La madre de Freyja había sido muy inteligente. Era una diosa, así que sabía cómo proteger y dar cobijo a los suyos en la guerra que con tanta violencia había empezado en la Tierra. Utilizaba grutas en la montaña, cuevas bajo las raíces de los árboles o, incluso, cavernas tras las misteriosas cascadas que poblaban la naturaleza. Para divisarlas, para detectarlas, debías estar acompañado del pueblo hudriel.
Por suerte para Noah y Nanna, Kherion y los suyos estaban con ellos y luchaban de su parte.
Gracias al elfo de pelo rojo y lacio, que tenía aquellos ojos de esperanza, fríos e inteligentes, la pareja pudo resguardarse bajo el abrigo de las piedras terrosas de Niversgreen.
Unas cuevas entre sus montañas, con varias guaridas en su interior.
Allí, nadie los encontraría ni les molestaría, o bien hasta que ellos mismos decidieran salir, o bien hasta que la misma Tierra se abriera o se partiera en dos.
Los huldres habían iluminado la gruta con el extremo de sus bastones, que se prendían a su antojo como si fueran antorchas. Las habían clavado en el suelo, iluminando cada pasillo oscuro y cada rincón de aquel lugar.
Kherion se acuclilló frente al cuerpo de Nanna, que seguía inconsciente debido a las heridas.
—¿Por qué no utilizó Brisingir? —preguntó el elfo, preocupado.
Noah miró a Nanna de reojo, mientras acababa de preparar su pequeño rincón para sanarla. Se quitó toda la ropa que cubría la parte superior de su torso y la utilizó como cama para la valkyria.
—No lo sé —contestó—. Necesito que nos dejes solos, Kherion.
El elfo asintió con la cabeza y se alejó de aquella habitación privada e improvisada.
Noah se arrodilló a su lado, sobre la fría roca.
En algún lugar interior de aquella montaña, debía haber un lago subterráneo, puesto que no dejaba de oírse el sonido de unas gotas caer sobre una especie de charca.
El berserker tenía ganas de zarandearla y de pedirle explicaciones.
Lo había traicionado. Le había matado del susto, joder. Se sentía decepcionado con ella y con él mismo por no haberlo visto venir.
Noah frotó sus manos, las calentó y empezó a sanar a Nanna. Cada corte abierto y sangrante, cada mordisco lacerante y venenoso, cada arañazo… Lo cerró uno a uno con pericia y mucha paciencia. No quería dejar ni un rasguño en su prístina piel.
Su espalda, donde antes lucía secciones largas de piel cercenada, ahora lucía hermosas, con sus alas doradas. Absolutamente relajadas.
La observó y se embebió de ella.
Era tan bonita. Tan pequeña. Tan suya…
Noah sentía que su cuerpo ardía… y sabía por qué.
La lucha, las heridas, el miedo… Y el deseo animal. Era un mal momento para reclamar a nadie, pero la luna mandaba y brillaba en el exterior, dando paso a una noche calma y protegida en el interior de la montaña.
Necesitaba relajarse y esperar a que Nanna se repusiera.
Y estaba deseando que despertara, porque quería desahogarse y hacerle entender a la valkyria que lo que había hecho estaba mal. Su animal interior quería tener una buena con su pareja.
Noah cerró y abrió los dedos de sus manos. Le picaban por tocarla en su intimidad.
Maldito instinto berserker. Ahí estaba, llamándolo a gritos.
La cubrió por los dos: por ella y por él.
¿Qué sería de ellos?
No podía soportar pensar que Nanna corría peligro a su lado.
Y con el deseo de que nunca volviera a ponerlo en aquella situación, con la adrenalina esfumándose de su torrente sanguíneo y dejándolo parcialmente agotado, Noah se relajó y cayó dormido.
Nanna no entendía nada.
Hacía el amor con aquel hombre. Se entregaba a él.
Lo amaba.
Hacía poco que se habían prometido, bajo la sombra del árbol de las manzanas.
Y nunca se hubiera imaginado que ser tocada de aquel modo pudiera llenarla a una de luz. De paz. De calma. De plenitud.
—Eres mi mujer aquí y en todos los reinos —le había dicho—. Lo siento por mi hermano, pero él no te puede amar como yo. Tú siempre fuiste para mí.
