Capítulo 9

—¡Miraaaaaa! ¡Mira qué muro más alto!

Él sonrió a la niña y miró hacia donde señalaba.

La pequeña tenía el pelo castaño muy largo y muy rizado, y sus ojos, marrones claros, rezumaban vida e ilusión.

—No nos dejan estar aquí —dijo él.

—¿Por qué no? —preguntó ella, compungida—. ¿Nos van a castigar por esto?

Él se echó a reír y se dejó caer en la mullida hierba que rodeaba aquel majestuoso edificio.

—No. A mí no me pueden castigar. No les gusta que ande cerca porque tras esos muros hay mujeres y hombres vestidos para la guerra.

—Mi padre me ha dicho que las mujeres lanzan rayos y flechas…

—Y los hombres son medio lobos —dijo con admiración.

—¡Pues qué suerte! —dijo la niña, que se dejó caer a su lado y se recogió las rodillas con los brazos. Apoyó su barbillita sobre ella y miró soñadora aquel espectáculo visual.

Él se incorporó y le preguntó:

—¿Es una suerte ser medio animal?

—No lo sé… Pero lo que sí es una suerte es que nadie te pueda castigar. A mí me castigan a menudo…

Nanna abrió los ojos de par en par.

¿Qué había sido eso? ¿Quién era ese niño?

En su sueño podía sentir los rayos de sol acariciando su piel; el olor a hierbabuena.

Pero al despertar estaba congelada.

Los copos de agua helada se colaban bajo sus párpados y mojaban sus pestañas.

Se moría de frío, y eso que las valkyrias eran mujeres de hábitat húmedo y tormentoso.

Se incorporó sobre sus codos y vio que seguía desnuda.

Dioses, seguía desnuda y tenía la entrepierna mojada, y no del hielo.

Desvirgada. Un hilo de sangre recorría el interior de su muslo y teñía la nieve bajo sus nalgas.

Le dolían el vientre y las ingles. Era una sensación molesta, pero, para ser completamente franca, si anulaba la ira y recordaba con todo detalle lo sucedido, el dolor, al final, se tornaba deseo.

Su primer orgasmo había fundido sus neuronas; en ese momento, su cuerpo, al margen de estar entumecido por la frialdad, le había demostrado que no era nada frígido y que respondía a las atenciones de Noah.

Un hombre.

Se le puso la piel de gallina al recordar lo que había pasado en la cueva. Todavía palpitaba su carne más íntima, sacudida por la poderosa intrusión del berserker.

Había perdido la virginidad en un altar de sacrificios a la diosa Nerthus. Era de tontos pensar que la madre de Freyja no pediría nada a cambio por ayudarlos. Y ella había sido muy tonta. Claro que pedía algo. ¡La había pedido a ella!

Inmediatamente después, todo su cuerpo se puso en alerta. Noah la había tocado otra vez, y bien tocada, ¡vamos! ¡Retocada podría decir! Y, con toda seguridad, Freyja estaría frotándose las manos para una nueva descarga.

Sus orejas se pusieron tiesas y aletearon buscando una cueva o un agujero en aquel lugar rocoso en el que estaba. Necesitaba cubrirse de los ataques de la diosa.

Y corrió.

Corrió, moviendo las manos sobre su cabeza, como si tuviera un aguilucho arrancándole las trenzas.

Tras ella, la luz azulada de las alas de Electra la siguieron, divertida, como si estuvieran buscando algo.

—¡Electra! ¡Una cueva! ¡Necesito una cueva! —clamaba Nanna.

Noah miraba a Nanna con la cabeza inclinada a un lado, estudiando su desnudez y su actitud.

Era tan bonita. Y había sido tan suya…

Después de aquel curioso sueño que había tenido, en el que hablaba con una niña humana que no había visto nunca, vino la misma pesadilla de siempre.

El fuego, las flechas, la piel ardiendo… El dolor. Y después, en medio del sufrimiento, envuelta en las llamas de la desesperación, la misma voz de siempre. Una voz de hombre que él ni entendía ni podía leer.

Su humor se tornaba mustio con el paso de los días. Soñar con una muerte tan desagradable no era gusto de nadie. Y él llevaba soñando con ello desde que Nanna le lanzó el puñal guddine en la boda de As y María.

