Antes de irse a casa después de la jornada laboral, Bäckström se pasó por el despacho de Toivonen para informarlo de las observaciones de la testigo. Un pobre borrachín finlandés necesita toda la ayuda que pueda proporcionársele, supongo, se dijo Bäckström. Además, tenía que pensar en su antigua responsabilidad de líder.
Toivonen mostró un raro desinterés.
—Son noticias de ayer —dijo Toivonen—. Pero gracias de todos modos.
—Si necesitas ayuda, avisa —dijo Bäckström con la variante de sonrisa entrañable—. En el almuerzo he oído que erais cien hombres los que trabajabais con este caso, pero que no parece que os vaya nada bien.
—La gente no dice más que chorradas —dijo Toivonen—. Nos arreglamos muy bien, así que no tienes que preocuparte lo más mínimo por los hermanos Ibrahim y su primo. Por cierto, ¿cómo os va a vosotros?
—Dame una semana —dijo Bäckström.
—Me muero por verlo —respondió Toivonen—. ¿Quién sabe?, puede que hasta te den una medalla, Bäckström.
Me pregunto qué querría en realidad ese enano seboso, pensó Toivonen cuando Bäckström desapareció de su vista. Tendré que mantener una charla con Linda Martinez, pensó.
Le das el dedo a un finlandés y tratará de tomarse el brazo entero, pensó Bäckström en cuanto salió del despacho de Toivonen. Pero esta vez no. Me pregunto qué se traerá entre manos, se dijo.
A pesar de todos los informantes de Toivonen, a pesar de la testigo de Bäckström, la de la calle Hasselstigen 1, a Nadja Högberg no se le iba de la cabeza la agenda de Danielsson. Además, se le había ocurrido una idea.
No solo se da dinero a las personas, pensó Nadja. También se paga por mercancías y servicios. Casi siempre, sin pensar ni por un momento en quién produce las unas o ejecuta los otros.
Vale la pena probar, se dijo Nadja. Y, por si acaso, llamó a la puerta de Bäckström, por si aún seguía allí jugando a policías y ladrones consigo mismo. Nada. Y, como de costumbre, tenía el móvil apagado.
Ya hablaré con él mañana, pensó Nadja. Será lo primero que haga cuando aparezca.
En realidad, tardaría una semana entera en tener la oportunidad. Y es que aquella misma noche, en casa de Evert Bäckström —en su agradable guarida de Kungsholmen—, ocurrirían cosas que harían que se tambalease la nación entera, que convertirían al comisario Bäckström en un hombre cuyo nombre estaría en boca de todos los hombres y mujeres y que por poco le quitan la vida al comisario Toivonen que, pese a que era un ejemplar magnífico en lo que a la condición física se refería, estuvo peligrosamente cerca de sufrir un derrame cerebral y, por añadidura, un infarto de miocardio.