Inglaterra.
Wolverhampton.
Miz O’Shane y Cahal McCloud acudieron a la llamada de Caleb y As Landin.
Mientras tanto, en el RAGNARÖK, Adam y Ruth se quedaron a cargo de las comunicaciones externas junto con las humanas y algunos de los guerreros que todavía se recuperaban de las consecuencias que había tenido para ellos lo sucedido en Capel-le-Ferne. Nora y Liam iban con ellos a todas partes. Los niños del resto de los clanes, junto con sus padres, también se ocultaron con ellos en el aquel local subterráneo y centro neurálgico de operaciones.
Inglaterra se sacudía, víctima de nuevos temblores. Y lo mismo sucedía en todo el mundo. Los canales informativos de última hora, los más atrevidos, hablaban de hecatombe mundial y de que el núcleo central del planeta se calentaba. Por eso las placas de los hielos de los polos se deshacían y la Tierra se movía y cambiaba su eje. Los volcanes, sobrecalentados con raíces de lava muy profundas, hervían con rapidez y muchos explotaban con una fuerza descomunal. La gente de los pueblos de alrededor habían huido, aunque no todo el mundo había tenido tiempo de hacerlo.
Hombres, mujeres y niños… Los seres humanos eran débiles ante el verdadero poder de la naturaleza.
Los terremotos se extendían por todo el planeta. Había más de un epicentro. Diversos maremotos habían asolado algunas costas.
Sin embargo, todavía se esperaba lo peor.
Porque, para el resto de los clanes, aquello no era una reacción al cambio climático tantas veces anunciado. Sabía que todo tenía que ver con los huevos ya crecidos de etones y purs. Si hacías tambalearse la base de una torre, toda la torre corría el riesgo de caerse. Y eso era lo que estaba pasando con el Midgard.
Daanna McKenna y Menw McCloud trabajaban codo con codo junto con Beata y Gwyn e Inis e Ione, preparando los frentes. Controlaban dónde se abrían los portales electromagnéticos a través del panel informativo que seguían vía satélite.
As Landin y María Dianceht explicaban con sigilo y diligencia lo que debían hacer según el mensaje de las runas.
—No comprendía muy bien qué era lo que tenía que hacer —dijo As—. Yo, como vosotros soy un líder. Caleb y mi nieta son los líderes vanirios. Yo y mi mujer, lideramos el clan de la Black Country. Sé que en Escocia hay más berserkers y que en Estados Unidos también hay clanes. Pero a mí me corresponde tomar las decisiones más importantes, pues estoy en pleno centro activo de las manipulaciones y las soluciones que podemos darle al Ragnarök. No os negaré que la acción que debemos emprender es arriesgada. Pero creo que es lo único que nos toca hacer. Las runas hablan de que debemos acompañar a Daeg. Y para ello solo podemos viajar hasta allí por medio de un portal, y nos han pedido que llamemos al druida y a la lectora de puertas. Yo solo conozco a un druida —aseguró mirando a Cahal McCloud— y a una conocedora de los portales electromagnéticos. —Sonrió a Miz—. Las runas aseguran que vosotros sabéis qué hacer para llegar hasta Noah. Y creedme que debemos llegar hasta él, porque él es la clave.
Miz y Cahal se miraron el uno al otro, apoyados en la baranda de madera del porche. Él vestía con ropas de guerra, con botas, camiseta gris oscura, pantalones negros y un montón de accesorios afilados. Era un hombre de magia, pero sabía luchar como el mejor. Llevaba el pelo suelto, apenas sujeto con una goma que hacía de diadema. Miz estaba apoyada sobre él, como si fuera un muro.
Y lo era. Era su muro, su pilar personal. Así se sentían el uno respecto del otro.
Su historia no había sido sencilla, pero, como todos, habían superado sus dificultades y ahora luchaban juntos a favor de la salvación de los humanos.
Miz llevaba unos taconazos de calaveras negras con brillantes del mismo color, unos tejanos elásticos también negros, y una camiseta de tirantes, cubierta con una especie de gabardina oscura que le llegaba por el muslo. Tenía el pelo recogido en una coleta alta. Llevaba los ojos maquillados con kohl oscuro.
Los dos, rubios y vestidos con tonos negros llamaban mucho la atención. Eran como ángeles de la muerte.
—¿Qué crees que sugieren las runas, huesitos? —le preguntó Cahal con seriedad.
Miz desplegó un mapa que tenía oculto en el bolsillo de la gabardina.
—Necesito una mesa.
Caleb le indicó una pequeñita y blanca que había en el otro extremo del porche. Ella alisó el mapa en la superficie y observó todos los círculos concéntricos que moteaban la geografía terrestre.
