Capítulo 21

Corría sin detenerse.

Dejaba atrás cimas abruptas y montañosas, moteadas por extensos glaciares. El fiordo que nombraba Róta se extendía a través de los parques del Jotunheim y Jostedalsbreen, y los traspasaba como brazos fríos y helados, que los abarcaban. Estaba claro que eran de su propiedad.

Los mares congelados rodeaban aquella tierra, llena de cadenas en las que Tolkien se había inspirado para sus libros. Valles orientados de norte a sur, verdes y cubiertos de nieve. Valles solitarios desprovistos de gente que los pudiera regentar en ese juicio final que todos esperaban, por mucho lucharan por evitarlo.

Nanna lo sabía. Sabía que muchos de los habitantes de esas comarcas eran ahora miembros de los ejércitos de Loki. Tarde o temprano se enfrentarían a ellos. La valkyria ya no quería pensar en si una vez habían sido solo humanos. Ahora eran el enemigo y no tendría compasión.

Llevaba la llave de Noah en de su mano. No la soltaría jamás.

Solo debía encontrar el glaciar de Jostedalsbreen y entrar a través de su cima. Róta había dicho que en sus entrañas se escondía lo que estaban buscando.

Pues bien, iba a demostrarle que ella lo hallaría y que sobreviviría a su búsqueda.

Las costas recortadas serraban el paisaje tan místico y maravilloso. No podía comprender como había jotuns en él. Pero Loki siempre se las arreglaba para engañar. Se disfrazaba de algo hermoso y después mostraba su fealdad en todo su esplendor, cuando ya era demasiado tarde para escapar de la encerrona.

Cascadas y acantilados en la lejanía atraían su atención, recordándole paisajes del Asgard o del reino de los elfos.

Pensó en Noah.

Seguramente le habría sentado fatal su deserción.

Pero aquello lo hacía por él y por ella. Por los dos.

Tenía el Brisingir, que se iluminaba en cuanto había jotuns alrededor: los dejaba cegados y arrodillados. Nadie podría hacerle daño.

Ella sobreviviría, encontraría su tesoro y Noah se sentiría orgulloso.

El problema era que no conocía esas tierras, y todo lo que le rodeaba era parecido, como si estuviera constantemente en el mismo lugar.

Esperaba que la llave le indicara dónde debía de ir, cómo llegar hasta allí; pensaba que sería como una puñal guddine que se calentaba cuando había algún dios cerca. Pero ni la runa grabada en la llave ni la misma llave se calentaban ni se iluminaban.

¿Eso quería decir que estaba lejos de Jostedalsbreen?

Noah y los hudriels seguían el rastro de la valkyria.

Estaba anocheciendo con rapidez.

Cada roca parcialmente quemada o cada paso demasiado largo y distanciado grabado en la nieve les indicaba que ella había pasado para allí.

Y su olor. Su olor característico a algo dulce y picante a la vez, como a golosina ácida, lo guiaba tras ella. Cuanto más cerca estaba, más penetrante era su aroma.

Noah no la dejaría escapar.

Dioses, estaban tan asustado de no tenerla cerca…

No era que no confiara en sus capacidades. Lo que le sucedía era que creía demasiado en su sueño y lo atormentaba pensar que no había una salida mejor para los dos que quemarse juntos.

¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? No lo sabía.

Pero sucedería. Su visión era tan real como una profecía.

¿Por qué Nanna no podía comprender que no quería que ella sufriera esa suerte?

¡Comportándose de ese modo lo hacía sufrir a él!

—Ella sigue viva —le informó Kherion.

Noah no necesitaba escuchar ese tipo de información. Sospechaba que, si a Nanna le sucediera algo, él lo sentiría, de tan unidos que estaban.

—¿Cómo lo sabes?

—Nos lo dice el viento —contestó corriendo a su lado, tan veloz como él.

Noah parpadeó, confuso.

—¿Sabes dónde está en cada momento?

El hudriel asintió.

—La naturaleza nos cuenta todo lo que necesitamos saber y tener a la vista. Y nos oculta cuando más lo necesitamos —dijo sin apenas mover los labios—. Tenemos escondites, miradores, y refugios. La diosa Nerthus selló muchas cuevas para que no pudieran entrar los siervos de Loki. Los elementales siempre estarán de nuestra parte.

