Capítulo 2

—Sostenedla —ordenó Bryn a sus hermanas.

—Está ardiendo. —Gúnnr le puso las manos sobre el cuerpo, agarrándola de las piernas y observando cómo Róta hacía lo propio con los brazos.

La habían tumbado en una de las camas de las habitaciones que daban al interior del lago.

La luz azulada y acuosa que entraba por las ventanas circulares, como si se tratara del camerino sumergido de un barco, contrastaba con la palidez del rostro de Nanna y sus ojos enrojecidos por las lágrimas.

—Pero ¿qué le pasa? —preguntó Róta.

—Es Freyja —contestó Bryn—. Cuando metió a Nanna en la cuna y le hizo el bautismo de las valkyrias, le dijo que si alguna vez un hombre vivo la tocaba sufriría el dolor de su ira. La ha azotado con sus rayos.

Róta y Gúnnr se sobrecogieron. La ira de Freyja era el peor castigo que una valkyria podía recibir.

—Noah es un resucitado, ¡esto no debería contar! —gritó Róta, afligida al ver el hermoso rostro de Nanna completamente desvaído.

Bryn sonrió y negó con la cabeza mientras le quitaba las botas a su hermana catatónica y apartaba la colcha blanca de la cama.

—No importa lo que sea Noah ahora —apuntó Bryn—. Tiene que bajarle la fiebre. Ayudadme a desnudarla. Si la ponemos bajo la alcachofa de la ducha y la bañamos con agua helada, tal vez… Pero ¿qué es esto?

Las tres valkyrias apartaron sus manos del cuerpo de Nanna al ver que un tipo de hiedra, inexistente en aquella habitación, recorría la madera de la estructura de la cama, se arrastraba por el cobertor blanco y cubría lentamente el cuerpo de la valkyria. Rodeaba brazos y muñecas, y los tallos más gruesos arrullaban el cuerpo, hasta sepultarla en una cúpula natural de color verde y marrón, propia de la madre naturaleza.

Las tres guerreras se miraron entre sí, sin entender qué era lo que sucedía.

Hasta que al mismo tiempo dijeron:

—Freyja.

La diosa sanaba a sus valkyrias, heridas por las flechas de los elfos oscuros y sus serpientes venenosas, invocando lo dones de su madre Nerthus, la diosa de la Tierra, confinada eternamente en el Midgard para ayudar y contactar con los humanos con gracias divinas. La cazadora Ruth, María Dianceht y las sacerdotisas trabajaban para ella. Nerthus siempre trabajaba con la naturaleza para manifestarse; Freyja, a veces, utilizaba sus mismos poderes.

—Huele a bosque —susurró Gúnnr.

Las cuatro valkyrias, excepto Gúnnr, habían sido tratadas en el Asgard por la diosa y los tallos leñosos y trepadores de su hiedra medicinal. Aquello le aliviaría el dolor, y poco a poco la sanaría. Al fin y al cabo, Freyja no querría ver a Nanna sufrir eternamente.

—¿Qué ha pasado?

La voz de Noah alertó a las valkyrias, las cuales se pusieron estratégicamente frente a la crisálida verde bajo la que se hallaba su hermana. Lo miraron con ojos enrojecidos rebosantes de malquerencia y animosidad. Por su culpa, Nanna estaba sufriendo el tormento de la diosa.

—¡¿Qué crees tú que ha sucedido?! —replicó Bryn cargando sus manos de hilos de electricidad rojiza y azulada—. ¡Esto es por tu culpa!

Noah observó a la Generala, que se acercaba a él con ganas de electrocutarle; entonces, el berserker alzó su cuchillo guddine, cuya hoja se iluminaba con inscripciones en futhark. Los símbolos se movían a través del metal.

—¿Es el puñal guddine de Nanna? —preguntó la Generala estupefacta—. ¿Lo puedes tocar? —no comprendía nada.

—No solo lo puedo tocar —aseguró Noah—. Además, Freyja me manda mensajes como si fuera un puto móvil.

—¿Freyja? —La rubia se plantó ante él y clavó sus ojos rojos en el arma—. ¿Qué te dice mi diosa?

Noah le mostró el mensaje, que lo leyó en voz alta:

—Cuando se abra la crisálida, tómala.

Las palabras de Freyja cayeron como una jarra de agua fría.

