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—Muy bienvenidos todos —dijo Bäckström; pasó revista a sus hombres, les dedicó la más cálida de sus sonrisas y se sentó en la cabecera de la mesa.

Aún de un humor estupendo y, además, armado. Armado en secreto, pensó Bäckström, ya que ninguno de los imbéciles de sus colegas podía adivinar lo que llevaba debajo de aquellos pantalones de hilo amarillos que tan bien le sentaban.

—Estaba pensando que podríamos empezar sin guión —dijo Bäckström. Y para que la cosa no se fuera al garete desde el principio, les dio una pista—. Conexiones —continuó—. ¿Existe alguna conexión entre el asesinato de Karl Danielsson y el de Septimus Akofeli?

—Pues claro —dijo Nadja Högberg—. El asesinato de Karl Danielsson fue la causa del de Akofeli.

Gestos de asentimiento de Ankan, la pularda y el bailarín con polainas, y una mueca de duda del cabeza de alcornoque del grupo.

—No pareces muy convencido, Alm —dijo Bäckström—. Te escucho.

A Alm le planteaba problemas Seppo Laurén. Por un lado, había reconocido haber maltratado a Danielsson en dos ocasiones. Por otro, estaba el pasado común de ambos y la brutalidad del asesinato de Danielsson.

—El autor de los hechos prácticamente lo destrozó a golpes —dijo Alm—. Casi trató de pulverizarlo. Creo que Seppo encaja en el tipo. Sobre todo si le ha dado por pensar que Danielsson es el culpable de que su madre esté en el hospital. El típico parricidio, si queréis saber mi opinión.

—Y después, ¿qué? —preguntó Bäckström sonriendo con astucia—. ¿Qué pasó después? —Para un pájaro carpintero, Alm debe de ser un festín.

—Bueno, después, creo que me quedo con la explicación más sencilla —dijo Alm—. Akofeli se pone a husmear en el apartamento de Danielsson. Encuentra el maletín con el dinero. Se lo lleva a casa y lo asesinan. Os preguntaréis quién, seguramente.

—No lo dudes —dijo Bäckström con una sonrisa bonachona. ¿Quién lo mató? Banquete de forraje para carpinteros las veinticuatro horas en cuanto Cabeza de Alcornoque abre el pico, pensó.

—Pues no creo que haya por qué enredar —dijo Alm—. La explicación más sencilla, teniendo en cuenta la zona donde vive, en la que abundan los delincuentes violentos, y las llamadas que hizo, probablemente a un cómplice, diría yo. Se ven en casa de Akofeli para repartirse el botín. Estalla la pelea, llegan a las manos, Akofeli muere asesinado, el asesino se deshace del cadáver.

—Ya veo, ya —dijo Bäckström. Duda en el lenguaje gestual de Ankan, la pularda y la pobre víctima de incesto de Dalarna, mientras que Nadja Högberg pone los ojos en blanco y, por si acaso, suspira ruidosamente—. Tú no pareces tenerlo tan claro, ¿no, Nadja? —La rusa le va a talar la cabeza de un hachazo, pensó.

—Yo creo que a Akofeli lo sorprendieron, lo estrangularon por detrás —dijo Nadja—. Además, Seppo Laurén no ha podido matar a Danielsson, porque tiene coartada. Estaba al ordenador mientras se cometió el crimen. Seppo Laurén tiene lo que se llama un alibi. Es una palabra latina que significa «en otro lugar», o sea, que Seppo Laurén está delante del ordenador, en el piso de su madre, en la última planta del edificio. Es decir, que no se encuentra en el piso de Danielsson, en el mismo edificio.

—Lo que se llama un alibi. Ya, pero, sinceramente, yo no me lo creo —dijo Alm—. ¿Cómo sabemos que era él quien estaba al ordenador? Lo que sabemos, de hecho, es que alguien estuvo usando el ordenador, pero no que fuera Laurén.

—¿Y quién iba a ser si no? —preguntó Nadja. El colega Alm debe de ser idiota perdido, lo cual es raro incluso en esta casa, pensó.

—Cualquier conocido suyo —dijo Alm—. Planeó el asesinato, buscó a alguien que le proporcionara una coartada y, la verdad, ni siquiera podemos descartar que le ayudara el propio Akofeli. Si hasta confesó que lo conocía.

