El portal del magiker brillaba sobre la nave oculta en las entrañas del glaciar de Jostedalsbreen. Primero fue Aileen quien cayó en la proa, justo al lado de los cadáveres de Noah y Nanna. Tras ella, Caleb, Miz, María y As la precedieron; salieron del huevo de luz con un pequeño salto, como el que salta una valla.
Aileen vio a Noah e intentó reanimarlo, pero ni la valkyria ni el berserker respiraban.
—¡No reaccionan! —gritó Aileen, asustada.
Miz, que tenía conocimientos de medicina, se arrodilló delante de ellos.
—¿No respiran? —preguntó la rubia acercando el oído a sus narices. Después revisó las heridas del pecho de Noah. Nanna no tenía ninguna, pero estaba tan muerta como él.
—Noah tiene el corazón destrozado —susurró Miz.
Aileen negó con la cabeza.
—¡Caleb! ¡Dale sangre a Noah! Tu sangre es poderosa. —Aileen se sentía desesperada por devolver la vida a su amigo—. Tal vez tú puedas hacer algo.
Caleb se acuclilló a su lado, se abrió la muñeca sin pensárselo dos veces y la colocó sobre la boca abierta y seca de Noah. La sangre era el elemento de vida personal de los vanirios, casi nunca se compartía, pero Caleb sabía que Noah era importante para Aileen y para todos, y necesitaba que él reviviera.
Pero Noah no bebía.
As Landin miraba su alrededor. Enseguida supo que aquel barco era el afamado Hringhorni. La nave más grandiosa jamás construida en el Asgard. Había oído hablar de ella muchas veces, entre leyendas y palabras divinas. Y era propiedad del hijo de Odín, Balder.
Estuvieran donde estuviesen, Noah había llegado hasta ahí por un simple motivo. Para encontrarse y para pelear por y con su verdadera identidad.
Y tan cierto como que se llamaba As y era el líder del clan de Wolverhampton supo que Noah Thöryn era Balder, el dios dorado de la profecía. Él era quien podía salvarlos a todos del final temido del Ragnarök. Todo cuadraba.
Un estremecimiento le recorrió. Todo ese tiempo había tenido la llave más valiosa de los nueve reinos, al dios más importante con él.
Y Odín le había pedido que cuidara de él en cuerpo y alma, que diera su vida por él si hacía falta.
María, que estaba íntimamente conectada con su mann, lo miró y entrelazó los dedos con él.
—Dime, amore. ¿Qué te sucede?
—Noah es Balder —contestó—. Y, si es Balder, no puede morir de nuevo.
María parpadeó, atónita. ¿Noah? ¿Balder? No era posible… Balder era considerado un salvador en todas las religiones. Las sacerdotisas lo adoraban.
Noah y Nanna yacían muertos en el suelo metálico de ese extraño y magnífico barco… ¿Quería decir eso que eran…?
¿Balder y Nanna? Claro. El matrimonio divino.
La sacerdotisa apretó los dedos de su pareja, al comprender. Y enseguida supo qué era lo siguiente que debían hacer. Ella no necesitaba explicaciones. Se llenó de valor y asintió con la cabeza.
—De acuerdo. ¿Ha llegado el momento?
—María… —As la miró con los ojos llenos de lágrimas. No sabía ni qué decirle.
Ella lo abrazó y lloró con él. No podían permitir que aquello acabara así. Él debía regresar. Balder tenía que volver.
—No te dejaré solo, bello. Nunca te dejaré solo. Prefiero irme contigo a quedarme aquí.
—Oh, María. —As la abrazó con más fuerza y lloró con ella, hombro con hombro.
Aileen, Caleb y Miz los miraron, asombrados.
—¿Abuelo? —Aileen se levantó y caminó hacia ellos—. ¿María? ¿Qué sucede?
—Noah sigue caliente —repuso Miz—. Nanna también. Hace muy poco que han muerto.
As tomó la mano de Aileen y la besó en la palma.
—Mi preciosa niña —le dijo acongojado—, ha llegado el momento de decirnos hasta siempre.
Los ojos lilas de Aileen se oscurecieron y negó con la cabeza.
—¿De qué hablas? No te entiendo. Me estás asustando.
María se secó las lágrimas y sonrió a Aileen con entereza.
—Tu abuelo y yo tenemos una misión.
—La misma que nosotros —repuso Aileen, seria.
