—¿Qué pasa, lobo? ¿No te gusta sentirte cazado?
Noah alzó ambas cejas, sorprendido por el arrojo de la mujer.
—Corrígeme si me equivoco, valkyria.
—Dime —dijo ella colocándose a un par de centímetros de su cuerpo desnudo. Podía oler su piel limpia y sentir el calor que desprendía.
—Las valkyrias sois vírgenes, ¿cierto?
—Sí. Pero las que descendemos tenemos el permiso de Freyja para quitarnos el lastre de encima.
—Entonces —dijo él siseando, al notar como los dedos de Nanna recorrían su clavícula—, no tenéis ni idea de lo que es dejarse llevar por la atracción física.
—Oh, ya lo creo que sí —aseguró Nanna—. Entre nosotras, en el Valhall, nos dejábamos llevar. No todas teníamos einherjars con quien saciar nuestro apetito, ¿comprendes?
A Noah se le puso aún más dura al imaginársela.
—Cuando te pueda tocar, serás virgen para mí —dijo excitado.
—Suena a utopía, de momento. Debes saber que, cuando estoy tan enfadada, no me dejo llevar por la atracción física. —Lo inmovilizó con una mirada de sus grandiosos ojos—. Yo me dejo llevar por la venganza. Ahora mismo no me mueve el deseo de tocarte —mintió, en cierta medida—. Me mueve el deseo de hacértelo pagar. Por tu culpa, mi diosa me ha castigado en el Midgard.
Noah tragó saliva al ver cómo Nanna abría la palma de su mano y permitía que una flecha iridiscente de su bue se materializara ante ellos.
—¿Qué vas a hacer?
—No hay nada más vengativo que una valkyria —susurró a un paso de sus labios. No tenía mal carácter, al contrario. Pero si había algo que valoraba por encima de todo lo demás, era el cariño de la diosa. Y Freyja siempre la había tratado de un modo distinto a las demás. Había confiado en ella para traer a los guerreros caídos al Valhall, y siempre le hacía regalos. Le había dado su puñal guddine, y lo había hechizado para que ella lo pudiera tocar sin ser una diosa. Y también le había obsequiado con un collar de perlas que a menudo tocaba cuando se quedaba pensativa. Eran detalles exclusivos que Freyja solo tenía con ella. Pero Noah acababa de echar por tierra esas preferencias, y la Vanir estaría decepcionada—. Recuérdalo la próxima vez que se te vayan las manos.
Él no pudo comprender sus últimas palabras, hasta que sintió cómo la flecha se había moldeado hasta rodear todo el tallo de su erección, como si fuera una anaconda que estuviera preparada para estrujarlo.
Y lo estaba.
Nanna rodeó su pene con la mano, y no pensó en que aquélla era la primera vez que tocaba uno. En realidad, apenas lo sentía, porque el calor de la flecha y su electricidad le privaba del verdadero tacto de aquella piel que, se suponía, era satinada y ardiente.
—¡Nanna…! —Noah se quedó sin aire y cayó de rodillas.
—Atrévete a tocarme ahora —le gruñó.
La flecha electrocutaba a Noah, y lo dejaba sin fuerzas siquiera para defenderse.
El berserker puso los ojos en blanco, indefenso.
Dolía horrores.
—¡Me estás achicharrando los huevos! ¡Para!
Nanna negó con la cabeza, impertérrita.
—Me puedo equivocar con las palabras. Puedo ser confiada y despreocupada. Me encanta divertirme y hacer bromas. Adoro todos los juguetitos terrenales que tenéis y me gusta el Midgard por lo que es. Pero te diré una cosa que no soy. No soy indulgente. —Apretó la bue con más fuerza alrededor del saco de bolas—. Nunca. ¿Crees que me podrás tocar cuando encuentres la solución para hacerlo? ¿Crees que podrás hacerlo porque ése es tu derecho como berserker? Me da igual que seas mi einherjar y cuán deseosa pueda estar de que me sobes, bengala. Tendrás que ganarte la gracia para tocarme de nuevo. Gánate mi confianza porque, ahora mismo, no tienes ninguna.
Después de eso, lo soltó y lo empujó, hasta que Noah, desnudo, cayó al suelo, hecho un ovillo, dolorido y con las manos entre las piernas.
Estaba rojo como un tomate y se le marcaban las venas del cuello.
—No te quejes tanto —le increpó Nanna—. Han sido solo unos segundos. No toda una eternidad, como la que he sufrido yo con Freyja.