—Confesó que había hablado con él una vez, después de que Akofeli terminara la ronda de reparto —lo interrumpió Nadja.

—Ya, según él. Si encontramos al que estuvo usando el ordenador de Laurén, habremos resuelto el caso —dijo Alm.

—Vamos a ver, voy a hacer un intento serio —dijo Nadja Högberg, y respiró hondo para hacer acopio de fuerzas.

—Te escucho —dijo Bäckström. Ahora, ahora empieza el festín, pensó.

—El único que pudo estar usando el ordenador de Seppo es el propio Seppo. Y está totalmente descartado que fuera otra persona.

—¿Por qué estás tan convencida, Nadja? —preguntó Bäckström.

—Porque Seppo es único —explicó Nadja—. Probablemente, solo existe una persona como él.

¿Qué coño está diciendo? Si ese chico es retrasado.

—La noche de autos, estuvo resolviendo sudokus, ya sabéis, esos rompecabezas japoneses de cifras que vienen en todos los periódicos. La diferencia es que los que él resolvió en el ordenador son tridimensionales, algo así como el cubo de Rubik, ya sabéis. Por el historial, sé qué problemas resolvió y cómo lo hizo. Y los resuelve con tal rapidez y de un modo tal, que estoy segura de que tiene una inteligencia privilegiada. Probablemente, solo existe un Seppo en el mundo.

—Pero si el pobre es retrasado —dijo Alm.

—No —dijo Nadja—. Claro que yo no soy médico, pero supongo que sufre una variante de autismo que se manifiesta en la parquedad a la hora de expresarse. A nosotros nos parece que habla como un niño, pero lo que ocurre es que no dice ni una palabra más de las que se precisan para transmitir el mensaje. Más o menos así es como hablan los niños antes de que sus padres les enseñen un montón de palabras superfluas, de ironías, sarcasmos y mentiras ordinarias.

—O sea, que el muchacho es un genio, ¿no? —Pero ¿qué coño está diciendo?, pensó Bäckström.

—Un genio para las matemáticas, sin duda —dijo Nadja—. ¿Con discapacidad social? Por supuesto, dado que lo medimos con nuestros parámetros. La primera vez que le zurró a Danielsson, lo explica diciendo que se enfadó porque había empujado a su madre. La segunda vez, se enfadó de nuevo, porque su madre no quería hablar con él. No creo que se pueda decir mejor, ¿no? Cuando ayudó a Danielsson a entrar en el ascensor después de la primera agresión, dice que Danielsson cogió el ascensor y se fue a su casa. No que Danielsson le dio al botón y bajó hasta el primer piso, donde vivía, y que luego entró en su casa y cerró la puerta. O sea, todas esas cosas que cualquier adulto normal habría dicho, aun sin tener ni idea de si fue así o no. Lee tu interrogatorio, Lars —dijo Nadja.

—Y estás totalmente segura de lo que dices, ¿no? —preguntó Annika Carlsson.

—Totalmente —dijo Nadja—. Esta mañana le envié por correo electrónico un sudoku tridimensional con el que llevaba lidiando tres semanas sin parar, en cuanto no tenía nada más sensato que hacer. Y me respondió con la solución enseguida. Incluso me explicaba cómo resolverlo. Aunque con su lenguaje infantil.

—Vale —dijo Bäckström—. Yo creo que no vamos a sacar mucho más en claro. Además, tenemos bastante que hacer.

—Toda oídos —dijo Annika Carlsson, y se inclinó sobre el bloc de notas.

—Tendremos que hacer una tercera ronda por el vecindario de Hasselstigen 1 —dijo Bäckström—. Llevarnos unas buenas fotos de los hermanos Ibrahim y de Hassan Talib y comprobar si alguien los ha visto por allí. Sobre todo, lo más interesante, si alguien ha visto que tuvieran contacto con Karl Danielsson.

—O sea, crees que puede existir una conexión entre nuestros asesinatos y la investigación de Toivonen —dijo Annika Carlsson.

—No sé —respondió Bäckström—. Parece que Toivonen sí lo cree. Y puesto que siempre he sido un colega amable y solícito, pensaba investigar el asunto.

—En ese caso, nos ponemos manos a la obra —dijo Annika Carlsson, y se levantó de golpe.

