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A Alm le costaba olvidar a Seppo Laurén y la idea del parricidio. Primero estuvo hablando con un colega ducho en informática que trabajaba en la judicial central, según el cual existían varias posibilidades si uno quería apañarse una coartada falsa con el ordenador. Podías poner allí a otra persona. Y si eras lo bastante experto y astuto, esa otra persona no tenía ni que estar delante del ordenador físicamente.

—Puedes conectar tu ordenador a otro, esas maniobras a veces son muy difíciles de detectar —explicó el experto.

—No me digas —respondió Alm, que solía zarandear el ordenador cuando no hacía lo que él quería.

—Hoy en día existen incluso programas que te hacen ese trabajo. Y luego puedes dedicarte a lo que quieras. El ordenador lo hace todo solo, tal y como le va indicando el programa.

—Que juegue por ti a un juego de ordenador, ¿por ejemplo? —preguntó Alm.

—Sí. Por ejemplo.

Nadja no quedó muy impresionada cuando Alm le contó lo que le había dicho uno de «los mejores genios de la informática» de la casa.

—Ya entiendo, Alm —dijo Nadja—. Pero, por desgracia, el problema es otro.

—¿Cuál? —preguntó Alm.

—Que a Seppo le gusta jugar a videojuegos —dijo Nadja—. Es prácticamente lo único que le gusta. ¿Por qué iba a dejar que un programa lo hiciera por él? Aparte de que él mismo podría inventar un programa de esos.

—Pero si tú misma lo estás diciendo, Nadja —dijo Alm—. ¿Tú te has oído?

—Deja a Seppo —dijo Nadja—. Él no ha matado a Danielsson.

—Pero ¿cómo puedes decir eso? ¿Tú cómo lo sabes?

—Seppo no puede mentir —respondió Nadja—. La gente como él no sabe cómo se hace. Si hubiera matado a Danielsson, te lo habría dicho cuando se lo preguntaste. Te lo habría contado igual que nos ha contado todo lo demás.

Idiota perdido, pensó Nadja cuando Alm se hubo marchado.

Vaya, ahora no solo es experta en informática, sino que al parecer también es psiquiatra, pensó Alm en cuanto hubo cerrado la puerta.

Alm no se rindió y al día siguiente recibió su recompensa. El miércoles 9 de abril, algo más de un mes antes de que lo asesinaran, Karl Danielsson acabó en el servicio de urgencias del Karolinska. Hacia las once de la noche, un vecino lo encontró inconsciente en el portal de Hasselstigen 1 y llamó a una ambulancia.

Dado que no presentaba lesiones externas, el personal de la ambulancia pensó en un primer momento que había sufrido un infarto o un derrame cerebral, pero el médico que lo examinó encontró otras lesiones en cuanto lo desnudó. Alguien lo había golpeado por detrás. A juzgar por los enormes cardenales que tenía en el cuerpo, había recibido varios golpes en las corvas, la espalda y el cuello. Sufrió una conmoción cerebral leve y se desmayó.

En urgencias se despabiló un poco. El médico le preguntó si recordaba lo ocurrido. Karl Danielsson le respondió que seguramente habría tropezado y se habría caído por las escaleras.

—Pero tú no te lo crees —le dijo Alm al médico cuando este se lo contó.

—No —respondió el médico—. De ninguna manera. Alguien lo golpeó por detrás. Lo más probable es que empezara por las corvas para que se cayera de bruces. Luego, cuando lo tenía en el suelo, le propinó una buena paliza.

—¿Tienes idea del instrumento que usaría el agresor? —preguntó Alm.

El médico tenía una idea muy clara sobre ese particular. Incluso hizo una anotación al respecto en el parte.

—Un bate de béisbol, un palo normal, una porra de las largas. El paciente tenía el mismo aspecto que los que sufren agresiones de los fanáticos del fútbol y de gente parecida. Además, precisamente aquella tarde hubo partido en Råsunda. El AIK contra el Djurgården, si no recuerdo mal.

—¿Y te acuerdas de eso? ¿Estás seguro? —preguntó Alm.

—Tú también te acordarías si hubieras estado de guardia esa noche —dijo el médico sonriendo a medias—. Aquella noche, las urgencias parecían un hospital de campaña.

Acto seguido, fue a hablar con el vecino más cercano de Seppo. Una mujer muy elegante con una figura bien formada y bien conservada, a pesar de que debía de hacer varios años que cumplió los cincuenta, pensó Alm, que había cumplido los sesenta hacía unos meses.