—¡Y una mierda! —espetó Bryn.

¿Que tomara a Nanna? ¡No! ¡Ni hablar!

—No vas a tocar a Nanna —aseguró Róta con su mirada rubí centelleante—. Antes tendrás que pasar por encima de mí, bengala.

Noah analizó la situación y se encogió de hombros.

—Nanna es mi pareja. Mi kone. Me encomendé a ella. ¿Por qué no iba a disfrutar de lo que nos da nuestro vínculo? —insinuó, provocador. Bajo ningún concepto poseería a Nanna sin su consentimiento. Él no estaba hecho de esa pasta. Aunque se lo ordenara la diosa, no iba a hacerlo. La valkyria debía aceptarlo antes, ¿no? Aunque lo cierto era que imaginarse sepultándose en el interior de aquella chica le revolvía la mente y lo excitaba de una forma exagerada.

—¿Que por qué no? —repitió Gunny retirándose el flequillo de los ojos—. Porque soy capaz de matarte, Noah.

—No puedes —señaló él—. Te mataría yo antes.

—Soy la hija de Thor, chucho —rebatió ella dando un paso adelante—. ¿De verdad piensas que él dejaría que acabaras conmigo? Tengo el Mjölnir colgado del cuello. No podrías contra mí.

—Puedo tocar puñales guddine, captar tótems sagrados y sobrevivir a la punta de Gungnir. No soy fácil de matar. —Arqueó las cejas rubias y sonrió—. Y ni siquiera sé por qué. Además, son órdenes de vuestra diosa. No voy a desobedecerlas.

—Nuestra diosa, a veces, es muy putilla. —Róta apretó las manos formando unos puños tensos y temblorosos—. Sus decisiones y su liderazgo están sobrevalorados. No vas a tocarla mientras estés bajo mi mismo techo, se enfade Freyja o no.

Noah relajó el rostro y sonrió con sinceridad. Dejaría de jugar con ellas, ya le habían demostrado lo que no hacía falta que demostraran; su lealtad y su hermandad las unas para las otras, como las más dignas mosqueteras.

—Me alegra ver que Nanna tiene unas protectoras tan inflexibles. Mataríais por ella.

—Mataríamos por defender a cualquiera de nosotras —aseguró Bryn—. No es bueno que nos provoques así. El Midgard nos tiene completamente revolucionadas y ha hecho desaparecer el poco sentido común que teníamos. La guerra hace que no pensemos ni un momento a quién debemos eliminar.

—Relajaos, por Odín —dijo él echándose a reír—. No tengo intención de hacer tal cosa. No voy a forzar a nadie. Antes de éste, había recibido otro mensaje que decía que debía ir a la Black Country y pedir que me ayuden a contactar con Nerthus —explicó, seguro de sí mismo—. Y eso haré, pero tengo que llevarme a Nanna conmigo.

El rostro de las tres valkyrias se relajó visiblemente.

—¿No la vas a violar?

—No, maldita sea —gruñó Noah—. Pero la necesito. Necesito que esté a mi lado. Freyja me pide que me la lleve, aunque me dice que no podré tocarla hasta que lo decida Nerthus. No la tocaré cuando salga de ése… cascarón o lo que sea… Pero no hay duda de que es mía, y por eso no permitiré que ninguna de vosotras se interponga, ¿de acuerdo?

—Mientras no le hagas daño, que ya se lo has hecho —espetó Gúnnr, venenosa—, y no la toques, que ya la has tocado…, todo estará bien.

—Esperaré lo que haga falta para hacerlo. Mientras tanto, prometo no hacerle daño. —Si Nanna era su mujer, debía llevarse bien con sus amigas.

Bryn frunció el ceño y se mordió el interior de la boca como si dudara de si debía retirarse o no. Había aprendido con el tiempo que las decisiones de la diosa siempre tenían un trasfondo y unas segundas intenciones. Nada era gratuito. Todo se hacía por algo.

—Cuando se abra la crisálida, podrás llevártela.

—¡Bryn! —refutó Róta, disconforme—. ¡Es Nanna! ¡Su función es sagrada! No puedes… ¡No sabemos por qué se tiene que llevar a Nanna! Si ella no se lleva a los guerreros caídos, ¿quién se los llevará? La Tierra se llenará de cadáveres valiosos para los dioses.

