Capítulo 24

Nunca se cansaría de gritar.

Por cada día mundano, por cada año impedido, por cada siglo enclaustrado. Un grito por cada uno de ellos.

Con cada rugido de su violento corazón su cárcel se rompía. Había roto el hechizo por fin. Hummus murió bajo sus manipulaciones. Por eso ya no servían las palabras de Odín contra su cautiverio.

Así que gritaba. Gritaba por milésima vez.

El hielo se rompía a su alrededor. El veneno de las vísceras de sus hijos le dolía como nunca, pero pronto saldría de ahí.

Y cuando saliera ya sabía lo que tenía que hacer.

Una valkyria llevaba el Brisingir con ella. Uno de los guerreros berserkers de As Landin, el Niño Perdido, era invencible.

Al parecer, ambos viajaban juntos.

Pero él ya sabía cómo iba a matarle.

De nada serviría todo lo que tenía pensado hacer si había un semidios como Noah Thöryn campando a sus anchas por el Midgard.

No lo iba a permitir. Por eso, antes de hacer nada, acabaría con él.

Los últimos cinco metros de escarcha se rompieron, y el hielo en el que vivía cautivo desde que descendió al Midgard acabó por abrirse como un dique.

La luz verde de su tótem iluminó el cristal helado. Entonces pudo salir a través del corte del que emanaban litros de agua semicongelada y escarcha.

Cuando salió al exterior, inundado por parte del agua que emergía del inmenso cubo de hielo en el que se había dejado encerrar por voluntad propia, cayó a cuatro patas.

Se apoyó en su bastón Lævateinn para sostenerse por primera vez sobre sus dos pies en el Midgard.

Cerró sus ojos, azul oscuros, y se peinó el pelo, de rastas rojas, negras y verdes. Después soltó una carcajada que escucharían hasta en el Asgard.

Le llamaban Transformista. Y estaban en lo cierto.

Nadie conocía su verdadera imagen. Y era ésa. Más mundana que divina.

Parecería un gótico por la calle y se podría mezclar con los miserables humanos sin ningún problema. Ellos no se darían cuenta (ignorantes y ciegos mentales como eran) de que él atraía la muerte y el fin.

Sin embargo, su apariencia era lo de menos. Había sido diosa, animal, insecto, planta e incluso anciana. Cualquier papel había sido bueno para provocar sus líos y llevar a cabo sus artimañas. Pero su objetivo estaba, por fin, a punto de cumplirse.

La Tierra perecería bajo su mandato.

Abriría el portal a sus reinos inmediatamente, pero antes debía acabar lo que, por lo visto, no había acabado en su momento.

Centró su inmenso poder en localizar al berserker.

Lo encontraría. Robaría el collar de la diosa y les arrancaría el corazón a ambos.

Niversgreen.

Noah le estaba pidiendo a Kherion, mientras se ataba los botas de descansos, que se fueran. El viaje lo acabarían solos, tal y como lo habían empezado.

Temía por el pueblo mágico de los hudriels. Estaban envueltos en batallas contra los jotuns por él y por orden de Freyja. Pero deberían estar al margen.

Ahora estaban en el ojo del huracán. No le parecía justo que nadie muriese por él.

—No lo entiendes, Daeg —repuso Kherion—. Es por tu necesidad de proteger a los demás por lo que no te dejaremos —dijo, solemne.

—¿Podrías huir? ¿Resguardaros?

—¿Dónde? Ya no hay posibilidad de escapar, Daeg. Cuando la Tierra cambie, ya no será la misma. Ya no podrá protegernos. Pero será nuestro deber cuidar de ella. Por eso estamos aquí.

Kherion les explicó, con la extraña calma de su pueblo, que, si la Tierra se abría, ellos estarían acabados.

