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El viernes por la tarde, el comisario Jan Lewin, del departamento de homicidios de la policía judicial central, volvió de Östergötland, donde había participado en una investigación de asesinato. Fue directamente a casa de su novia, Anna Holt, y cuando introdujo la llave en la cerradura, ella ya lo estaba esperando. Extendió el brazo y le cogió la mano.

—Qué bien que ya has vuelto, Jan —dijo Holt.

Novia y jefe de policía, pensó Jan Lewin cuando se sentó en el sofá y empezó a hojear los documentos que ella acababa de entregarle. Asesinato, intento de asesinato, robo de transporte de valores, asesinato de uno de los delincuentes involucrados, además del asesinato de un viejo alcohólico y, para que nada faltase, el del repartidor de periódicos que lo encontró muerto. ¿Y qué tiene que ver todo esto con Anna y conmigo?, se preguntó.

—¿Tú qué opinas, Jan? —preguntó Holt, pegándose un poco más a él.

—¿Qué dice Toivonen? —preguntó Lewin.

—Que no tiene ni idea —dijo Anna Holt con una risita.

—Pues entonces, será verdad. —Lewin le sonrió—. Yo tampoco.

—Me da la impresión de que no te interesa mucho —dijo Holt, cogió los documentos y los dejó en la mesa.

—Tengo la cabeza en otra parte —respondió Jan Lewin.

—¿Tienes la cabeza en otra parte?

—Llevo casi media hora en casa de la mujer más guapa de la tierra —dijo Lewin mirando el reloj para asegurarse—. Me ha dado un beso y un abrazo y un taco de papeles. Estamos sentados en el mismo sofá. Yo leo mientras ella me mira. Por supuesto que tengo la cabeza en otra parte —concluyó señalándola.

—¿Y en qué estás pensando, si puede saberse?

—Que me gustaría desabotonarte la camisa —dijo Jan Lewin.