—Freyja ordena y, por mucho que nos disguste, obedecemos —dijo Bryn, zanjando el asunto—. No depende de mí saber quién se hará cargo ahora de los muertos. Al final, a pesar de todos los inconvenientes, la diosa siempre nos ayuda. Y no creo que esta orden sea diferente.

—Freyja no nos ayuda. Freyja nos hace putadas —aclaró Gúnnr.

Róta y Bryn se miraron la una a la otra. Ellas sabían de buena tinta lo que era ser fichas y peones de la diosa Vanir. Sin embargo, después de estudiar los acontecimientos desde todas las perspectivas posibles, no podían decir que la Resplandeciente no hubiera hecho lo mejor para ellas y para el desarrollo del Ragnarök.

—De acuerdo —asintió Róta—. Lo que sugieras, Generala.

Bryn le sonrió. Gunny miró vacilante la crisálida. Nanna era su querida hermana. Si sufría más de la cuenta, Noah lo pagaría.

—Puedes fiarte de mí, Gúnnr —confirmó Noah con docilidad y empatía—. La protegeré con mi vida.

La valkyria morena resopló y al final claudicó, alejándose de la hiedra.

—Te tomo la palabra, berserker —lo amenazó.

—Hazlo. No os defraudaré.

—Ya lo has hecho. La tocaste cuando sabías que no debías hacerlo. Menos veinte para ti. —Gúnnr lo miró de reojo con sus ojos azulados y pasó de largo como si le perdonara la vida—. A ver cómo piensas recuperarlos. Y, de todas formas, todavía tendrás que soportar la ira de Nanna.

—Me la ganaré —dijo seguro.

Gúnnr resopló como si no se lo creyera.

—Nanna confía en las personas y lo da todo en cuanto te conoce. Pero, si se la juegas, es la peor valkyria con la que te puedes topar. Tiene mucho carácter. No dejará que la toques hasta que no crea que ya has pagado suficiente por haberle hecho daño.

Noah aceptó la acusación, aunque no había sido su intención hacer eso. Estaba desorientado, cansado y volando… Tocó a Nanna porque no sabía si lo que estaba experimentando era un sueño o era real. Las consecuencias habían sido terribles y dolorosas para ella. Pero se cuidaría de no volver a herirla.

—La crisálida la sanará. La hiedra anulará el dolor. Entonces, cuando ella se encuentre bien, los tallos se apartarán y se abrirán —anunció Bryn, que se alejó de la cama para abandonar la habitación. Sus hermanas la precedieron—. Estás a cargo de ella. No vuelvas a tocarla. No me decepciones. —Se detuvo y añadió—: Vigílala.

Noah asintió con la cabeza. Cuando estuvo solo, se relajó y centró toda su atención en la hiedra que rodeaba el cuerpo de la valkyria.

Suya.

Necesitaría descansar para estar bien cuando se despertara. Hacía muchos días que no dormía. Se desvelaba con facilidad y tenía pesadillas… Pero se moría de sueño.

Justo al lado de Nanna estaba su hueco, preparado y libre para él.

Se quitó los pantalones negros de capoeira, que era lo único que cubría su cuerpo y la mejor prenda para pelear debido a su elasticidad. Ese tipo de tela resistía a sus mutaciones.

Desnudo, se metió en el baño de la habitación y dejó que el agua limpiara su sangre y su suciedad. No había ninguna herida que debiera cicatrizar. Todas estaban cerradas. Incluso la del pecho.

Mientras el agua caliente lo bañaba de arriba abajo, Noah se frotó la carne a la altura del corazón.

La lanza le había atravesado su órgano más vital: su corazón. Y lo había matado.

Sin embargo, en vez de estar muerto, estaba vivito y coleando en la misma habitación que Nanna: la valkyria que lo traía loco desde que la vio por primera vez, en la pira de Gabriel.

Sonrió melancólico.

Mucho había llovido desde entonces. Pero en una cosa no se había equivocado: aquella joven guerrera era para él.

Y para nadie más.

Con esa idea yació junto a ella, con la mirada amarilla fija en la trepadora que no dejaba ver ni un centímetro de la hermosa piel de Nanna, hasta que los párpados cedieron al cansancio.

El fuego consumía su cuerpo.

El olor a calcinación impregnaba sus fosas nasales.