Desde entonces, ya no podía descansar.

Sonrió al ver que Nanna se agazapaba en el suelo y lanzaba rayos al cielo, como si pudiera contraatacar un ataque divino.

—¡No te atreverás, Freyja! —gritaba desesperada.

Después, volvía a correr y a saltar, utilizando sus majestuosos rayos. Pero, en realidad, nadie la agredía. Parecía una loca.

Y a Noah le encantó. Disfrutó de ese momento hasta que el pellizco de pesar por lo que le había hecho le recordó que ya no sería suya nunca más.

Esa valkyria odiaría su presencia para siempre.

Sin embargo, nadie podría borrarle el maravilloso recuerdo de haber sido el primero. Su naturaleza le impedía forzarla y demostrarle que él era el único, así que dejaría que la valkyria eligiese. Aunque saber que no sería el elegido le destrozara el corazón.

Se frotó el lado derecho de la cara. Le escocía, posiblemente por la altura en la que se encontraba y porque los rayos del sol llegaban con más fuerza, aunque el cielo estuviera encapotado como estaba y nevara de aquel modo.

Estaba claro que el clima se había vuelto loco y que preparaba la antesala de una guerra escatológica.

Noah bajó hasta donde se encontraba Nanna, cuya desnudez lo enloquecía. Las botas se hundían en la nieve. Él llevaba tan poca ropa que acabaría cogiendo frío.

¿Estarían muy lejos de un núcleo urbano? Necesitaba comer, reponer fuerzas, tal vez necesitaban abrigarse más… Estaban solos, a la intemperie, y no tenía ni idea de adónde ir.

—Deberías vestirte. Cogerás frío —le dijo lanzándole su ropa y todos sus bártulos.

Nanna se dio la vuelta en el mismo momento en el que las prendas le golpearon en el rostro y en el pecho.

—¿Por qué no llega el castigo de Freyja? —preguntó mientras se vestía, confundida—. No lo comprendo…

Noah se encogió de hombros.

—Ya te lo dijo Nerthus: te castigó para que me cogieras miedo y creyeras en sus represalias, y así no dejaras que te quitara la virginidad antes de tiempo. La madre de Freyja necesitaba tu energía para salir de ahí. Ha sido todo un… —No encontraba la palabra—. Ha sido un juego de mal gusto.

—No entiendo nada. Nerthus dijo que conocía a mis padres… ¿Cómo es posible? Las valkyrias procedemos de mujeres mortales embarazadas y alcanzadas por un rayo. ¿Qué va a saber ella de cómo era mi familia? —Se abrochó las botas y se colocó sus rodilleras, protectores de antebrazos y sus hombreras.

—Los dioses y sus intrigas… ¿Qué pasa, Nanna? ¿No piensas mirarme ni una sola vez?

Ella se puso tensa y sintió latir su corazón. Cuando acabó de vestirse, sin levantar la mirada hacia él, se abrochó la riñonera de piel en la que guardaba el teléfono que sus hermanas le habían dado para que se comunicara con ellas.

—Mírame, Nanna. Joder —gruñó—. No te voy a comer.

Ella decidió encararlo; estaba agotada de correr, y lo cierto era que solo tenía a Noah en aquel paraje gélido y solitario.

Se forzó a hablarle, intentando controlar sus ansias por ponerle a caer de un burro, por castigarle, pero, cuando lo miró, se quedó estupefacta.

—¿Qué? ¿Por qué me miras así? —preguntó Noah, algo seco, marcando las distancias. Era mejor para los dos, ya que ella no quería saber nada de él.

—¿Te has quedado dormido sobre algún libro o roca con indicaciones nórdicas?

Él no comprendía a qué se refería.

—¿De qué hablas, valkyria? —Electra dio una vuelta a su alrededor y él la apartó como si fuera una mosca—. Mira dónde estamos. Aquí no hay nada. —Abrió los brazos abarcando aquel espacio abierto y blanco—. Ni mucho menos una jodida biblioteca.

—Claro, berserker. Yo también me he dado cuenta de que esto es como una montaña fantasma, pero eso no quita que tengas el lado derecho de la cara marcado con una frase en futhark antiguo. Alguien te ha hecho un puto tatuaje en el rostro —dijo insegura ante él—, y a no ser que quieras hacer un remake de Colocón en Las Vegas, eso es justo lo que tienes ahí.

