Bäckström empezó por inspeccionar el cadáver. Sí señor, pensó después de asegurarse de que no se trataba de cualquier otro cucaracha irrelevante que se hubiese interpuesto en su investigación. Es el bueno, pensó Bäckström, y parecía más nostálgico aún que cuando Bäckström lo vio sentado en la escalera, delante del apartamento de Danielsson.
Luego divisó a Toivonen, que lo miraba airado a unos metros de distancia, con las manos en los bolsillos. Bäckström se le acercó para soltarle una pulla.
—¿Tú qué opinas, Toivonen? ¿Asesinato, suicidio, accidente?
—No dices más que tonterías, Bäckström. A ver si puedes hacer algo útil, por una vez. Dime cómo ha acabado así este muchacho —dijo Toivonen con enojo, mirando primero a Bäckström y luego la bolsa con el cadáver.
—Bueno, yo creo que te estás colando, Toivonen —dijo Bäckström con una sonrisa—. ¿Quieres decir que la pobre víctima estaba involucrada en algún tipo de irregularidad o quizá incluso en actividades delictivas?
—¿Qué crees tú? —preguntó Toivonen señalando la bolsa que seguía en la orilla.
—No hay ningún indicio en ese sentido —respondió Bäckström meneando la cabeza—. Todo indica que el cucaracha Akofeli era un joven honorable y trabajador. En realidad, se ganaba la vida como mensajero en bicicleta. Lo de repartir periódicos era un dinerillo extra. A pesar de la titulación académica. Yo casi tengo la impresión de que poseía una vena filantrópica.
»Akofeli habría podido llegar adonde hubiera querido —continuó Bäckström—. Si hubiera tenido la oportunidad de seguir trabajando veinte o treinta años más, apuesto el cuello a que habría podido comprarse una motocicleta con portaequipajes como la que conducía en el curro.
—Si no quieres bañarte, Bäckström, te sugiero que mantengas el pico cerrado —dijo Toivonen—. Es un muchacho, lo han asesinado, y tú te pones a decir estupideces de él.
—Bueno, pues esto ya está —le dijo Bäckström a Annika Carlsson un cuarto de hora después—. ¿Qué te parece si me llevas a casa?
—Por supuesto, Bäckström. Comprendo que te pinchan las ganas de correr.
De nuevo al calor de su agradable guarida, fueron hablando del caso.
—Diles a Niemi y a Hernandez que vuelvan a echarle una ojeada al domicilio del chico —dijo Bäckström—. Y que esta vez lo hagan bien.
—Comprendo por dónde vas —dijo Carlsson—. Por aquello de que lo hemos encontrado en su propia bolsa de periódicos…
—Eres muy lista, Annika —dijo Bäckström sonriendo—. Me cuesta creer que se llevara la bolsa de periódicos a la empresa de mensajería. Seguramente, fue antes a casa y la dejó allí.
—Eso creo yo también —dijo Annika Carlsson—. Terminaba con el reparto hacia las seis de la mañana. Luego empezaba a trabajar en la mensajería sobre las nueve. Incluso podría haberle dado tiempo de dormir una hora por lo menos.
»Por cierto, ¿qué te parece si me invitas a un café? —preguntó Annika cuando paró delante del portal de Bäckström—. Además, quiero hablar contigo de un asunto.
—Claro —dijo Bäckström. Están como locas por tus huesos, pensó. Incluso una chupafelpudos notoria como Ankan Carlsson lo intenta.