—Si eso sucede, las grutas, tal y como las conocemos, desaparecerán. Las montañas cambiarán por dentro producto de las grietas y los temblores. Mientras siguen vivas, mientras nos hablen, debemos utilizarlas. Nosotros conocemos sus caminos y dejan que vayamos a través de ellos. Dejadnos que os escudemos hasta Jostedalsbreen. La montaña nos ha dicho que en la cima más alta del glaciar, en Brenniba, hay un refugio recién creado por Nerthus. Pero, debido a los temblores, el glaciar puede romperse y sellar la entrada. Creo que es allí donde debéis ir.

—¿Y cómo vamos a hacer eso? —preguntó Nanna.

—La naturaleza nos llevará —contestó Kherion—. Daeg y la portadora del Brisingir son ahora lo más preciado para nosotros. Sería un honor llevaros hasta allí.

Noah y Nanna, ya completamente vestidos, estaban de pie en el centro de los hudriels, que permanecían en silencio. Escuchaban las palabras de su líder, con el que estaban plenamente de acuerdo.

Lo que Kherion quería transmitir era la necesidad que sentían los hudriels por ayudar a la misión de Noah. Sabían que sin él, tal vez ellos no tuvieran continuidad de vida en un mundo hundido.

Daeg trae esperanza a nuestro pueblo —aseguró Kherion—. Trae esperanza a todos los elementales que surcan la superficie y las entrañas de este universo. Loki quiere acabar con todos. Nosotros queremos seguir viviendo. Hay un claro conflicto de intereses y de principios —aseguró Kherion—. Y todo eso pasa por vosotros. Nerthus nos lo dijo. Queremos ayudaros. Solo nos queda luchar contra aquello que no nos gusta y ayudar a los que nos agradan. ¿Verdad? Tú y la portadora del Brisingir nos gustáis porque buscáis lo mismo que nosotros.

—¿Vencer a Loki? —preguntó Nanna subiéndose la cremallera de su chaleco.

—No. Proteger al Midgard hasta que ya no podamos resistir más. Entonces, y solo entonces, buscaremos el enfrentamiento. Y nosotros, si nos lo permitís —se llevó un puño al corazón—, lucharemos a vuestro lado.

Había palabras que llenaban el corazón de humildad y agradecimiento.

Las palabras de Kherion habían colmado la cueva vacía y habían iluminado los espíritus del berserker y la valkyria.

Era espectacular saber que otros clanes, sin conocerse de nada, se unían para luchar hasta la muerte por un ideal común.

—De acuerdo, Kherion. No voy a rechazar tu ayuda —dijo Noah poniendo una de sus manos en el hombro del elfo—. ¿Cómo nos vas a llevar?

Los labios de Kherion parecieron estirarse en una sonrisa que hasta entonces no había gesticulado.

—El viento nos ha dicho que toda esta tierra hasta el glaciar que buscáis está plagada de jotuns. Están por todas partes. Tienen esta montaña cercada. Nos buscan. Ahora estamos ocultos en un refugio de Nerthus, por lo que no nos pueden encontrar. Pero si los temblores siguen, el hechizo de la cueva desaparecerá y dejará de ser un lugar sagrado para nosotros. Nos encontrarán y no podremos ocultarnos por más tiempo. Por eso, antes de que llegue ese momento, debemos aprovechar lo que los elementos nos sugieren y huir de aquí, sin mirar atrás.

—¿Cómo, Kherion? —Noah cerró los dedos sobre la llave.

—Debemos viajar por aire. Ni rayos ni pisadas en el suelo ni alas. Vosotros no podéis desplegar vuestras extensiones. Si lo hacéis, os encontrarán, pues desprenden luz y se reflejan en el cielo.

—¿Y entonces? —Nanna no comprendía qué iban a hacer. Si no podía utilizar sus medios de transporte, ¿cómo iban a llegar hasta Jostedalsbreen?—. ¿Qué sugieres?