—No, princesa guerrera —le dijo María acariciando el bello rostro de Aileen—. No es la misma. Tú debes luchar y nosotros tenemos que entregarnos.
—¿De qué hablas?
—Caleb, necesito que sostengas a mi nieta —le pidió As, serio.
Caleb desviaba la mirada verde hacia unos y otros. Intuía lo que podía pasar en ese momento.
—No te me acerques —le advirtió Aileen—. Ni un paso más, Caleb.
Caleb la miró con compasión. Apretó los dientes, deseoso de calmarla y apoyarla.
—Aileen. —As la tomó por los hombros y la obligó a mirarla—. Noah es un dios. Es Balder.
Todos tomaron silencio ante la aplastante afirmación del líder berserker. El vanirio miró consternado al chucho rubio.
—Joder —murmuró.
—¿Sabes lo que eso significa? —le preguntó As a su nieta.
A Aileen los ojos se le llenaron de lágrimas, porque temía que significara lo que podía significar. Balder debía revivir. ¿Y qué pintaba su abuelo en eso?
—Sí. Que Balder debe regresar.
—Exacto. Noah es Balder. El dios dorado de la profecía. Mi misión era proteger a Noah todo este tiempo y, en última instancia, entregar mi vida por él, si era necesario. Los berserkers podemos entregar nuestra energía vital, nuestro chi, a otra persona que elijamos, si es berserker igual que nosotros. Y Noah sigue siendo un berserker en cuerpo.
—¿Me estás diciendo que vas a entregar tu vida por Noah?
—Y por Nanna —aseguró María, que la miró con un cariño eterno en sus ojos.
Aileen tragó saliva nerviosa, mirando a María y a As, alternativamente.
—¿Y yo? ¿Qué va a pasar conmigo? —dijo ella—. ¿Eh, María? —La señaló haciendo pucheros—. ¿No somos importantes?
As cerró los ojos.
—Precisamente porque te amamos a ti y a todos los que nos habéis acompañado todo este tiempo, María y yo nos vamos para dejar paso a los más fuertes. —Señaló a Nanna y a Noah—. He sido un líder todo este tiempo, Aileen —dijo, algo cansado—. Viví mil vidas diferentes. He perdido a una mujer y a una hija. Recuperé a mi nieta —tomó a Aileen del rostro—: La criatura más hermosa que he visto jamás, la digna heredera de mi hija Jade —susurró—. Estoy tan orgulloso de ti… Y después conocí al amor de mi vida, que me rejuveneció y me dio más de lo que yo jamás hubiera imaginado. Ella es mi verdadero regalo.
María intentó mantener la compostura, pero no podía: la pena y la emoción la embargaban.
—Es mi deber sacrificarme por esto. Estoy aquí, en este lugar, por esta razón. ¿Por qué crees que las runas nos han traído hasta aquí si no es para salvarle la vida a Noah? Adam no debía venir, puesto que es el noaiti y es importante en el clan. Pero yo, aun siendo el líder, soy prescindible. Y soy el protector de Noah. Es mi misión.
—¡No! —gritó Aileen con todas sus fuerzas. Su voz provocó eco en la cueva—. ¡No te vas a morir! ¡No quiero que lo hagas! ¡Encontraremos otro modo! ¡¿Y Cahal?! —Aileen miró a Miz, que parecía consternada—. Él hace algo con los átomos… Puede hacer que Noah reviva. ¿No, Miz?
—No te puedo garantizar una respuesta fiable a eso, Aileen —contestó Miz—. Cahal es druida. Hace muchas cosas, pero no revive a los muertos.
Aileen se tiró del pelo, incrédula.
—No quiero que lo hagas, abuelo —dijo como una niña pequeña—. Te quiero aquí, conmigo. Hace muy poco que estamos juntos —añadió entre sollozos.
As sonrió con pena y abrazó a su nieta.
—Lo sé, corazón. Pero no importa la cantidad, ¿verdad? Lo que importa es la calidad. Y los momentos que hemos pasado juntos han sido determinantes para que valore la vida y la considere algo hermoso y que nadie debe perderse, sea mortal o inmortal. Yo he vivido muchos años, milenios —recordó, asombrado—. Y creo que quiero darte la oportunidad de que tú y los tuyos viváis un poco más… o tanto como yo. Es ley de vida que los mayores se vayan antes que los pequeños.
