Capítulo 7

Las runas habían hablado alto y claro.

El viaje de Noah era inminente y no había tiempo que perder.

La revelación se la había dado As.

La iniciación debía realizarse de la mano de las sacerdotisas, que le esperaban en el salón, de pie, cubiertas con las capas de seda roja y sus cabelleras ocultas por las amplias capuchas. En las manos llevaban antorchas que prenderían durante la travesía que iban a hacer por la montaña.

Pero la cara que pusieron al ver un hada por primera vez en su vida fue lo que más impactó al berserker.

—¿Es un hada? —preguntó Ruth, acercándose a la diminuta mujer alada que recorría a todos de arriba abajo—. No me lo puedo creer… Nunca había visto una.

—Coño, se parece a una pelota de quidditch —aseguró Adam asombrado.

—Es Campanilla… —Nora, que estaba en brazos de As, seguía con sus ilusionados ojos a aquel ente de la naturaleza que no paraba quieto y volaba a gran velocidad, de una punta a la otra del salón.

—¿De dónde ha salido? —preguntó el líder berserker.

—De mi cofre. Es una guía —explicó Noah—. Me llevará a un objeto que debo encontrar.

As asintió con la cabeza, sin querer hacer más preguntas.

María se acercó a Nanna con amabilidad.

—Valkyria, necesitamos una mujer más para la iniciación. Debemos ser seis. ¿Nos acompañarás en nuestro trabajo?

Nanna miró a Noah y después a las demás mujeres, feliz de que quisieran que les ayudara.

—¿Qué debo hacer?

Ruth se adelantó y abrió sus ojos dorados para confiarle en voz baja:

—Vamos a lanzarlo por los aires. —Le guiñó un ojo—. Eso hicieron conmigo.

Nanna no lo dudó ni un instante.

—Me apunto.

—Entonces debes despedirte de As y Adam —sugirió María—. Los hombres no deben asistir.

—¿Y yo qué soy? —replicó Noah, sin comprender.

—Tú eres el iniciado. No cuentas.

—No hay tiempo que perder. —As les metió prisa—. Noah —tomó a su apoderado por los hombros—, recuerda lo que te he dicho: para mí, tú eres como mi hijo. Haz lo que tengas que hacer. Y no pienses en si es correcto o no. Si el Alfather te tenía reservado para este momento, no debes desaprovechar la oportunidad. —Le dio un abrazo que lo tomó por sorpresa.

Nanna comprobó que Noah era un berserker querido y respetado por todos. Eso era bueno, decía mucho de sí mismo y del hombre en el que se había convertido.

Él respondió al abrazo; cedió al cariño que sentía por ese hombre, aunque le hubiera ocultado su verdadero origen. Los años, la fidelidad y los siglos juntos tenían más peso que una mentira.

Cuando llegó el turno de Adam, el noaiti, preocupado por su amigo, le dio su oks personal.

—Quiero que te lo lleves, Noah.

El rubio lo tomó entre las manos, con gesto asombrado.

—Es tu arma, Adam.

—Quiero que la lleves tú. —Se relamió los labios secos—. No sé quién se supone que eres, pero la Tierra se va a la mierda, Noah. Si Odín te mantuvo oculto todo este tiempo entre nosotros, también te puso a mi lado para que cuidaras de mí. Si no llegas a ayudarme, posiblemente jamás habría recibido la profecía de Skuld.

—Eso no es verdad. Tú lo lograste solo…

—No. No es verdad. Déjame terminar. —Adam, con sus ojos negros rebosantes de respeto y hermandad hacia su amigo, estaba visiblemente emocionado por esa despedida—. Sé que este viaje lo debes emprender solo y que tal vez no regreses, pero no estás solo. —Apoyó las manos sobre las de su amigo, que sujetaban su hacha con respeto—. No lo estás, recuérdalo. Yo estoy contigo, en tus manos —agitó el hacha para dar más convicción a sus palabras—. No caminarás solo. Eres mi kompis. Puede que seas hijo de un dios, Noah, pero tienes a un chamán berserker como hermano. Recuérdalo. —Adam le colgó el oks a la espalda.

Se abrazaron.

Ruth se limpió las lágrimas con disimulo, y esperó a que Nora diera un sonoro beso a su tío favorito.

—¿Tío Noah?

—¿Sí, pequeña?

—Los polvos de hada te hacen volar. Tú puedes volar si la coges…

Noah sonrió, le dio un beso en la frente y se despidió de ella.