—Nanna… ¡¿Adónde vas?!
La valkyria se detuvo en el marco de la puerta, antes de salir de la habitación y dijo:
—A dar una vuelta.
—Dentro de nada tendremos que irnos…
—Freyja me ha hablado dentro de la crisálida de hiedra.
Él se dio la vuelta como una croqueta y la miró desde los bajos fondos en los que se hallaba.
—¿Qué te ha dicho?
—Pues… —Se recolocó bien la bue sobre su muñeca y carraspeó con repelencia—. Que tú sigas sin poderme tocar no quiere decir que los demás tampoco lo puedan hacer. Ha levantado la veda para los demás. Ahora ya me pueden tocar y yo les puedo tocar a ellos.
—¿Cómo dices? —Sus colmillos asomaron entre los labios, y sus ojos se volvieron salvajes.
—Lo que has oído. Por eso te he dicho que debe de haber un error. ¿Por qué se supone que tú, que dices ser mi pareja, no puedes ponerme una mano encima sin que me muera y tenga ganas de arrancarme la cabeza? Y, en cambio, ¿todos los demás sí pueden hacerlo? ¿Y si se trata precisamente de que eres todo lo contrario?
—No sé a qué te refieres…
—Llevo toda la vida esperando a mi compañero. Pensaba que no lo tendría jamás. Cuando te vi por primera vez, sentí que todo mi mundo se ponía del revés. ¿Te ha pasado eso alguna vez?
—Sí —murmuró él—. Contigo, Nanna.
Ella tragó saliva y lo miró por encima del hombro.
—Pues yo también sentí eso, pero no puede ser verdad. Mi pareja no me hace daño con su contacto y provoca que mi diosa me condene en el Midgard. Eso solo puede significar una cosa.
Noah la escuchaba con atención, parpadeando como lo haría un animal.
—Me tocó el hombre equivocado. El menos indicado.
—Piensa lo que quieras, Nanna. Te vendrás conmigo. Y, mientras yo esté a tu lado, no vas a tocar a nadie más.
—Ya, bueno. ¿Ésa es una de tus órdenes de lobo alfa?
—Y harías bien en no desobedecerme.
Nanna lo miró por última vez y sonrió, desdeñosa.
—Ponte hielo ahí abajo. Te veo luego.
Tras aquellas palabras, dejó a Noah a solas con su dolor.
¿Qué demonios había pasado?
Ahora, además de intentar descubrir quién era, ¿debía acarrear con una kone ofendida?
Noah golpeó su frente contra el suelo y añadió:
—Cuánto odio a los dioses.
Después de reencontrarse con sus valkyrias en aquel búnker submarino, había tenido una conversación con Bryn, Róta y Gúnnr en el mirador de la isla, cuyo horizonte estaba cubierto de una negra espesura provocada por los gases que salían de las grietas de la Tierra.
—Dioses… Es como Mordor —susurró Nanna.
—Ha empezado el final de los tiempos. La Tierra se oscurece —dijo Róta mirando a la sombría lejanía.
—Pero en los albores de la tempestad —añadió Nanna poniendo voz de hombre y recordando las palabras de Gandalf en El Señor de los Anillos— vuelvo a vosotros.
Las cuatro valkyrias sonrieron. Habían echado tanto de menos a Nanna…
—Entonces… —dijo Bryn sin comprender—. ¿Ahora ya puedes usar tus manos? ¿Ya puedes disfrutar de los pecados de la carne? ¿Puedes ser tocada?
—Síp.
Róta resopló y se descruzó de brazos.
—Pues que Odín los pille a todos confesados. Porque no hay nadie más curiosa que tú. —Róta le guiñó un ojo—. Pasarás de ser Nanna, la Intocable, a Nanna —movió las manos como si dibujara un cartel ante ellas—, la Guarra.
Nanna le dio un codazo y la apartó de ella.
—Oye, Nanni, recuerda que hay hombres que no puedes acechar —le dijo Gúnnr marcando terreno y pasándose los dedos por el pelo.
—Descuida, hermanita. —Nanna le pasó un brazo por encima de los hombros—. Ya sé que Ardan y Miya están marcados. Me hablabas de ellos, ¿no? ¿O acaso hay alguien más?
Gunny arqueó una ceja y se relajó al ver la sonrisa sinvergüenza de Nanna.
—Pórtate bien, eh —le pidió Gúnnr.
