Capítulo 8

Nerthus, la madre de Freyja, la diosa de la fertilidad y de los cultos a los sacrificios; Nerthus, la diosa de la Tierra, conocida por muchos nombres; el respeto que levantaba hacía enmudecer a la naturaleza; Nerthus, de ojos verde esmeralda, pelo rojo y rizado, de piel lechosa y cana, esperaba impaciente tras un altar de piedra a sus invitados.

Vestía con una túnica roja, del mismo color que su pelo, y sostenía entre sus manos de uñas rojas un grial dorado con incrustaciones de color esmeralda, con la runa Gebo grabada en su centro.

Tras ella descansaba su inseparable carro dorado, que era tirado por dos vacas sagradas de ojos rojos. A su alrededor, cientos de llamas flotantes iluminaban la cueva.

Nerthus repiqueteó con sus uñas en el metal de la copa y miró a sus dos visitantes.

—Bienvenidos —los saludó, altiva.

—¿Nerthus? —preguntó Noah, anonadado.

—Nunca te había visto —apuntó Nanna—. Freyja tiene tus mismos rasgos.

—Bueno, yo soy más hermosa —aseguró la diosa, fatua.

—Claro, si tú lo dices —susurró Nanna con la vista clavada en sus vacas. Al menos, los animales que tiraban del carro de Freyja eran tigres de bengala, y no bovinos obesos.

—Oigo tus pensamientos, valkyria —dijo la diosa, que se apartó de la protección del altar de piedra que la custodiaba y dejó el grial sobre la superficie.

Nanna se recogió el pelo trenzado en una cola alta y se encogió de hombros.

—Las sacerdotisas me han invocado porque tenían un regalo para mí —espetó la diosa, divertida.

Noah frunció el ceño.

—No ha sido así. Las sacerdotisas te han invocado para que me inicies —aclaró Noah.

Nerthus desvió la mirada verde hacia Noah, estudiándolo con curiosidad.

—Y lo haré. Pero para ello hay que sacrificar algo, ¿no crees? ¿O acaso piensas que invocarme y que ofrezca favores es gratuito?

—Han legado un handbök para mí.

—¿Y?

—Un handbök de los dioses…

—Es obvio que lo han legado. —Desvió la mirada hacia el hada—. Tienes a Electra contigo. Así se llama el hada que os acompaña.

—Ah… No lo sabía.

—Yo sí —afirmó Nanna.

—Bien por ti —repuso Nerthus repasando a Nanna con la mirada, dando vueltas a su alrededor como si tuviera hambre y la joven fuera su comida—. ¿Eres tú el regalo, preciosa? —Se pasó la mano por su cola trenzada.

—No. No es ella. Odín me dio a… Electra —insistió Noah. Nerthus tenía que saber que era un enviado de Odín. Eso haría que lo respetara, ¿no?—. Tengo una misión que realizar, un viaje. Y de la conclusión de él podrían depender muchas cosas. Incluso la salvación de este reino.

—¡¿Odín?! —gritó, histérica. Sus ojos de diferentes tonalidades de verde se tornaron completamente negros. Su níveo rostro fue recorrido por diminutas venas azules, y de entre sus labios aparecieron dos colmillos superiores—. ¡¿Odín quiere que reciba a un enviado suyo?!

Nanna bostezó. Miró la forma de la cueva y murmuró:

—Sobreactúa igual que su hija.

—¡¿Qué has dicho, trencitas?!

De pronto, Nerthus estampó a Nanna contra la pared húmeda y fangosa, y le rodeó el cuello con una de sus manos, levantándola del suelo.

—¡Odín me relegó al Midgard! Si quisiera, te podría matar ahora mismo. Eres una valkyria, solo me hace falta hundir la mano en tu pecho y arrancarte el corazón.

—No lo harás. —Noah dio un paso hacia delante para defender a su pareja, pero no pudo avanzar más. Nerthus acababa de inmovilizarlo; frente a él tenía un muro transparente que no podía sortear.

—Quieto ahí, berserker. ¿De verdad pensáis que no sé quiénes sois? —Pegó su nariz a la de Nanna—. Soy la única en este reino que sabe todo de todos. Freyja es poderosa, Nanna. Pero su madre lo es más. Así que muéstrame respeto.

La dejó caer de rodillas y la obligó a plantar las manos en el suelo y a agachar la cabeza.

