19

Una hora después, Bäckström se encontraba sentado a la mesa de la cocina de su agradable guarida y mientras terminaba de sudar, sacó papel y lápiz, con la intención de poner algo de orden en su nueva vida.

Veamos, pensó Bäckström, y mojó el lápiz en la punta de la lengua. Primero, dos días de ayuno, se dijo. Un estilo de vida de una pureza absoluta hasta en el menor detalle, solo verduras, agua y otras cosas ricas. Después, un programa dietético más equilibrado otros dos días, y si no había calculado mal, según el método Bäckström, debería pillar una buena cogorza el domingo. Eso lo hago yo con la gorra, pensó Bäckström.

Pero fue mucho antes del domingo, porque el mismo viernes, tuvo una revelación.

Primero se metió en la ducha, se secó a conciencia, se puso el albornoz, se sentó en el sofá y vio la grabación que le había dado el médico. La vio entera. Se puso el chándal, se recorrió a pie medio Kungsholmen y se echó al coleto tres cervezas sin alcohol en cuanto entró por la puerta. No sirvió de nada. El águila había vuelto a estrellarse contra los cables de alta tensión.

Dadas las circunstancias, no le quedó otra alternativa. Se tomó un whisky y una cerveza normal, se desplomó como una nutria apaleada y en algún momento, entre el sueño y la semivigilia, tuvo la revelación divina.

Estaba en su dormitorio, envuelto en la oscuridad y la bruma, quién sabe cómo era posible aquello, cuando un hombre alto y delgado, vestido con ropa blanca, con una barba que le llegaba por el ombligo, se acercó a la cama, posó una mano venosa en el hombro de Bäckström y le habló así:

—Hijo mío —dijo el viejo—. Hijo mío, ¿me oyes?

¿Cómo? ¿Será mi padre?, pensó Bäckström desconcertado, puesto que era un tío viejo y delgado que no se parecía en nada al borracho rubicundo que fue comisario jefe en la comisaría de Maria, y que, según la loca de su madre, también era el progenitor de Bäckström.

Santo Dios, pensó Bäckström cuando por fin cayó en la cuenta. ¡Santo Dios!

—Hijo mío —repitió el barbudo—. ¿Me oyes?

—Te escucho, Padre —respondió Bäckström.

—Esa vida que llevas no es plena, sino disminuida —murmuró el vejete—. Has escogido el camino equivocado, hijo mío. Procura volver al camino recto. Vuelve a ser un hombre entero.

—Te lo prometo, Padre —dijo Bäckström, que se incorporó en la cama, ya totalmente espabilado.

El mensaje recibido era lo bastante claro. Se duchó otra vez, se puso un par de pantalones, una camisa y una chaqueta. Cuando salió a la calle, alzó la vista al azul infinito que se extendía sobre su oronda cabeza y le dio las gracias a su Dios y Creador.

—Te lo agradezco de veras, Papá —dijo Bäckström, y dos minutos después, se estaba sentando a la mesa de siempre, en su querido bar de toda la vida.

—¿Dónde coño te has metido, Bäckström? —dijo la camarera, que era finlandesa y a la que, de vez en cuando, Bäckström daba un buen repaso en su cama Hästens, siempre y cuando él no tuviera nada mejor que hacer, por supuesto.

—Un asesinato —dijo Bäckström con voz viril y tajante—. He estado hasta las cejas toda la semana, pero ya lo he dejado todo en su sitio.

Vojne, vojne. Menos mal, qué suerte tienen contigo, Bäckström. Bueno, pues entonces, te vendrá bien alguna chuchería —dijo la camarera con una sonrisa maternal.

—Naturalmente —dijo Bäckström. Y se pidió una cerveza grande y un buen pelotazo antes de comer.

Salchicha de cerdo y cebada con remolacha y patatas a la crema. Por si acaso, lo completó con paté de hígado de cerdo y unos huevos fritos en un par de platos que puso al lado. Luego celebró el fin de semana como siempre tuvo por costumbre y, cuando cogió un taxi para ir al trabajo hacia las nueve de la mañana del lunes, ya había tirado a la basura la grabación del chalado del médico. Además, a poco que se fijara uno, se daba perfecta cuenta de que él y el tío del pañal no se parecían ni un ápice.

—Falsos profetas —masculló con desprecio.

—¿Perdón? —dijo el taxista mirándolo sorprendido.

—A la comisaría de Solna, y no me importaría nada que llegáramos hoy —dijo Bäckström, que ya volvía a ser Bäckström otra vez.