Ella sonrió. Dos enormes lágrimas rodaron por su mejilla.
—Nuestros padres querían que yo me enlazara con uno de los dos. Te elegí a ti. Pero tú no sabes cómo es la fuerza de su amor. Su condena es que sus sentimientos hacia mí no son recíprocos. Sin embargo, te aseguro, que a él jamás le podría amar como a ti. —Entrelazó sus dedos con los de él—. Serás mi marido, aquí y por siempre.
Él le alzó la mano y besó su sortija. Un anillo metálico y dorado con la runa de la eternidad y el Gibo grabadas una al lado de la otra.
—Mi padre —le dijo él— me ha dicho que el Gibo es la runa de la unión mística y del trabajo en equipo. Nada nos saldrá bien si estamos lejos el uno del otro. Somos uno. Nunca huyas de mí.
Nunca me mientas.
—Nunca huiré de ti. Nunca te mentiré. —Ella besó la sortija de él.
Después vino el fuego.
La pena.
El llanto. Las lágrimas y la muerte.
Se quemaba con él. Moría con él.
A su lado.
Nanna abrió los ojos, llorosos y compungidos, y miró al frente.
Noah estaba apoyado en la pared de roca, frente a ella. Tenía un pie sobre el muro y jugaba con su llave, lanzándola y cogiéndola en el aire, sin perder de vista ni uno de los movimientos de la valkyria que recién despertaba.
Se había recogido el pelo en una cola alta. Su rostro moreno lucía los tatuajes rúnicos que se veían a la perfección, iluminándose y apagándose en la oscuridad.
No parecía contento. Más bien todo lo contrario: un ser cabreado y ojeroso. Parecía no haber dormido desde hacía días. Y así era.
Las pesadillas no lo dejaban dormir. Le atemorizaban y le carcomían el alma y la salud. De ahí la sombra tan pronunciada bajo su mirada amarilla.
—¿Se está bien entre las llamas, princesa? —le preguntó sin mucho interés.
A Nanna le ponía nerviosa su tono y su actitud. El metal de la llave golpeaba secamente sobre la palma de la mano del guerrero, al ritmo de las agujas de un reloj, como una cuenta atrás. Era una que la invitaba a huir y a escapar de él.
Nanna miró hacia abajo y cubrió su semidesnudez. Solo llevaba puestas las braguitas.
—¿Cómo sabes que he soñado con eso otra vez?
—Simplemente lo sé —contestó encogiéndose de hombros—. No me he equivocado, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza y se colocó su camiseta interior, que estaba doblada sobre su ropa, en el suelo.
Él tenía el torso desnudo. Nanna se dio cuenta de que estaba sentada sobre su camiseta y su chaleco.
—También has soñado con una noche de bodas —adivinó él.
Ella lo miró sin parpadear, pero no negó tal afirmación.
—Sí.
—La mujer con la que yacía se parecía a ti. Pero no eras tú —aseguró—. Tú eres valkyria… y tienes un cuerpo diferente al de ella. Más… —La miró de arriba abajo—. Es diferente.
Sin saber si eso era bueno o malo, ella le dijo:
—El hombre con el que yacía se parecía a ti. Pero no eras tú. Tú eres un mandón arrogante y machista. Él solo era un humano.
Noah no se movió de donde estaba, pero Nanna sintió la ira como una llama ardiente que emanaba de él.
—¿Por qué no utilizaste tu collar? —preguntó secamente.
—Lo hice —repuso ella levantándose lentamente—. Pero el collar no funciona.
—El collar funciona. ¿Cómo crees que matamos a los jotuns del valle?
—Me descubrí —le explicó ella—. Pero no hubo luz ni fuegos artificiales. Mis perseguidores ni se inmutaron.
—¡No me mientas! ¡Di que te olvidaste! ¡Estás oxidada en lo que a guerra se refiere, valkyria! ¡Reconócelo!
Eso ofendió a Nanna. Dio dos pasos decididos hacia él.
—¡Soy perfectamente capaz de defenderme a mí misma! ¡Soy muy consciente de las armas que tengo en mi poder!