—¿Es una broma?

—No. —Negó con la cabeza—. Te va desde la frente a la comisura del ojo.

—¿Y qué pone? —dijo él frotándose la sien. ¿Por eso le ardía?

Nanna se acercó a su rostro. Durante unos instantes, sus miradas se engancharon, pero ella apartó la vista con timidez y algo de miedo.

—A ver… Dice: «Con vida estoy medio año, sin vida la otra mitad; ando siempre por el mundo sin cansarme jamás».

Cuando acabó, Nanna chasqueó con su lengua.

—¿No querías intrigas divinas? Ahí queda eso.

—¿Me estás tomando el pelo, Nanna?

—¿Por qué debería hacerlo? ¿Crees que me apetece bromear contigo después de…? —No quería mencionar lo sucedido, así que se calló, avergonzada. Ni siquiera sabía por qué razón sentía vergüenza, ella jamás había sido alguien tímido.

Un músculo palpitó en la mejilla de Noah. Con frustración, pasó los dedos por sus marcas en la cara.

—No voy a pedirte perdón, Nanna. Lo hecho, hecho está. Pero te aseguro que no volverá a pasar.

Ella no supo qué contestar. Sus botas, con incrustaciones de titanio, estaban parcialmente hundidas en la nieve. Y se sentía diminuta ante él. Era una valkyria de los pies a la cabeza, pero tenía la sensación de que Noah se comía todo a su alrededor.

—No espero que lo hagas de nuevo, ni espero que te disculpes —le aseguró ella—. Te lo has pasado demasiado bien como para arrepentirte y tener remordimientos, ¿verdad?

—Sí. No voy a mentirte —afirmó, sincero. A él no le gustaban los juegos de me quieres, no me quieres. Había cometido un error y lo asumía. Pero no se andaba con medias tintas—. Lo he disfrutado. Como tú.

—¿Cómo yo?

—Sí… Tú tampoco deberías mentirme en eso. Te has corrido y tu orgasmo ha sido tan interminable como el mío. Pero sé que no te gusta mi compañía y que no quieres que te toque de nuevo, así que no tienes por qué acompañarme. El viaje es solo mío. No quiero obligarte otra vez a hacer algo que no deseas.

—Creo que es demasiado tarde para que seas un caballero.

—Yo no quiero ser un caballero —dijo él pasando de largo y buscando el camino que debía emprender. ¿Por dónde empezaba?—. Solo quiero ser yo mismo. En cuanto demos con un modo de que puedas volver a Escocia con tus amigas, eso harás. —Se puso las manos en la cintura y miró a todos lados—. Podrás huir de mí. Joder, ¿hacia dónde se supone que debo ir?

Nanna se quedó de pie sin saber qué hacer ni qué decir.

¿Podía irse así? ¿Sin más? Y si era tan fácil tomar la decisión, ¿por qué no quería?

—Esto es genial… Me follas para abrir un portal para hacer un viajecito y ahora me das puerta. Oh, sí… Eres todo un galán. Menudo discurso.

—¿Y qué quieres, Nanna? —replicó sin darse la vuelta, buscando una salida en el horizonte—. ¿Que te diga y te haga lo que de verdad quiero decirte y hacerte cuando sé que tú no crees en nosotros y que no quieres saber nada de mí? —La miró por encima del hombro—. Estoy haciendo esfuerzos por ser considerado y escuchar tus necesidades.

—Claro. Como las escuchaste en la cueva, ¿verdad?

—Piensa lo que quieras. No…, no lo pude evitar. Lo intenté, pero… ¡Da igual! —Dejó caer las manos con impotencia—. Tú no lo vas a comprender. Mejor que no intente explicarte nada más.

—No, mejor que no. —Sus ojos se habían enrojecido de nuevo—. Cuando el teléfono que cargo en la riñonera tenga señal, las llamaré y le pediré a Gúnnr que convoque una tormenta y me saque de aquí.

Él asintió.

—Es lo mejor para ti —dijo, aunque sabía que no era lo mejor para él.

—Bien. —Ella alzó la barbilla, orgullosa—. Eso haré.