No podía salir de ahí.

No se podía mover.

El humo inundaba sus pulmones e irritaba sus ojos.

Una y otra vez su pesadilla se repetía. Noah era consciente de que estaba soñando, pero, a la vez, la realidad del sueño lo turbaba y, a veces, incluso le impedía despertarse, y le hacía dudar de si aquel calvario era auténtico o no.

Las flechas llovían del cielo como estrellas fugaces e iban todas a por él, con sus puntas prendidas e iluminadas por el fuego que continuaba incinerando el lugar en el que él se hallaba.

Y, entonces, el silencio.

El silencio llegaba acompañado de un pequeño zumbido en el oído… Unas palabras susurradas en voz muy baja. Palabras que no conseguía comprender, como si fueran herméticas para él.

Y después abría los ojos de par en par, con las pupilas dilatadas y el cuerpo envuelto en sudor frío. Como en ese momento.

Le costó hacerse a la idea de que seguía vivo y en una habitación, pues estaba muy desorientado todavía, pero en cuanto vio las ventanas submarinas cayó en la cuenta de dónde estaba.

Se incorporó y miró inmediatamente al lado derecho, esperando encontrarse con la cúpula de hiedra; en cambio, halló la cama vacía.

Inspiró profundamente y captó el aroma de Nanna: a algo exótico y ligeramente picante. Torneó sus ojos dorados y vio la silueta de la valkyria contra la pared, en una esquina cubierta por la penumbra, resguardada de la claridad de las ventanas.

Noah se acercó a ella poco a poco, desnudo. Y oyó perfectamente como ella tomaba aire y susurraba:

—Bue.

Nanna lo apuntaba con una de sus flechas. Había agitado sus esclavas de titanio y el arco se había materializado entre sus manos. En ese momento, tensaba la cuerda, decidida a atravesarle la piel, si en algún momento ese hermoso hombre se acercaba.

Ese berserker que se había acostado desnudo a su lado, mientras ella estaba en su crisálida recuperándose del castigo de Freyja, la miraba como si estuviera hambriento, aunque había un poco de pesar y remordimiento en sus ojos.

—Estás desnudo.

—Hola.

—Estás desnudo —repitió mientras sus ojos se enrojecían y se apagaban, como si fueran bipolares.

Noah entrecerró los ojos y los desvió hacia su propia desnudez.

—Acabo de ducharme y me he acostado así.

—Ajá. —Tensó la cuerda más, al ver que él daba otro paso hacia delante—. ¿Bryn y Ardan se encuentran bien? ¿Se han recuperado de sus heridas?

Noah no entendió la pregunta, hasta que comprendió que, cuando les hirieron en Machre Moor, Nanna se lo llevó a él muerto, y dejó a sus amigos abajo malheridos.

—Ella te ha traído aquí, junto a Róta y Gúnnr. Ardan y ella están perfectamente.

Nanna afirmó con la cabeza, pero no bajó el arma.

—Me alegra ver que ya estás bien, valkyria.

—¿Lo estoy? ¿Seguro? Porque te aseguro que todavía me duele la piel y el cuerpo por la descarga. Y te lo debo a ti.

—Nanna, no entiendo qué fue lo que pasó, pero nunca fue mi intención herirte…

—Lo que pasó fue que me tocaste. Eso fue —le recordó ácidamente—. Y deja de caminar hacia mí. No te acerques.

—No quiero hacerte daño. —Levantó las manos.

Ella cerró los ojos con fuerza y los abrió de nuevo.

—Mira, así no puedo hablar. No estoy nada receptiva.

—¿A qué te refieres?

—¡Ponte algo ahí abajo! ¡No puedo estar por tantas cosas a la vez…! ¡Tengo la ansiedad por las nubes y tú me desconcentras! —dijo irritada.

—¿En serio?

—Noah… —advirtió con tono mortal—. Estoy completamente descontrolada y muy cabreada contigo. No juegues.

Noah arqueó las rubísimas cejas y sonrió.

—Las valkyrias no tenéis ansiedad.

—Yo sí. Me pongo histérica cuando un hombre vivo como tú se acerca con esos ademanes, como si fuera a romper su palabra otra vez, sabiendo que si me toca me dará un ataque elíptico.

—¿Elíptico? Epiléptico, querrás decir.