—No, abuelo… Por favor, no…
—El tiempo se acaba, Aileen, mi vida. El tiempo se acaba —sorbió por la nariz—, y la Tierra está en guerra. Tengo que darme prisa. —María lo abrazó—. Me voy para daros a alguien en quien creer, alguien que puede traer un cambio. —Miró el cuerpo sin vida de Noah—. Si él es Balder, os enseñará el camino. Caleb, échame una mano, te lo ruego.
Caleb se acercó a Aileen y la apartó de su abuelo, entre los gritos de la joven. As y María se dirigieron a los cuerpos sin vida de Nanna y Noah, en medio del llanto de desconsolado de Aileen.
Caleb la abrazó con fuerza, susurrándole todo tipo de palabras en gaélico.
—Aileen… —El vanirio miró por encima de la cabeza de la híbrida a As Landin. Aquel hombre era un líder de los pies a la cabeza.
As le devolvió la mirada esmeralda y le dijo:
—No conozco a nadie mejor que tú para mi nieta, Caleb. Fue un honor tenerte en la familia.
Caleb asintió, agradecido.
—Fue un honor que me dejaras formar parte de ella, As. Tá tú ina cheannaire mor. Eres un gran líder.
—Lo mismo digo, vanirio.
Miz se apartó y dejó espacio para la pareja. Estaba tan asustada que la barbilla no dejaba de temblarle. Miraba a todos lados, buscando a Cahal. Odiaba que las historias acabaran así. Necesitaba que la abrazara y que juntos lloraran por esa pareja que se iba por voluntad propia: una pareja llena de amor y de respeto hacia su gente.
Era un gesto tan hermoso, tan en nombre de los demás que no podía aguantar las lágrimas.
As y María se arrodillaron ante Noah y Nanna. Los dos se cogieron de las manos, decididos a sacrificarse por los jóvenes que tenían sin vida, en el suelo.
Él la miró y sonrió con los ojos llenos de amor y devoción hacia su pareja.
—¿Estás segura, mi amor? —le preguntó As, que juntó su frente a la de ella.
María parpadeó para limpiar aquellos ojos enormes, llenos de lágrimas. Los embrujadores ojos de una hermosa y madura mujer italiana.
—No concibo una vida sin ti, As Landin. Y si las runas lo dicen, y es tu deseo, yo te seguiré. Y me sentiré orgullosa de tener un marido que se sacrificó por los demás. Me siento orgullosa de ti, y honrada porque me eligieras.
—Dioses, te amo. —La besó en los labios—. Soy el hombre más feliz. Gracias. Te elijo a ti en ésta y en todas las vidas que nos esperen. Éste no es el final.
—No. No lo es. Y si lo fue, hice de todo a tu lado. No me arrepiento de nada.
María y As se besaron, antes de entregar su chi, su energía personal, su vida, a las personas que habían muerto en aquel barco.
—Mírame, Aileen —le pidió Caleb.
La joven estaba agarrada a la camiseta negra del guerrero.
Lloraba sin consuelo ni fuerzas para mantenerse en pie.
Caleb la tomó del rostro.
—No quiero que se vayan. —Intentó darse la vuelta para ver cómo As y María cerraban los ojos para siempre.
—No, cariño.
—¿Ya está? ¿Ya se… se han… ido? —preguntó entre sollozos.
—Chis… —Caleb apoyó la barbilla sobre su cabeza y la meció, narrando todo lo que sucedía con el berserker y la sacerdotisa—. Se están iluminando.
—¿Están bien?
Él se pasó la lengua por los labios.
—Se están diciendo adiós y sonríen.
Aileen arrancó a llorar sobre su pecho, pero él sería su pilar, no se derrumbaría.
—Sus cuerpos se desintegran y, poco a poco, se convierten en polvo. Un polvo brillante y hermoso que ilumina toda la proa —dijo con cuidado.
Miz se abrazaba a sí misma, conmovida por la luz que desprendían las almas y las esencias de María y As.
Jamás había presenciado una muerte tan hermosa como aquélla.
—Está mal que lo diga…, pero es… bonito —soltó Caleb, a la vez que Miz.
Ella se acercó a Aileen y la besó en la mejilla.
—Lo siento mucho, Aileen. —Sabía que nada podría ayudarle a sentirse mejor.
—Gracias, Miz.
Caleb besó la coronilla de Aileen y agradeció el gesto de Miz.
