nombre de Roland Stålhammar. Seguramente, para comprobar si va camino de su casa para cenar. Luego, una llamada algo más larga a Gunnar Gustafsson, o Gurra Kusk, que es como lo llaman. Quizá para darle las gracias por el soplo de la apuesta. Y por último, una llamada breve, que atiende el contestador del destinatario. Seguramente, porque Seppo Laurén no quiere que lo molesten cuando está jugando al ordenador. Por lo demás, hay montones de llamadas anteriores a todos los amigos y contactos de Danielsson. Acabo de empezar, así que no tendré una lista organizada completa hasta dentro de unos días.

—Veamos —dijo Bäckström—. Tenemos tres teléfonos. Todos de prepago. Uno pertenecía a Akofeli, y otro a Danielsson. Los dos llaman al tercero, que solo parece usarse para recibir llamadas, y cuyo propietario nos es desconocido. Tanto el teléfono de Akofeli como el de Danielsson están desaparecidos desde que los mataron.

Yes —dijo Felicia Pettersson.

—La siguiente pregunta —dijo Bäckström—, ¿se llamaron…?

—No —lo interrumpió Felicia meneando la cabeza—. Entre Danielsson y Akofeli no hay llamadas. Si era eso lo que ibas a preguntar, jefe.

—No tienes un pelo de tonta, Felicia —constató Bäckström.

—Gracias, jefe —dijo Felicia—. Por si te interesa, creo que…

—Por supuesto —dijo Bäckström.

—… que habremos resuelto el caso en cuanto encontremos al propietario del tercer teléfono.

—Por supuesto que sí —dijo Bäckström. Si uno cierra los ojos, podría pensar que por las venas de la pequeña Felicia corre sangre rusa, pensó.

—Pero bueno, alto ahí —dijo Alm—. ¿Qué relación existe entre Danielsson y Akofeli? Aparte de que los dos murieron asesinados y de que llamaron al mismo número de móvil.

—Con eso es suficiente, ¿no? —dijo Nadja. Este tío debe de ser idiota perdido, pensó.

—Los dos conocen al asesino, aunque ellos no se conocían. Al menos, eso creo yo —dijo Felicia.

—Y entonces, ¿quién puede ser? —preguntó Alm, que notó cómo se le encendía la bombilla—. El único que ha reconocido que conocía a los dos es Seppo Laurén, precisamente. Y si queréis saber mi opinión, no me extrañaría nada que Seppo tuviera otro móvil, uno de prepago, con usuario desconocido.

—Bueno, reconocer, lo que se dice reconocer… —observó Bäckström encogiéndose de hombros—. El problema de los asesinos a los que yo he conocido es que, por desgracia, no están muy por la labor de reconocer nada.

—¡Pero bueno! Esto es de lo más desconcertante —dijo Alm con la cara encendida—. Dame unas directrices claras. ¿Qué hacemos con Laurén?

—Ve a verlo y habla con él —dijo Bäckström—. Pregúntale si mató a Danielsson y estranguló a Akofeli.

—Lo de Danielsson ya se lo he preguntado —dijo Alm.

—¿Y qué te dijo?

—Lo negó —respondió Alm.

—¿Ves?, ahí lo tienes —dijo Bäckström con una sonrisita—. Además, no creo que seguir aquí lamentándonos nos lleve a ninguna parte. Así que venga, a trabajar, al menos eso es lo que pienso hacer yo.

Aunque primero, un almuerzo nutritivo, pensó Bäckström. Hasta las leyendas necesitan algo en condiciones que llevarse a la boca.