—Lo que tú digas —murmuró entre dientes—. Ahora dame una buena razón para que no te cosa a flechazos, cerdo egoísta.

—No te tocaré, Nanna. No lo haré por ahora.

Ella parpadeó, como si no lo escuchara bien.

—Lo siento, me ha parecido escuchar «por ahora».

—Sí, por ahora.

Nanna apretó los dientes y dio un paso hacia él sin dejar de apuntarle.

—No hay un «por ahora», ¿comprendes? Entre tú y yo hay un enorme y explícito «nunca». Es como un cartel parpadeante y en rojo de un puticlub de carretera, ¿entiendes?

Él negó con la cabeza, sonrió y miró hacia abajo.

—No. Me pides cosas imposibles. ¿Y dónde demonios has aprendido a hablar así?

—Recojo a muertos en la Tierra. Pero los vivos dicen auténticas barbaridades. Es inevitable escucharlas.

—Ya —dijo pasmado—. Bueno, la cuestión es que no me puedes prohibir algo de lo que no estoy dispuesto a privarme.

—¡¿Qué no?! ¡Ya lo creo que sí! ¡Si hubieras muerto, podrías tocarme! ¡Si te hubieras quedado con los ojos cerrados y tu corazón hubiera dejado de palpitar, ahora podríamos tocarnos! ¡Pero no! ¡Porque al señorito le encantan las intrigas!

A Noah le encantaba escucharla hablar.

Nanna era divertida y espontánea. Parecía tímida al principio, pero después, en su rostro hermoso, aniñado y pícaro se podía distinguir lo atrevida que era en realidad. Le gustaba el tono y las caras que ponía mientras movía aquellos labios tan seductores, con los reproches de una mujer cabreada. Y su olor y su presencia lo excitaban. Prueba de ello era que estaba empalmado y grueso, y que su enorme erección la apuntaba, igual que ella lo apuntaba a él con sus flechas.

—¿A mí? —repitió él, divertido—. Es a éste al que le gustan las intrigas. —Se señaló el pene.

Nanna miró su entrepierna, tragó saliva y abrió los ojos de par en par.

—Bájala.

—¿Cómo?

—Mi paciencia pende de un hilo. Siento la ira de Freyja en mí y ahora mismo mi sentido del humor raya la depresión. Baja esa cosa, por Freyja…

El berserker se echó a reír.

—No me apuntes tú a mí con lo tuyo. Baja el arco.

—A mí no me hace gracia. Lo digo en serio, Noah. No te imaginas lo que me ha dolido el castigo. Si vuelves a tocarme o a rozarme, ella volverá a azotarme y… Baja eso y deja de señalarme.

—No puedo —protestó él, de buen humor—. Es culpa tuya. Le gustas.

—Tú a mí no. Eres un mentiroso.

Noah puso los ojos en blanco.

—¿Soy un Choppino? —bromeó intentando quitarle hierro al asunto.

Choppino era bueno. Tú eres un capullo. Traicionaste tu palabra. Te lo he repetido cientos de veces, te he advertido sobre lo que sucedería si…

—Ya te he dicho que no te tocaré de nuevo. Pero encontraré un modo de hacerlo sin que sea doloroso para ti.

—¿Por qué ibas a hacer eso después de ignorar mis advertencias con tanta desfachatez?

—Porque no puedo soportar estar cerca de ti y no hacerlo —contestó con voz grave—. Porque llevo siglos esperando a mi kone, y ahora que te he encontrado no te vas a escapar. Ahora no me cabe ninguna duda sobre quién eres. Toda esta atracción que sentíamos el uno hacia el otro, el misterio y la tensión… Lo decían a gritos. Tú eres para mí.

A Nanna se le estremecieron hasta las orejas. Pensó en esa posibilidad. La idea de tocarse sin dolor. La posibilidad de que por fin la tocaran.

A ella le había gustado Noah desde que lo vio. Le encantó, la fulminó. Supo que quería a ese hombre para ella, pero, para hacerlo, Noah debía estar muerto.

El futuro de ellos dos juntos era el mismo que el que tenía el Día de la Marmota. Es decir, ninguno.

Sin embargo, después de sufrir la ira de Freyja, Nanna estaba tan rabiosa que sería capaz de matarlo ella misma, y no precisamente por estar con él toda la eternidad, sino por hacerle sufrir parte del increíble tormento que ella había experimentado en su cuerpo.