—Os cubriremos, crearemos una nube a vuestro alrededor que se movilice hasta vuestro destino y saldremos de aquí como si fuéramos niebla. Podemos llegar hasta el glaciar pasando desapercibidos si el viento nos lleva. Los jotuns no verán nada extraño. Las montañas están echando humo del interior de sus cuevas, porque se les mueven las entrañas. No sospecharán. En todo caso, si lo hacen, nos aseguraremos de dejaros en vuestro sitio antes de batallar.

Noah y Nanna evaluaron su situación. Aquélla parecía ser su única vía de escape. De lo contrario, aunque por ahora no podían matarlos, sí podían menguar sus fuerzas en un enfrentamiento con los jotuns. El tiempo se les echaba encima. Querían llegar al final de su viaje lo antes posible.

—Entonces, Kherion —Noah entrelazó los dedos con Nanna—, llevadnos.

Kherion asintió, conforme, como si aquella fuera su principal labor en la vida. Organizó a su pueblo en un círculo enorme, todos cogidos de los hombros. El berserker y la valkyria estaban en el centro, cogidos de las manos.

Los hudriels emitieron todo tipos de susurros en élfico, cerraron los ojos y procedieron a su cambio de estado.

La cueva ya estaba a oscuras, puesto que habían recogido sus bastones, que hacían de antorchas; los llevaban alrededor de la cintura, flexibles como si fueran un cinturón.

Mientras los hudriels invocaban y continuaban su canto, Noah acercó a Nanna hasta él. Juntó su frente a la de ella, acariciándole el dorso de las manos con los pulgares.

—¿Estás nerviosa? —le preguntó.

Nanna alzó la mirada y negó con la cabeza.

—Sólo tengo ganas de saber qué diantres abre esa llave.

—Pase lo que pase, estoy muy orgulloso de tenerte aquí, conmigo. Estoy agradecido por ello —se sinceró—. Sé que nunca te lo he dicho, pero…, sin ti, este viaje nunca habría sido lo mismo.

Ella sonrió y pegó su nariz a la de él.

—Por supuesto que no. Te he salvado demasiadas veces.

Noah sonrió y las comisuras de sus ojos se llenaron de arruguitas.

—Lo mismo digo.

—¿Y sabes qué?

—¿Qué?

—Espero poder salvarte una y otra vez, berserker, porque eso significará que seguimos vivos.

Él asintió y tragó saliva. Después la abrazó, sepultándola entre sus brazos y apoyándola en su torso. Nanna era una pieza que tal vez no cuadrara en el Midgard, por lo diferente que era del resto, pero sí encajaba perfectamente en su corazón. Y, bien pensado, él tampoco encajaba demasiado en todo aquello, precisamente por lo mismo, pero no había duda que sí lo hacía en su corazón.

Ambos estaban perdidos en la vida.

Los hudriels se fueron desdibujando y acabaron convertidos en un humo blanco que rodeó a la pareja y la elevó por encima del suelo. El pueblo de Kherion, los envolvió y, bajo esa forma gaseosa, blanca y algo espesa, salieron por la entrada de la cueva.

La nube recorrió la cima de la montaña en la que se habían ocultado, como si fuera una nube baja de las muchas que plagaban los montes escandinavos. Después levantó el vuelo, cogió altura y se unió a las nubes reales que cubrían el cielo.

Nanna se congelaba, pero encontraba calor en el cuerpo de Noah, que parecía calentarse para ella, para mantenerla templada. Sabía que estaban viajando a una velocidad de vértigo.

No tardarían en llegar a la cima de Jostedalsbreen, a varios kilómetros de Niversgreen.

Pero, por cielo, aquella distancia no era tan grande. Al cabo de poco minutos llegarían, como el rápido vuelo de un avión.

Ambos podían sentir la compañía de los hudriels, su mansa calma, su protección. Los rodeaban como un manto cálido, los protegían de aquéllos que querían acecharlos…

Sin embargo, no podrían escapar de todos.

El cielo estaba lleno de Nosferatus que también se ocultaban entre las nubes nocturnas esperando dar con algo extraño.

