Un héroe inesperadamente taciturno que, a diferencia de Andy Sipowicz y Harry Callahan, pertenecía al mundo real. Ya que Bäckström no lo hizo, hablaron de él los demás. El periódico Aftonbladet publicó una larga entrevista con su instructor de tiro, que se expresó en términos casi líricos.
—El mejor alumno que he tenido… uno de los mejores tiradores de la Policía… de todos los tiempos… totalmente extraordinario… sobre todo en situaciones límite… totalmente frío como el hielo…
Hablaron también varios de sus colegas, y el hecho de que la mayoría prefiriese hacerlo de forma anónima se debía solo a que Bäckström siempre había sido «una persona muy controvertida a ojos de la dirección».
Por lo demás, la unanimidad era total y las declaraciones, entusiastas.
«Un investigador de homicidios legendario».
«Alguien que siempre tiene razón».
«Un colega siempre dispuesto».
«Sin asomo de miedo, nunca se rinde, nunca se escaquea».
«Avanza como una locomotora».
Etcétera, etcétera.
Dos de sus colegas se manifestaron en nombre propio. Por un lado, su viejo amigo y compañero, el inspector Rogersson, también «investigador de homicidios legendario», que se limitó a constatar que «Bäckström es un tío cojonudo». Por otro, su antiguo jefe superior, Lars Martin Johansson, ya jubilado, que lo echó de la judicial central.
—¿Que qué opino de Evert Bäckström? —dijo Johansson.
—Sí, qué opinión te merece —repitió el reportero del DN, aunque estaba al corriente de la historia común de Johansson y Bäckström.
—Evert Bäckström es un verdadero desastre —afirmó Johansson.
—¿Puedo citarte?
—Por supuesto —dijo Johansson—. Con tal de que no vuelvas a llamarme más.
Por alguna razón, la opinión de Johansson no se publicó en el periódico.
Nada más terminar la conferencia de prensa, Holt invitó a un sencillo almuerzo para los estrictamente implicados; a Bäckström le regalaron un jarrón de cristal con su nombre grabado debajo del emblema de la Policía y una placa antigua que, supuestamente, había pertenecido a Viking Örn.
En cuanto llegó a casa, Bäckström llamó al alcohólico de su vecino, el ex director de televisión, y le regaló el jarrón.
—¿Y qué coño hago yo con esto? —respondió el vecino mirando suspicaz a Bäckström.
—Se me ocurre que podrías ahogarte en él, chivato de mierda —dijo Bäckström que, durante la visita al investigador de asuntos internos, tuvo ocasión de oír la cinta de la central de emergencias.
El resto de la tarde se dedicó a leer todas las cartas y correos electrónicos que había recibido, y a responder a los más prometedores. Abrió todos los paquetes y regalos mientras se echaba al coleto algún que otro trago.
El mejor vodka del mundo, pensó Bäckström sosteniendo en alto el vaso que Nadja le había entregado en la bolsa junto con la botella. Esa mujer es todo corazón, se dijo.