—Mi hija permite que sus valkyrias le hablen a veces con poca sumisión. Os ama demasiado. Le dije que nunca se involucrara emocionalmente, pero no lo puede evitar… Es… sensible.

«¿Freyja sensible? ¿Por eso me electrocutó?», pensó la valkyria con amargura.

—Pídeme perdón —le ordenó la diosa. Después alargó un brazo hacia Noah, estiró los dedos y los cerró de golpe. Al hacerlo, el berserker cayó de rodillas—. Tú también, lobo. Disculpaos y volvamos a empezar.

Noah y Nanna le pidieron disculpas, sometidos por el poderoso mandato de la diosa.

—Buenos chicos. —Nerthus se echó a reír y se apartó de ellos, para dirigirse de nuevo al altar rocoso—. Levantaos —ordenó.

Noah se dirigió hacia Nanna, dispuesto a ayudarla de nuevo a incorporarse, pero la valkyria palideció y le gritó:

—¡No! ¡Noah, no puedes!

Nerthus arqueó una ceja y los miró por encima del hombro.

—¿No puede?

—No —aclaró Nanna—. Eres una diosa y dices que lo sabes todo… Sabrás que, si me toca, tu hija volverá a castigarme sin compasión.

Nerthus la ignoró y dio vueltas al líquido rojizo que yacía en las profundidades del grial.

—Freyja es de todo menos compasiva. Tú eres Nanna, la Intocable. La guerrera que recogía a los caídos y los llevaba a las filas de los dioses. Eres valiosa para mi hija; entiendo que, si estás aquí, es porque sigues siendo valiosa para ella. Porque ella lo ha querido así.

—¿Por qué? —preguntó Nanna, disconforme.

—Yo sé la razón —tarareó— y tú no…

—¿Y qué iniciación me vas a dar a mí? —Noah se acercó a la diosa, sin miedo ni reparo.

Nerthus exhaló, como si estuviera cansada.

—No doy mi conocimiento de forma gratuita. Mi poder es divino, pero, en ocasiones, necesita gasolina. Los dioses del Asgard tiene fuentes que los proveen de energía. Yo me proveo de la naturaleza de este planeta y de los dones y la pureza de las personas que vienen a mí. Pero, lamentablemente, esta tierra se está quebrando por los ardides de Loki. Necesito una explosión de energía, ahora más que nunca, para salir de aquí y juntar a mis ejércitos. Mis sacerdotisas nunca fallan y os han traído justo a tiempo. Pero, bueno, todo estaba escrito, como sabéis… Esas nornas juguetonas han dado unas directrices. Al parecer, hay cosas que se cumplen al pie de la letra.

—No se cumple porque sigamos lo que han decretado para nosotros —opinó Noah—. Se cumple por nuestro don para romper las normas y no seguir ese camino. La völva, la bruja original, predijo el final de los tiempos.

—¿Y no ha llegado ya? —dijo ella sin dejar de remover la copa.

—Pero el noaiti, el chamán del clan berserker —explicó Noah—, recibió una profecía de Skuld, la norna del futuro. Una profecía que da lugar a la esperanza. Nosotros estamos luchando para que se cumpla su profecía y no la de la völva.

Nerthus se dio la vuelta; su traje rojo se arremolinó a sus pies.

—Adorable. Es adorable vuestra esperanza.

—Por eso estamos aquí —dijo Nanna—. Las sacerdotisas te han convocado para que nos eches una mano, Nerthus.

—Y lo haré, trencitas. —Metió un dedo en el líquido de la copa y se lo llevó a la boca—. Pero la ayuda va en dos direcciones. Las runas te han hablado de un viaje, ¿me equivoco, lobo?

—No, así es —contestó Noah, utilizando su cuerpo para proteger a Nanna, que intentaba apartarlo con sus manos. Era demasiado protector, pero no lo podía evitar.

Nerthus se relamió los labios y pidió a Electra que se acercara.

—¿Adónde se supone que los debo llevar? —le preguntó al ser alado.

El hada, que era la encargada de guiarlos hasta el objeto que Odín había escondido para Noah, voló hasta el oído de la diosa y le dio la respuesta.

—Entiendo. —La diosa sonrió y dio una palmada—. Os ayudaré, llevándoos directamente a la tierra en la que se halla tu objeto. Pero… vosotros me ayudaréis a mí a salir de aquí.