—¡Ya lo he visto! —rugió dando voces—. ¡No entiendo cómo has sobrevivido! ¡Ah, sí! ¡Resulta que te he salvado!
Nanna lo empujó. Él la cogió de las muñecas y le dio la vuelta hasta apoyarla a la pared de la cueva.
—¡¿Te das cuenta de lo que te podría haber pasado?! ¡Podrías haber muerto, estúpida! —gritó a un palmo de su cara.
—¡No me insultes! ¡Eso te demostrará que no puedes perderme de vista! ¡El collar tampoco me hubiera protegido de haberme ido con mis nonnes! ¡Porque solo funciona si estamos juntos! ¡Como en el sueño! ¡Noah, maldita sea! ¡Deja de intentar cuidar de mí! ¡Llevo eones protegida por Freyja! ¡¿Sabes cuánto es eso?! —Lo cogió de la cara, luchando contra los duros amarres de sus dedos—. ¿No lo entiendes?
—¿Qué tengo que entender, Nanna? ¿Que me mentiste? ¿Que aprovechaste el momento en el que bailábamos juntos para robarme el objeto?
Ella se arrepintió de haberlo hecho así, pero creía que era lo mejor. Nadie iba a alejarla de él ni de su destino. Ellos debían luchar juntos.
—¿Y si los sueños no son proféticos? ¿Y si son recuerdos de otras vidas? —sugirió ella—. Fuimos almas en otros tiempos. Almas no vinculadas ni a Odín ni a Freyja. Y si…
—¡No! ¡No sé quién soy! ¡Pero, de haber vivido una vida contigo, la recordaría!
—Noah… —susurró. Estaba a punto de echarse a llorar—. Nerthus nos dio de beber la runa Gebo. Crea vínculos y nos obliga a trabajar en equipo. Nos convierte en uno…
—¡No es verdad!
—¡Sí lo es! —le colocó su enorme mano sobre el pecho, a la altura del corazón—. El nosferatu tiró de mi corazón. Pudo habérmelo arrancado. Créeme: lo intentó. ¡Pero no lo logró! ¡No morí! ¡¿Qué explicación le das a eso?! ¡Las valkyrias mueren si les arrancas el corazón!
Él parpadeó, confuso, mirando su inmensa mano sobre el pequeño torso de ella.
—¿Te quiso arrancar el corazón? —pensarlo lo derrumbó.
—Sí. Pero no podía. Y después… Solo recuerdo despertarme aquí. Sanada por tus manos —dijo con voz baja—. Piénsalo, Noah. Tú no mueres ni atravesado por el tótem de Odín, ni tampoco bajo las garras de Hummus. No logró arrancarte el corazón, igual que el nosferatu no lo consiguió conmigo. ¿Qué crees que quiere decir?
—Dímelo tú… Todo esto me está matando.
La luna. La luna empezaba a hacer de las suyas.
—Creo que, después de beber la runa…, tu inmunidad me ha hecho inmune a mí también. Y creo que, si no estamos juntos —le pasó los pulgares por las mejillas—, ni el Brisingir ni la llave Daeg funcionarán. El collar se iluminó cuando estabas a mi lado, no antes.
—Pero… ¿por qué? ¿Qué quiere decir todo esto? —No lograba encontrar explicación a nada de lo que le sucedía.
—Porque éste, aunque te pese, es un viaje para descubrir quién eres tú. Pero también para averiguar quién soy yo para ti. —Sintió algo de miedo al decirlo, por lo que dejó caer las manos—. Es de los dos.
—Pero, Nanna…, puede que no tenga retorno —explicó Noah, triste y cabizbajo al entender los riesgos que Nanna estaba dispuesta a correr por él—. Puede que no consiga lo que he venido a hacer. Si eso sucede, si es verdad que estamos unidos, podrías caer conmigo. Este maldito lugar está plagado de enemigos. No nos dejarán llegar a nuestro objetivo fácilmente. Estoy dispuesto a luchar, pero no a arriesgar tu vida. ¡No quiero eso!
—¡Pero yo sí! ¡Es mi decisión! —dijo, cansada de que él se sintiera su escudero.
—¡¿Por qué?! —exclamó, dando un golpe en la pared, sobre la cabeza de Nanna—. ¡¿Quién eres tú, Nanna?!