—Yo pensaba participar —dijo Bäckström que, desde hacía unas horas, llevaba un arma mortal en el tobillo izquierdo y estaba deseando salir a la jungla que había fuera de la comisaría.

—¿Puedo sentarme? —preguntó Nadja cuando entró en el despacho de Bäckström, dos minutos después de la reunión.

—Por supuesto, Nadja —dijo Bäckström con la sonrisa más bonachona que pudo—. Que sepas que mi puerta está siempre abierta para ti. —Y me pregunto qué habrá sido de la botella de vodka que me prometiste, pensó—. ¿Puedo ayudarte en algo? —continuó.

—Pues sí, con esto —dijo Nadja, mostrándole la pequeña agenda negra de Karl Danielsson.

—Yo creía que eso ya lo habíamos resuelto —dijo Bäckström.

—Ya no estoy tan segura —respondió Nadja.

—Cuéntame —dijo Bäckström adoptando su postura favorita que, por si acaso, completó colocando las piernas encima de la mesa, para que la visita pudiera verle el morro por lo menos a la Sig Sauer, su Sigge.

—Aquí hay algo que no encaja —afirmó Nadja.

—Tus cálculos sobre cuánto dinero le dio a cada uno —aventuró Bäckström.

—No —dijo Nadja—. En eso no creo que haya error, siempre y cuando las suposiciones sean correctas, y de que se trata de dinero sí estoy convencida.

—Te escucho —dijo Bäckström. Como una cuchilla, pensó.

—La psicología no encaja con la idea que me he forjado de Danielsson —dijo Nadja—. Si es verdad que estuvo pagando prácticamente todas las semanas a Farshad Ibrahim, Afsan Ibrahim y Hassan Talib, es decir, a las siglas FI, AFS y HT, no comprendo por qué se arriesgó a dejar constancia de ello en la agenda.

—Puede que quisiera darnos una pista a ti y a mí, por si le pasaba algo. Una especie de reaseguro —dijo Bäckström.

—Sí, yo también lo había pensado —dijo Nadja—. Pero entonces, ¿por qué no da cuenta de cantidades globales? ¿Por qué dice que Farshad ha cobrado diez veces más que Hassan y, en una ocasión, incluso veinte veces más? ¿Y que Afsan cobra cuatro veces más que Hassan?

—Es bastante lógico. Farshad es el líder; Afsan, el hermano menor, mientras que a Hassan, el primo del pueblo, le han permitido que entre en el juego.

—La impresión general es que el dinero procede del robo perpetrado en Akalla hace nueve años, en el que prácticamente echaron abajo el depósito —dijo Nadja—. Farshad dirige la operación, Hassan se encarga del trabajo sucio y atraviesa el muro con el camión, y Afsan, el hermanito, les ayuda a meter el dinero en las sacas. Vale, puede que Farshad se llevara la mayor parte, pero lo lógico es que Ben Kader le hubiese dado mayor parte del botín a Hassan que a Afsan, ¿no?

—Puede que cada uno ingresara una cantidad distinta en la caja del banquero Danielsson —dijo Bäckström sonriendo con astucia.

—Pudiera ser —dijo Nadja encogiéndose de hombros—. Otra posibilidad es que hayamos cogido las hojas del rábano en lugar del rábano mismo, a pesar de Toivonen y sus sugerencias.

—¿Qué quieres decir?

—Que las siglas FI, AFS y HT signifiquen algo muy distinto, que se refieran a otras personas o incluso que no indiquen personas, sino otra cosa, sencillamente —dijo Nadja encogiéndose de hombros una vez más, por si acaso.

—Ya, pero solo a las personas se les puede dar dinero, ¿no? —objetó Bäckström—. Y tú misma acabas de decir que estás segura de que se trata de dinero, y las siglas coinciden con sus nombres, que no son de los más frecuentes. Yo creo que no tienes por qué darle más vueltas —dijo Bäckström.

—Bueno, no sería la primera vez que me equivoco —dijo Nadja, y se levantó.

—Lo resolveremos, ya verás —aseguró Bäckström asintiendo para infundir valor y consuelo al ver vacilar a la única de sus colaboradoras digna de tal nombre.

—Sí, de eso sí que estoy más que convencida —dijo Nadja.