Nanna y Noah los veían, pero los nosferatus no los veían a ellos. Los hudriels les cubrían con sus presencias etéreas en formas de nube.

Y, aun así, uno de los nosferatus jóvenes, con ropas de abrigo y un gorro de lana en la cabeza, pelo rubio y los ojos llenos de sangre, siguió el movimiento de la nube que pasaba bajo sus pies.

Cuando se percató de que ni el movimiento ni la consistencia del nimbo era del todo normal, avisó a dos nosferatus más para que siguieran su rumbo.

La valkyria seguía el movimiento de los vampiros, igual que Noah. Ambos seguían silencio, como un par de emigrantes en un tren de refugiados.

Ese tren debía llevarlos hasta la cima de Jostedalsbreen, pero no sabían si llegarían a tiempo, antes de que los descubrieran.

«Ya veo la cima —comunicó Kherion—. Estamos a un paso».

«Creo que éstos se han dado cuenta de que la nube no es una nube», dijo Noah.

«Entonces, antes de que nos descubran, utilicemos un elemento sorpresa —sugirió Kherion—. Si los nosferatus meten la mano aquí, la nube desaparecerá y los hudriels saldremos a la luz, materializándonos como lo que somos. Pero estamos a pocos metros de conseguir nuestro propósito. Propongo disolver la nube, que Nanna muestre el Brisingir y deje cegado a todo ser de la periferia. Durante esos segundos, los hudriels os protegeremos. Vosotros debéis volar hasta la cima y encontrar la entrada que Nerthus reserva allí para Daeg».

«Pero vosotros quedaréis a la merced de los jotuns cuando la luz les deje de molestar —dijo Nanna—. Y os superan con mucho en número».

«Es lo que debemos de hacer, portadora del Brisingir. Ésa es nuestra función. Protegeros y ayudaros», resolvió el otro con tono firme.

«De acuerdo», asintió Noah.

«Pero… ¡Noah! ¡Los matarán!», gritó Nanna.

El cuerpo de un nosferatu se coló en la nube.

Los hudriels gritaron asqueados por el nimio contacto oscuro y putrefacto. Entonces se materializaron como seres élficos de carne y hueso.

Kherion, que cubría a Noah y a Nanna, miró a la valkyria por encima del hombro. Sus ojos verdes destellaron con decisión.

—¡Es nuestro deber! ¡Haz lo que tienes que hacer! Estáis a cien metros de la cima de Brenniba. ¡Sobrevivid y dadnos una oportunidad a todos!

Nanna miró a Noah, horrorizada.

—¡Será un genocidio! ¡Una exterminación!

—¡Vive! —la urgió Kherion, que le bajó él mismo la cremallera del chaleco—. ¡Con tu vida, venga la nuestra!

Los nosferatus se dirigían hacia ellos.

Abajo, en la falda del glaciar de Jostedalsbreen, cientos de trolls y lobeznos corrían esperando coger los cuerpos de los hudriels que, inevitablemente, caerían al suelo.

La luz del Brisingir brilló con fuerza a través de sus perlas.

Los jotuns se quedaron inmóviles ante sus rayos.

—Dadnos la oportunidad de cumplir con nuestra función —pidió Kherion, mirando a Noah con solemnidad—. ¡Id adónde os reclaman y culminad vuestro viaje! Porque aquí… ¡aquí acaba el mío, amigos! —Kherion caía poco a poco a la Tierra, al suelo congelado y a los montes llenos de nieve, punteados con manchas negras inmóviles. Se sacó el bastón del cinturón, que se volvió duro. El elfo tomó el con las dos manos y cayó de cabeza, estirando su cuerpo como un hombre bala.

Los hudriels adoptaron la misma pose y rugieron con las mismas agallas que su líder. Lo seguirían allá adónde hiciera falta.