—¿Cómo? —preguntó Noah—. Haré lo que sea necesario.

Las largas pestañas de la diosa oscilaron al mirar a Nanna.

—La energía que desprende una mujer al perder la virginidad rompe hechizos humanos, ¿lo sabíais? Por eso se sacrificaban en cuevas. Pero la energía que libera una valkyria al perder la suya… puede romper el hechizo de un dios. Arrebátale la virginidad a Nanna para que rompa el hechizo de Odín y yo pueda salir de aquí.

Nanna palideció. Sus preciosos ojos se ofuscaron congestionados por el miedo.

—No —dijo ella negando exaltadamente—. No, ni hablar.

Noah sabía que nada debía torpedear su misión. Estaba dispuesto a todo para no fallar a los suyos. Pero Nanna era su pareja, aunque ella se negara a creerlo, y no soportaría volver a hacerle daño.

—¡Vine aquí con la esperanza de que las sacerdotisas te convocaran para que me ayudaras a romper el kompromiss! —gritó Nanna, con los ojos llenos de lágrimas.

Nerthus se encogió de hombros con gesto inocente. Noah se afligió al escuchar esas palabras de parte de quien debía ser su mujer.

—¡No lo quiero a él como pareja! —repitió—. ¡Me destroza cada vez que me toca!

El berserker se entristeció por completo, consternado por el odio y el asco que despertaba en Nanna. De verdad esa mujer lo detestaba.

—Lo siento, Nanna. Lo siento mucho —dijo él.

—Oh, qué tierno —susurró Nerthus juntando sus manos—. Eres demasiado bueno, Noah. Los berserkers peleáis por vuestras hembras y os importa poco que os digan que no. Tenéis ese gen soberbio de Odín, que toma lo que le da la gana cuando le da la gana. ¿No harás tú lo mismo con la valkyria? ¿Aunque de ello dependa la supervivencia del Midgard?

—¡A mí él no debía tocarme! ¡Y lo hizo cuando yo creía que cargaba a un hombre muerto! ¡Por eso Freyja me castigó! ¡Por eso estoy aquí en el Midgard, mientras se plaga de guerreros que no pueden regresar al Asgard!

—Oh, no te preocupes por ellos, valkyria. Seguro que por aquí nos harán falta…

Nanna negó con la cabeza y miró a Noah con gesto suplicante.

—Por favor, por favor… No lo hagas. Prefiero que me mates. Si me matas, Nerthus, mi energía también podría liberarte.

—Nanna… —susurró Noah, hundido. Qué deprimente era ser rechazado de aquel modo. Su mujer prefería morir a que él volviera a tocarla.

—Vaya… Pues nada, entonces. Todos muertos. Adiós, Tierra. Ya os podéis ir… —anunció, para ponerlos a prueba—. Menuda pérdida de tiempo…

—¡No! ¡Espera! —dijo Noah.

—¡Ni se te ocurra, bengala! —lo señaló con la mirada rojiza por completo y pequeñas hebras eléctricas que bailoteaban alrededor de su piel—. No. ¿Me has oído? Soy capaz de realizar una farvel furie aquí mismo antes que sufrirte de nuevo.

—Pero, Nanna… Tú eres mi pareja —le explicó con ojos tristes y sin luz—. Estás siendo injusta.

—¿Injusta? —Abrió los ojos de par en par—. No quiero volver a ser torturada de ese modo. No quiero que me toques. Jamás. Nunca más. Y si la diosa no va a romper nuestro extraño vínculo, lo romperé yo, aunque sea la última cosa que haga —aseguró acercándose a él y poniéndose de puntillas.

—Noah, no dejes que lo haga —le recomendó la diosa—. Es el Midgard o ella. Tú decides. No sabrás quién eres… ¿Fallarás a todos los que depositaron su confianza en ti solo por respetar a una valkyria despechada que no tiene resistencia al dolor?

Nanna la fulminó con los ojos.

—No seas puta, diosa.

Nerthus sonrió y alzó a Nanna hasta tumbarla sobre el altar de piedra.

—¡No te muevas! —le ordenó a Noah, que ya corría a socorrer a su pareja.

Luchó, pero de nada servía. Nerthus, bajo su aplastante fuerza y su incontestable poder, lo había vuelto a inmovilizar. ¿Quién se iba a creer que tratar con dioses iba a ser fácil?

