Aquel mismo día, Bäckström dio una conferencia de prensa bajo la supervisión de su jefe superior, Anna Holt. En el podio se hallaban también el superior inmediato de Bäckström y el comisario Toivonen, además de la secretaria de prensa de la jefa de la provincial. Puesto que esperaban la asistencia de mucho público, la jefa de la provincial había cedido la gran sala de conferencias de la comisaría de Kungsholmen.
Por desgracia, ella no pudo asistir, dado que la requerían reuniones de capital importancia. Al menos, eso fue lo que le dijo a Holt, aunque en realidad, como en el mundo nada escapa verdaderamente a los ojos que quieren ver ni a los oídos que quieren oír, estuvo sola en su despacho siguiendo el acontecimiento en la emisión directa del canal TV4.
Anna Holt inició la conferencia e hizo un breve resumen de lo sucedido. Apenas hubo preguntas, pese a que la sala estaba atestada de periodistas.
Luego, Toivonen refirió cómo iba la investigación del robo del transporte de valores de Bromma, y dejó claro que los principales sospechosos estaban ya detenidos. A lo largo del día, además, la fiscal completaría la documentación presentando un requerimiento de prisión contra Farshad Ibrahim, Afsan Ibrahim y Hassan Talib por asesinato, intento de asesinato y robo.
En cuanto a los dos autores materiales del robo, Toivonen se mostró reticente. La situación era en aquellos momentos un tanto delicada y prefería no pronunciarse al respecto. Postura que los periodistas no parecían compartir, ya que prácticamente todas sus preguntas giraron en torno a ese dato. Además, daba la impresión de que ya conocían lo esencial.
¿Qué podía decir de Kari Viirtanen, de Nasir Ibrahim? ¿Qué pensaba de ellos?
Sin comentarios.
A Karin Viirtanen le habían disparado ante la casa de su novia, en Bergshamra. El autor era el cabecilla que estaba detrás del robo, que quería vengarse de él por haberlo estropeado todo al disparar a los vigilantes, ¿verdad?
Sin comentarios.
Nasir Ibrahim conducía el vehículo en que se fugaron en el robo de Bromma. Lo abandonó delante del club de Hells Angels, a quinientos metros del lugar de los hechos. Luego encontraron su cadáver en Copenhague, lo habían asesinado. ¿La venganza de Hells Angels?
Sin comentarios.
Más o menos en ese punto, la secretaria de prensa interrumpió el turno de preguntas para ceder la palabra al comisario Bäckström. Ninguno de los periodistas puso la menor objeción.
¿Podía contar lo que ocurrió en su apartamento la noche del lunes?
De pronto se hizo un silencio absoluto en la sala. Los periodistas hasta pidieron silencio a los fotógrafos, que intentaban tomar instantáneas de Bäckström.
Bäckström sorprendió a cuantos lo conocían. Se mostró reservado, se expresó con brevedad, casi hosco; las pocas veces que esbozó una sonrisa parecía el equivalente sueco de Andy Sipowicz, el gran héroe de la serie Policías de Nueva York. Lo cual no pasó inadvertido ni a los periodistas ni a los que escribieron los titulares. Aunque la cosa no estaba clara: o Andy Sipowicz o el Callahan de Clinton en Harry el sucio.
—No hay mucho que contar —dijo Bäckström—. Habían entrado en mi apartamento y en cuanto crucé la puerta, se me abalanzaron e intentaron matarme.
Dicho esto, asintió y miró a la sala sonriendo a medias.
Su público lo interpretó como una pausa dramática, pensando que habría más. Bäckström se encogió de hombros y volvió a asentir casi con expresión de desinterés.
—Bueno, y eso es todo, más o menos —dijo Bäckström.
El auditorio no parecía compartir su opinión. Se produjo una salva de preguntas en la que la secretaria de prensa logró por fin poner orden, y le concedió la palabra a la reportera del principal canal televisivo.
—¿Y qué hiciste? —gritó la periodista adelantando el micrófono, pese a que estaba a cinco metros de Bäckström que, además, tenía un micro prendido de la solapa.
—¿Qué iba a hacer? —dijo Bäckström—. Uno tenía una pistola, con la que quiso dispararme. El otro llevaba una navaja, con la que trató de degollarme. Yo hice lo posible por salvar el pellejo.
—¿Cómo? —gritó la periodista de la televisión pública, que no pensaba permitir que la postergaran por segunda vez.
—Hice lo que me habían enseñado —dijo Bäckström—. Desarmé al que llevaba la pistola y procuré que se tranquilizara. Al que se me abalanzó con la navaja, le disparé en la pierna. Por debajo de la rodilla —añadió, por alguna razón.
—Hassan Talib —resopló el reportero del Expressen—. Uno de nuestros torpedos más temidos y asesino a sueldo conocido. Intentó matarte, y dices que lo desarmaste y lo redujiste. Según la información que tenemos del hospital Karolinska, Talib sufre una fractura craneal, está en cuidados intensivos y aún se debate entre la vida y la muerte.
—Primero le quité el arma, dado que quería dispararme; luego lo derribé con una llave de yudo que había aprendido de niño. Por desgracia, fue a dar con la cabeza en el borde de la mesa, lo que lamento sinceramente.
—Lo desarmaste y lo redujiste…
—Bueno, él también tiene algo de culpa —lo interrumpió Bäckström—. ¿Qué te parece a ti que debía hacer? ¿Darle un beso y un gran abrazo?
Ninguno de los presentes parecía pensar que fuera lo más adecuado, vítores jubilosos y marcha regia y triunfal bäckströmiana, que habría podido prolongarse hasta altas horas de la noche de no ser porque el propio Bäckström la interrumpió enseguida, a los diez minutos.
—Tendréis que perdonarme —dijo Bäckström poniéndose de pie—, pero hay mucho que hacer. Entre otras cosas, tengo un doble asesinato del que debo ocuparme.
—Solo una pregunta más —suplicó la periodista del canal tres, y puesto que era más famosa por la melena rubia y por el pecho generoso que por sus cualidades periodísticas, Bäckström accedió con un gesto mitad Sipowicz y mitad benevolente—. ¿Por qué crees que intentaron matarte? —preguntó.
—Puede que me tengan más miedo que a otros colegas míos —dijo Bäckström encogiéndose de hombros. Luego, se quitó el micrófono y se marchó. Cuando pasó junto al colega Toivonen, lo hizo de un modo que a nadie pasó inadvertido.
Lo que es bueno para Bäckström, es bueno para la Policía y, en ese caso, también lo es para mí, pensó la jefa de la policía provincial, y apagó el televisor. Por ahora, pensó.