Noah desplegó sus alas y se llevó a Nanna con él. Ella lloraba desconsolada por el sacrificio de los elfos. Mostraba el Brisingir en todo su esplendor, intentando cegar a cuantos más jotuns mejor.

Pero ni el berserker ni la valkyria olvidarían jamás aquella muestra de entrega y de amor incondicional del pueblo élfico de Hudriel. Caían al Midgard como flechas, dispuestos a acabar con la amenaza de aquellos seres demoniacos; dispuestos a defenderlos a ellos porque ésa era, ni más ni menos, su obligación.

Bajo sus pies, Noah divisaba un parque enmarcado por espectaculares gigantes de hielo. Montañas escarpadas de color gris oscuro, fiordos, ríos y valles helados, bosques verdes y tupidos. El paisaje más idílico jamás imaginado se teñía de la sangre de unos y otros. Del bien y del mal.

Allí, en aquel glaciar en el que debían entrar Noah y Nanna no podrían luchar. Tenían una misión: encontrar el lugar que la llave abría.

Noah no estaba acostumbrado a huir, pero no había otra opción.

La llave empezó a arderle entre los dedos justo cuando sobrevolaban Brenniba.

Le quemaba la palma.

—¡Joder! —gruñó.

—¡¿Qué pasa?! —preguntó Nanna, alarmada.

—¡Joder! ¡Joder! —El medallón circular parecía querer escapar, como si tuviera sus propios impulsos.

El medallón los guiaría hacia algún lugar: una fuerza magnética distinta, tan potente que nadie podía luchar contra ella, los llevaría hacia el lugar indicado.

—¡Agárrate, Nanni!

—¡¿Qué?! —gritó ella sin dejar de mostrar el Brisingir, con el chaleco completamente abierto y las perlas en una mano.

—¡Que te cojas! ¡Vamos a chocar contra la montaña!

Noah protegió a Nanna con su cuerpo. Con el puño estirado como si fuera Superman, atravesó las duras capas de hielo, tan gruesas como inquebrantables. Sin embargo, Noah entraba con facilidad. El medallón ardía y deshacía el hielo en décimas de segundo.

Estaban penetrando en el interior del glaciar. Nada parecía capaz de detenerlos. De repente, el hielo dejó de cortarles con sus aristas: sus cuerpos cayeron hasta otro lago inmenso y helado. Un foso más grande que cualquiera de las cuevas en las que habían estado.

Noah sufrió el impacto. El hielo del lago los arrastró. Derraparon hasta crear cubitos de hielo a su alrededor. Como consecuencia, dejaron una profunda y clara marca en el suelo.

No sabía dónde estaban, pero habían llegado a algún lugar. El medallón palpitaba, alumbrando ligeramente la sala con un color blanco azulado. La runa de su interior se iluminaba a fuego.

Noah y Nanna se incorporaron después del choque.

La colisión había sido brutal, pero no les importó: habían encontrado lo que buscaban.

Noah estudió el medallón. Parecía unido con aquella cueva: se movía y se iluminaba del mismo color y del mismo modo que la llave, al mismo ritmo.

Tras una de las paredes de hielo, lisas y sólidas, había una inmensa luz que palpitaba. Era como el latir de un corazón. Se oía un extraño sonido metálico.

—Mira, Noah —le dijo Nanna, que le cogió de la mano y lo llevó hasta ahí.

En el hielo había grabada la runa Daeg. Justo en el centro del símbolo, que era como un reloj de arena en horizontal o una X, había un hueco redondo y metálico. A su alrededor, enmarcando esa obertura, vieron un círculo con pequeños orificios.

La mano de Noah salió disparada, víctima de la fuerza magnética de aquel agujero: la medalla se encajó perfectamente en el hueco metálico del hielo.

Noah retiró la mano de golpe, respirando nervioso y agitado, igual que Nanna. Ambos estaban ansiosos, esperando los fuegos artificiales.

