Para el miércoles, catorce días después del asesinato de Karl Danielsson, se habían producido un sinfín de acontecimientos. Bäckström pasó de ser «famoso en la comisaría» a ser «famoso nacional».
La investigación de mayor envergadura que había llevado a cabo la policía de Estocolmo desde el asesinato de la ministra de Asuntos Exteriores Anna Lindh había quedado reducida a ruinas y cenizas, y aunque el fuego lo habían encendido los delincuentes, a Toivonen no le costó aguantarse la risa. A él y a sus colegas no les quedaba sino tratar de recoger los cascotes, lo que no se presentaba demasiado fácil.
Con Hassan Talib era imposible hablar. El médico meneó la cabeza sin más: aunque el paciente sobreviviera, no podría aportar demasiado, ni siquiera en un futuro lejano. Lesiones cerebrales graves. Lesiones permanentes.
—De modo que el comisario debería abandonar cualquier esperanza en ese sentido —dijo el médico mirando a Toivonen.
Con Farshad y Afsan Ibrahim sí se podía hablar. El problema era que ninguno de los dos quería hablar con la policía.
A Fredrik Åkare ya lo habían interrogado. Estaba de buen humor, fue acompañado del abogado de siempre y, por lo demás, no comprendía nada en absoluto. ¿Que él y sus compañeros habían matado a Nasir Ibrahim? Un hombre al que Åkare no había visto ni aun soñado con ver jamás. Y mucho menos en Copenhague. Por lo demás, pronto haría un año que no visitaba la capital danesa para salir con sus viejos amigos y conocidos.
—Toivonen, a veces me preocupas —dijo Åkare—. ¿No habrás empezado a chochear o algo así?
Peter Niemi aportó nuevas pruebas técnicas que, en condiciones normales, habrían supuesto algo parecido a un giro copernicano en la investigación.
—La munición de la pistola que Bäckström le quitó a Hassan Talib coincide con la que el forense retiró del cráneo de Kari Viirtanen —dijo Niemi—. Aunque a saber qué hacemos con esa información en las circunstancias actuales.
Toivonen se limitó a soltar un lamento. El cabrón del enano seboso, pensó.
—¿Qué hacemos? —insistió Niemi.
—Procura que la fiscal tenga algo que leer —dijo Toivonen—. A ser posible, antes de la próxima conferencia de prensa de Bäckström.
—Comprendo —dijo Niemi—. ¿Lo haces tú o lo hago yo? —añadió.
—¿Quién hace el qué?
—Quien estrangula a la bola de sebo con sus propias manos —dijo Niemi con una sonrisa burlona.