—Siéntete orgullosa de tu abuelo —le recomendó él—. Hoy nos ha dado una gran lección.
—Lo sé —contestó ella sorbiendo por la nariz—. Lo sé. Por eso lloro. Por lo mucho que tenía que aprender de él. Porque me hubiera gustado que se quedara.
—Oh, mi pequeña… —Caleb la sostuvo y la tranquilizó, acariciando su espalda, dándole el calor que necesitaba.
Noah abrió los ojos de golpe y se incorporó de un salto, mirando a su alrededor. Tenía la mirada de quien ha recuperado la vida.
Con las mismas ropas, los mismos recuerdos del Midgard y el mismo pelo. Pero era diferente. Diferente tras lo que acababa de vivir en el Asgard.
Nanna estaba tras él. Sonreía, mirándose las manos como si nunca antes se las hubiera visto.
—¿Noah?
—¿Nanna?
Dioses, verla era revivir de nuevo. Era su mujer. Su esposa. Su valkyria. Y necesitaba asegurarse de que estaban completamente bien.
—¿Estamos vivos?
Noah la atrajo hasta él y la abrazó, dándole un fuerte beso en los labios, que la valkyria devolvió.
—Noah… —le dijo entre besos.
—¿Sí, Nanna?
—Tienes otro tatuaje.
—Me da igual.
—Te va desde el cuello al hombro.
—¿Y qué dice? No me lo digas. Es otra adivinanza.
—Sí. Dice: «Nadie me podrá tapar jamás con un solo dedo».
—¿Nadie me podrá tapar…?
Aileen, Caleb y Miz se acercaron a saludarlos, eufóricos por verlos de nuevo, pero aún afectados por la despedida de As y de María.
Noah no pareció sorprendido al verlos, pues ya sabía qué había sucedido. Se había encontrado a As y a María en el camino entre mundos del lago de Yggdrasil.
Al principio no se lo podía creer. Después lloró como un niño apoyado en As, lamentando lo que el líder había hecho por él, pero también agradecido de todo corazón. Ahora sí que no podía fallar. La vida de As valía todas las guerras habidas y por haber.
Aileen lo estudiaba con el rostro surcado en lágrimas. Noah se acercó a ella. Tenía un mensaje para ella de parte de su abuelo.
La conversación que habían tenido entre mundos, los cuatro, Nanna, As, María y él, estaría siempre en su corazón.
—Lo siento mucho, Aileen. —Le dio el pésame a su amiga, sincero—. Me siento culpable. Sé que sigo vivo gracias a As.
—Oh, Noah… ¿Cómo lo sabes? ¿Acaso lo has visto?
—Sí. Lo vi. En el viaje de vuelta, me interné por un lago en Yggdrasil, y me encontré con él y con María. Salieron de la pira funeraria los dos, caminando por el agua, cogidos de la mano. Iban a ver a Odín y a Freyja. Se iban con ellos —admitió, orgulloso.
—¿Estaban bien? —Aileen estaba devastada por la pérdida. Sin embargo, saber que As y María continuaban juntos en otro lugar, en otro espacio, la llenó de calma y de una leve alegría.
—Sí, Aileen. Estaban bien —contestó él, con mucho tacto—. As me dio un mensaje. Me dijo que no perdieras la esperanza nunca. Que los milagros siempre sucedían en los momentos más inesperados. Que, en ocasiones, los deseos más profundos se hacen realidad.
—Y María —añadió Nanna— nos dijo que no perdiéramos el rumbo, incluso cuando nos quedáramos a oscuras. Dijo: «Siempre id hasta el oeste. Siempre seguid ese camino».
—¿Y cómo debemos llamarte? ¿Noah? ¿Balder? ¿Dios? —preguntó Caleb.
—Llamadme Noah. Continúo siendo el mismo.
—El mismo, el mismo… No exactamente. Antes no tenías la cara como un libro —aclaró Aileen.
—Pero tu padre es Odín, ¿no? —preguntó el vanirio.
—Mi padre fisiológico es Odín, pero el que hizo de padre para mí fue As Landin. Yo también he perdido a alguien muy importante, Aileen —dijo, triste—. He perdido a mi padre. Pero no tenemos tiempo para las lágrimas, para llorarlo. Ellos no querrían tal cosa. Hemos de recuperarnos. Hay que poner en marcha este barco. Así lo querría As. Así me lo ha mandado Odín.