Él la apartó un poco, para protegerla. Sin embargo, Nanna le golpeó el brazo y dio un paso al frente.

—¿Qué se supone que ha de pasar? —dijo, histérica.

—Pues no sé…

—Espera un momento…

—¿Qué sucede?

—Espera un momento. —Nanna se dispuso a contar las bolas de alrededor de la llave circular. Treinta y tres. Treinta y tres agujeros—. De acuerdo —levantó los brazos y echó mano a su nuca.

—¿Qué pasa, valkyria?

—Son treinta y tres bolas. El Brisingir tiene treinta y tres perlas brillantes —contestó, sacándoselo del cuello—. No puede ser casualidad. Nada lo ha sido hasta ahora.

El extremo del collar se levantó como si fuera una serpiente y empezó a encajarse en los agujeros, como por arte de magia. El círculo de esferas se iluminó, igual que la llave. Tras aquel muro algo hacía ruido. Era como un motor, o como puertas metálicas que se abrían y cerraban a la vez.

—Los dos objetos son llaves —apuntó Nanna—. Y algo tienen que abrir.

—¿Hay que darle una vuelta o algo? —Era la primera vez que veía llaves como ésa.

—No. Hay que presionar el medallón hacia dentro.

—Ah.

Noah agarró la mano de Nanna y la posó sobre el dorso de su mano derecha. Tragó saliva y la miró directamente a los ojos.

Ella parpadeó y sonrió con aquellos ojos castaños tan llenos de amor.

Él sonrió con los suyos, tan amarillos.

—Gibo nos ha unido. Éste es un viaje de dos —explicó Noah.

—Sí. Así es.

Todo empezó a moverse. Los trozos de hielo se agrietaban y caían a su alrededor. Comenzaban los terremotos. Y vendrían uno detrás de otro.

—Entonces… Veamos qué sucede si metemos esto hacia dentro. Abramos la puerta.

—Abramos la puerta. —Nanna le dio un beso en la mejilla.

En ese momento, los dos empujaron a la vez: la cueva se iluminó.

Una luz eléctrica los inundó a la pareja y el hielo los absorbió hacia el otro lado que no veían.

Todos estaban llorando. Todos.

No había nadie que no llorase por él.

Sobre todo ella. No soportaba aquella pérdida. Era superior a sus fuerzas.

Sabía que todos la buscarían. Su padre. Su suegro. Sus cuñados. Todos.

Pero lo que no sabía ninguno de ellos era cómo se sentía en realidad. Caminaba, respiraba y vivía. Pero era como una muerta en vida.

¿Qué futuro tendría sin él? Su hermoso rubio, su particular dios bondadoso había muerto del modo más increíble.

Él, que alardeaba siempre de que nada ni nadie podría herirle jamás.

Pues alguien lo había hecho.

El más inesperado. El menos pensado.

Él lo había matado.

Y de paso también la había asesinado a ella, pues ya no tenía ganas de vivir. No quería una vida eterna sin su compañero.

Las flechas empezaron a caer desde el cielo. Su barco, la nave más hermosa de todos los reinos, flotaba en el mar, iluminado por el reflejo de las llamas.

Todas caían sobre su pira ceremonial.

Ella se levantó entre el fuego, oculta tras su lecho, besó a su amor en los labios y permitió que el fuego y las flechas acabaran también con su vida.

A lo lejos, oyó el llanto de los suyos, que presenciaban que se sacrificaba por su compañero.

Donde fuera su barco, donde fuera su marido, ella le seguiría. Eso era lo único que debían entender.

Decían que amar no era mirarse el uno al otro a los ojos, sino mirar los dos en la misma dirección. Y ellos siempre habían sido uno. Un equipo, con las mismas necesidades e inquietudes.

Ahora los dos mirarían hacia la eternidad que les proporcionaba la muerte.

Noah la miraba anonadado, de pie ante ella. El sueño había cambiado.