No había peor castigo físico que el que infligía la diosa Vanir. Y era una verdad conocida en los Nueve Mundos.

—Y… ¿a quién piensas recurrir para eso, berserker? ¿Quién conseguirá que tú puedas tocarme? —preguntó interesada.

—Tengo que volver a la Black Country. Ahí hablaré con las sacerdotisas. Ellas podrían ayudarnos. Saben sobre magia, y Freyja me ha ordenado que me acompañes.

—No entiendo por qué Freyja insiste en que vayamos juntos… —meditó en voz alta—. Pero, conociéndola… Tal vez sea parte de mi castigo por dejar que me tocaras… Es un poco zorra, en ocasiones.

—Nanna, fui yo, no fue culpa tuya… Pero estaba tan aturdido como tú y, sinceramente, en ese momento no recordaba para nada la orden que me diste.

—Algo ha tenido que salir mal —continuó Nanna, perdida en sus pensamientos—. Se suponía que te habías encomendado a mí… Soy tu valkyria, y tú, mi einherjar, pero no puedo ser tu valkyria si me haces tantísimo daño siempre que te acerques a mí. Es imposible.

—Créeme que sí eres mía —dijo él, amenazándola y dando un paso hacia ella.

—Alto ahí, berserker. —Sacudió la cabeza. Lo miró fijamente a los ojos, estudiándolo como si fuera un puzle sin resolver para ella—. ¿Por qué sobreviviste?

—Para empezar, soy tu berserker y tú mi kone.

—Simples matices terminológicos.

—Me sorprende que no hayas cambiado el orden de las letras en esa frase…

—Creo que te voy a tostar.

Noah se echó a reír de nuevo. No lo podía evitar.

—Por tus palabras, parece que hubieras deseado que estuviese muerto —la recriminó—. ¿Eso quieres? ¿Quieres que muera?

—¡No! Bueno… ¡Sí! —Nanna no sabía mentir. Era transparente y honesta—. Pero es obvio que nuestra relación cambia considerablemente dependiendo de si vives o mueres. Muerto el perro, se acabó la rabia, ¿no dicen eso?

—No me puedo creer lo que oigo… ¡No tengo ni idea de por qué sigo vivo! Pero necesito respuestas, y, por lo visto, solo As Landin puede responderlas. Y tú debes acompañarme. Lo pide tu diosa.

—Ya lo he oído —contestó de mala gana—. Y te acompañaré, no quiero desobedecer a Freyja de nuevo. Pero, hasta que no encuentres una solución, no debes ponerme una mano encima. Has dejado de caerme bien.

—Será muy difícil no poder tocarte —gruñó para sí mismo.

—Noah… —Sus ojos se tornaron rubíes llenos de cólera y desafío.

—¿Sabes que es muy sexy el modo en que tus ojos cambian de color?

—El cambio de color no tiene por qué ser bueno. ¿Te portarás bien? —Lo apuntó directamente a la entrepierna.

—Se supone que no me puedes hacer daño, ¿no? —dijo sin tenerlas todas consigo.

—Las flechas no son parte de mi poder. Son un excelente complemento a nuestro atuendo. Si la flecha te toca, te dolerá.

—Lo haré. —Alzó las manos como si estuviera indefenso—. Resistiré. No te pondré una mano encima.

Nanna lo miró de arriba abajo.

Finalmente, agitó sus bues con conformidad, y las flechas desaparecieron entre sus dedos; el arco se recogió como haría un transformer hasta rodear de nuevo la esclava de titanio negro y rojo.

Después, la joven valkyria se colocó las largas trenzas sobre un solo hombro y sacó pecho para añadir:

—Te las pondré yo. Ahora me toca a mí.

—¿Cómo dices? ¿El qué?

Nanna se acercó a él, arqueó una ceja castaña oscura y dijo con una sonrisa lobuna:

—Seré yo quien te toque. Yo sí puedo ponerte las manos encima, ¿no?

Noah tardó unos instantes en reaccionar y en reconocer en el fino rostro de la valkyria, un deseo tan fuerte y voraz como el de él, además de una profunda necesidad de revancha.

Nanna lo deseaba, pero, a diferencia de él, ella sí podía tocarlo.