Noah lo escuchaba con atención, observando que ninguna rama ni roca caía sobre Kherion ni su gente, mientras que él debía maniobrar para no caerse o darse de bruces con sus vertiginosos saltos.

—¿Y qué te dice el viento?

—Me dice que el fiordo de Sognefjord recorre el parque de Jostedalsbreen, al igual que el del Jotunheim. Es un fiordo lleno de poder, cuyas profundidades ocultan muchos secretos.

—Lo sé —contestó Noah, recordando lo que había visto en la cueva de las agonías. Lo que fuera que abría esa llave estaba bajo el hielo—. Ahora dime dónde está Nanna. ¿Podemos llegar hasta ella? Pero todo en aquel paraíso era hielo.

—Podemos…, pero te congelarás —le aseguró Kherion.

—No me congelaré. Haré lo que tenga que hacer para llegar hasta ella.

—Viajaremos a través del fiordo. Debemos pedirle permiso a sus aguas. ¿De veras quieres hacerlo?

—¿Por Nanna? Por supuesto. Por favor, haz lo que debas. Yo te seguiré.

Kherion alzó la mano para detener a toda su gente.

Cerró los ojos y tocó un charquito de agua que reposaba sobre una roca helada. Frotó el líquido entre sus dedos y susurró una especie de plegaria.

—El agua nos da su permiso para encontrar a la portadora del Brisingir. Y también para llevarte a ti. Es la primera vez que un berserker prueba el transporte de los hudriels.

—Me siento honrado por ello.

Su pueblo habló agradecido, en su idioma élfico. Kherion les dijo que se dejaran caer al agua congelada que había al pie de la montaña. Caída libre.

El hudriel miró a Noah con admiración.

—Cógeme del antebrazo.

Noah le obedeció.

—¿Estás preparado? Esto no tiene que ver con nada de lo que hayas experimentado antes. No hay nada más poderoso que la Madre Tierra. Tú das saltos poderosos y mutas. Nosotros utilizamos el clima, la flora y la fauna para hacernos más fuertes. Ésos son nuestros dones.

—Estoy preparado.

El berserker cogió aire y asintió con la cabeza.

Kherion saltó por el acantilado que bordeaban. Juntos se dejaron caer a las profundidades heladas.

Su pueblo entero los siguió.

Nigardsbreen.

En Noruega el día no era demasiado claro.

Lo llamaban «la noche polar civil» o «noche blanca». Durante el día, si además el cielo estaba encapotado, como entonces, la luz escaseaba.

Aun así, había claridad. No demasiada, pues el sol se ocultaba con celeridad. Entonces Nanna sabía que era el tiempo perfecto para los nosferatus y todas las criaturas nocturnas de Loki que asolaban aquellas montañas, para salir y matar.

Estaba sola y seguía sin encontrar la dichosa montaña que le había mencionado Róta. Sin un humano a quien preguntarle y su famosísimo sentido de la orientación, que brillaba por su ausencia, estaba perdida.

—Dioses… —susurró en voz baja, caminando sobre la prístina y pura nieve que nadie había pisado en mucho tiempo—. Estoy más perdida que el famoso Noé en Titanic.

No paraba de frotar aquella ficha ovalada entre sus dedos. Entonces recordó lo que le dijo Noah sobre meterla entre sus piernas.

Se echó a reír.

¿Cómo estaría? Se habría disgustado mucho por su huida. Las valkyrias la habían lanzado bien lejos, lo suficiente como para ganar medio día de diferencia.

Pero ya lo echaba de menos. ¿Cómo era posible que no se sintiera a gusto sin él?

Antes, cuando no estaba vinculada y estaba sola, era feliz, ¿no?

Observó la runa grabada y negó con la cabeza.

No. Antes no tenía nada que le importara como le importaba Noah. Vivía despreocupada, sin más ocupación que recoger cadáveres en la Tierra.

Ahora todo era diferente.

¿Debería agradecerle a Noah el haberse vinculado? Se frotó la marca del cuello con frustración. Noah estaba pensando en ella y no demasiado bien, porque la marca le escocía y le apetecía arrancársela del cuello.

Enfadada con la situación, tiró la ficha contra el tronco de un árbol. Rebotó y cayó en la nieve.