—No dejes de dibujar —le pidió.

—No lo haré —contestó la cría.

Las sacerdotisas esperaron pacientemente hasta que Noah les dijo adiós a todos.

Pero cuando fue a salir de la casa, Aileen y Caleb les cerraron el paso.

—Pensaba que no llegaría a tiempo —dijo la híbrida de ojos lilas, azorada y nerviosa. Fue directa a Noah y le dio tal abrazo que lo dejo casi fuera de sí—. Ruth me ha avisado. No podías irte sin despedirte de mí.

Los ojos de Nanna enrojecieron.

Sabía que la híbrida y él eran buenos amigos, pero no soportaba que pudiera pegarse a él de ese modo, y que ella no pudiera hacerlo.

Ella vestía tan seductora como siempre: con un mono arrapado negro y botas del mismo color y con tacón. Llevaba el pelo liso y suelto.

Y Caleb…, bueno, Caleb merecía siempre mención aparte. Cuando lo veían a través de la Ethernet, todas las valkyrias hacían la ola. Ese hombre despertaba las fantasías más salvajes y rudas de una mujer.

—Le estás quitando años de vida a Caleb… —bromeó Noah devolviéndole el abrazo a la nieta de As.

—No te preocupes por él, lo superará. ¿Te vas, entonces?

—Sí… —se encogió de hombros—, tengo un viaje que emprender.

—No es un viaje cualquiera. Al parecer, de él depende nuestro futuro, ¿verdad?

—Eso parece —contestó sin creerse sus palabras.

Aquellos ojos lilas lo inspeccionaron de arriba abajo.

Noah era tan distinguido de por sí. Su piel algo más pálida que la de Adam, su pelo tan rubio que parecía blanco y esos ojos permanentemente amarillos lo distinguían del resto. Era un ser extraño y hermoso, y, al mismo tiempo, tan amenazante como una tigre de bengala. Sí, era el bengala para todos los miembros de los clanes.

—Siempre fuiste especial, Noah —aseguró Aileen, mirándolo con devoción—. Lo sabía.

Los ojos verdes de Caleb lanzaban rayos por doquier. Llevaba suelto su pelo negro y liso. Carraspeó, incómodo.

—¿Habéis venido a despediros de mí? —Noah estaba sorprendido—. ¿Tú también, Colmillos? ¿Quieres que te dé un abrazo?

—Claro, chucho. —Sonrió amistosamente—. Te rascaré detrás de las orejas, si es lo que quieres…

—Lo que Caleb quiere decir es que sí: en representación de los miembros del Consejo de la Black Country, hemos venido a despedirnos. Eres el berserker más bondadoso que he conocido. Me ayudaste mucho. Nos has ayudado a todos —explicó Aileen.

Caleb no pudo por menos que asentir con la cabeza: Aileen tenía razón. Noah lo rescató de Glastonbury Tor cuando los torturaron en la cruz a él y a Aileen. Si no hubiera sido por el bengala, nunca habría encontrado con vida a su cáraid.

—Vengo a desearte suerte en ese viaje. La guerra ya está aquí, Noah. Tal vez no nos volvamos a ver.

—O tal vez sí —dijo él.

—Eso espero, porque te necesitamos entre nosotros.

—Gracias, Aileen.

Ella sonrió, tomó su rostro entre las manos y le agachó la cabeza rubia para darle un beso leve y tímido en los labios.

Caleb se tensó visiblemente y todos sus dientes rechinaron.

La energía electrostática de Nanna explotó, cosa que hizo que las sacerdotisas se alejaran de ella.

—Mantente con vida, Noah —le pidió Aileen—. Todos estamos contigo.

—Mantente tú con vida. —Si alguien estaba en peligro era Aileen. Si no la mataba Caleb, la mataría Nanna—. Ahora mismo estás a punto de ser electrocutada o de que te muerdan.

Ella no le dio importancia, pero miró a Nanna y se disculpó con un gesto contrito.

—¿Nos vamos ya? —preguntó Nanna, visiblemente irritada con la situación, sin perdonar a Aileen.

Noah le guiñó un ojo a Caleb; ambos sabían que las hachas de guerras estaban enterradas desde hacía tiempo y que solo había un hombre para Aileen: el líder McKenna.

Al principio, a Noah le costó mucho aceptar que Aileen no era para él. Estaba deseoso de tener pareja y veía en la híbrida a una compañera de aventuras y de batallas perfecta; era una princesa distinguida, bondadosa e ideal.