—Huy, Gunny se ha vuelto muy territorial y tiene más carácter que Prúdr cuando le metimos los excrementos de trol en vez de las albóndigas en la cena de las eddas de Bragi —añadió Róta.
Todas se echaron a reír.
—Relajaos. Vuestros guerreros no me interesan —aseguró Nanna.
—Lo sabemos —apoyó Bryn—, pero te interesa Noah, ¿verdad? Por mucho que él haya hecho lo que ha hecho, por alguna razón, la diosa quiere que estéis juntos.
—Aquí hay perro encerrado —susurró Nanna pensativa.
—Dirás gato.
—No. Digo perro. Noah es un berserker, ¿no? Se encomendó a mí —apuntó la valkyria atándose una de sus trencitas como si no le diera importancia—. Pero es imposible que mi einherjar me haga daño cuando me toque. Así que he decidido que no lo vuelva a hacer. Lo acompañaré allá donde la diosa me obligue, pero no estamos obligados a tener una relación.
—Pero si es tu einherjar, ya ha creado su vínculo contigo. Si se encomendó a ti…
—Es imposible —gruñó Nanna disconforme—. Imposible. No puedo ser tan desgraciada como para tener una pareja que cada vez que me toque me deje en coma. Me niego. Y aunque se pudiera, yo… Ahora mismo, estoy muy cabreada con él… Sabéis que mi relación con el dolor es la misma que tienen Loki y Odín. Es una aversión total. ¿Cómo es posible que el hombre que me gusta, y al que se supone que pertenezco, me haga tantísimo daño con su toque?
Las tres guerreras la miraron con compasión.
—Noah es un hombre muy válido y empático —le dijo Bryn—. Nos ha ayudado mucho en nuestra guerra por recuperar a Gungnir. Es especial. Tal vez…
—A mí solo me ha dado el dolor de Freyja —la cortó Nanna—. Le he ayudado en todas mis intervenciones. En todas —recalcó—. Bueno, de acuerdo —puso los ojos en blanco—, en una lo apuñalé. Pero ese puñal guddine le ha servido de mucho. Y después lo sané de sus heridas, le di mi helbredelse en Amesbury, cuando yacía malherido en la copa de aquel árbol, víctima del ataque de Hummus. Y en cuanto me pilla con la guardia baja y tiene la oportunidad, lo primero que hace es romper su palabra y tocarme. —Estaba enfadadísima—. No es justo.
Visto así, pensaron las tres valkyrias, Nanna tenía en su derecho a pataleta. Aunque el trío sabía a la perfección y por propia experiencia que a Nanna le sería imposible no tocar a Noah, pues tenían un kompromiss. Era imposible ignorar la atracción y el deseo de los einherjars y sus valkyrias, o, en este caso, de sus berserkers por sus parejas.
—Si Noah es un berserker y te marca, y todos vimos cómo marcó el noaiti a la Cazadora, ahórrate tus promesas de venganza —Bryn la compadeció acariciándole la espalda—, porque, en cuanto pueda, y aunque tú le hayas dicho que no, ese hombre te ensartará con su arma personal. Su instinto no le dejará hacer otra cosa.
—¿Me estás hablando de guarradas? —preguntó Nanna sabiendo la respuesta de antemano.
—Obvio —replicó Bryn—. Vimos las imágenes de Adam poseyendo a Ruth contra la pared, en la barra americana de su casa, en el bosque… El deseo de los berserkers por sus hembras es el mismo que el de los vanirios por sus parejas. Los ciega, les vuelve locos. Es un anhelo animal. Es…
—Ansia —definieron Róta y Gúnnr a la vez.
—Ansia, ya… ¿Y en qué lugar me deja eso a mí? —preguntó Nanna, incómoda.
—¿En qué lugar? —Róta arqueó sus cejas rojizas y sonrió—. Justo debajo de él. ¡Ah! —Alzó la mano y levantó el índice—: Y abierta de piernas, por supuesto. Creo, hermanita —Róta frotó las trenzas de Nanna entre sus dedos—, que no tienes nada que hacer. Ya puedes negarte tantas veces como quieras. La rabia no te durará eternamente. Y, si no, mira a la Generala —insinuó Róta—. Una eternidad odiando a Ardan, y después de varios días en el Midgard el rechazo se vuelve amor y adoración. No ha tardado nada en follarse…
—¡Róta! —la regañó Bryn.