—¡Haz algo! —le gritó como si fuera una persona—. ¡Enséñame cuál es el camino! ¡¿Qué demonios eres?! ¡¿Qué diantres abres?! Ilumínate, tiembla… ¡Pero ayúdame! No sé por dónde seguir… —Se agachó de nuevo a recogerlo—. Y… ¡Y me estoy congelando!

Nanna oyó un gruñido a su espalda. Una ramita se rompió bajo la bota de alguien.

Se dio la vuelta buscando el origen de esos sonidos.

Y se encontró con algo que jamás hubiera querido ver de nuevo.

Trolls.

Detrás de los trolls había dos humanos. Bueno, lo que antes eran humanos. Tenían la boca manchada de sangre. Tras ellos, entre los tupidos y frondosos árboles, habían dejado un reguero de sangre de un par de ciervos mordidos y degollados.

—Joder, los Cullen están aquí… —musitó controlando sus movimientos.

Era normal que los nosferatus bebieran sangre de animales, puesto que todos los humanos de las comarcas de Noruega y de alrededor del Jotunheim habían sido transformados para pelear al lado de los jotuns.

Los nosferatus y las criaturas de Loki habían salido, dispuestos a eliminar a cualquiera que osara pisar aquellas tierras y no hubiera prestado juramento a su dios.

Nanna podía con cinco. De eso estaba segura. De lo que no estaba tan segura era de poder con diez. Y es que cinco más habían aparecido por su espalda.

Debía actuar rápido y con determinación.

Sus manos se cargaron de electricidad.

Lanzó dos rayos a dos trolls. Cuando dos de los nosferatus que había tras ella intentaron cogerla, dio un salto mortal hacia atrás. Cayó justo a sus espaldas. Conjuró las flechas eléctricas de las bue. Les atravesó las columnas, directas al corazón.

Sin embargo, aún quedaban seis por eliminar. A esos seis se les unieron cuatro lobeznos más. Volvían a ser diez.

Diez contra ella.

Nanna pensó en Noah. Sus alas tribales se desplegaron. Los jotuns se quedaron estupefactos.

La valkyria alzó el vuelo con una sonrisa.

En su fuga no había querido utilizar ni rayos ni alas, puesto que no quería llamar la atención de los esbirros de Loki.

Esta vez debía utilizar todos sus recursos para escapar, o ellos la cogerían y la matarían. Y, lo peor, robarían la llave de Noah.

Nanna se dio la vuelta y quedó suspendida en el aire. Se abrió el chaleco y mostró el collar de Freyja.

—¡Soy la portadora del Brisingir, jotuns! —gritó esperando que la luz que ella no veía cegara a los monstruos que la esperaban entre abetos y nieve.

Los babeantes trolls la miraban desde abajo. Uno de ellos curvó un deforme labio hacia arriba, una sonrisa siniestra que no presagiaba nada bueno.

Lo nada bueno era que el Brisingir no les hacía nada.

Lo peor llegó en forma de hachazo a la altura de la espalda.

Un nosferatu oculto entre las nubes, con pinta de leñador frustrado, la cortó con su haz. Sus alas se replegaron por la herida y el terrible dolor.

Nanna iba a caer al glaciar que había a cientos de metros bajo sus pies.

Una vez allí, debería escapar de sus perseguidores. No lo tenía nada fácil.

Ya no podía volar hasta que se le cicatrizara la herida. Además, para eso necesitaba a Noah.

Y Noah no estaba con ella.

Porque ella lo había engañado y lo había dejado atrás.

Aquello era un jodido desastre.

¿Acaso la libertad podía ser una extenuante y tormentosa sensación de estar congelándose? Ni siquiera se sentía el cuerpo. Solo había dolor. La loca sensación de que no tenía ni una extremidad completa, pero le dolía todo.

Noah era mecido por los brazos del fiordo de Jostedalsbreen. Kherion se comunicaba con él mentalmente, informándole sobre cada sensación que podía traspasar al berserker y contrariarlo.

«Ahora eres agua helada como él».

«¿Él?», preguntó Noah.

«Sí. Él —contestó Kherion—. Cada elemento que puebla este reino tiene vida y es una entidad individual. El agua helada permite que viajes a través de ella. El fiordo de Jostedalsbreen pasa por el valle frío de Niversgreen. El agua nos dice que la portadora del Brisingir acaba de caer en él, y tinta su agua de sangre».