—¡No lo sé!
—¡¿Por qué deberías quedarte conmigo cuando los demás me han dejado hacer este camino solo?!
Se sentía fuera de control: la luna llena estaba sobre sus cabezas.
Un berserker con kone, bajo el influjo del astro nocturno, era incapaz de razonar. Su instinto se imponía a su sentido común. Se volvía un ser carnal. Un ser de contacto físico, demoledor y brutal. Salvaje.
Noah se sentía frustrado con ella. La valkyria le llevaba la contraria casi siempre.
—¡Porque los demás te quieren, pero aceptan las órdenes de los dioses! ¡Pero ninguno de ellos sienten que te aman como yo como para desobedecerte y plantarte cara!
Él enseñó los colmillos y echó su labio superior hacia atrás. Sus ojos se volvieron rojo cólera y rubí pasión, brillantes como dos linternas de ese color.
Nanna se sobrecogió por su imagen y su regañina. La estaba abroncando con su lenguaje corporal, como un salvaje que intentara intimidarla con su presencia física pero sin llegar a tocarla.
—¡¿Me amas, valkyria?! —repitió él.
Nanna parpadeó. Había algo en Noah que ya no era de él. Era un instinto violento, una actitud animal. Algo que la ponía en tensión, pero que, igualmente, le gustaba.
—Sí, eso te he dicho —aseguró sin retirarse de su desafío.
—Pues, si me amas, huye ahora mismo, porque no estoy de humor para ser cariñoso contigo. Me has decepcionado. Me has engañado. Te has reído de mí.
Ella negaba con la cabeza ante cada una de sus acusaciones. Simplemente había querido demostrarle que podía ser su compañera y que podía contar con ella.
—Te has enfadado porque te he desobedecido y no he hecho lo que tú querías, como todos los demás a los que embaucas con tu voz y tu don de gentes. Pero a mí no me puedes tratar así.
—¿Por qué?
—Porque soy tu pareja. Y soy una jodida valkyria. No necesito un padre. Ya tuve uno y ni siquiera le conocí. Así que deja de reñirme como si fuera una niña pequeña. No lo soy.
—Nanna… O te vas ahora mismo, o verás lo fiero que puedo llegar a ser cuando me enfadan.
—No me das miedo.
—¡Huye, maldita seas! ¡Vete! ¡Lárgate de aquí! —Golpeó la pared con sus puños.
Las aletas de su nariz se movían con tensión. Su cuerpo mutaba sin su permiso. Sus facciones se afilaban.
Para Nanna pasó a ser el animal más hermoso que había visto en su vida. La marca del cuello le escoció y se la cubrió con la mano.
—¡Que te largues!
Nanna apretó los ojos con fuerza, más excitada que asustada. Entonces se internó por el interior del túnel, obedeciendo los deseos del berserker.
Pero lo hacía por una sencilla razón: Noah la deseaba y sabía que, si la alcanzaba, la poseería. Porque era un berserker. Y los berserkers amaban la caza.
Así que continuó avanzando por el túnel hasta llegar a una gruta amplia, donde había un lago en el centro. Allí vio estalactitas y estalagmitas. La caverna estaba iluminada por la luz de la luna, que brillaba en lo alto y se colaba a través de uno de sus orificios en el techo.
La misma luna que calentaba el deseo de Noah.
Nanna se ocultó tras una inmensa roca grisácea y húmeda por el helor.
Miró a un lado y al otro, temerosa por la sensación de caza, pero no por lo que pudiera pasar después.
Estaba más que preparada para todo lo que tuviera por darle el berserker. Y se lo iba a demostrar.
Dio un paso hacia atrás, con todos sus sentidos alertas y los ojos bien abiertos.
¿Por dónde aparecería el lobo?
Dio otro paso más y se chocó con un torso duro y ardiente. Su piel quemaba de verdad.
—¿Éste es tu modo de esconderte? —le dijo Noah al oído, y la inmovilizó por la espalda.
—Tal vez solo quería que me encontraras.
—¿Sabes lo que te voy a hacer?
—Sí —contestó Nanna con una sonrisa interna—. Me vas a dar una lección por no hacerte caso.
—Eso es.