Creyó sentir amor hacia ella, pero, poco tiempo después de ser rechazado, se dio cuenta de que el verdadero amor estaba por llegar.

Y vendría de los cielos, en forma de mujer de orejas puntiagudas y ojos exóticos y almendrados.

Ahora nada podía negar que Nanna y él se pertenecían. Tal vez, aún no se podían tocar, pero el kompromiss y el instinto despertaban cuando estaban demasiado cerca; esperaba remediarlo con la ayuda de la diosa y de las sacerdotisas.

Nanna siguió al grupo de mujeres encapuchadas que se dirigían a los coches. Noah la precedió con una sonrisa de oreja a oreja.

La valkyria se había puesto celosa.

Era bueno que probara algo de su propia medicina.

Yorkshire.

Cuevas de Alum Pot.

Tiempo atrás, en aquel lugar ancestral y subterráneo de Inglaterra, las sacerdotisas iniciaron a Ruth en su bautismo. Allí, la Cazadora conoció a Nerthus y ella le otorgó los dones y preparó su cuerpo para la inmortalidad.

En ese momento, cinco mujeres cubiertas de rojo y una valkyria en sus ropas de guerra caminaban entre los senderos oscuros del bosque, iluminadas solo por el fuego de las antorchas, en formación, como en una procesión.

Noah iba el último, y las seguía en absoluto silencio.

—A la diosa le gusta la paz y el silencio —había dicho la más alta de las sacerdotisas, Dyra—. Debes mostrar respeto, porque ella lo oye todo y ya sabe que estamos aquí.

Las había obedecido. Seguía sus sugerencias y sus consejos. Ellas eran las sabias del clan, las mujeres que trabajaban la magia, y Noah siempre había tenido un profundo respeto por ellas.

El hada los seguía, sobrevolando sus cabezas, y de vez en cuando se ponía a la altura del oído de Nanna, le decía algunas palabras y, de repente, las dos lo miraban con gesto enfurruñado y apartaban la mirada.

Noah sabía por qué estaban así. Era empatía femenina.

Esperaba que Nanna hubiera sentido tanta rabia e impotencia como él cuando Theodore le tocó los pechos frente a él.

Si ver el beso de Aileen le había dejado tan mal como a él, entonces había valido la pena, porque así habría sentido de verdad el vínculo que había entre ellos, un vínculo que no podía negarse ni ignorar con la facilidad con la que pretendía hacerlo la valkyria.

Llegaron a una cima cuyos espesos matorrales apenas les dejaban ver. Las mujeres los retiraron y Ruth sonrió al recordar su iniciación.

Entonces le dio un miedo terrible que la dejaran ahí sola…, pero ahora ya no temía nada.

Todo había cambiado.

En el suelo, había un inmenso orificio que parecía guiar a las entrañas mismas de la Tierra.

La diosa siempre estaba en lugares que se conectaban con el interior, con lo femenino. Como si fuera un útero que llevaba al vientre de una mujer, Nerthus se ocultaba tras esos túneles, esperando una nueva semilla que bautizar.

Pero, esta vez, la iniciación no era femenina. En esa ocasión, las sacerdotisas conjurarían a Nerthus para que ésta entrara en contacto con Noah y lo ayudara a solucionar su problema. Para que lo iniciaran. O, al menos, eso era lo que le había dicho Freyja.

—Nanna, danos las manos —ordenó María—. Creemos un círculo con Noah en el centro.

La sacerdotisa matronae fue la voz líder en la invocación de Nerthus. Cuando las seis mujeres entrelazaron sus manos, el bosque se sumió en una mágica expectación; el cielo de madrugada, oscuro, nublado y taciturno, se ofuscó con más fuerza sobre sus cabezas, como si las acompañara en la ceremonia; como si de ese modo pudiera resguardarlas de la vista de seres no invitados a un evento de tal magnitud.

María, con sus ojos cerrados, levantó el rostro hasta el techo estelar y proclamó:

—Creciente de los cielos estrellados, Floreada de la llanura fértil, Fluyente de los suspiros del océano, Bendecida de la lluvia suave; escucha mi canto, ábreme a tu luz mística, despiértame a tus poderes plateados, ¡acompáñame en mi rito sagrado! —Las demás repetían cada una de sus sentencias—. Creciente de los cielos estrellados, Floreada de la llanura fértil, Fluyente de los suspiros del océano, Bendecida de la lluvia suave, escucha mi canto, ábreme a tu luz mística, despiértame a tus poderes plateados, ¡acompáñame en mi rito sagrado! Benigna diosa, tú que eres la reina de los dioses, la lámpara de la noche, la creadora de todo lo que es salvaje y libre; madre de mujeres y hombres; compañera del dios carnudo y protectora de toda la Wicca. ¡Desciende, rezo, con tu rayo de poder lunar aquí sobre mi círculo!