—Zorra. No la tocaré —protestó él—. Ella no me desea.

—¡Tonterías! —La diosa lo contradijo—. Mi hija sabía que no podía perder la virginidad antes de que me conocierais. Si no, yo no podría salir de aquí. Por eso castigó a Nanna. Para que te tuviera miedo.

—¡Pues lo habéis conseguido! —gritó él, rojo como un tomate, con los ojos del mismo color, a punto de mutar—. Ahora, suéltala.

—No seas ridículo, honorable chucho. —Ella se dirigió hacia al altar en el que Nanna peleaba por recuperar el control de su cuerpo con resultados nulos—. Sabía que no ibas a ser fácil, valkyria. Tienes la dignidad y el carácter de tus padres —murmuró Nerthus, obligándola a beber del grial—. Abre la boca, monada. Esto es por vuestro bien…

El líquido ambarino resbaló por el interior de la garganta de Nanna, que no tuvo más remedio que tragárselo.

—¿Mis padres? ¿Los conocías?

—Necesito tu virginidad para salir de aquí y llevaros adónde necesitáis ir —le susurró, sin responderle—. Esto va mucho más allá de vosotros. Inglaterra se estremece por dentro y muy pronto empezarán los temblores y el caos. Tengo que estar ahí afuera, ¿comprendéis?

—¡No! ¡Noah! —se quejó la joven, atemorizada.

—Noah —repitió la diosa para atraer su atención—, tú eres la pieza que escondía Odín. Eres la sorpresa que nadie espera. No sientas que vas a hacer daño a Nanna, porque es un dolor inevitable.

—¡No lo quiero! ¡Puede ser otro! ¡¿Por qué él?! —Nanna pateaba el altar, pero, aunque lo deseaba con todas sus fuerzas, era incapaz de bajarse. Otros hombres podían tocarla y no hacerle daño. De hecho, no le harían sentir nada. Pero cualquier cosa era mejor que sufrir de nuevo la ira de Freyja.

—Ella no me quiere, Nerthus —dijo, derrotado—. No puedo hacerle eso.

—Entonces, ¿qué hacemos, Noah? ¿Le dejas que haga la farvel furie? ¿Dejas que muera? Es tu pareja, lobo. ¿No quieres que esté contigo? ¿Quieres que Loki gane?

—No. Pero no quiero que me odie.

—Oh, por los dioses… —Puso los ojos en blanco—. Ya te odia. Pero se le pasará. Esto es lo que tienes que hacer. Ésta es tu iniciación; es lo que te hará iniciar tu viaje. No me hagas perder más el tiempo. O lo coges, o comunico a los dioses que el Midgard se va directamente a la mierda porque has sido incapaz de desvirgar a tu mujer.

De repente, el cuerpo de Nanna perdió sus protecciones; sus hombreras, sus rodilleras, sus mallas y sus botas, y se quedó completamente desnudo en el altar.

Las palabras de Nerthus golpearon en su instinto. Era un berserker, pero también era un hombre. ¿Cómo iba a tomar a Nanna sabiendo todo el sufrimiento que le iba acarrear?

—Escucha, no es tu tacto lo que le duele… Es el castigo de después, y créeme que te digo que esta vez no llegará. —Nerthus intentó apaciguar sus nervios.

—¡No es verdad! —protestó Nanna, llorando sin consuelo. Su cuerpo se dio la vuelta en el aire y quedó a cuatro patas sobre la piedra del cálido altar. Sus piernas se abrieron para Noah y le mostró todo lo que tenía por enseñarle—. ¡No! ¡Bajadme!

El berserker ignoró a la diosa, que seguía hablándole sobre la bebida que debían ingerir y que tenía en sus manos. Noah ya no atendía a nada.

El olor íntimo de Nanna le golpeó y le dejó noqueado.

Se acercó al altar, a ella, y quedó prendado de su cuerpo fino y elegante.

—No hay luna llena, Noah —le explicó Nerthus, a la que aquella situación parecía entretenerla—. No le harás demasiado daño. Simplemente, toma lo que es tuyo. Yo te llevaré adónde necesitas ir, y vosotros me ayudaréis a salir de aquí —chasqueó los dedos y desnudó a Noah por completo.