A Noah se le disparó el corazón.

«Pero ¡¿sigue viva?!».

«Sí, permanece con vida. Los esbirros de Loki han dado con ella. No lo permitiremos, Daeg. Jostedalsbreen nos llevará hasta tu mujer».

«¡Llévame más deprisa!», pidió ansioso.

Kherion permaneció en silencio, pero su ruego fue escuchado por los hudriels.

Su no cuerpo absorbió la escarcha que se cruzaba en su camino bajo el hielo. Le dolieron los oídos y la cabeza. Sentía que los ojos le iban a estallar.

Nanna había caído sobre sus pies en el valle helado. El hielo había quebrado por el impacto de la valkyria. Ahora, un agua tan fría como la muerte emanaba de sus grietas. La superficie helada del valle se haría añicos. Pero, al parecer, eso era algo que a los trolls ni a los lobeznos que iban a por ella les traía sin cuidado.

La valkyria había contado que la cercaban unos cuarenta secuaces del Timador, a cual más feo y horrendo, a cual más sádico.

Los nosferatus volaban a dos palmos del hielo, con los cuerpos inclinados hacia delante. Tenían los colmillos completamente expuestos. Sus caras de odio reflejaban una absoluta determinación por acabar con su vida.

Nanna se protegió como pudo de sus ataques. Lanzaba rayos, clavaba flechas, daba puñetazos y, si hacía falta, también mordía.

Pero una mujer, por muy fuerte que fuera y por muy valkyria que se considerase, podría con dos hombres con dos dedos de sus manos, tal vez, incluso, mataría a cinco jotuns. Luego acabaría con cinco más, si se lo propusiera y agotara sus últimas fuerzas.

Lo que no podría hacer jamás, a no ser que fuera Bryn, la Salvaje, era acabar con cuarenta jotuns de golpe. Ella podría haberlo hecho si el collar hubiera funcionado, incluso podría haber matado a veinte o treinta, si no hubiese recibido el hachazo en la espalda.

En inferioridad de condiciones, ellos la ganarían, pero Nanna lucharía hasta el final y protegería aquello que más le importaba. La llave y su corazón.

Si le quitaban el corazón, moriría.

La estaban mordiendo, la golpeaban, pero ella no se rendiría. No sabía cómo debía escapar de allí. Tal vez, si aquel hielo tan grueso se rompía del todo, podría internarse en el agua y escapar por debajo de su capa.

Los trolls odiaban el agua. Aquella superficie era más propia de purs y de etones.

Y, entonces, como si Nanna los hubiera convocado, el valle vibró y su capa de hielo se estremeció, tiritando como si el mismo valle no supiera lo que se avecinaba.

Un nosferatu, con profundas entradas y rostro cerúleo la cogió del cuello y la levantó. Retiró el pelo de su chaleco ensangrentado y alargó los dedos hasta el Brisingir.

—Mi señor quiere esto… —murmuró, ajeno a la sacudida bajo sus pies.

Nanna abrió sus ojos, tan hinchados, y le escupió la sangre que le salía de la boca.

El vampiro la abofeteó y tiró del Brisingir para arrancárselo del cuello, pero la joya de Freyja le quemó los dedos.

Siseó, dispuesto a aguantar el dolor. Sin embargo, antes de hacerlo, recibió un mensaje de Loki, una mensaje mental, que le decía que para poder quitarle el Brisingir, ella debía morir.

Sin avisar, hundió los dedos en su pecho y tiró de él.

Nanna sintió una durísima sensación de pérdida. El dolor fue insoportable.

Entonces lo supo: iba a morir.

Justo cuando cerraba los ojos, el hielo bajo los zapatos negros del nosferatu explotó.

De su interior, emergió Noah, chorreante de agua a su alrededor.

Arrancó a Nanna de los brazos del vampiro y la sumió en un abrazo protector, dándole la espalda a todos.

Las runas de su rostro se iluminaban con una especie de luz amarillenta, como si se prendieran.

Los hudriels acabaron por romper la escarcha de varios centímetros de grosor que cubría esa zona del valle.

Saltaban con elegancia sobre los trozos de hielo y utilizaban una especie de bastón alargado de madera y metal, que recordaba a los japoneses. Eran parecidos a una pértiga.