—Todos los portales están abiertos, algunos en mayor o menor medida. Sin embargo —señaló Escocia—, los portales que había aquí han desaparecido. Llegué a pensar que su energía se disiparía y se repartiría con ecuanimidad por todos los países. Sin embargo, por algún motivo, la energía de esas puertas ha ido directamente a parar aquí. —Colocó una de sus uñas, pintadas de negro, sobre Noruega, en un punto del Jotunheim.
—Qué apropiado —murmuró As—. El parque nacional del Jotunheim.
—Sí —contestó Miz—. La cuestión es que esa zona está muy cargada con varios subportales. Creo que una fuerza superior los está manipulando, porque su comportamiento no es normal. Intentan despistarnos.
—¿Cómo? —preguntó As, entrecerrando los ojos.
—Hay un portal fijo, que no varía ni en densidad ni en energía. Ese portal está en el fiordo de Sognefjord. Pasa por los dos parques de Jostedalsbreen y del Jotunheim como si fueran dos brazos. El portal se concentra en dos puntos. En el monte de Jostedalsbreen es donde más fuerte lo hace. El lugar coincide con las señales de Liam. Él ve estos puntos como los más fuertes en Noruega.
—Si Noah está ahí, en Jostedalsbreen, todo apunta a que debemos utilizar ese portal.
—¿Y cómo viajaremos hasta él? —preguntó Caleb, curioso.
Cahal sonrió con orgullo.
—Me subestimas, brathair.
—Cahal manipula los ormes, ¿recordáis? Puede abrir un portal con su propio cuerpo —explicó Miz, un tanto contrariada—. Pero es peligroso para él. Su cuerpo crea una especie de explosión que pone su vida en peligro.
—Freyja lo llamó: «muerte por explosión» —apuntó Cahal mirando a Miz, que estaba tentada de decirle que no lo hiciera.
María y Aileen la entendían perfectamente. Miz temía por su pareja.
—Desde el portal que abriste para llevarte a Heimdal —dijo ella en voz baja, y sus ojos verdes le miraron suplicantes—, no has abierto otro más. No tengo un acelerador a mano para poder ayudarte —se excusó.
Cahal la rodeó con el brazo y habló con su boca pegada a la sien.
—Freyja me dijo que tú eras mi modulador. Yo condenso energía. A veces puedo morir por ello, pero tú eres quien me pone a raya.
—¡Y lo hago! —protestó ella.
—Lo sé, preciosa. Pero soy el druida de mi clan. Y mi ayuda debe ser de provecho para todos. Ahora necesito que me ayudes de nuevo. Y lo debemos hacer por todos.
—No te pediría esto si no fuera tan esencialmente importante —dijo Caleb, que, como su líder, parecía pedir perdón con los ojos—. Pero Cahal es básico para ello. Noah nos va a necesitar, eso dicen las runas. O le ayudamos, o nos quedamos aquí viendo cómo llega el fin del mundo. Multiplican nuestro número por millones, ¿comprendes? No tenemos ninguna posibilidad, pero, al parecer —Caleb se aseguró de que sus palabras fueran ciertas, buscando el beneplácito de As, que asintió—, Noah es el más importante de todos.
—Claro que lo comprendo, Caleb. No soy estúpida —replicó ella, un poco molesta—. Pero es la vida de mi cáraid la que está en juego. Me gustaría verte a ti si fuera Aileen quien estuviera ante ésta diatriba.
—Uf, a mí no —aseguró la híbrida, que miró hacia otro lado.
—Yo estaré bien, Miz —repuso Cahal—. Tú te encargarás de traerme de vuelta.
As y los demás esperaban que la alquimista les diera permiso para utilizar a su hombre en ese viaje. No tenían otra solución.
Miz sabía que era lo correcto, pero odiaba pensar que a Cahal le sucediera algo malo y que ella no pudiera hacer nada para evitarlo. Todavía recordaba con ansiedad lo sucedido en Stonehenge. Todavía sentía la destrucción emocional de creer que lo había perdido para siempre.
—Miz. —Cahal la tomó del rostro—. Éste es nuestro momento. No es ni el tuyo ni el mío. Es el de todos, como clanes que estamos en contra del mal que ha creado Loki en el Midgard.
—Soy egoísta respecto a ti —se excusó ella—. No sé qué puede suceder si creas tú mismo un portal. Desconozco las probabilidades… —Ella movía las manos, nerviosa.
—Y yo soy egoísta respecto a ti. Pero no dudo, ni por un momento, que no hay nadie más fiero que tú para devolverme a mi estado sólido. Tu energía y tu vinculación me ayudarán a regresar. Confía en eso, por favor.
Miz y a Cahal se abrazaron con fuerza, ignorantes de lo que los demás pudieran pensar. La alquimista frotó la mejilla contra el musculoso pecho de su cáraid y dijo:
—De acuerdo. El portal de Inglaterra sigue siendo Stonehenge. Ése no se ha apagado ni se apagará jamás. Vayamos hasta allí y abramos ese maldito puente.