Alzó la mirada al techo de la cueva y vio la luna enorme y brillante en todo su esplendor. Aulló y abrió la boca. Giró la cabeza de Nanna a un lado y la mordió de nuevo en su marca.
Era suya, suya y suya.
Cuando sintió sus colmillos atravesarle la piel, gimió de placer. Todo encajaba a la perfección. Después el lametazo sanador de su lengua. «Dioses, es perfecto», pensó Nanna. La posesión. La territorialidad. La fuerza de ese hombre. Todo era increíble, más de lo que se había imaginado con la Ethernet.
—Eso es. Muérdeme —lo animó ella, deseosa de él.
Noah hizo que se apoyara con las manos en la roca y se colocó tras ella.
—Los berserkers nos hacemos más grandes durante el frenesí —le dijo retirando las trenzas de su nuca con la nariz—. ¿Crees que lo podrás soportar? —Le quitó la camiseta por la cabeza y la dejó solo con las bragas.
—Pruébame, lobo. A ver cuánto doy de mí. —Lo miró por encima del hombro, pero él la obligó a mirar al frente y a pegar la mejilla en la roca.
No quería que lo viera así. Era un puto animal sexual y ella era su juguete. Su debilidad.
Se arrodilló tras ella y le retiró las braguitas hacia un lado. Hundió su nariz en su vagina y sonrió.
—Estás llorando por mí.
Nanna no contestó. Le temblaban las piernas por la anticipación.
Noah sacó la lengua a pasear y le dio un lento y caliente lametazo de arriba abajo. Y luego repitió el recorrido una y otra vez. Después internó la lengua en su interior, y le hizo el amor con ella, como si fuera su pene.
La valkyria estaba a punto de resbalarse y de alcanzar un orgasmo rápido y mortal. Y lo hizo. El berserker la envió a contar estrellas. Entonces, justo cuando disfrutaba de sus capturas, le arrancó las braguitas de cuajo y se pegó a su espalda. Después la cogió por debajo de los muslos y la abrió de piernas. La levantó y la sujetó en el aire.
—Todavía me estoy corriendo —dijo ella, impresionada.
—Bien… Agárrate a la roca —le ordenó.
Nanna obedeció.
Y mientras sus músculos internos se convulsionaban, Noah guio la punta de su erección a su entrada. Le metió su verga hasta la mitad. Era mucho más grande de lo normal.
—¡Argh! ¡Noah, espera!
Él no esperó. Él era así. La valkyria ya lo sabía.
—Te va a gustar… —aseguró él en medio de un gruñido.
Le abrió más las piernas y empujó hacia arriba, hasta quedarse completamente sepultado en su interior.
Nanna se echó a llorar, falta de aire.
Él se detuvo abruptamente, luchando contra las órdenes de su animal, que decía que continuara con la posesión.
—Nanna… —suplicó en su oído.
—¡Me estoy corriendo otra vez! ¡Esto es demasiado! —dijo ella llorando. Apoyó la cabeza sobre el hombro del guerrero y disfrutó de su segundo orgasmo, esta vez más fuerte que el anterior.
Noah sonrió sobre la mejilla de ella y empezó a moverse.
—Me vas a sentir hasta en la garganta, preciosa —dijo él.
—Mmm… Qué romántico eres —le contestó, provocadora.
—¿Quieres que te haga llorar otra vez? ¿Llorar de verdad?
—Inténtalo.
Y la poseyó. Se movió sin pausa, con un ritmo brutal. La golpeaba sin parar, profundamente, entrando en las profundidades de su útero, hasta el cerviz. Empujaba, disfrutando del contacto final de su prepucio contra aquel lugar sagrado en el que dejaría su semilla.
Nanna apoyó los pies desnudos en la roca y dejó que Noah se metiera hasta donde le diera la gana. ¿Quién era ella para decirle que se detuviera? ¡Estaría loca si lo hacía! Era la experiencia más brutal de toda su vida y quería disfrutarla de cabo a rabo, nunca mejor dicho.
Sentía tal sensación de posesión, tan completa, que no le llevaría la contraria en nada que tuviera que ver con el sexo. Jamás. Alargó los brazos por encima de su cabeza y se sujetó a la melena rubia de Noah.