Electra los miraba a los dos sin comprender nada.

—Perfecto —asintió Noah—. Ahora… Empecemos a caminar, hacia… allí. —Señaló un camino entre montañas de piedra oscura cubiertas por nieve—. Debemos salir de aquí.

Nanna sonrió, maliciosa.

—Estás más perdido que Heidi en La guerra de las galaxias, ¿verdad?

Él refunfuñó e ignoró su comentario.

—Noah —Nanna puso los ojos en blanco—, tienes a tu hada guía. Ella te llevará a tu tesoro. Y cuentas con la ayuda de una valkyria. Junto con los dioses y los bardos, somos las únicas criaturas que pueden hablar con las hadas.

Él se detuvo, iluminado por sus palabras.

—¿Puedes preguntarle dónde estamos?

—No sé… —Golpeó el índice contra su barbilla—. ¿Puedo?

Él resopló.

—Sí. Sí puedo. Deja de gruñir, lobo.

Nanna pidió a Electra que se acercara y le preguntó al oído dónde se suponía que estaban. La valkyria abrió los ojos, sorprendida.

—¿Qué pasa?

—Dice que estamos en el Jotunheim.

—¡¿Cómo?!

—Espera, espera… —Lo detuvo para seguir escuchando a Electra—. No es el Jotunheim del Asgard. Estamos en una zona de la Tierra que le llaman el Jotunheim, en Noruega. Concretamente en Lom. Dice que la ciudad está a una media hora de aquí. Ella nos puede llevar hasta allí.

—¿De verdad? —Noah miró a Electra, anonadado—. Necesitamos provisiones.

—Sí. De verdad —aseguró Nanna—. Dice que oye a los humanos desde aquí.

Caray. Las hadas tenían un sentido de la orientación y un oído que más de un berserker quisiera para sí.

—Entonces —Noah hizo una reverencia a Electra; al agacharse, mechones de su pelo largo rubio blanquecino se deslizaron por su rostro y enmarcaron sus apuestas facciones—, las damas primero.

Aquel gesto les encantó a las dos.

Noah era realmente atractivo, pensó Nana. Era el hombre más guapo que había visto nunca, incluso con aquellas marcas rúnicas en su rostro.

El hada se ruborizó por completo: su luz pasó de ser azulada a ser rojiza.

Noah sonrió, sus ojos amarillos chispearon y dejó que la diminuta mujer guiara la travesía.

—¿Sabes una cosa, Nanna? —Noah sonrió con la vista clavada al frente.

—¿Qué?

—Es Resacón en Las Vegas.

Mientras caminaban y seguían a la pequeña y graciosa mujer alada, Nanna, cabizbaja, recordaba el momento en que Freyja le otorgó el don en la cuna, cuando apenas tenía cinco años.

Ciertamente, había llevado una vida tranquila en el Asgard, tan tranquila que se hubiera muerto de aburrimiento si no llega a ser porque Freyja le pidió que recogiera a los hombres muertos en la batalla, hombres honorables que serían reclutados para las filas de Odín.

Para ello tenía que descender y vivir aventuras.

—Serás la única que veas el Midgard, Nanni. —Así era como la llamaba la diosa, cariñosamente—. Podrás traernos cosas de ahí, todas las que desees, pero nunca podrá tocarte a un hombre vivo —le dijo.

—¿Todas las que quiera?

—Todas, pequeña. —Freyja le había acariciado la respingona naricita con el índice, y le había sonreído como ella siempre hacía; con absoluta adoración hacia sus valkyrias.

A ella, que era una niña pequeña, no le pareció mal que ningún hombre la pudiera tocar, ya que en el Valhall solo había niñas y mujeres como ella. Además, los hombres olían mal y solo sabían beber y gritar.

No quería tener nada que ver con bípedos con cosas colgantes entre las piernas.

Pero después se hizo mayor. Y su rechazo de niña se volvió su enemigo al convertirse en mujer.

¿Quién había dicho que no a los hombres? ¿Por qué?

Eran criaturas fascinantes. Algo toscas, de acuerdo. Y muy diferentes a una mujer. Definitivamente, se llevaría mejor con una pareja chica que con una que fuera chico. Sin embargo, la atracción animal y el instinto natural despertaba en todas las valkyrias.