Aileen asintió con la cabeza, decidida a que la muerte de su abuelo no fuera en vano.
—¿Cómo podemos ayudarte? —preguntó Caleb.
—¡Coño! ¡Hay un gigante ahí detrás, congelado…! ¡Creo que es una mujer!
Miz abrió los ojos de par en par y se dio la vuelta para encontrarse con Cahal. Éste abrió los brazos con una sonrisa de oreja a oreja y recibió el abrazo de ella, que saltó a sus brazos. Lo había pasado realmente mal esperando verlo aparecer de un momento a otro.
—Me alegro de que hayas vuelto, brathair —lo saludó Caleb.
—Y yo —aseguró él—. Y lo digo en serio: en la popa del barco hay un puto gigante de hielo.
—Lo sabemos —dijo Noah—. Ahora necesito encontrar a un enano llamado Litr —explicó haciendo rodar el Draupnir entre su dedo pulgar.
—¿Un enano, un vanirio, una híbrida, un perro y un gigante? —repitió Cahal señalándolos uno a uno—. ¿Qué es esto? ¿El arca de Noé?
Nanna soltó una risita.
—No puedes hablarle así al hijo de Odín —le recomendó Miz.
—Oh —fingió arrepentimiento—, mis respetos, hijo de Odín.
Noah puso los ojos en blanco.
—Esta nave es enorme. El enano tiene que estar por aquí. Solo él sabe cómo poner en marcha esto.
Empezaron a buscarlo, hasta que Noah y Nanna dieron con la primera cabina que había en la parte delantera de la nave, que parecía ser un puente de mando hipermoderno. Era todo de metal y tenía ventanas de un tipo de cristal muy resistente. Cientos de grabados rúnicos y de cenefas cubrían sus paredes internas y externas.
Los mandos del barco brillaban por su ausencia. En la consola metálica solo vieron una piedra ovalada de color lila que brillaba con destellos. Y, un palmo por encima de ésta, una inmensa pantalla de cristal que ocupaba casi toda la consola.
Tras la consola, agazapado como un niño que temiera que le dieran un bofetón en la cabeza, se encontraba Litr.
Congelado.
Litr tenía las orejas de punta y los lóbulos alargados. Parecía tener pocos dientes, que se veían a través de su gesto mohíno. Tenía la piel muy azul, por efecto de la congelación, y una perilla blanca y alargada.
Sus diminutas manos cubrían su cabeza, salpicada con una extraña cresta blanca.
Noah y Nanna se agacharon a la vez, para inspeccionarlo.
—Lánzale un rayo, preciosa —le ordenó Noah—. Hay que despertarlo.
Nanna se frotó las manos y al cabo de una décima de segundo lo achicharró. El enano volvió a la vida ipso facto. Empezó a correr de un lado al otro de la cabina de mando, saltando con sus cortas piernas y chocándose de pared en pared.
—¡No! ¡Thor! ¡No! ¡Déjame!
Noah frunció el ceño y se cruzó de brazos.
—Quieto, enano.
Litr se dio la vuelta, tembloroso. Cuando vio al mismísimo Balder y a su mujer, se quedó anonadado.
—¿Balder? —se arrodilló ante él.
—Sí. Soy yo.
—¡Estabais muerto, señor! ¡Os quemaron en esa pira de ahí y…!
—Es obvio que estamos vivos. —Nanna se acuclilló frente a aquel enano, que era más diminuto de lo normal—. Necesitamos tu ayuda.
—¿Thor está aquí? —preguntó en voz baja.
—No, Thor no está aquí —contestó Noah. Pensó que Thor, en realidad, ahora era su hermanastro. Qué extraño—. ¿Por qué le temes?
—Porque él me lanzó al fuego. Me dio una patada en el culo y me dejó aquí para que me quemara. Fue tu padre —le señaló meneando el dedo— quien me sanó para que guardara un secreto, y me dejó aquí eterrrrnamente. —Abrió mucho los ojos—. Oooohhhh… Es por eso. ¿Por eso estáis aquí? ¿Ya ha llegado el fin del mundo?
Noah asintió. Aquel enano era de lo más expresivo.
—Sí. Quiero poner mi nave en marcha.
Litr arqueó una ceja peluda blanca y se echó a reír.
—Entonces deberás responderme a algo que solo dos personas saben. Se lo considera el mayor de los secretos del norte.