Con él golpeaban, inmovilizaban y atravesaban los cuerpos de los trolls y de los lobeznos. Puesto que no volaban, no podían alcanzar a los nosferatus, pero no importaba: podían lanzar sus bastones a lo alto, pero luego volvían a sus manos. Y los lanzaban con tanta fuerza que parecían auténticas estacas voladoras.

Era una guerra.

Noah dejó a Nanna malherida sobre una parte del hielo sin quebrar. Se agachó y le acarició el rostro sanguinolento. Se aseguró de que seguía con vida. Así era, a pesar del horrible agujero que lucía en el centro del pecho. Esos hijos de perra le habían intentado arrancar el corazón.

—Tú…, tonta —le gruñó.

Necesitaba matar, eso era exactamente lo que le pedía el cuerpo. Y cuando se sentía así desaparecía toda esa bondad que los demás tanto admiraban en él.

Abrió el chaleco de la valkyria y dejó que el collar hiciera su trabajo.

Los monstruos cedieron a su luz, tal y como había sucedido en el monte de Rauma. Eso les dio la oportunidad de acabar con ellos.

Noah se levantó con lentitud. Sentía el cuerpo tenso y descontrolado por el cambio de temperatura. Además, ya no estaba bajo el agua. Ahora se encontraba en el exterior, para matar a todos los que querían hacer daño a su estúpida y repelente kone.

Gritó y su cuerpo mutó.

Se dio media vuelta. Sus alas se desplegaron. No volaría demasiado alto, no sobrepasaría las montañas que bordeaban el valle. Lo que sucedía allí, allí se quedaba. Volaría solo lo suficiente como para matar a los vampiros neófitos que se habían atrevido a morder a su Nanni.

Fue uno a uno.

Aquellas criaturas no tenían ninguna oportunidad de sobrevivir ante él.

Era un berserker con alas de einherjar. Era invencible.

Se aprovechó de eso y de la cólera que lo embargaba para arrancar cabezas y corazones. No tuvo piedad.

Los nosferatus caían como moscas. Algunos se deshacían en el cielo; otros, en el hielo.

Muchos gritaban despavoridos por la fuerza de Noah y sus artimañas violentas.

Mientras tanto, los hudriels hacían su trabajo.

Reducían a los trolls y a los lobeznos, sin aspavientos, sin decoraciones. Un golpe aquí, otro allá, siempre en puntos vitales que acababan con la inmortalidad de esos seres. Y todos caían: uno tras otro.

Cuando el valle quedó plagado de cuerpos de hudriels heridos y jotuns muertos, Kherion se quedó mirando al cielo. Dio un pequeño paso hacia atrás, como un bailarían, para dejar que el último cuerpo de nosferatu que Noah había degollado cayera justo delante de él y desapareciera sobre el agua, la nieve y el hielo.

Ahí lo tenía. Era el último.

Noah aterrizó junto al hudriel. Todavía tenía las alas abiertas, el pelo suelto y el rostro lleno de restos de una sangre que no era la suya.

—Invocaré al resto de los guerreros de mi pueblo —convino Kherion, que colgó su bastón retráctil a su espalda—. No nos dejarán salir de aquí. Tarde o temprano llegarán los refuerzos.

—Necesito llevar a Nanna a un lugar seguro.

—Pediremos a la montaña que nos revele una hule. —Con el antebrazo se limpió una mota de sangre de la barbilla.

—¿Una hule?

—Las cuevas sagradas de Nerthus. Allí podremos escondernos y reponer fuerzas antes de proseguir el viaje. Mientras tanto, dejaré un mensaje al viento para los míos. Necesitamos más gente hudriel con nosotros.

Noah se sentía muy agradecido con Kherion y su pueblo. Y los admiraba. Era un honor luchar con ellos.

—¿Cómo darás ese mensaje?

—Solo tienen que escuchar nuestro sonido.

El berserker miró a su alrededor y recogió a Nanna. Se sentía bastante cansado. El pelo rubio le cubría parcialmente el rostro. Sostuvo a la valkyria con un brazo y con la otra mano libre levantó el oks de su hermano Adam. Entonces lanzó al aire un grito de victoria y guerra.

Kherion hizo lo mismo.

Los hudriels alzaron sus bastones y gritaron con el berserker y su líder elfo por la conquista del valle de Niversgreen.