Él lloraba y ella también, al pensar en aquella nueva experiencia vivida astralmente.

Su barco, aquél que había visto en sueños, aquella increíble nave futurista, la tenía ante sí. De hecho, ambos estaban en su proa, frente a una pira funeraria en la que no quería mirar.

El barco era metálico, con formas desafiantes e inscripciones grabadas tanto en futhark como a través de dibujos de dragones. Era tan largo como un edificio de treinta pisos. No alcanzaba a ver el final, pero, a lo lejos, sí que se veía una inmensa sombra alargada, inmóvil y congelada. Era un gigante. Un impresionante gigante.

Todo aquello estaba bajo el hielo, ¿cómo era posible?

—No me lo puedo creer… —susurró él frotándose la cara.

Nanna se levantó y se limpió las lágrimas de los ojos. Esos amaneceres tormentosos la estaban matando.

—No puede ser… —Clavó los ojos en la pira, la misma en la que, en el sueño, ella se había dejado quemar. Temblorosa, se acercó.

—¿Has mirado? —le preguntó.

Él asintió con la cabeza, tan pálido y lloroso como ella.

—Hay dos cuerpos quemados. Un hombre y una mujer.

Nanna no lo aguantó más y se inclinó a otear su contenido.

Los cuerpos estaban calcinados, pero en los dedos anulares tenían los anillos de Gibo y el símbolo de la eternidad.

—¿Qué significa esto? —Se cubrió la cara, llorando por ellos, por su suerte. Eran la pareja que recordaban en sus sueños. Jamás había tenido una experiencia de ese tipo, por eso no comprendía cómo se sentía tan vinculada a esa mujer—. ¿Y si eran nuestros padres?

Noah la miró con cara de pocos amigos.

—Entonces se supone que tú y yo somos hermanos.

—Uf, qué asco. Obviamente, no somos hermanos.

Noah levantó las cejas como si dijera: «Obviamente, nena».

—Hay algo positivo en todo esto. Lo que está claro es que lo que veíamos en nuestro sueño —explicó Nanna— no era nuestra muerte. Era su destino. —Señaló a los cuerpos quemados en la pira—. Son ellos los que morían. Ni tú ni yo. —Se acercó a Noah y lo tomó de la barbilla para mirarlo mejor—. ¿Qué te pasa en la boca?

—Me quema la lengua —contestó, chasqueando todo el rato contra los dientes, estudiando cada detalle del barco. Aquella nave era espectacular. Pero ¿qué se suponía que debía hacer con ello?

—A ver, abre la boca.

Noah le hizo caso y le enseñó la lengua.

—¡Pero por todos los dioses! —exclamó sin saber qué cara poner.

—¿Qué pasa? —contestó cerrando la boca de golpe.

—Tienes la lengua llena de runas. Runas ininteligibles.

—Joder… —resopló, cansado de todo aquello—. Mira, éste es un barco que se supone que debo conducir, ¿verdad? Es como una nave de guerra.

—Sí.

—Entonces ayúdame a encontrar el timón, Nanna. Hay que hacer algo con esto. Debe de haber un modo de encenderlo.

La valkyria se puso manos a la obra, dispuesta a registrar todo el barco por fuera. Mientras, Noah analizaba sus perfectas y delineadas formas.

Era una nave perfecta. Maravillosa. Quería ponerla en marcha.

—Hay un modo de encenderlo —dijo una voz de hombre tras él.

Noah y Nanna se dieron la vuelta y se encontraron con un ser con tupé y rastas de colores. Vestía completamente de negro y llevaba un bastón con una esfera verde de cristal en el extremo, entre los dientes de una serpiente. El otro extremo de la serpiente parecía de madera y acababa en forma de estaca.

Nanna le lanzó un rayo para apartarlo de ellos, pero él lo desvió con el bastón. El rayo chocó contra el hielo de alrededor.

—¡Es Loki! —gritó ella, asustada—. ¡Noah, es Loki!