Éste la mordió de nuevo en su marca. Deslizó una de sus manos, que la sujetaban por las nalgas, hasta su clítoris. Lo masajeó en círculos, con cierta tensión. Sintió el momento preciso en el que ella empezaba a correrse de nuevo. Encadenaba un orgasmo con otro con una facilidad asombrosa.
Y allí, en medio de la fuerza de su estrujamiento, Noah se fue con ella. Se corrió en su interior, inundándola, clavándose en Nanna e hinchándose hasta el límite para marcarla para siempre. Por dentro y por fuera.
A fuego.
Ella gritó con él y se desplomó sobre el cuerpo de Noah, que no aguantó la sensación de pequeña muerte y cayó al suelo con la valkyria.
—Será un líder —dijo el hombre rubio con la cabeza pegada al vientre de la joven.
Estaban en un lecho de grandes columnas. En un palacio lleno de lujos, cubierto de oro y cristales brillantes.
—Será una reina —aseguró ella con una sonrisa.
—No. No es posible. Mis genes solo traen machos —explicó él mirando a través de la ventana con ojos risueños. Afuera, las cascadas y las nubes daban vida a un lienzo perfecto.
Ella soltó una carcajada.
—No es verdad.
—Sí lo es. Pregúntale a mi padre y te dirá la verdad.
—Ya sé la verdad —contestó ella peinándole el pelo con los dedos—, pero en mi familia solo nacen mujeres. Así que he decidido que será una mujer.
Él besó su mano y se rio de ella, incrédulo. Pero sería él quien le quitara la ilusión.
—Sea lo que sea, todos lo querrán. Tendrá tu sentido de la justicia y del respeto. —Le dio un beso en el vientre desnudo y posó su mano ensortijada sobre el ombligo.
—Perfecto. De mí, mi intelecto. Y de ti sacará este pelo lleno de rizos rubios, y tu rostro hermoso y lleno de bondad.
—De mí el físico. ¿Ves? Formamos un gran equipo, ¿verdad?
La bruma lo oscureció todo.
Entonces, de repente, ambos desaparecieron de aquella cómoda cama llena de amor y buenos deseos, y se vieron los dos envueltos en llamas.
Las flechas poblaban el cielo oscuro.
Atravesaban la madera y sus cuerpos.
Y los dos morían quemados.
Uno al lado del otro.
Juntos.
Noah abrió los ojos. Aquel susurro aún los acompañaba.
Le decía algo. Esta vez, de entre sus ininteligibles palabras, detectó por primera vez un tono. Un tono interrogante. ¿Le estaba preguntando cosas?
No obstante, no entendía lo que decía, así que no podía contestarle.
Cuando focalizó la mirada, comprobó que Nanna lloraba sobre su pecho. Aquello le llegó al alma. Levantó los brazos y la abrazó, cubriéndola e intentando calmar sus hipidos.
—Me rompe el corazón oírte llorar, Nanna. —Sus ojos parecían tan atormentados como los de ella.
Estaban en el suelo de la cueva.
Seguían desnudos, pero no tenían frío. El berserker irradiaba un calor fuera de lo común, pero nada raro en los de su especie.
—No soy yo. No puedo ser yo —dijo ella, llorando.
Noah levantó la cabeza y la tomó de la barbilla.
—¿Por qué no?
—Porque las valkyrias no podemos tener hijos… —Dos enormes lágrimas rodaron por su barbilla y cayeron sobre el pecho de Noah—. No podemos —repitió.
Noah le secó las lágrimas con los dedos y le acarició la cabeza, compasivo y enternecido con su reacción.
—¿Y tú quieres tenerlos algún día?
—Yo… Me encantaría —aseguró ella—. Por supuesto que sí. No sabía que me gustaría… Pero he sentido la sensación de tener vida dentro de mi en el sueño y es tan bonito… —Arrancó a llorar—. Lo sentía… mío… —Se acarició el vientre con nostalgia.
Noah pensó que también a él le gustaría que Nanna pudiera concebir un hijo suyo.
—Pero no puedo —aclaró ella—. Freyja no quería que sus guerreras tuvieran relaciones con los hombres y nos hizo vírgenes y estériles. Todo a la vez —añadió con amargura—. En el Asgard no se podían tener relaciones sexuales.