Y en ella despertó como una explosión, sin avisar, cuando bajó a recoger a Gabriel en su pira. Vio a Noah y su mundo se volvió del revés.

Supo que ese guerrero intocable le pertenecía.

Lamentablemente, su historia se había complicado muchísimo y ahora su relación era extraña e incómoda.

Y, aun así, seguía deseándolo. Le seguía gustando.

Caminaba delante de ella, con ese pelo inmaculado y nórdico, como si encajara en esa tierra, como si aquel fuera su hábitat natural.

Tenía un aire distinguido. No sabía quién era, pero, fuera quien fuese, no solo era importante para ella; era importante para todos. Y ella era una valkyria de la diosa Vanir. Sabía que también debía atender a la continuidad de los dioses.

Ni siquiera estaba enfadada. Después de que él la poseyera, una emoción desconocida hasta entonces había hecho que le saltaran todas las alarmas.

Se trataba del vacío.

El vacío ya no era tal. Algo había encajado en ella, literal y metafóricamente, de tal modo que parecía estar completa.

Había tenido a aquel hombre entre sus piernas. Y su esencia, su espíritu, había colmado su alma. Las alas le escocían, como si quisieran abrirse y no pudieran. Como si quisieran reconocer quién era él. Y era como si ella, ofuscada, no permitiera que se expandieran.

De repente, se chocó contra su espalda. Dura como el granito. Perfecta para apoyarse y rodearla con los brazos.

—¿Noah? —dijo, extrañada—. ¿Por qué te detienes?

Noah levantó la mano derecha para que guardara silencio.

Giró la cabeza hacia su derecha. Sus ojos, amarillos, miraban sin ver, señal de que intentaba escuchar algo.

Las letras rúnicas de su rostro empezaron a adquirir un brillo inusual, como si se prendieran sobre la piel.

Y si a Nanna antes le había parecido hermoso, ahora es que estaba arrebatador.

—Chis, valkyria —le ordenó—. No estamos solos.

De repente, cuatro seres peludos y negros salieron del interior de la nieve, frente a ellos.

Noah pensó que eran osos o lobos, pero Nanna se encargó de sacarlo de su error.

—¡Noah, son trolls!

Electra corrió y se ocultó en el canalillo del traje de Nanna, cuya parte externa recubierta de titanio la protegería de los golpes.

El berserker sacó su oks de la espalda antes de que dos trolls se abalanzaran sobre él.

Al primero le cortó la cabeza de cuajo, pero el otro se le echó encima y abrió la boca dispuesto a morderle.

—¡Que no te muerda, Noah!

—¡¿Qué coño son?!

—¡Son trolls! —exclamó ella, que lanzó un rayo contra una de aquellas bestias—. ¡Hay muchos trolls en el Jotunheim del Asgard!

—¡Pero Electra ha dicho que no estamos en el Asgard!

—¡Y no lo estamos! ¡Pero cuando robaron los tótems, Loki hizo descender a trolls, purs y etones!

—¡¿A qué?!

Nanna se agachó para esquivar un zarpazo.

—¡Son los animales de Loki!

—¡Pero esto es Noruega! ¡No es el cañón de Colorado! —Le dio un codazo en plena cara al otro troll, que quería atacarlo por la espalda.

—¡¿Y qué?! ¡Loki puede traerlos donde él quiera! ¡Éste es el hábitat natural de los trolls! ¡El hielo!

Las manos de un troll salieron de entre la nieve y cogieron el tobillo de la valkyria, que luchó por liberarse, pero los trolls eran conocidos por su fuerza extrema.

Nanna convocó su bue, tensó la cuerda del arco y, con una de sus flechas iridiscentes, atravesó la mano que la sujetaba. Y, aun así, el troll no cesaba en su amarre. Poco a poco, el jotun de Loki se descubrió por completo.

Sus dientes afilados brillaban por las babas; sus ojos, completamente negros, se habían clavado en ella. Su pelo estaba abarrotado de copos blancos. Entonces Nanna lo electrocutó con las manos, pero sus fauces ya se habían clavado en su muslo libre de protección.

Ella gritó, porque sentía el veneno actuar en su cuerpo.