Noah se preparó para la pregunta. ¿Todo se decidía en ese momento? ¿Era posible que todo dependiera de una pregunta?
—¿Estás listo?
—Creo que sí.
—Piensa que todos los que han intentado resolver el enigma han fallado. Odín mismo sentenció a Vaprudnir y a Heidreker después de que erraran la misma pregunta que te voy a hacer yo.
Nanna le dio una patada a la mesa de mandos.
—¡Litr! ¡No tenemos tiempo así que dispara ya!
—¡Argh! Vale! —gritó, amanerado—. Solo podrás conducir esta nave si me contestas lo siguiente: ¿qué le susurró Odín al oído a Balder en su lecho de muerte?
Noah recordó todas las pesadillas que había tenido hasta entonces. Después de quemarse, cuando ya todo era oscuridad y el dolor desaparecía por completo para sumirlo en la más absoluta soledad, oía el susurro de un hombre. Nunca lo había podido entender. El hombre hablaba profundo y en voz baja. Y él no lograba descifrar nada. Sin embargo, en su última pesadilla sí sintió el tono de interrogación.
Juraría que esas palabras susurradas eran las que Odín le había dicho a Balder en su lecho de muerte. Él nunca vivió esa suerte, pero sintió la experiencia a través de su doble como si fuera la suya.
Solo tenía que concentrarse para volver a escucharlas. Cerró los ojos y apretó los labios recordando. De repente, abrió los ojos de nuevo. No había nada que recordar.
No.
Él mismo era la respuesta. No tenía margen de error.
—Lo que Odín le dijo a su hijo Balder —contestó, emocionado— fueron tres preguntas. La primera: ¿qué es aquello que cuanto más se mira menos se ve? La segunda: ¿qué es aquello que con vida está medio año y sin vida la otra mitad, anda siempre por el mundo y no se cansa jamás? Y, por último…: ¿qué es eso que no se puede tapar con un solo dedo? Odín me legó tres adivinanzas que tenían que ver conmigo, pues sabía que habría un momento en el que yo despertaría.
Litr parpadeó como si fuera un profesor de universidad esperando la respuesta de su alumno.
—Sí. ¿Y bien?
—¿Cómo que y bien? ¿Son ésas las preguntas?
—Sí. Pero necesito una respuesta.
Noah miró hacia todos lados, nervioso, pensando en la respuesta. Cuando vio la medio sonrisa de Nanna y lo lleno de su luz, lo comprendió todo.
—Es el sol. La respuesta es el sol. —Él era un dios que representaba el Sol.
¿Y cuál iba a ser sino? Él era el dios dorado, destinado a iluminar el Midgard con su ejemplo y a brillar por encima de la oscuridad.
El enano se echó a reír con alegría. Nanna corrió a darle un beso a Noah, eufórica y orgullosa de él.
—Después de todo este tiempo… Tus tatuajes tenían un significado. Hablaban de ti —le susurró.
—Sí —dijo él, feliz.
—Ahora, Balder, mete el Draupnir en la esfera púrpura. El anillo conectará todos los circuitos de la nave.
Noah obedeció las órdenes de Litr. La esfera se reblandeció como si fuera gelatinosa y absorbió la alianza. Esta dio vueltas en su interior y se iluminó.
—El Hringhorni tomará rutas desconocidas y solo se mostrará cuando sea el momento.
—¿Cómo dices? —preguntó—. ¿No seré yo quien decida dónde y cómo actuar?
—El Hringhorni no funciona así. Desde aquí averiguaremos todos los sucesos del Midgard y cómo se recompone sus tierras. —Señaló la extraña pantalla etérea de la consola de mando, donde se mostraba la tierra tal y como era ahora, con todos los frentes abiertos, los temblores, las grietas, las erupciones de los volcanes y demás…—. El Hringhorni es como un faro, señor.
—¿Qué tipo de faro? La Cazadora es un faro para las almas perdidas, pero este barco es un buque de guerra.
—No, señor Balder —repuso Litr, incómodo—. El Hringhorni no pelea. El Hringhorni aplasta.
Nanna y Noah no entendían lo que quería decir el enano.
—Eso es justo lo que quiero que haga este barco. Aplastar.