—Por favor, por favor… —suplicó Nanna mirándolo por encima del hombro, aterrorizada—. Noah…, no me hagas esto.

Él miró a Nerthus, desnudo por completo. Estaba erecto y duro como nunca.

—¿Por qué crees que el castigo no llegará? —le preguntó.

La diosa sonrió.

—Porque, Noah…, tú ya has muerto. Los hechizos de mi hija se pueden deshacer en cuanto se rompen sus normas. Ella no volverá a hacerle daño. La castigó para que guardarais las distancias hasta que vinierais a mí y no pudieras arrebatarle la virginidad antes; si no, yo no habría encontrado un modo de salir de este agujero. Y créeme, tengo que salir de aquí.

—¡Miente! ¡Miente, Noah! ¡No le hagas caso!

Sin embargo, el berserker la creyó.

Tal vez lo hizo porque era incapaz de resistirse a Nanna y a su cuerpo.

O puede que lo hiciera porque de verdad la creía, pero… ¿quién detenía a un hombre enamorado de su mujer?

¿Quién detenía a un berserker cuya kone estaba desnuda para él?

—Noah —la valkyria lo miró directamente a los ojos—, escúchame bien: no quiero que me toques. No quiero estar contigo. No te quiero.

—Pero yo sí —contestó él, solemne. ¿Por qué lo iba a negar cuando era tan obvio?—. Lo último que quiero es volver a hacerte daño.

—Entonces, no lo hagas… —suplicó ella.

—No puedo. —Bajó la cabeza con arrepentimiento—. No puedo no poseerte, Nanna. Si tengo que hacerlo para ayudar a los dioses y a mis amigos, lo haré. Porque todo está por encima de nosotros. Pero no te quepa duda de que lo hago porque te deseo y te necesito. Te necesité desde el primer día que te vi.

A Nanna aquellas palabras le sonaron huecas.

—¡Cerdo egoísta! —Habló con los dientes apretados por la frustración y la decepción—. ¡¿Por qué no tienes en cuenta mis deseos?!

—Los tengo. Pero… no puedo negarme a esto. Si el Ragnarök depende de que te posea, Nanna, te poseeré.

—Entonces te prometo que ésta será la última vez que te hable. Y ésta será la última vez que me toques —le juró con los ojos llenos de lágrimas—. Cuando acabes, piensa que me has violado. Que no he disfrutado de lo que me has hecho. Y que huiré de ti, en cuanto me reponga del castigo de Freyja. No querré volver a verte. Jamás. Motbydelig! ¡Asqueroso!

Noah tragó saliva, con su mirada fija en sus preciosas alas tribales de color rojo. Estaba muy disgustada, pobre.

—Toma el contenido de este grial —le pidió Nerthus, que se lo dejó sobre el altar, al lado de la rodilla paralizada de Nanna.

—¿Qué es?

—Es la runa líquida de la unión. Se llama Gebo. —Señaló la runa inscrita en el metal, en forma de X—. Tú y Nanna sois una pareja. Mal avenida —puntualizó, irónica—, pero pareja, al fin y al cabo. Esto os ayudará a no olvidarlo.

—Sí, perro —gruñó Nanna—. Dróganos a los dos… Solo te falta eso… Mientes, rompes tu palabra, me violas y me drogas. Eres un grandísimo hijo de puta.

—Oh, Nanna. —Nerthus le habló como una niña pequeña. Le acarició el rostro y se lo alzó para mirarla—. Pero… ¿quién te ha dicho que te van a drogar? ¿Quién te ha dicho que vas a olvidar?

—Quiero intimidad —ordenó Noah.

La diosa puso cara de hastío.

—¿Por qué tanta vergüenza? El sexo es sexo. Los dioses no dejamos de practicarlo.

—Por favor. No la incomodes más —le pidió, desapasionado.

Nerthus resopló como una cría a la que le habían hecho enfadar. Antes de desvanecerse dijo:

—No tardéis mucho. Cuando absorbáis vuestro chi, el portal quedará abierto para vosotros. Tendréis un par de minutos antes de que se cierre.

—¿Y tú? ¿Qué será de ti?

—¿Yo? —Soltó una carcajada—. Yo ya no estaré. Que tengáis un buen polvo, hijos míos.

Noah quería acariciar las alas tribales de Nanna. Deseaba repasarlas con los dedos, besarlas y lamerlas de arriba abajo.