Súbitamente, la entrada de ese mundo subterráneo se iluminó. Su claridad alumbró a Noah y a las mujeres que lo rodeaban.

La matronae sonrió, victoriosa, orgullosa de sus logros grupales, aunque ella era la voz cantante.

—La diosa os espera —dijo.

El círculo se abrió para que Noah pudiera salir.

—Nanna —dijo Tea, la más bajita, que se dirigió a la valkyria—, Nerthus no atiende a hombres. A ella, en la Antigüedad, le ofrecían las vírgenes. Debes romper el círculo y bajar con él. Tú eres su tarjeta de entrada. Sin ti, Nerthus no ayudará a Noah.

—¿Cómo dices? ¿A qué te refieres con eso de ofrecerme a ella? Me suena a sacrificio.

—No te pasará nada —aseguró Noah.

Ruth arqueó sus cejas caobas y estudió el panorama, nerviosa. Aquello no le gustaba. Las sacerdotisas eran mujeres muy fieles a sus rituales y sabían que, para que éstos funcionaran, todo debía cumplirse punto por punto. Recordaba con impresión los comentarios que le dirigieron respecto a su virginidad; le habían dicho que en la Antigüedad se desvirgaba a vírgenes con falos de marfil en el interior de las cuevas para que la diosa ofreciera sus dones y les dieran aquello que anhelaban para sus misiones. La pureza era algo preciado para la madre de Freyja, y era un regalo que atesoraba y que, al parecer, necesitaba para aumentar su poder en la Tierra.

—Yo no estoy tan segura de eso —comentó Ruth por lo bajini. La diosa se las traía. Ella recordaba a Nerthus con una mezcla de pánico y de cariño. Por suerte, a ella nadie la tuvo que desvirgar, pero…

—Hermana, Ruth. —Amaya, la más rellenita de las ancianas, la reprendió—. No debes poner nerviosos a los iniciados.

—No, no… Dios me libre —contestó ella, sarcástica—. Solo era un inciso.

Nanna se encogió de hombros, rompió el círculo valientemente y pasó por delante del berserker con la bendita ignorancia de alguien que no tenía ni idea de cómo funcionaban las cosas en la Tierra, por mucho que la conociera.

—Andando, bengala —le dijo con un retintín despótico.

—Mucha suerte en vuestro viaje —les dijo Ruth—. Sea lo que sea lo que suceda ahí abajo, no se lo tengáis en cuenta a Nerthus. Obedecedla o no os iniciará. No os descubrirá su poder.

Dyra y Amaya la miraron, agradecidas por animarlos a hacer caso a Nerthus.

Noah escuchó con atención las palabras de la Cazadora. No tenía pensado quebrantar las sugerencias de una diosa, y menos si el éxito de la misión dependía de ello.

—Sacerdotisas, Cazadora —hizo una reverencia con la cabeza—, gracias por vuestra ayuda. Cuidaos mucho.

—Que tu viaje sea fructífero para todos, Noah —le deseó María, sincera. La misión de ese hombre iba a ser determinante para todos.

—Que la fuerza te acompañe —añadió Ruth guiñándole un ojo dorado—. Para mí, ya eres un héroe, Capitán América —le dijo con afecto.

Un hombre solo no podía con tanta responsabilidad; lo cierto era que el solo hecho de cargar con esa bolsa ya lo convertía en alguien valiente y único.

Los labios de Noah se estiraron en una sonrisa de cariño y respeto por todas, sobre todo por la kone de Adam.

—Cuida del noaiti.

—Siempre lo hago, bengala.

Tras esas palabras, Noah y Nanna se dejaron caer en el agujero que abría el suelo de la cima, como una incisión quirúrgica, como si alguien desde el cielo hubiera disparado hasta alojar una bala en sus entrañas.

El hada se quedó suspendida, observando a cada una de las sacerdotisas.

Después de analizarlas una a una, se metió de cabeza en la entrada del mundo de Nerthus: un universo de elementales, de luces y de sombras.