Noah arqueó las cejas rubias. Se imaginó un cartel del estilo «prohibido fumar», pero con la advertencia de «prohibido fornicar».
—Pero ahora ya no, ¿no? Ya no eres virgen, ¿no?
Nanna lo miró como si estuviera loco.
—Pues no lo sé… ¿Se lo pregunto a mi himen? Creo que me lo dejé en algún lugar entre Inglaterra y Noruega.
Él se echó a reír.
Qué curioso despertar de una pesadilla de vida y muerte rodeado de los brazos y las piernas de Nanna, hablando de la parte bonita de un sueño, sin dejarse llevar por la negativa.
—¿Por qué no quieres hablar de lo que nos pasa después? —preguntó él, jugando con sus trencitas entre los dedos—. ¿Lo vas a ignorar?
Ella negó con la cabeza y besó su pezón moreno.
—Porque he decidido que no pienso morir quemada. Y tú tampoco. Mataré a las nornas si es preciso, para que tejan otro telar. Éste que nos dejan no me gusta.
A Noah le hizo gracia el comentario, como si ella pudiera hacer eso. Pero ambos sabían que no podía. Era doloroso reconocer que tenían sueños comunes donde parecían adoptar otras vidas, y después morían juntos.
Lo mejor sería no volver a hablar del tema, pero Noah no lo podía olvidar.
Él no quería morir, y menos ahora que tenía al amor de su vida a su lado.
—Nanna.
—¿Mmm?
Noah tenía la vista fija en la luna, que casi no se veía a través del agujero. La noche y la vida seguían su camino.
—No vuelvas a mentirme. Y no vuelvas a huir de mí. —Se dio cuenta de que repetía de algún modo las palabras que se habían intercambiado en el sueño anterior.
Nanna frotó su mejilla contra su pecho y levantó la mirada, realmente arrepentida.
—No quería dejarte. No quería que me apartaras de ti —explicó ella, todavía afectada—. ¿Qué sentido tiene encontrar a mi einherjar si no puedo luchar a su lado?
Noah no podía sentir más admiración hacia ella. Incluso, sabiendo que corrían un futuro incierto juntos, Nanna continuaba allí, con él.
—¿Sientes que amas al hombre del sueño? —le preguntó de sopetón.
—Sí —contestó, sincera—. A pesar de no estar segura de que seamos nosotros… Sí, tengo la sensación de que algo hermoso crece dentro de mi pecho. ¿Y tú amas a la mujer?
—Sí. Siento que la amo, pero es una sensación diferente a la que siento ahora… por ti.
Nanna se incorporó sobre un codo y se apoyó en él.
—Es algo raro de explicar —dijo él.
—Sé cómo te sientes. Yo siento cosas por ese hombre, pero es algo tranquilo y sosegado. No tiene nada que ver con esta locura ni con esta sensación de ahogo que siento estando contigo —dijo ella.
—Dicho así parece desagradable.
—Me siento así porque temo no volver a verte. Estoy pensando que, tal vez, un día, ya no pueda tocarte… He descendido tarde, a un paso de la batalla final y del supuesto ocaso de los dioses. No sé cuánto nos queda. Pero quiero seguir viviendo esto contigo. Hasta el final.
Noah sonrió, la tomó del rostro y la acercó a sus labios.
—¿Y si te digo que yo me siento igual? ¿Y si te digo que me muero cuando…?
—Perdón, Daeg. —Kherion los interrumpió. El elfo estaba de espaldas a ellos, pues no quería ver nada indebido.
Noah colocó a Nanna tras él y miró a Kherion, asegurándose que no veía ni un centímetro de la piel de la valkyria.
—¿Qué pasa, Kherion?
—Es la Madre Tierra.
—¿La Madre Tierra? ¿Te está hablando?
—Sí.
—¿Y qué te dice?
—Que este lugar se empieza a abrir. Tenemos que huir de aquí y proseguir vuestro viaje. No disponemos de mucho tiempo más antes de que nazcan los hijos de Loki.
—¿Qué nazcan los hijos de…? —Noah frunció el ceño y se levantó desnudo, completamente alarmado—. Los huevos. Van a eclosionar.