Cuando se había imaginado con su kone, nunca había pensado que sería bajo esas normas y en esas circunstancias.

Jamás pensó que sería algo malo arrebatarle la virginidad a su mujer. De hecho, deseaba que su pareja no hubiera sido tocada por nadie. Pero ahora no le importaría que Nanna no tuviera ese pequeño trozo de carne que tanto dolor le provocaría al penetrarla.

En la cueva no hacía frío, pero ella tenía la piel de gallina y cubierta de sudor frío, porque le temía. Bueno, ni siquiera le temía. Le asqueaba.

—Nanna —dijo con voz pausada—. No voy a tocarte nunca más después de esto. Es la primera y la última vez que te poseeré. —Ella le prestaba atención, con ojos de cordero degollado—. Voy a intentar ser gentil.

—¿Quieres ser gentil?

—Sí.

—Entonces métete una estaca por el culo. Eso sería ser gentil para mí.

Noah se envaró y apretó los dientes. Y entonces le tocó las nalgas suaves y lisas.

Y en ese preciso momento, en ese instante de contacto primerizo y consciente, toda razón y todo sentido común desapareció de su mente.

Solo estaba ella. Su cuerpo. Y el placer que él podría proporcionarles a ambos.

—Pedazo de mierda, Freyja me va a electrocutar por tu culpa.

Pero él ya no la escuchaba.

Acarició sus nalgas y le abrió las piernas un poco más.

Una voz lejana rebotaba en las paredes de su consciencia y le decía: «es su primera vez», «es su primera vez», «ten cuidado y no la asustes».

Pero, después, la voz de su instinto, la que hacía que se quisiera golpear el pecho con orgullo al saber que tenía a su hembra sometida ante él, clamaba para que la poseyera: «¡No tardes tanto, tío! ¡Es tuya! ¡Tómala!».

Noah acarició sus nalgas y las masajeó, abriendo y cerrando sus globos.

Nanna se quiso apartar, pero le fue imposible.

El berserker lamió sus dedos y los humedeció para después, cegado de deseo, acariciarle entre las piernas y frotar ese punto de placer que haría que Nanna se relajara y se excitara.

Y la silenció. La silenció en su cabeza.

Le dio igual escuchar sus súplicas.

En la punta de sus yemas sintió que ella se humedecía y se hacía receptiva a su toque. Percibió como su vagina se hinchaba, y como el clítoris salía de su capuzón, respondiendo a sus estímulos.

Noah sonrió con ternura. Su cuerpo no protestaba a la futura invasión. De hecho, parecía desearlo tanto como él.

Primero, para tantearla, le introdujo el índice y lo rotó, para ver cuán estrecha era.

Cuando descubrió que era tan estrecha como podía ser una virgen, su pene se endureció; no así su conciencia, que temió por ella.

—Sé que no quieres esto conmigo. Seguro que preferías que fuera otro quien te lo hiciera. Como el romano de Wester Ross, ¿verdad, Nanna? Lo siento. Siento ser yo quien te posea.

Le introdujo dos dedos y se internó hasta tocar la membrana, que acarició para hacerla ceder levemente. Pero después decidió que quería sentir cómo se rompía con la punta de su miembro y dejó de rozarla.

Retiró los dedos y se los llevó a la boca.

—Joder… ¿Te imaginas lo bien que sabes?

Noah no escuchaba sus respuestas. Su mente no las registraba. Solo podía advertir su olor y el tacto de su piel bajo sus dedos.

La cogió por las caderas. Con una mano sostuvo su miembro para guiarlo hasta la diminuta entrada; con la otra, la sostuvo por la nalga.

—Vas a ser mía, Nanna. Después, si es lo que deseas, podrás hacer lo que quieras. Pero tu primera vez, es para mí. —Adelantó sus caderas y empujó hasta que la carne se abrió para él y la cabeza ancha de su pene desapareció en su interior. Todavía quedaba todo el tallo venoso, pero, al menos, ya estaba dentro; el resto era solo avanzar y retroceder.

Sin embargo, Noah, perdido en ella, decidió que quería avanzar.

Avanzar hasta el fondo para que lo recordara siempre. Si tan decepcionada estaba con él, que lo estuviera, pero que supiera que nadie la iba a poseer como él.