—A lo que me refiero es que, el Hringhorni sólo se presenta en el juicio final. Y lo hace para decantar la balanza, siempre hacia el bien. Convocará a todos los guerreros y seres sobrenaturales de la Tierra a luchar junto a él. Se replegarán —aseguró Litr—. Entonces, cuando sea el momento de mostrarse, el barco saldrá a la superficie, por aire o por mar. Y lo hará a través de un portal. Y, contigo a nuestro lado, Loki perderá. —Levantó uno de sus diminutos puños, un poco contrariado al ver las imágenes de la pantalla—. Lo que no veo son… portales.
—¿Portales? —Balder observó el monitor—. La Tierra estaba llena de ellos. El más grande estaba aquí, en Jostedalsbreen. Toda la Tierra tenía… fugas energéticas. ¿Dónde están ahora?
—Pero esto no es Jostedalsbreen, señor. Esto daba a un portal dimensional que recorre todo el Midgard, y la entrada se ubicaba en la cima del glaciar, pero, una vez entras, dejas de estar en ningún punto físico conocido de este planeta. Es otra dimensión. Por eso se llaman portales dimensionales, señor.
—¿Cómo que no? ¿Cómo que no estamos en la Tierra?
—Como que no —contestó el enano, en sus trece—. Ahora estamos entre dimensiones, señor Balder. Entre mundos que ni siquiera yo conozco. Solo cuando un portal en la Tierra nos dé la oportunidad de regresar, el Hringhorni lo aprovechará. Pero ahora —murmuró con pena— ya no hay ninguno. Se han cerrado todos.
—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Nanna.
—Loki —contestó Noah con la vista al frente.
—Eso quiere decir que alguien ha aprovechado el más grande de todos y ha absorbido la energía del resto —intervino Miz, que tenía a Cahal, Aileen y Caleb tras ella. Estaban apoyados en la entrada de la cabina—. Puede que nosotros no estemos en el Midgard y no lo veamos, pero me juego mis títulos a que Loki acaba de fundir todos los portales. Ha creado un superapagón. Ha fundido los plomos. Caput.
Nanna y Noah se miraron el uno al otro. Sintieron que el anillo rotaba y que el barco arrancaba y deshacía el hielo de alrededor.
No sabían adónde se dirigían. Se sentían extraños, al no poder estar en la superficie, peleando con el resto. Pero se suponía que ellos saldrían si algún otro portal de la Tierra se abría.
—¿Qué posibilidad hay, Miz, de que se pueda abrir otra puerta dimensional?
—No tengo ni idea, Noah —respondió ella, sincera—. Ahora mismo me sobrepasa estar en una nave interestelar, que, al fin y al cabo, es lo que es este barco —repuso mirando a su alrededor.
—Pero todos decís que éste es el buque de la esperanza. Al fin y al cabo, tú eres el dios dorado de la profecía. Todos confiamos en ti —aseguró Caleb, sonriéndole con sinceridad—. Me jode no estar con mi hermana y mi clan en este momento, detesto no poder ayudarlos…, pero, si ahora estamos en otro lugar y por ahora no podemos salir, inspeccionemos este trasto y dejemos que nos oculte hasta cuando podamos hacerlo. No es una idea tan mala.
—Esperemos a que nuestros amigos encuentren un modo de mantenerse con vida —deseó Cahal—. Cuando sea el momento de ir a recogerlos y ayudarlos, allí estaremos.
—¿Estáis conmigo? —preguntó Noah, emocionado.
—Estamos contigo —contestaron todos.
Estaban de acuerdo. Las decisiones divinas no se podían violar. Las runas les habían pedido que estuvieran allí por alguna razón y ahora todos eran partícipes de aquel descubrimiento.
—Entonces… ¿Hacia dónde debemos dirigirnos? —preguntó Cahal.
—Hacia el oeste —respondieron todos, expectantes y esperanzados ante su nueva aventura.
Sí. Hacia el oeste.
Noah acariciaba el pelo de trenzas de Nanna mientras miraba el cielo estrellado de aquel mundo parecido a la Tierra, pero que no era ningún lugar conocido.
Los techos de los camarotes del barco eran transparentes, aunque por fuera parecieran muros sólidos.
Estaban tumbados en la cama. El Hringhorni tenía muchas cámaras privadas en su interior. Las habitaciones eran parecidas a las del Valhall. Podías elegir tu decorado, tus vistas. Creabas aquello que deseabas en tu mente. Incluso podías tener alimentos de todo tipo, si lo deseabas. Los pensabas y se materializaban al instante.