Nanna sonrió, conocedora de todos esos detalles. A Freyja le encantaba pasar imágenes por la Ethernet para que las demás valkyrias vieran lo que sus hermanas guerreras hacían con los hombres en la Tierra.
Nada la sorprendía. Era obvio que Bryn debía perdonar a Ardan, su amor había durado eones en el Asgard. Cuando se amaba tanto, nada parecía afrenta suficiente.
El perdón podía con todo.
—¿Cuándo se supone que partís hacia la Black Country? —preguntó Bryn, interesada.
—Pronto. Tal vez hoy mismo. En cuanto Noah se recupere.
—¿Se recupere de qué?
—Ah, bueno, le he electrocutado los huevos —les explicó sin darle más importancia.
Las tres valkyrias abrieron los ojos de par en par y gritaron a la vez:
—¡¿Que has hecho qué?!
Nanna repasaba las marcas de los tatuajes de los highlanders de Ardan con los dedos.
Los tocaba y los retocaba, como si quisiera gastarlos. No solo el miedo a ser tocada la había atemorizado, sino que el miedo a tocar también la había afectado. Las dudas la habían atenazado durante muchísimo tiempo. ¿Y si tocaba y eso enfadaba a Freyja? ¿Y si, por el mero hecho de tocar, después la desobedecían y también la tocaban a ella? Sería un desastre… Bla, bla, bla…
Pero ahora ya no tendría ese problema, ¿no? Y no sabía de cuánto tiempo podría disponer en el Midgard antes de que Freyja la perdonase y volviese a requerirla. Así que aprovecharía su estancia allí.
—¿Estás segura de que podemos hacer esto? —preguntó Theo, risueño—. ¿De verdad quieres que te toquemos?
William y Theo, obviamente, estaban encantados con la presencia de la valkyria.
—¿Y decís que todo vuestro cuerpo está tan duro? —Freyja le había dado el permiso para tocar a quien quisiera, excepto a Noah. Tenía, por fin, el don del libre albedrío; si ella lo decidía, podía quitarse la virginidad que la perseguía desde hacía eones, de un plumazo.
Si no fuera porque sabía que tanto a William como a Theo los esperaba una valkyria en el Asgard, posiblemente se hubiera animado a jugar un pelín. Aunque ninguno de ellos era tan espléndido y radiante como el bengala al que había achicharrado las joyas de la Corona.
Le había dado tantísima rabia que la hubiera traicionado de ese modo porque tocarla consciente o inconscientemente la llevaban al mismo lugar: a la ira de la Vanir. Una vez sufrido el castigo, poco importaba si se había hecho a propósito o no.
Ahora solo tenía que esperar que la cólera que aún la invadía remitiera con el tiempo, porque aquél no era su estado natural. Ni mucho menos. Ella no sabía vivir cabreada.
Prefería sentirse bien a estar ofuscada. Bryn y Róta se movían como pez en el agua bajo el efecto de esos sentimientos furiosos. Ella no. En cierto modo, se parecía a Gúnnr.
Los highlanders le habían explicado que Gengis y Ogedei seguían germinando los mares de todo el planeta con el tratamiento antiesporas que había creado Isamu para aguas saladas.
Sin embargo, sucedería lo que había pasado en el Reino Unido, sobre todo en Escocia. Si los huevos habían crecido, las amebas no actuarían en los huevos, y éstos crecerían igual. Para que el tratamiento funcionase, los huevos debían estar en su primera fase de crecimiento. Algunos lo estarían y otros no. Y los que no, por su parte, serían la cuna de etones y purs que emergerían decididos a acabar con la superficie terrestre, tal y como habían hecho en Edimburgo.
Estaban metidos todos en un buen lío. Era la guerra, la más grande de todos los tiempos.
William y Theo respetaban mucho a Nanna por ser quién era, y, a la vez, se reían mucho con ella. Cuando estaban en el Asgard, Nanna les contaba historias del Midgard, de cómo evolucionaba la humanidad.
Todos la escuchaban, aplaudían sus ocurrencias y prestaban atención a sus palabras.
Nanna era muy cómica, pero también era muy seria cuando tenía que dar su opinión más coherente.
—Entonces… —les preguntó atando todos los cabos—, decíais que creéis todavía hay un reducto de newscientists en los Balcanes y otro en Noruega. ¿Me equivoco?