—¡Nanna! —gritó Noah. Cogió el cuello del troll que le intentaba morder y le hundió los dedos en la carne hasta sacárselo de encima. Con él todavía sujeto, Noah mutó a berserker.

Su pelo se hizo largo, sus músculos se desarrollaron y se convirtió en un guerrero enorme vestido de negro, con el rostro tatuado y los ojos rojos llenos de furia.

Rugió, lleno de rabia, y le arrancó la cabeza de los hombros al troll.

Otro más lo placó por las piernas, tomándolo por sorpresa. Pero Noah, sin ser plenamente consciente, alzó su oks y le dio un hachazo en toda la espalda.

Él no había movido su hacha. No recordaba haber dado esa orden, pero, aun así, el arma lo había defendido.

—Pero ¿qué…?

Era el noaiti. Le había dicho que no estaba solo, que él estaba a su lado. Había conjurado su defensa personal para que lo ayudara.

Ese Adam era el mejor amigo que había tenido jamás…, pensó mientras alzaba de nuevo el oks y le cortaba la cabeza al engendro.

—Gracias, amigo. Te debo una —reconoció mirando el filo del oks, y dirigiéndose a por el troll que había herido a la valkyria—. ¡Nanna!

El bicho estaba a punto de morderla de nuevo, pero Noah, de un salto, fue hacia él y lo placó. Rodaron por el suelo. Un troll era más pequeño que un berserker en desarrollo, pero Loki los había dotado de una energía y una fuerza muy por encima de su tamaño.

Al verlos, se había confiado. Él nunca había estado en el Asgard, no sabía nada sobre el tipo de seres que lo poblaban. No conocía la fuerza que tenían.

Sabía lo que eran los purs y los etones, pues se había enfrentado a ellos en Escocia, defendiendo las tierras de Ardan.

Pero ¿trolls?

Nunca había visto uno.

Siempre había una primera vez.

Noah le rodeó la espalda y después abarcó su cuello con los brazos. Apretó bien fuerte y tiró hasta sentir como la cabeza del animal se separaba de su cuerpo.

Había matado al último.

Miró a su alrededor, buscando más enemigos. Si habían trolls ahí, quería decir que estaba en el lugar correcto, para bien o para mal.

Al darse media vuelta, se encontró con un charco de líquido negro que deshacía la nieve como si fuera ácido.

Nanna no se podía mover. Tenía la mirada fija en las nubes.

Él corrió a socorrerla.

—¿Nanna? ¿Estás bien?

—No me puedo mover. Los trolls tienen veneno en sus fauces. Si te muerden, te paralizan. Y cuando estás paralizada empiezan a arrancarte las extremidades.

—¿Ah, sí? Entonces tal vez esperaré a que venga otro y…

—Noah, no tiene gracia —le soltó ella, con toda la dignidad que podía tener una mujer paralizada por completo.

Para él sí la tenía.

—Pero yo no te puedo tocar. Ya sabes… Freyja…

—¿Estás disfrutando?

—¿Por qué me preguntas eso? —Se aguantó la risa y se colgó el oks a la espalda… Solo estoy preocupado por ti.

—Puede que no me pueda mover. Pero puedo sentir dolor. Y es horrible.

Noah, preocupado, desvió su mirada a su muslo, desgarrado por los mordiscos. Sin mediar una palabra, la cogió en brazos y la pegó a su cuerpo.

—Dile a Electra que salga y que nos lleve al centro de Lom. Vamos a reponernos. Dentro de unas horas continuaremos el viaje.

Electra salió del escote de la valkyria. Sonrió y se pasó la mano por la frente. Noah no sabía cómo interpretar su gesto. Podía significar: «¡Joder! ¡Qué calor he pasado!», o «¡Joder! ¡Qué feliz hubieras sido en mi lugar!», o «¡Joder! ¡Casi nos matan!»… La pequeña hada voló dos metros por delante.

Pero para Noah no era suficientemente rápido.

—Electra.

El hada se dio la vuelta.

—Date prisa. Los amigos de éstos no tardarán en venir.

El hada asintió conforme, y empezó a volar a un ritmo endiablado.

Noah saltaba para seguir su paso, esperando que a Nanna no le doliera demasiado la pierna, rezando para que la ciudad los recibiera sin problemas.