18

Bäckström lo hizo siguiendo el manual. En primer lugar, dejó que Stigson diera varias vueltas por el barrio de Stålhammar. Ni rastro de él.

Luego, entraron en el edificio y escucharon por la rendija del correo de su apartamento. Ni una mosca.

Entonces, Bäckström lo llamó al teléfono fijo. Varias veces sonó el ring del teléfono dentro del piso, sin que ello desencadenase ningún movimiento humano audible.

Entonces lo llamó al móvil.

—Aquí Rolle —gruñó Stålhammar, pero Bäckström no dijo ni pío—. ¿Hola, hola? —repitió Stålhammar. Y ahí colgó Bäckström.

—Estoy cien por cien seguro de que se ha largado —le dijo Bäckström a Stigson en el mismo momento en que el vecino de Stålhammar abría la puerta y se los quedaba mirando fijamente. Un tío viejo, menudo y flaco pero musculoso, de unos setenta tacos, pensó Bäckström.

Según el manual, esas cosas rara vez ocurrían pero, como es natural, Bäckström resolvió la papeleta.

—¿Sabes dónde se ha metido Rolle? —preguntó con expresión afable—. Es un antiguo amigo, y tenemos que hablar con él.

—No, si no hay que ser un genio para darse cuenta de que sois amigos —les espetó el viejo mirando airado la camisa hawaiana de Bäckström y la cabeza rapada de Stigson.

Por lo demás, no tenía ninguna información que darles, y si no se largaban de allí de inmediato, llamaría a la policía.

De regreso a la comisaría, Bäckström le pormenorizó a Stigson las obviedades habituales. Que hablara con la unidad de investigación para que mantuvieran vigilada la casa de Stålhammar y que avisaran de inmediato a Annika Carlsson si lo veían aparecer. Que les facilitara el número de móvil de Stålhammar a los colegas que se ocupaban del rastreo de móviles para ver qué posibilidades había de que localizaran la antena cerca de la cual se encontraba Stålhammar cuando respondiera.

—Has tomado nota de la hora a la que lo he llamado, ¿no? —dijo Bäckström.

—Las catorce horas, cuarenta y cinco minutos y veinte segundos —asintió Stigson—. Tranquilo, jefe.

Cuando se apeó del vehículo policial en las cocheras, se cruzó con la colega Annika Carlsson, que solicitó una conversación con Bäckström y miró a Stigson con encono.

—¿En qué puedo ayudarte, Annika? —dijo Bäckström sonriendo con dulzura.

—He estado hablando con la fiscal. Será Tove quien lleve el caso. Es una chica estupenda —afirmó.

Así que a ella también la has estado rondando, pensó Bäckström. Porque decirlo habría sido muy poco sensato. ¿Quién quiere empezar el fin de semana con una brecha en la cabeza?, se dijo.

—¿Quién va a estar pendiente el fin de semana, tú o yo? —continuó Carlsson.

—Estaría bien que pudieras encargarte tú —dijo Bäckström—. Es que yo todavía estoy un tanto resentido del último caso. Tuve que trabajar demasiadas horas extra al final, y como quiero estar si la cosa se calienta más adelante, prefiero tener libre el fin de semana —mintió.

Sin problemas, según Carlsson.

Cuando Bäckström volvió a su despacho para recoger lo imprescindible e irse a su casa por fin, Niemi asomó de pronto con un montón de cosas que decir.

—¿Puedo sentarme un momento? —preguntó Niemi; y puesto que ya estaba sentado, Bäckström se limitó a asentir.

—¿Qué puedo hacer por ti? —dijo Bäckström. Lapón de mierda, pensó.

No mucho, según Niemi. La cuestión era más bien qué podía hacer él por Bäckström.

—Un consejo, con la mejor intención —dijo Niemi.

—Te escucho —respondió Bäckström.

—Creo que deberías tomarte con calma lo de Rolle Stålhammar —dijo Niemi—. No es de los que recurren a la tapadera de una olla de hierro para mandar al otro barrio a un tío como Danielsson. Además, eran amigos. En este contexto no me cuadra en absoluto.

—¿No me digas? —dijo Bäckström con una sonrisa bonachona—. Corrígeme si me equivoco, pero primero se pasa la tarde de fiesta, emborrachándose con Danielsson hasta las diez y cuarto de la noche. Luego, baja la vecina y les suelta una reprimenda. E inmediatamente después, matan a Danielsson. Pero no Stålhammar, porque él ya se ha ido a casa a dormir plácidamente, sino que, casi al mismo tiempo, aparece un asesino desconocido, invisible, silencioso, que no deja rastro, porque ni tú ni Fernandez habéis encontrado ninguna pista suya, pese a que, al parecer, fue él el que se cargó a Danielsson a mamporrazos. ¿Lo he entendido bien?

—Ya sé que suena raro —dijo Niemi—, pero…

—¿Lo he entendido bien? —repitió Bäckström, mirando irritado a Niemi.

—Pues sí, dado que no creo que Rolle fuera capaz de hacerle una cosa así a un amigo, supongo que eso fue lo que pasó. Por increíble que parezca.

—Ya, pero yo no lo creo —replicó Bäckström—. Y ahora, me tendrás que perdonar.

Niemi se encogió de hombros, le deseó buen fin de semana y se marchó. Bäckström se limitó a un breve gesto de asentimiento. Luego, abandonó el manicomio en que se había convertido su lugar de trabajo y se fue a su casa caminando.