—El pobre muchacho da pena —dijo Britt-Marie Andersson—. Es retrasado, vamos.

—¿Tiene usted alguna idea de cuál era su relación con Karl Danielsson? —preguntó Alm.

—Aparte de que es su hijo —dijo la señora Andersson con una sonrisita.

—O sea que lo sabe —dijo Alm.

—Como la mayoría de los vecinos que llevan aquí el tiempo suficiente, supongo. No estoy segura de que el chico lo sepa. Su madre…

—Síí —la presionó Alm.

—En fin, aunque está en el hospital… —dijo la señora Andersson con un mohín—. La madre era una lagartona. No puede decirse que mantuviera en secreto que estaba liada con Danielsson, a pesar de que le llevaba veinticinco años por lo menos. Pero no estoy segura de que Seppo esté enterado.

—La relación entre Seppo y Karl Danielsson —le recordó Alm.

—Bueno, por lo general le hacía de recadero. Haz esto, haz lo otro. Y el chico casi siempre hacía lo que le mandaba. Aunque a veces se ponía la cosa que ardía y se enzarzaban como el perro y el gato, y en los últimos años pasó en más de una ocasión, diría yo.

—¿Podría darme algún ejemplo, señora Andersson?

—Pues sí, un día el invierno pasado, cuando llegué a casa después de dar un paseo con mi cariñín. Había un jaleo tremendo en la entrada. Danielsson estaba borracho y gritaba sin parar y de repente, Seppo se le abalanzó y trató de estangularlo. Fue horrible —dijo la señora Andersson meneando la cabeza—. Les dije a voces que se comportaran como personas decentes, y la verdad es que pararon.

—Pero antes Seppo intentó estrangularlo —dijo Alm.

—Sí, si yo no hubiera intervenido para que dejaran de pelear, no sé qué habría pasado —dijo la señora Andersson hinchando el pecho al suspirar.

Umm, pensó Alm, y se limitó a asentir.

El halcón atrapa al pinzón, se dijo Alm. En cuanto dejó a la señora Andersson, llamó al móvil de su colega Stigson y le dijo que se personase de inmediato en Hasselstigen 1. Stigson acudió un cuarto de hora después, y estuvieron llamando al timbre de Seppo dos minutos, hasta que el joven abrió la puerta.

—Estaba jugando a un videojuego —dijo Seppo.

—Pues tendrás que dejarlo un momento. Porque tenemos que hablar contigo —dijo Alm, que se tomó la molestia de adoptar un tono de voz tan amable como pedagógico.

—Vale —dijo Seppo, y se encogió de hombros.

La segunda vez que golpeó a Karl Danielsson. ¿Se acordaba Seppo de qué día fue?

—No, no me acuerdo —dijo Seppo meneando la cabeza.

—Si te digo que fue el mismo día que el AIK jugó contra el Djurgården, ¿te ayuda ese dato a refrescar la memoria?

—Eso fue el nueve de abril —dijo Seppo asintiendo satisfecho—. Ahora lo recuerdo, sí. Fue un miércoles.

—Vaya, ¿de eso también te acuerdas? —preguntó Stigson—. ¿De que era miércoles? ¿Y cómo es eso?

—Lo sé porque hoy también es miércoles —dijo Seppo—. Miércoles veintiocho de mayo. Abril tiene treinta días —explicó Seppo y, por si acaso, le mostró a Stigson el reloj de pulsera.

Este chico está como una cabra, pensó Alm, que decidió cambiar de tema cuanto antes.

—¿Recuerdas cómo lo golpeaste? —preguntó Alm.

—Sí —dijo Seppo, afirmando con un gesto.

—¿Fue también con una llave de kárate? —preguntó Alm.

—No —respondió Seppo—. Fue con el bate de béisbol.

—Seppo, lo que acabas de decir es muy grave —dijo Alm—. Me habías dicho que la primera vez lo golpeaste con una llave de kárate, pero la segunda vez fue con un bate de béisbol, ¿no? ¿Por qué?

—Eso ya lo he dicho —respondió Seppo—. Estaba muy enfadado.

Alm llamó a la fiscal con el móvil y estuvo deliberando con ella entre susurros. Luego, se llevaron el bate de béisbol, pero a Seppo lo dejaron allí.

—Seguramente tengamos que hablar contigo mañana otra vez —dijo Alm—. Así que no querríamos que te fueras a ningún sitio.

—Muy bien —dijo Seppo—. Yo no voy nunca a ningún sitio.