Hasselstigen es una calleja de menos de doscientos metros, perpendicular a Råsundavägen, a quinientos metros al oeste del estadio de fútbol, muy cerca de los viejos estudios de la cinematográfica Svensk Filmindustri, en la llamada Ciudad del Cine de Råsunda. En la actualidad es una zona residencial de lujo, formada exclusivamente por viviendas en propiedad y con unos inquilinos muy distintos de los que vivían en Hasselstigen 1.
El edificio de Hasselstigen 1 se construyó en el otoño de 1945, seis meses después de terminada la guerra. Los vecinos de la zona solían referirse a él como el edificio olvidado de Dios o, al menos, olvidado del propietario. Era una casa de ladrillo de cinco plantas, con unos treinta apartamentos de una o dos habitaciones, más la cocina, de poco más de sesenta años de antigüedad y necesitada desde hacía tiempo de una renovación de la fachada, del interior y de casi todo lo demás.
También los inquilinos habían tenido épocas mejores. Una veintena de ellos vivían solos y la mayoría eran jubilados. Además, había ocho matrimonios mayores, todos ellos retirados, y una mujer de mediana edad, cuarenta y nueve años, que vivía en un apartamento de dos habitaciones junto con su hijo de veintinueve, prejubilado. En general, los vecinos lo consideraban un poco raro, aunque bueno, inofensivo e incluso solícito, llegado el caso, y siempre había vivido con su madre. Sin embargo, últimamente también él vivía solo, ya que su madre había sufrido un derrame cerebral y se encontraba ingresada y en rehabilitación.
Once de las personas que vivían en el bloque estaban suscritas a un periódico matutino, seis al Dagens Nyheter y cinco al Svenska Dagbladet, y Septimus Akofeli era el encargado de que lo recibieran en el buzón por las mañanas. Puntualmente, alrededor de las seis, todos los días y sin haber fallado uno solo.
En el edificio de Hasselstigen vivían en total cuarenta y una personas. O cuarenta, para ser exactos, ya que a una de ellas acababan de asesinarla, y para el mediodía del mismo jueves la policía de Solna ya había confeccionado la lista de todos los inquilinos, incluida la víctima.
Entre la llamada de emergencia a la central y la elaboración de la lista de los inquilinos que vivían en el bloque se habían producido, además, un sinfín de acontecimientos. Entre otros, el jefe de la investigación de la policía de Solna, el comisario Evert Bäckström, había llegado al lugar del crimen a las diez menos veinte de la mañana. Tan solo tres horas y media después de que sus colegas del «Agujero» recibieran la llamada y se organizara el operativo, teniendo en cuenta que se trataba de Bäckström.
Existía, además, una explicación absolutamente personal. El día anterior, el médico de la policía de Estocolmo le había arrancado la promesa de que cambiaría de estilo de vida con efecto inmediato, y las alternativas médicas que le enumeró lo habían aterrorizado. Al menos hasta el punto de que, después de pasar la noche sobrio y en vela, decidió ir caminando hasta su nuevo puesto de trabajo en la sección judicial de la jefatura policial de la zona de Västerort.
Un vía crucis sin fin de algo más de cuatro kilómetros. Bajo un sol de justicia, todo el camino interminable desde su agradable guarida de la calle Inedalsgatan, en Kungsholmen, hasta el gran edificio de la comisaría en la carretera de Sundbybergsvägen, en Solna. Además, con una temperatura que se resistía a cualquier descripción humana, capaz de acabar con un campeón olímpico de maratón.