Según le habían informado, en Noruega había una última sede de la Organización, una que todavía quedaba en pie. Allí, según habían descubierto después de acabar con Mandy, Buchannan y todos los demás en Lerwick, habían estado llevando hasta la fecha las pruebas de la terapia Stem Cells. Gabriel había asegurado que en una de las cajas destruidas que incluían terapia estaba la dirección del último centro neurálgico de toda la corporación genocida.
—Lo que hay en los Balcanes no es una sede. Es un campo de concentración. Khani, uno de los vampiros siervos de Loki, admitió a Gabriel, en Batavia, que allí tenían a muchos guerreros que secuestraban y trataban —explicó el pelirrojo William—. Falta hacernos cargo de estos dos escollos para que Newscientists desaparezca del Midgard y para liberar a nuestros guerreros. Necesitamos sacarlos de ahí para que, en caso de que llegue el Ragnarök, prepararlos para la batalla final. Cuantos más seamos, más resistencia crearemos.
—Entiendo —dijo Nanna. Ella no tenía ni idea de cómo iban las cosas en ese reino, ya que sus asuntos siempre habían tenido que ver con los muertos derrotados en batalla. Y ahora, gracias a los dos einherjars, estaba al tanto de cómo transcurría la vida de los vivos—. No tenemos tótems que rescatar, pero sí a compañeros. Además de un plan de demolición en Noruega, ¿no?
Theo y William asintieron sonrientes.
—Eso es.
—Nanna… Respecto a lo de tocarte…
—¿Sí?
Theo se rascó la nuca, dudando.
—¿Estás segura que podemos hacerlo? ¿Y si Freyja se enfada?
Nanna inspiró profundamente y detectó la esencia de Noah. El berserker se acercaba a la sala, acompañado de más gente. Sonrió. Con suerte, lo vería y lo sacaría de sus casillas. Se dio la vuelta, de cara a la puerta.
—Claro. Prueba a ver…
Theo y William se miraron el uno al otro. El primero se encogió de hombros y alargó las manos hacia su larga melena repleta de finísimas trenzas. Le retiró el pelo de la nuca y, sosteniéndolo en una mano, el rubio einherjar, pasó las puntas de los dedos por el larguísimo cuello de la valkyria.
Nanna miró al frente, impávida, segura de que no sentiría dolor.
Theo continuó acariciándola y adelantó los dedos hacia delante, hasta deslizarlos por su clavícula y más abajo.
William agrandó los ojos, sorprendido por el atrevimiento de su amigo.
Nanna parpadeó y miró por encima del hombro.
—Es para hoy, ¿sabes?
Theo achicó sus ojos azules y sonrió.
—¿Hablas en serio?
—¿A qué te refieres? —preguntó Nanna, sin comprender.
—Valkyria, te estoy tocando los pechos a dos manos…
Ella pestañeó una vez, dos, hasta que miró hacia sus senos. Las enormes manos de Theo la estaban cubriendo, y ella no sentía nada de nada. No sentía dolor. Ni placer. Era como si la tocara un fantasma. Es decir… No había carne con carne.
—¡Theo! —rugió una voz conocida, que entró en la sala como un vendaval.
Noah corrió hacia ellos mostrando los colmillos y con los ojos más amarillos que nunca. Tenía el pelo rubio recogido en una coleta; los músculos se movían como los de un atleta bajo su piel morena.
Otro hombre estaba tocando a Nanna, tal y como ella le había dicho, y no le hacía ningún daño.
Los celos, desconocidos para él hasta ese momento, le golpearon con tal fuerza que no supo controlarlos.
El romano acabó estampado en la pared contraria a un metro del suelo. Su mano le rodeaba el cuello y le enseñaba las fauces como un animal rabioso, a un palmo de la cara.
—Joder, tío… —replicó Theo—. Ella me lo ha pedido.
—Ella… no… se… toca.
—Ha sido Nanna —lo defendió William—. Queríamos comprobar que sí se la podía manosear.
—¡Mi kone no se manosea, Mel Gibson! —le gritó encarándose también con él.
Theo se echó a reír al escuchar la ocurrencia, aunque seguía inmóvil bajo la mano del berserker.
—¡Suéltale, Noah! —gritó Nanna, que fue a por él.
—¡Pero te ha tocado!
—¡Sí! ¡¿Y qué?! Él puede tocarme… No… No me hace daño —aclaró en voz baja. ¿Omitir era lo mismo que mentir? Bueno, al menos, era ocultar información. No le diría que, para su desgracia, el hecho de que otro la tocara era como ver pasar el tiempo. No sentía nada. Nada.