Era un barco creador.
Nanna le acariciaba el pecho con la punta de los dedos y dibujaba circulitos sobre el pezón. En el interior de la cámara presidía el silencio y la calma, y las letras de una canción. Por suerte, la tecnología del Valhall también había llegado al Hringhorni. Y Balder era un dios adorador de la música. Era normal que en su nave se escucharan todo tipo de melodías.
Noah había elegido Lovely On My Hand, de Dorotea Mele.
Acababan de hacer el amor.
Ninguno de los dos se iba a engañar. En realidad, actuaban como unos tapados en la guerra. Cuando los jotuns, la humanidad y sus guerreros creyeran que todo estaba acabado, y si alguien les daba la oportunidad de regresar, estarían preparados para achicharrar y cortar cabezas. Mientras tanto solo podían pensar en lo que significaba estar en ese barco.
No era ni el Paraíso ni el retiro ni nada parecido. Era un barco que recogería guerreros y ampliaría las fuerzas del ejército del bien en su lucha contra Loki.
Noah esperaba ansioso el reencuentro con el Timador. Lo deseaba como agua de mayo.
Y, aun así, aunque era hijo de Odín y de Frigg, no sabía qué era aquello que debía enseñar a los demás. Desconocía por qué valía tanto para Odín y para los dioses.
Pero si había algo que le gustaba de ser quien era, no era ser un dios dorado, sino contar con los amigos que tenía, que le ayudaban en su misión. Adam con su oks; Aileen y Caleb, que habían aceptado que As y María entregaran su vida por ellos; a As Landin, por quererle como un hijo y sacrificarse por él; a Miz y a Cahal por hacer un viaje que arriesgaría sus vidas y del que no sabrían si saldrían vivos. Todos tenían gente a la que proteger. Y, sin embargo, ahí estaban con él.
Y, sobre todo, Noah tenía a Nanna. A su amada Nanna.
Humana. Mujer. Esposa. Madre. Valkyria.
La tenía allí con él. Cada minuto daba gracias porque estuviera viva. No sabría qué habría hecho si la hubiese vuelto a perder.
—Nanna.
—¿Mmm? —Tomó su mano y juntó sus dedos para comparar tamaños.
—Gracias.
—¿Por qué, nene?
Noah tragó saliva. Pensó en cada momento que había vivido con ella. Su vida ajena como dios. Su vida como berserker.
—Porque me has enseñado muchas cosas.
Nanna se incorporó sobre un codo y esperó a que se sincerara con ella.
—¿A qué, Noah?
—Antes vivía preocupado porque no sabía quién era ni de dónde eran mis raíces. Pero, desde que te conocí, aprendí a darme cuenta de otras cosas.
Nanna le mordió la barbilla dulcemente.
—¿Qué cosas?
—Que no importa tanto saber de dónde vienes como descubrir quién eres. Y eso no lo marca quiénes son tus padres. Lo marca la gente que te quiere y que ve de ti tu mejor versión. La gente te quiere por lo que ya eres, no por lo que podrías llegar a ser. Tú me quisiste sin saber quién era. A mí me bastó para darme cuenta de que, sea Noah o Balder, soy mucho más que eso.
Ella le acarició las runas en su rostro y lo miró con unos ojos llenos de un amor eterno.
—¿Qué eres?
—Soy un berserker, dispuesto a hacer el bien y a ayudar al Midgard, no porque eso sea lo que deba hacer, sino porque es lo que le gustaría que hiciera a la persona que me hace que quiera ser mejor. Soy un hombre enamorado de Nanna, hija de Nepr, valkyria de Freyja, esposa de Balder y la mujer de mi vida, mortal y eterna. Para siempre. Eso es lo que soy.
Nanna lo besó con todo su amor y una sonrisa en sus labios.
Tenían un rumbo fijo. Irían hacia el oeste.
Llamarían a sus filas a cuantos guerreros sobrenaturales encontraran por el camino. Y lucharían cuando llegara el momento.
Pero se amarían. Se amarían siempre. En la calma o en la guerra. En la alegría o en la adversidad.
Dejó que el amor que Noah sentía hacia ella se uniera con el brillo del amor que ella sentía por él.
Y los dos brillaron con la fuerza del astro del día.
Porque, ni en un día claro ni en la oscuridad total, no había nadie que, con un solo dedo, pudiera tapar el sol ni el verdadero amor.