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Después de la reunión con Toivonen, Holt se fue a su casa en Jungfrudansen, en Solna, dando un paseo, y se paró a comprar por el camino. Su apartamento estaba a tan solo un par de kilómetros de la comisaría y, si tenía oportunidad, prefería ir andando. Un día como aquel, lo prefería. El sol brillaba en un cielo azul y sin nubes. Veintiséis grados en pleno verano sueco, pese a que solo estaban a finales de mayo.

Desde que la nombraron jefa del distrito policial de Västerort, pensaba cada vez más en la ciudad como en el dominio de un rey, o el de una reina, y en lo importante que era ser un monarca bueno e ilustrado que velase por el derecho y la justicia, y por todos los que allí vivían. Holt County, pensaba Holt, porque así lo habrían llamado si hubiera sido sheriff en el Medio Oeste o en los estados del Sur.

Más de trescientos cincuenta metros cuadrados de tierra y agua entre el lago Mälaren, al oeste, y Edsviken y Saltsjön, al este. Entre el centro de Estocolmo, al sur, el norte de Järva, Jakobsberg y las últimas islas del archipiélago del Mälaren, al norte. Un reino con más de trescientos mil habitantes. Media docena de ellos eran multimillonarios, muchos cientos eran millonarios, varios miles no tenían qué comer y vivían de los servicios sociales, y toda la gente normal entre los dos extremos.

Un reino que contaba con quinientos policías, muchos de los cuales se consideraban con razón entre los mejores del país. Y con Evert Bäckström, claro. Además de todos los policías normales y corrientes, entre los dos extremos.

El dragón que echaba fuego por la boca había clavado las garras en el territorio del que ella era responsable. Cuatro asesinatos en el transcurso de una semana. Tantos como se perpetraban a lo largo de un año en una zona que se contaba entre las de más alto índice de criminalidad del país.

Lo que yo necesito es que un caballero blanco a lomos de un noble corcel venga y mate al dragón, pensó Holt, y soltó una risita al pensar en qué habría pasado si lo hubiera dicho en voz alta durante alguna de las reuniones de la red de mujeres policías de cuya junta era presidente.

Quien mate al dragón se queda con la princesa y con la mitad del reino, pensó Holt sonriendo; y si resulta que es alguno de mis colegas, la joven Magdalena Hernandez hará muy bien de princesa, se dijo. Al menos, si lo dejamos a elección de los colegas.

Ella era demasiado mayor, cumpliría cuarenta y ocho aquel otoño, pensó Holt con un suspiro. Además, ya tenía un hombre con el que cada vez se encontraba mejor. Incluso estaba enamorada de él, quizá incluso lo quería, aunque hasta ahora había tratado de inhibir esos pensamientos. A mí me basta con que el caballero blanco mate al dragón, se dijo.

Quien mate al dragón se queda con la princesa y con la mitad del reino, resolvió Anna Holt, y asintió para sus adentros en cuanto hubo tomado la decisión.

Y preferiría que lo hiciera de inmediato, pensó la jefa de distrito de Västerort.