—¡No lo puede hacer! —le gritó Noah encarándose con ella y soltando a Theo de golpe—. No puedes dejar tu cuerpo a la merced de otros.
—¡¿Y por qué no?! —protestó ella.
—Porque, Nanna. —Noah la arrinconó contra la pared—. No tienes ni idea de cómo soy. Nunca he tenido una pareja, y, ahora que la tengo, estoy completamente fuera de mí. Las cosas no funcionan así entre nosotros. No deben funcionar así.
—Todavía queda por ver que seas mi pareja —lo desafió ella—. A no ser que te gusten los pinchos a la barbacoa, o las nubes quemadas. Porque eso es en lo que me conviertes cuando pones tus dedos sobre mí.
—Buscaremos una solución.
—¿El qué?
—Guantes.
—No funcionará. Esa idea ridícula no tiene razón de ser en nosotros. Seguirás siendo tú quien me toque; contra eso no hay nada que hacer.
Noah sacudió la cabeza, todavía muy molesto por su actitud.
—Lo arreglaré. Pero, hasta entonces, procura no sacarme de mis casillas. Soy medio animal, ¿comprendes lo que quiere decir eso?
—¿Qué me mearás en la bota?
A él le rechinaron los dientes. Su comportamiento lo sacaba de quicio, le ponía de los nervios. Siempre había sido el más pacífico de los berserkers, el que más sentido común tenía, el que sabía controlar sus instintos mejor que los demás. Y ahora estaba perdido. No podía entender lo que sentía.
—¿Por eso te querías adelantar, Noah? ¡Basta! Necesitamos reorganizar a todos nuestros guerreros —respondió Gabriel, entrando en el salón, acompañado de Ardan y Miya, e interrumpiendo la discusión de la pareja—. ¿Para poner a tu pareja en vereda?
—¡Yo no soy su pareja! —negó Nanna.
—Ya lo creo que sí —murmuró Noah por lo bajini—. Y no hay más que hablar.
—Te compraré ampollas para las parragatas. Me parece que tienes muchas.
—Son pulgas y garrapatas —la corrigió él, entretenido con su comportamiento—. Y no soy un puto perro, rayitos. Estaría bien que lo tuvieras en cuenta.
Nanna lo desafió con la mirada, y él la ignoró escuchando a Gabriel.
Tras ellos, sus amigas valkyrias, que seguían a sus parejas, la miraban atónitas y también divertidas, como si les encantara ver a su hermana en aquella actitud.
Gabriel habló en voz alta para que todos le prestaran atención.
—Estamos completamente incomunicados. Hemos intentado ripear las señales satélite que quedan en pie, pero de momento no ha habido éxito. Solo los vanirios con vínculos sanguíneos pueden comunicarse entre ellos mentalmente a largas distancias, y, por ahora, no disponemos de ninguno que podamos llevar como puente entre unos y otros. Los únicos hermanos del clan kofun eran Ren y Aiko, y Ren murió honorablemente en Chicago. —Mientras Gabriel hablaba, Noah se acercó a Nanna y marcó con los ojos a William y a Theo—. Aiko está desaparecida, al igual que los hermanos vanirios Carrick y Daimhin; no hay rastro de ellos desde la batalla en Edimburgo.
—Tenemos este reducto gracias a Steven, el líder berserker de Escocia —aclaró Ardan—, pero él tampoco aún ha regresado. Así que esperaremos un poco más hasta que vuelvan los máximos posibles; después decidiremos. Mientras tanto, seguiremos haciendo guardias en todo el país. Esperemos que el destrozo no sea mayor y podamos evitar que los esbirros de Loki maten a mucha gente.
Gabriel asintió conforme.
—Nanna y yo debemos irnos. Avisaremos a los clanes para intentar crear un puente de comunicación viable entre todos. Pero necesitamos ayuda para regresar a Inglaterra. Escocia está paralizada. —Noah miró a Gúnnr, esperando que ella le echara una mano.
Gunny movió la cabeza en señal afirmativa.
—Convocaré una tormenta y os dejaré en vuestro destino. ¿Hacia dónde debemos ir?
Noah no lo dudó ni un minuto. En medio de la guerra y de los frentes abiertos que asolaban su mundo, solo algo primaba por encima de lo demás. La necesidad de saber quién era.
—A Wolverhampton.