Subió las piernas al altar y colocó cada pie al lado de sus rodillas. La tomó por las nalgas, abriéndola para él, y entonces empujó hacia dentro.

Sintió cómo lo apretaba y que la carne, lubricada por la excitación de ella, dejaba que avanzara.

Y siguió avanzando. Hasta que su inmenso miembro fue engullido por el interior de ella. Por completo.

Hasta que los testículos quedaron tan pegados a su trasero que parecía que la hubiese penetrado por detrás.

Nanna necesitaba coger aire.

El dolor había remitido. Noah estaba tan quieto en su interior y ella se sentía tan llena que pensaba que se iba a partir en dos.

Pero el berserker no le hacía daño. Y el castigo no llegaba.

Seguramente, lo haría más tarde.

Pero no en ese momento.

A su lado, a mano derecha, un remolino de polvo amarillento y brillante empezó a crearse frente al altar.

Nanna se mordió el labio y sus ojos se enrojecieron de placer.

Él estaba rotando las caderas para encajarse a la perfección, para que ni un milímetro de su interior faltara por rellenar.

Y lo notaba tan dentro que tenía miedo de que traspasara su estómago.

Sin embargo, el olor picante de Noah le llegó hasta la nariz, y la enloqueció. Estaba dilatando para él; había algo, una sustancia caliente y líquida que Noah emanaba en su interior para que ella pudiera recibirlo mejor.

El berserker rubio gruñó, y aquello excitó más a la valkyria.

Se había vuelto loca. Había pasado de odiarlo y despreciarlo, a desearlo y a querer rogarle que no cesara en sus envites, que llegara hasta donde su cuerpo le permitiera.

Noah salió un poco de su interior y después volvió a darle otra estocada que fue, si cabe, más profunda que la anterior.

La valkyria gimió, muerta de hambre por él, y pegó su mejilla a la piedra. ¿O era la mano de Noah la que le había obligado y había pegado su cara al altar?

No importaba.

El pene de Noah era enorme y delicioso. No quería que parase.

Él le leyó la mente, pegó sus labios a su oído y le dijo mientras le daba un lametón:

—Ésta será la última vez que te toque. Te lo prometo. Pero espero que no lo olvides.

Nanna frunció el ceño sin comprender, perdida en el limbo de su lujuria particular.

Y entonces empezó la verdadera posesión.

La horadaba, la perforaba como si quisiera clavarla en algún sitio. Nanna no se podía mover porque estaba fija al altar.

Noah podía empujar cuanto quisiera, que ella no iba a huir.

Las penetraciones eran dolorosas e insultantemente profundas, pero no le importó.

Estaba hinchada, húmeda, poseída y se sentía pletórica.

Noah la había invadido por completo.

Se engordaba y se alargaba, se hacía más grande. Y ella, por increíble que pareciera, le dejaba entrar.

El remolino a su lado se abrió por completo y dejó ver unas montañas altas y nevadas. Donde fuera que debían dirigirse, estaba nevando. Los copos de nieve se colaban en la gruta, pero ni Nanna ni Noah prestaban atención al frío.

Ahí hacía muchísimo calor.

Ella ardía.

Él quemaba.

Después de diez estocadas más rápidas y profundas, el bengala se quedó profundamente metido en su interior, hasta más allá del cerviz.

Y, entonces, soltó su semilla.

Nanna se corrió con él, gimiendo y sollozando como una mujer sin control.

Noah dejó caer la cabeza hacia atrás, clavó los puños a cada lado de la cara de la valkyria y rugió.

Bramó hasta que su voz rugió por completo, mientras los chorros de su semilla invadían y conquistaban a la que debía ser su mujer.

Ella ya no lo quería.

Él la desearía siempre. ¿Qué iban a hacer?

La puerta los atrajo y la nieve los engulló por completo, lanzándolos desnudos, juntos con sus ropas y sus bártulos, a otro lugar del Midgard.

Electra los siguió, todavía impresionada por lo que habían visto sus ojos de hada.

Y, entonces, cuando el portal que había abierto Nerthus se cerró, los techos rocosos de la cueva empezaron a deshacerse y a caer.

El altar, con los restos de semen y sangre de la pareja, se partió por la mitad; los fuegos que hacían de antorcha, se esfumaron.

Del mismo modo que ya no había ni rastro de Noah y Nanna, tampoco lo había de Nerthus.